Luis Chávez Rodríguez /Resumen Latinoamericano, 19 de abril de 2021
¿Hasta qué punto la irrupción política de Pedro Castillo Terrones es una expresión de viejas luchas y alianzas entre el norte, el centro y el sur del Perú andino?
¿Es una Cajamarca moderna con un milenario pasado, que a través de su líder Pedro Castillo, logró una nueva alianza con el centro, personificado por Vladimir Cerrón, la que está reaparece recorriendo caminos anteriormente transitados?
Estos temas son fruto de la indagación perspicaz de Luis Chávez Rodríguez, quién observa que por lo que se vio en esta primera vuelta el norte y el centro volvieron a avanzar juntos y esta vez sí tomaron la voluntad de los sureños.
Chávez se pregunta: «¿Estarán, el cajamarquino Pedro Castillo y su aliado el juninense Vladimir Cerrón en las condiciones de seguir tejiendo sus alianzas, ahora que ya tienen el sur a su favor para poder hacer nuevamente el cerco al bastión criollo limeño?»
El interesante artículo termina afirmando que «solo con la suma de opciones acalladas históricamente se podrá ampliar los colores de nuestra bandera para lograr desarticular el núcleo corrupto que ha gobernado el Perú desde la casa de Pizarro en Lima».
El caballo de Pedro Castillo y las viejas luchas y alianzas entre el norte, centro y el sur del Perú andino
Pedro Castillo fue a votar montado en un caballo alazán que se encabritó en un tramo del recorrido y comenzó a cocear hasta pararse temerariamente en dos patas. El animal, arisco por la multitud que lo rodeaba, podría haber tumbado al candidato, si no fuera por su reflejo de jinete y la ayuda de sus acompañantes, con quienes logró controlar al equino con vigor y pericia de chalán. Lo jaloneó con los arneses, presionó fuertemente las piernas sobre los estribos y mantuvo el dorso erguido sin perder la estabilidad sobre la montura. De este modo, aquietó al caballo que dejó de corcovear y volvió a su paso garboso para continuar el camino hasta las inmediaciones del colegio 10446, “Salomón Díaz”, en el distrito de Tacabamba, provincia de Chota. Un séquito numeroso de simpatizantes, a pie, que apretaba en la comitiva, se puso nervioso y al ver las cabriolas del caballo abrió el paso para que el jinete domeñara a su animal. Cuando Castillo controló la situación, la multitud explotó en una algarabía, atenuando sus temores y retomando la certeza de que el camino estaba abierto. El candidato de Perú libre, en pleno dominio del elegante animal, continuó un trecho más y luego desmontó sosegado y continuó su camino al local de votación, junto a sus numerosos y entusiastas partidarios, para dejar su voto victorioso.
Ese caballo no era un caballo cualquiera, era un caballo como el que había cabalgado también en las calles de la capital, Lima, en el cierre de su campaña. El alazán que montó era un hermoso ejemplar asociado a una clase social y económica concreta en la estratificada sociedad peruana, cuyo nombre completo es: Caballo peruano de paso. Castillo cabalgó el caballo de la clase criolla peruana, que funda su tradición en los antiguos encomenderos y posteriores gamonales costeños, quienes lo usaron en sus plantaciones durante siglos y que en la época republicana lo criaron delineando su especie a través de una cuidadosa selección y cría, que los llevó a identificarlo como la especie insignia por su refinado “paso lateral” y la soberbia catadura de sus dimensiones corporales. Así lo entendió también el Estado peruano, y a través del Ministerio de Comercio Exterior y Turismo y el Instituto Nacional de cultura lo instituyó, mediante Decreto Ley 25919, como “la raza caballar propia y protegida del Perú” asumiéndolo como uno de sus productos bandera.
Hubiera sido predecible que el rocín de Castillo fuera, más bien, un recio caballo alto-andino, de uso cotidiano del campesino en la sierra peruana y con características muy diferentes. Un ejemplar como aquellos indomables caballos de los “Morochucos”, que lucharon junto a Andrés Avelino Cáceres, quien montaba al “Elegante”, en las batallas de la independencia y posteriormente en la resistencia contra los chilenos, durante “La campaña de la Breña”, en la sierra central del Perú. Castillo, consiente o no, prefirió el caballo de paso costeño; lo montó y domeñó e instauró una nueva imagen para los peruanos, en una escena de múltiples reminiscencias.
