Resumen Latinoamericano, 13 de abril de 2021
El jueves 1 de abril de este año llegamos con el equipo GEMAS (Grupo de Estudio de Memorias Alterizadas y Subordinadas) a la Lof Mapuche Paichil Antriao, específicamente al paraje del arroyo Paichil, también nombrado como Puerto Elma, ubicado a solo 3 kilómetros del centro de Villa La Angostura, provincia de Neuquén, para iniciar un trabajo colaborativo de restauración de las memorias familiares. Cuando la Lof nos solicitó el trabajo un tiempo atrás nos informó que la familia de Elma Quiroga “tenía un injusto desalojo en puerta”.
Si bien este trabajo conjunto –el cual terminará también en un informe histórico-antropológico con relevamiento territorial de las memorias sociales– está en sus inicios, queríamos compartir aquí algunas preguntas que nos surgieron y las reflexiones que despertaron con solo un día de trabajo.
En primer lugar, ¿Cómo es posible que el Estado –en sus versiones locales como gobernadores, intendentes, inspectores y jueces– haya podido negar sostenidamente desde principios del siglo XX una historia tan profunda de ancestralidad mapuche en el territorio cuando, tan solo en unas horas de escuchar a los integrantes de la familia, esta deviene evidente para cualquier interlocutor con escucha seria y responsable? Pero más nos preocupa ¿Cómo los privados hoy pueden legitimar su pretensión de propietarios sin que sus procedimientos de obtención de firmas sean investigados y, si fuera el caso, juzgados? ¿Qué sucedió en esta historia para que el Estado –encarnado en cambiantes funcionarios de gobierno– no haya siquiera considerado escuchar formal y seriamente los testimonios de la gente de Paichil Antriao? Finalmente ¿Por qué el Estado no está en el banquillo de los acusados y sí están bajo sospecha de usurpación quienes siempre vivieron allí?
Hace unos años, Elma Quiroga –nieta de Carmen Rail y de Juan Bautista Antriao— se hizo las mismas preguntas que nosotras, y llegó a la siguiente explicación: “No hace tanto el intendente de Villa La Angostura nos negaba públicamente ante el intendente de San Martín: ‘ uh… qué lío que tenés con los indios, gracias a dios doy, que allá en Villa La Angostura no hay indios’ (…) Ellos (abogados, comisarios, ingenieros, intendentes, etc.) nos echaban miedo y todos analfabetos nosotros. Éramos tan pobres que ni siquiera cuaderno y lápiz teníamos (…) Y entonces… nadie hablaba, porque nadie se despertaba, porque si yo me hubiera despertado un poco de tiempo antes esa hostería no hubiera estado donde está. No hubiera estado donde está. Yo me desperté porque vino el lonko de la comunidad Paichil Antriao, Ernesto Antriao, que en paz descanse, y me dice que me sume a la lucha”.
Antes de “despertar”, la familia de Elma estaba en silencio. Pero el silencio, lejos de ser una mera ausencia del discurso, es una práctica social, cultural y política que debe ser comprendida y explicada. El silencio es la prueba contundente de la impunidad y la violencia con la que se llevó a cabo el despojo de las tierras mapuche en Villa La Angostura y sus alrededores.
Paul Connerton (2008) hizo un estudio de los silencios y llegó a la conclusión que los había de muchos tipos diferentes y que uno de ellos era el “silencio humillado”. Estar en silencio, dice Connerton, no es olvidar (porque el dolor de la humillación y de la violencia nunca se olvidan), pero puede pasar que las personas opten por callar ciertos hechos y transformarlos en secretos colectivos –de vergüenzas, humillaciones, miedos o tristezas. La producción de silencio es una práctica represiva del poder y un importante mecanismo estatal para controlar las masacres. Unos años después Leslie Dwyer (2009) profundizó un poco más estas ideas y dijo que los silencios no son simples puntos en blanco sino que tienen su propia historia. Entonces ¿Cuál es la historia del silencio del que habla Elma?
Los abuelos y bisabuelos de Elma vivieron los eventos traumáticos de lo que se llamó oficialmente la “Pacificación de la Araucanía” en Chile y la “Conquista del Desierto” en Argentina. Pero llegando el siglo XX, habían encontrado un lugar para vivir tranquilos y reconstruir espacios colectivos de dignidad y convivencia como lofche (comunidad). Los abuelos de Elma (Carmen Rail y Juan Bautista Antriao) llegan a las costas del Lago Nahuel Huapi y del Lago Correntoso (actualmente Neuquén) con su bisabuela (Mercedes) y algunos de sus hijos mayores. Allí tienen otros hijos, entre los que se encuentra Rosenda Antriao, la mamá de Elma (nacida en el territorio en 1916).
