Pen­sa­mien­to crí­ti­co. La dic­ta­du­ra del ’64 y el Bra­sil de Bolsonaro

Por Gus­ta­vo Vei­ga. Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 1 de abril de 2021.

El Bra­sil actual es el resul­ta­do de un pro­yec­to de des­truc­ción deli­be­ra­da. Como en la explo­sión del aco­ra­za­do Mai­ne vola­do en la bahía de La Haba­na en 1898 – que le per­mi­tió a EE.UU entrar en gue­rra con Espa­ña para inten­tar que­dar­se con Cuba – Bol­so­na­ro encen­dió la mecha para deto­nar a su pro­pio país. No estu­vo ni está solo en su aven­tu­ra pla­ni­fi­ca­da que fue posi­ble gra­cias al impeach­ment con­tra Dil­ma Rous­seff y la pros­crip­ción y encar­ce­la­mien­to de Lula. La cla­se domi­nan­te, el par­ti­do mili­tar y una feli­gre­sia dócil de cru­za­dos evan­gé­li­cos lo acom­pa­ñan. El reme­do hitle­ris­ta se trans­for­mó en un bis­tu­rí de ciru­gía mayor. Ope­ró para implo­sio­nar a la octa­va eco­no­mía mun­dial y poner­la al ser­vi­cio de un plan que se visi­bi­li­za­ba con más niti­dez mien­tras Donald Trump esta­ba en la Casa Blan­ca. La cele­bra­ción del 31 de mar­zo – la fecha del gol­pe de Esta­do de 1964 – es tan icó­ni­ca como casi iné­di­ta en Amé­ri­ca Lati­na. Otras aso­na­das en paí­ses veci­nos no sue­len ser rei­vin­di­ca­das en públi­co y sus nos­tál­gi­cos sue­len repri­mir más sus fes­te­jos. Los hay cla­ro, pero son menos per­cep­ti­bles que en el gigan­te gober­na­do por el soció­pa­ta de la gripezinha.

Un video que reco­rre Río Gran­de do Sul en estas horas escal­da la piel. Se edi­tó con la músi­ca de fon­do de “Eu te amo meu Bra­sil”, la mar­cha que ento­na­ban los gol­pis­tas en los años ‘60. Bajo una con­sig­na que trein­ta per­so­nas repi­ten con las mis­mas pala­bras “Día 31, yo voy” se con­vo­có a cele­brar el gol­pe de esta­do de 1964 que con­me­mo­ra­ron este miér­co­les. Se citó a la gen­te en la Pla­za de los Azo­ria­nos (el pue­blo de las islas por­tu­gue­sas que colo­ni­zó Por­to Ale­gre en 1752) que que­da en la capi­tal del Esta­do. Hom­bres, muje­res, ancia­nos, jóve­nes, todos van dejan­do su tes­ti­mo­nio con aire mar­cial. Fes­te­jan al régi­men en medio de una pan­de­mia que mata de a miles por día en el prin­ci­pal foco de con­ta­gio regio­nal. Acla­man a la dic­ta­du­ra cívi­co mili­tar que gober­nó el país duran­te 21 años – la segun­da más lar­ga de Amé­ri­ca del Sur des­pués de la para­gua­ya que enca­be­zó Alfre­do Stroess­ner – y que dejó mar­cas muy per­cep­ti­bles en la actua­li­dad brasileña.

Tres de los cin­co pre­si­den­tes de fac­to en aquel perío­do nacie­ron en Río Gran­de do Sul: Artur da Cos­ta e Sil­va, Emi­lio Garras­ta­zú Medi­ci y Ernes­to Gei­sel. Igual que el vice­pre­si­den­te actual, Hamil­ton Mou­rao – oriun­do de Por­to Alegre‑, otro nos­tál­gi­co de aque­llos tiem­pos que tui­teó en el ani­ver­sa­rio del gol­pe: “En este día, hace 57 años, el pue­blo bra­si­le­ño con apo­yo de las fuer­zas arma­das, impi­dió que el movi­mien­to comu­nis­ta inter­na­cio­nal fija­se sus tena­zas sobre Bra­sil. ¡Fuer­za y hon­ra!”. No pare­ce ser casua­li­dad que el gol­pe del ’64 ten­ga tan­tos apo­yos en el esta­do que hace fron­te­ra con Argentina.

Los gol­pis­tas que derro­ca­ron a Joao Gou­lart lide­ra­dos por el gene­ral Hum­ber­to de Alen­car Cas­te­lo Bran­co supri­mie­ron a la opo­si­ción, crea­ron su pro­pio par­ti­do (ARENA), decre­ta­ron una férrea cen­su­ra de pren­sa y mili­ta­ri­za­ron el país. El terro­ris­mo de Esta­do que se implan­tó, devino per­fec­cio­na­do en el Plan Cón­dor a media­dos de los ‘70 que sis­te­ma­ti­zó la ani­qui­la­ción de cual­quier inten­to de resis­ten­cia en el Cono Sur. Inclu­so lle­gó has­ta Washing­ton, como que­dó pro­ba­do con el ase­si­na­to del excan­ci­ller chi­leno de Sal­va­dor Allen­de: Orlan­do Lete­lier. Le vola­ron el auto en que via­ja­ba el 21 de sep­tiem­bre de 1976.