La imagen potente que creó Pedro Castillo y que conecta en varios niveles con el imaginario rural, escarba en la realidad socio política y en la historia del Perú, y a juzgar por el nombre del partido con el que se presenta el candidato, “Perú libre”, constituye una incidencia visual en su propio enunciado. Para el entendimiento de muchos peruanos, la mayoría de ellos pertenecientes a pueblos geográfica y culturalmente diferentes y con historias y tradiciones diversas, en un país o una república que todavía no ha logrado completar su libertad. No poder entender este hecho es uno de los impedimentos directamente relacionados a la mayoría de males como la discriminación racial, cultural y económica que devienen en la corrupción y la delincuencia política que sufre la república, aún hoy en plena conmemoración del bicentenario de su independencia.
En ese sentido, la lucha política por un país libre, no sólo remite a una contienda electoral para elegir a un simpatizante que desarrolle un plan de gobierno particular frente a otro que siga una hoja de ruta conveniente para alcanzar el ansiado desarrollo y el estado de bienestar que cada ser humano individualmente y colectivamente debería tener. La lucha por un Perú libre, para la mayoría de los peruanos, especialmente de la áreas rurales frente al centralismo capitalino, tiene todavía connotaciones independentistas, que se manifiestan en el uso de epítetos y de símbolos que nos remiten a una larga historia que incluso va más allá de invasión europea.
Por esa razón, como veremos en este artículo, la imagen que presentó Castillo, montado en su corcel, en esta primera vuelta, abre una puerta hacia un pasado todavía inescrutable que podríamos conocer o recordar para entender mejor las irrupciones de lo impredecible. En el Perú con una libertad a medias, antes que las representaciones del progreso o de la modernidad que frecuentemente son escenificadas con candidatos que se suben a tractores o camionetas al estilo papamóvil, un gran sector del peruanos, que mantienen latente procesos históricos inconclusos, han sido impresionados por una imagen de la lucha por el control del poder entre grupos diametralmente opuestos y el logro tangible de la libertad.
Hay que tomar en cuenta que las cifras y porcentajes con las que se eligieron a los candidatos presidenciales en esta primera vuelta del 2021 muestran una elección atípica. Fueron de menor votación comparadas con décadas anteriores, lo que indicaría que no estamos frente a un aluvión de votos que fueron a los dos ganadores del primer round, donde los primeros lugares pasaban a una segunda fase de competencia superando el 50%, lo cual por lo menos representaba una consistente base de aceptabilidad e interés en los procesos electorales. En esta elección presidencial los dos primeros lugares alcanzaron solo el 33%. Diversos factores que han sido ampliamente analizados explican esta desconfianza traducida en el voto. Uno de ellos es la situación de emergencia que vive el planeta con la gran pandemia que no cede después de un año de crítica coyuntura y que amenaza con una larga permanencia por la agresividad, variabilidad y capacidad de adaptación del virus que nos ataca, esta vez, a toda la especie humana. Este bicho, literalmente, ha puesto en crisis al mundo entero y ha develado la vulnerabilidad de la especie humana, hasta en los países más ricos y poderosos, mientras que en los países pobres, como se ha hecho evidente para todos, ha evidenciado la ineficiencia, la dependencia y la corrupción con las que los viejos políticos administran a sus sociedades. Esta situación hace evidente también que los sistemas de administración basados en la supremacía mercantilista e individualizante están fracasando estrepitosamente.