Sara, una nieta de Rosenda Antriao se preguntaba sobre sus abuelos: “cuánto más les habrá costado a ellos que estaban relegados socialmente, que estaban reprimidos… Porque la abuela Carmen Rail cuando ya estaba viejita, me contaba mi abuela Rosenda, que los turistas que pasaban por acá le tiraban unas monedas para que ella hable mapuzugun, pero que no le había enseñado a ella. Y ella me decía: ‘porque la mamá de nosotros nos protegía, porque había gente que nos quería matar’ ‘¿Quién las quería matar, abuela?’, decía yo. Y ahí es donde la abuela me decía ‘Cállese la boca’. Pero claro, ellos venían todos con el tema de la persecución. Bueno, Juan Bautista Antriao, el papá de mi abuela, se suicida en estas tierras. Mi abuela me dijo que fue cobardía de él porque venía la milicia”
(Sara Quiroga).
A finales de la década de 1920, la policía fronteriza intentó controlar –con prácticas de extrema violencia– las vidas de los mapuches en esta región. Elma recuerda que su mamá le decía que “venían cortando orejas, quebrando costillas, de San Martín acá, pegando a los varones y a las mujeres insultándolas, muy feo le digo yo”. Lorenzo Loncon agrega “se hacía ese trabajo sucio de matar a los mapuche, de quemar las rukas (casas) (…) si escuchaban hablar en mapuche, le cortaban la lengua”. En la memoria de la familia, Juan Bautista Antriao se corta una vena con un cortaplumas y deja escrita una carta explicando que se mataba porque había escuchado que venía la milicia.
La Lof Paichil Antriao, y la familia de Carmen Rail y Juan Bautista, habían vivido hasta entonces del fruto de su trabajo en extensos territorios de siembra y de crianza de animales. Pero producto de la crisis internacional, la explosión de un volcán y, en mayor medida, de las violencias institucionales, se encontraron enfrentando condiciones de mucha pobreza –como le ocurrió a gran parte de las comunidades mapuche y tehuelche. Rosenda Antriao, hija de Carmen y Juan Bautisa, era entonces una mujer joven.
“A la que más amenazaron era a mi abuela Rosenda, a ella le decían ‘te vamos a prender fuego con tus nietos adentro’, a mi abuela. Y mi abuela lloraba mucho, yo dormía con ella. Ella lloraba porque realmente le había quedado el miedo de que la prendan fuego con nosotros adentro. Muchas veces ella quería ceder”
(Sara Quiroga).
“Yo fui la última en sumarme a la lucha de la comunidad pero no porque no me sintiera mapuche, sino porque yo viví en carne propia a los 10 años el despojo de las tierras, la humillación, el amedrentamiento, no quise pasar de nuevo por lo mismo. Que te quiten de las manos lo que vos sabes que te corresponde, que es tuyo, que no se lo robaste a nadie, porque te hacen creer eso, te hacen creer que vos sos intruso. A mi abuela esta gente le decía eso, le decía que nosotros éramos intrusos, que no éramos de acá, que habían vendido las tierras con nosotros adentro porque nunca nos habían visto. A mi abuela le hablaban así… y calculá que le hablaba así un arquitecto, un abogado y ella se ponía nerviosa. No entendía. Dotras molestó mucho a mi abuela (…) Nosotros seguimos resistiendo hasta que después de amenazas, llantos y amedrentamientos, de ‘que te prendemos fuego, que tu rancho lo tiramos en dos patadas’ y no sé qué cosa, mi abuela Rosenda, ya muy anciana, no da más y cede”
(Sara Quiroga).
Cuando en el año 2005 Dotras y Popik inician el juicio contra la comunidad, la familia de Elma “despierta del silencio” con el acompañamiento de toda la comunidad Paichil Antriao. Pero tampoco entonces fue fácil, puesto que debieron enfrentar el hostigamiento burocrático de un Estado que continuó actuando en connivencia con los que estaban usurpando el territorio mapuche.
“Por ejemplo, que no podía construir mejor su casa porque esta zona era ahora una zona residencial hotelera, decían que no a todo, pero no a los otros, a nosotros nomás; por ejemplo, ‘porque está el muelle de la posada, entonces no podemos habilitártelo a vos…’ Fue una batalla campal de muchos años. Y lo que mi mamá dice es verdad, le viven mandando todo el tiempo y todos los años distintos inspectores … sea por construcción, sea por bromatología, sea por bosques, lo que se les ocurre”
(Sara Quiroga).
Elma, igual que su mamá, sus abuelos y sus hijos, tomaron el silencio como una barricada para protegerse a sí mismos del dolor de la memoria, pero sobre todo, para no incitar mayor violencia sobre sus seres queridos. Por eso, “despertar”, “contar la verdad” y exigir la justicia que les quitaron a sus familias es ahora un compromiso de todos.
* Esta nota se complementa con las siguientes notas sobre Puerto Elma: El territorio ancestral de la Lof Paichil Antriao; Despojos Impunes; Una historia de asimetrías, desigualdades y engaños: el conflicto territorial en el paraje del arroyo Paichil.
Referencias bibliográficas:
Connerton, P. (2008). “Seven Types of Forgetting”. Memory Studies, 1, 59- 71.
Dwyer, L. A. (2009). “A Politics of Silences: Violence, Memory, and Treacherous Speech in Post-1965 Bali”. En A. O’Neill y K. Hinton (eds.), Genocide, Truth, Memory, and Representation (pp. 113 – 146). Durham y Londres: Duke University Press.
FUENTE: Gemas Memoria