Con nue­ve años de reco­rri­do en el poder (1964−1973), los mili­ta­res bra­si­le­ños die­ron apo­yo logís­ti­co al gol­pe en Chi­le. Sabían cómo hacer­lo. For­ma­dos en la escue­la fran­ce­sa de con­tra­in­sur­gen­cia, según Pie­rre Lallart, el agre­ga­do mili­tar galo en Bra­si­lia a comien­zos de los años ‘60, habían derro­ca­do a Gou­lart en una ope­ra­ción “suma­men­te bien mon­ta­da, eje­cu­ta­da en dos días”. Para que jamás fue­ran juz­ga­dos ése y otros deli­tos, la dic­ta­du­ra que hoy fes­te­jan los acó­li­tos de Bol­so­na­ro y las fuer­zas arma­das ideó una ley de amnis­tía (N° 6.683) que entró en vigor el 28 de agos­to de 1979. Ya no gober­na­ba Cas­te­lo Bran­co. Lo hacía Joao Bap­tis­ta Figuei­re­do, el últi­mo dic­ta­dor del régi­men castrense.

Esa ley, según Amnis­tía Inter­na­cio­nal, “impi­de que los res­pon­sa­bles de la prác­ti­ca gene­ra­li­za­da de tor­tu­ras, eje­cu­cio­nes extra­ju­di­cia­les, des­apa­ri­cio­nes for­za­das y vio­la­cio­nes duran­te el régi­men mili­tar (1964−1985) sean pro­ce­sa­dos por estos crí­me­nes”. La nor­ma sigue vigen­te has­ta hoy y nun­ca pros­pe­ró su dero­ga­ción, ni siquie­ra duran­te los gobier­nos del PT de Lula y Dil­ma. Tam­po­co tuvo con­se­cuen­cias jurí­di­cas rele­van­tes el infor­me de la Comi­sión Nacio­nal de la Ver­dad entre­ga­do a Dil­ma en diciem­bre de 2014. Ni en 2010 un fallo con­de­na­to­rio de la CIDH con­tra el esta­do bra­si­le­ño por man­te­ner una ley “incom­pa­ti­ble” con los tra­ta­dos de DD.HH. El tra­ba­jo de aque­lla Comi­sión deta­lló el ase­si­na­to de 191 per­so­nas y la des­apa­ri­ción de otras 243, de las cua­les se encon­tra­ron 33 cuer­pos. Sus fami­lia­res solo con­si­guie­ron indem­ni­za­cio­nes. Nin­gún repre­sor fue con­de­na­do por la jus­ti­cia bra­si­le­ña. El úni­co que sigue vivo, Ati­la Rohr­setzer – le apun­ta Jair Krisch­ke, del Movi­mien­to de Jus­ti­cia y Dere­chos Huma­nos a Página/​12‑, podría ser sen­ten­cia­do a cade­na per­pe­tua pero en Italia.

Wal­do Ansal­di, doc­tor en his­to­ria y exin­ves­ti­ga­dor del Coni­cet en su libro Matrius­kas de terror (Siglo XXI, 2004) – un tra­ba­jo sobre la dic­ta­du­ra argen­ti­na en el con­tex­to de otras del Cono Sur – sos­tie­ne que la bra­si­le­ña “no negó total­men­te la polí­ti­ca y que, al dejar un peque­ño espa­cio para ésta, no radi­ca­li­zó la incom­pa­ti­bi­li­dad entre dic­ta­du­ra y política”.

Ésa, entre otras razo­nes ‑algu­nas deter­mi­nan­tes en el orden económico‑, hizo posi­ble que la doc­tri­na de segu­ri­dad nacio­nal siguie­ra laten­te en Bra­sil. Bol­so­na­ro es una de las tan­tas cabe­zas de esa hidra de Ler­na. Por la ley 13.491 del 13 de octu­bre de 2017, los mili­ta­res que vio­len los dere­chos huma­nos de civi­les serán juz­ga­dos por tri­bu­na­les cas­tren­ses. La nor­ma no res­pe­ta obli­ga­cio­nes con­traí­das por el país en el dere­cho inter­na­cio­nal. Se votó duran­te la pre­si­den­cia de un civil, Michel Temer, here­de­ro de la tra­di­ción gol­pis­ta que cam­pea en la tie­rra de Jor­ge Ama­do y Vini­cius de Moraes. La pan­de­mia y las polí­ti­cas de un gobierno mili­ta­ri­za­do expu­sie­ron como nun­ca a ese blo­que de poder que pro­ce­sa a la his­to­ria como una con­ti­nua­ción de la Gue­rra Fría.

Fuen­te: Pági­na 12

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