El candidato del Perú libre de este modo resemantiza los contenidos de la tradición gamonal del hacendado peruano, para dejar muy claramente afirmado que a estas alturas de la historia, la realidad política está viviendo tiempos de cambios profundos
Esta es la coyuntura donde surge el partido Perú libre que nace desde una base en el centro andino peruano, se extiende hacia el sur y norte, y es liderado por un profesor cajamarquino. Este líder es un hombre de áreas rurales, que alterna su trabajo como maestro de escuela con ocupaciones propias del campo, como la chacra, y la organización rural de autodefensa, como son las rondas campesinas que ocupan uno de los vacíos que el Estado peruano es incapaz de atender. Una nueva clase de político, que como líder comunal es frecuente en el Perú rural, pero que sin embargo no lo es entre los candidatos que llegan a optar por un puesto en el palacio de gobierno. En estas elecciones un hombre del pueblo rural, cuyo capital político es su constante lucha por la búsqueda de una vida digna y con equidad de oportunidades para sus conciudadanos es el que aspira ser presidente del Perú. Un mestizo, un campesino que se exhibe sobre el lomo de un caballo peruano de paso, animal que remite a los rancios chalanes de Mamacona en Lurín, la capital limeña. El candidato del Perú libre de este modo resemantiza los contenidos de la tradición gamonal del hacendado peruano, para dejar muy claramente afirmado que a estas alturas de la historia, la realidad política está viviendo tiempos de cambios profundos, aquellos cambios que en la cosmogonía quechua se conocen como un gran Pachakuti. En ese sentido, al menos por los resultados de esta primera vuelta, se puede ver que estos cambios se están dando y son registrados en imágenes como la del chalán provinciano, que en año del “Bicentenario de la independencia”, es el que está literalmente y simbólicamente tomando las riendas.
Castillo al escenificar su paso por los centros urbanos, tanto de su tierra natal como de la capital limeña, domando al caballo, recrea y revive símbolos con los que se formó la gesta de resistencia al invasor europeo en el mundo andino americano. Su performance refiere a la lucha entre poderes en pugna, y en su caso nos recuerda a una variación de tipo más realista de la escena simbólica y utópica de un cóndor montado sobre un toro al que picotea para desangrarlo. Escena que hasta la actualidad es representada en las fiestas andinas del centro del Perú y que fue motivo estético y temático de la primera novela, Yawar Fiesta (1941), de José María Arguedas. En esta nueva y potente imagen que Castillo presentó el día de las elecciones de este 2021, tanto en Lima como en el centro urbano del distrito cajamarquino, se tiene más bien la imagen de un conflicto interno, post conquista, post virreinato y hasta post republicano, mucho más actual y latente. Este campo de batalla abarca todo el país, focalizado en los conflictos entre el campo y la ciudad, donde la ciudad acapara, mediante un sistema centralista, el acceso a la educación, a la vivienda adecuada, a los puestos de trabajo, a la movilización social y al desarrollo de la económica familiar. El conflicto que se puede ver en la escena protagonizada por Castillo, frente a un auditorio nacional e internacional, es el que se desarrolla entre un Perú tradicional rancio y capitalino con una representante cuestionada judicialmente por corrupción contra otro Perú popular y provinciano, representados por un nuevo líder en el que ponen su esperanza para hacer posible que los servicios y beneficios del Estado sean administrados equitativamente. En ese sentido en conflicto ya no se plantea en términos míticos, como en el Yawar Fiesta sino en el plano histórico y político.
Representación del Yawar Fiesta
Sin embargo esta escena, que podría estar representando periodos relativamente recientes, no se circunscribe a las luchas entre los gamonales y campesinos, en el periodo Republicano, sino que se hunde en una larguísima historia, incluso, prehispánica. Para llegar a domeñar al caballo criollo costeño, de modo relativamente fácil, Castillo tuvo que hacer alianzas y reavivar luchas mucho más allá de la región Cajamarca y sus alrededores y más allá de la colonización europea al continente americano. Pintar el mapa electoral peruano con los colores del arco iris y el reclamo de los pobres y marginalizados, antes que con el rojo, del modo en que Castillo lo hizo, desde su natal Tacabamba implicó un proceso mucho más largo que va más allá que la marcha del conquistador Francisco Pizarro que hizo en 1533 desde Cajamarca hasta el Cuzco para tomar la capital del imperio de los Incas.
La historia del partido político Perú Libre, en esta primera vuela, se remota a una pugna que podría estar llegando hasta tiempos precolombinos. El Imperio inca, como se sabe, si se le aísla de sus antecedentes en la cultura Tihuanaco y Wari, llegó a controlar una gran extensión de la tierra sudamericana en menos de un siglo, es decir, poco tiempo en comparación con lo que les tomó a otros imperios de la antigüedad. El llamado Tahuantinsuyo fue un Estado imperial que los mismos europeos, desde su arribo a estas tierras lo compararon, a través de sus cronistas, con el Imperio romano, estimado en 500 años de duración. Incluso un cronista, intelectual y activista como fue el mestizo chachapoyano Blas Valera fue muy enfático e insistente en esta comparación, como parte de sus estrategias en su intento de categorizar a la cultura quechua como una civilización tan o más avanzada que la occidental, con fines de salvaguardarla. Valera intervino activamente a favor de los quechuas en momentos que los invasores españoles avanzaban en el exterminio de pueblos y culturas que encontraban a su paso. Esta avanzada genocida, sin embargo no se consolidó, no lograron consumarla gracias a la intervención de personajes como el mismo Valera, que lucharon toda su vida para impedirlo. La resistencia quechua, que se dio en diversos frentes, tuvo en la lucha y la porfía de monjes como los dominicos Francisco de Victoria y Bartolomé de las Casas en Centroamérica y de los jesuitas Diego Torres y el propio Blas Valera en Sudamérica un importantes soporte intelectual y su activo trabajo con las élites religiosas y monárquicas procuraron un mejor trato a través de la formulación de leyes para frenar a los colonos y a las fuerzas militares del virreinato que dieran rienda suelta a sus ambiciones económicas y acabaran con toda la población indígena. El caso del chachapoyano, es una muestra, poco estudiada en la historiografía peruana, de un trabajo tenaz que fue continuado durante el fin del siglo XVI y entrado el siglo XVII, en lo que la antropóloga e historiadora Sabyne Hiland y otros estudiosos llaman, el “Movimiento Neo-Inca” que inició, precisamente, Blas Valera Pérez.
Como los imperios actuales, que en estos tiempos se disputan el poder económico, en la época de los incas, el imperio de matriz cuzqueña pasó atropellando de modo cruel a las culturas que no se sometían, dejando una serie de fracciones que después le costó su caída frente a la invasión española, que no fue tan inmediata como nos cuenta la historia oficial, sino que duró por lo menos 40 años de resistencia militar y a través de otros tipos de resistencia continua hasta la actualidad. Resistencias que se han mantenido, en el área cultural, religiosa, organización social y autonomía alimentaria que tanto quechuas como aimaras y la basta pléyade de pueblos amazónicos siguen manteniendo, de tal modo que ni los quechuas ni los otros pueblos peruanos fueron vencidos, como lo afirman los mayoría de nuestros historiadores.
Los conflictos interculturales que ya se daban en los tiempos del incanato, permanecieron en ese Perú rural que en estas elecciones ha puesto en la competencia por la presidencia a Pedro Castillo. Las grietas que en su momento se dieron entre la capital aristocrática del Cuzco con el otro polo de la hegemonía inca, el Chinchaysuyo, ubicada hacia Quito y la zona norte del actual Perú podrían estar todavía latentes. Hace más de 500 años, esta situación, finalmente, desencadenaría guerras cuyo mayor referente es la que sostuvieron los hermanos Atahualpa en el norte y Huáscar en el sur, la cual finalmente resquebrajó al poderoso imperio de los Incas. Las pugnas políticas y militares de aquellos tiempos, ante la presencia de un factor exógeno como el español, además de mostrar la rivalidad en la elite del imperio, propició el derrumbe del quebradizo andamiaje sobre el que se sostenía este imperio, como se vio en las alianzas locales que Pizarro hizo, en su “marcha al Cuzco”, con otros pueblos como los cañaris, los chachapoyas o los huancas.
Alrededor de un siglo antes de este momento de quiebre histórico para el Perú precolombino, la misma expansión inca se inicia con guerras entre dos viejos rivales: los quechuas cuzqueños y los quechuas chancas del “Reino de los Parkos”, resistentes al avance del naciente imperio, y que tuvo su fin, con el triunfo del inca Pachacutec hacia 1438, quien consolidó la fortaleza de imperio e inició su expansión hacia el norte, continuado por su hijo Túpac Yupanqui y su nieto Huayna Capac .
La expansión inca dejó como resultado, hacia el final de su hegemonía, un territorio con diferentes culturas que por más que habían sido unificadas por la imposición de una lengua general, el runa simi, que ya se había dividido en una serie de variantes regionales: sur, centro y norte, no había sido unificarla ni política ni culturalmente. Se habrían establecido ya desde estos tiempos pugnas y rivalidades, que sobrepasaron, incluso, los siglos de dominación española en el virreinato: el sur cusqueño, el centro chanca-wanca y el norte quechua-cañari-chachapoyas, así como todo lo que sería el Continsuyo, hoy la región amazónica. Todos estos pueblos mantuvieron, desde aquellos tiempos, ardientes rivalidades, que han seguido vigentes en el periodo Republicano.
¿estarán, el cajamarquino Pedro Castillo y su aliado el juninense Vladimir Cerrón en las condiciones de seguir tejiendo sus alianzas, ahora que ya tienen el sur a su favor para poder hacer nuevamente el cerco al bastión criollo limeño?
Dando el salto a nuestra época y al ver las estrategias y los resultados de la primera vuelta de las elecciones presidenciales, pareciera haberse revivido este esquema de divisiones donde alianzas de vieja data estarían reactualizándose. La pregunta que se nos viene es entonces, ¿fue esta Cajamarca moderna con un milenario pasado, a través de su líder Pedro Castillo, que logró una nueva alianza con el centro, personificado por el líder Vladimir Cerrón, la que está volviendo a reaparecer en el escenario político, recorriendo caminos anteriormente transitados? A juzgar por lo que se vio en esta primera vuelta el norte y el centro volvieron a avanzar juntos y esta vez sí tomaron la voluntad de los sureños, actualmente divididos en líderes como el puneño Lescano y la lideresa cuzqueña Mendoza. La otra pregunta mucho más importante y urgente es, ¿estarán, el cajamarquino Pedro Castillo y su aliado el juninense Vladimir Cerrón en las condiciones de seguir tejiendo sus alianzas, ahora que ya tienen el sur a su favor para poder hacer nuevamente el cerco al bastión criollo limeño? Tal como se ha dado la correlación de las fuerzas en pugna esta misión resulta de una importancia crucial en la historia del Perú, ya que la opción capitalina en esta coyuntura está tomada no solo por un rancio criollismo centralista sino por uno de sus bandos más cuestionados: un partido político que estuvo en el gobierno y es ampliamente conocido por sus antecedentes de corrupción y violación de los derechos humanos, cuya lideresa esta siendo enjuiciada por acusaciones de organización criminal, que la condenarían a la cárcel hasta por treinta años.
Revisar estos flujos internos, de vieja data, que estarían operando en las luchas políticas actuales y los nuevos posicionamientos estratégicos de la política en el Perú y en toda Sudamérica, nos muestra con mayor perspectiva la situación cultural, política y económica de los pueblos originarios americanos, a quienes se les ha colocado en un campo concentrado de inamovilidad social y económica, pueblos que han reforzado su identidad cultural como único refugio frente a las agresiones coloniales occidentales. Desde esa tradición cultural han podido sobrevivir a la amenaza de exterminio que durante los últimos 500 años ha pendido sobre ellos. Y desde esa matriz cultural continúan librando batallas contra diferentes tipos de invasión, propios de nuestra era moderna, centradas en la explotación de los recursos naturales que hay en sus territorios, como en el preciso momento en el que los europeos llegaron a este continente.
En la mayoría de los países americanos los pueblos originarios sieguen siendo atacados ya no directamente por un Estado imperial que sí lo hay, sino por cada uno de los Estados nación que controlan a cada país. Si bien es cierto que el imperio global que se pretende formar y que cada vez se evidencia más en los posicionamientos internacionales, en los que Estados Unidos y China tienen los roles protagónicos, a nivel nacional se ha iniciado una alineamiento hacia uno de esos ejes, que a estas alturas va mucho más allá de una simple dicotomía entre izquierda y derecha, como pudo ser en los tiempos de la guerra fría. El camino, en la actualidad, lo que se esta poniendo en juego, ahora, es un posicionamiento frente a modelos económicos y a la explotación de los recursos naturales, en un contexto donde la dependencia se presenta a un orden global. Desde cada Estado nación americano se trabaja, en estos tiempos, para alimentar al Estado global, que está asociado a las grandes trasnacionales con las que se pretende cogobernar el país y el planeta por un lado y por el otro la opción de Estados multinacionales, especialmente en países con un alto porcentaje de pueblos originarios, que puedan liberar a sus pueblos y pasar a una plurinacionalidad, que democratice el poder político y económico para que un solo grupo de poder no pueda seguir negociando a su antojo los destinos de la mayoría de los ciudadanos.
Como se ha visto en otros momentos históricos, la nueva colonización globalizante no avanza en un solo sentido, fuerzas que compiten y fuerzas que resisten son otros componentes de esta dinámica lucha por el poder económico y el control de los recursos naturales. Sudamérica con su cadena vertebral de los andes rica en minerales y su basta Amazonía con el gas y el petróleo además de la riqueza forestal ha estado siempre en la mira desde que occidente la descubrió y la invadió. La conocida resistencia cultural se mantuvo entre las montañas andinas y los bosques de la Amazonía y en este siglo XXI comienzan a aparecer revitalizadas. Las muestras que se van consolidando, seguramente en un proceso democrático que necesita muchos ajustes, está en países como Bolivia, cuyo movimiento indígena ya llegó al poder, quienes tanto en el plano económico como en el cultural, revirtiendo e invirtiendo el largo proceso de colonización y neo colonización. Ecuador es otro país que viene consolidando su organización indígena y en este 2021, ya se constituyó en una clara opción política de gobierno nacional con el Movimiento Indígena Pluricultural Pachakutik, que alcanzó una altísima votación y que los llevó a estar a poco de ir a una segunda vuelta electoral.
En el caso del Perú, sectores de los múltiples pueblos que conforman el arco iris peruano de culturas, de tradiciones y lenguas, concebidos como los cuatro suyos desde culturas milenarias que antecedieron a la invasión europea, están trabajando por organizar sus viejas alianzas. Después de una larga recuperación demográfica, ya se puede visualizar un conjunto de fuerzas que afloran en la pugna por recuperar sus posiciones, las cuales están relacionadas, más que por ideologías que al fin y al cabo también son euro-invasivas, en función a su historia y al espacio concreto donde transcurren las vidas de sus habitantes. Las tradiciones, identidades y la cultura en general surge desde un piso, al que se llama territorio y la ansiada y postergada liberación de los pueblos invadidos en el amplio abanico cultural del Perú se viene organizando a partir de estos espacios concretos. Desde ahí se están replanteando las viejas alianzas que escavan en su historia.
Solo con la suma de opciones acalladas históricamente se podrá ampliar los colores de nuestra bandera para lograr desarticular el núcleo corrupto que ha gobernado el Perú desde la casa de Pizarro en Lima.
En el Perú, además de lo que hemos presenciado en esta primera vuelta de las elecciones presidenciales, un nuevo flujo, el del Continsuyo, se halla también en proceso de avance. En este territorio se hallan concentrados una gran cantidad de pueblos originarios, que nunca lograron ser colonizados, como por ejemplo los llamados Bracamoros, que se ubican también en las inmediaciones amazónicas de Cajamarca. Ellos también tienen una larga lucha contra invasores: repelieron el avance inca, la intentona colonial y la republicana y actualmente vienen sosteniendo la defensa cerrada de su territorio contra propios y extraños. Ojalá pronto llegue el día en que a ellos también los tengamos en el escenario de las pugnas políticas democráticas a nivel nacional. Solo con la suma de opciones acalladas históricamente se podrá ampliar los colores de nuestra bandera para lograr desarticular el núcleo corrupto que ha gobernado el Perú desde la casa de Pizarro en Lima.
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*Luis Chávez Rodríguez es poeta y fundador de La casa del colibrí de Chirimoto, en Amazonas, una asociación civil fundada en el 2006. Trabaja con un sistema de voluntarios, recibiendo y movilizando estudiantes y profesionales para realizar proyectos en áreas de educación, arte, organización comunal, saneamiento, agricultura y medioambiente.
FUENTE: SERVINDI