Nos hemos desayunado la pasada semana con el regreso desde Afganistán de la tropa que aún quedaba en la misión militar HELISAF del ejército español. Prensa y televisión nos han ofrecido los consabidos y enlatados ritos militares al uso y los discursos y parabienes del Jefe del Estado, de la Ministra de Defensa y de la larga lista de jefes y subjefes que componen, cual eslabones de una cadena de galeotes, el elenco de capitostes político-militares de las fuerzas armadas.
Han transcurrido nada menos que 19 años desde el inicio de la presencia militar española en Afganistán.
Cuatro presidentes de gobierno con sus respectivos apoyos parlamentarios y dos reyes han dado su aval a este singular modo de hacernos presentes en el mundo. ¿ha valido la pena? ¿Ha mejorado la suerte de los afganos gracias a tamaña gesta?
Un repaso al argumentario.
La presencia española en Afganistán fue autorizada por el Conejo de Ministros de 27 de diciembre de 2001, con Aznar ejerciendo de Aznar y con la justificación de prestar asistencia técnica y militar al gobierno afgano, recién establecido tras echar a los malos del momento.
Dicha misión formaba parte de la contribución española a la política de guerra de EEUU en Afganistán decidida por George Bush tras los atentados de las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001.
Recordemos para los más despistados que los EEUU de Bush provocaron una invasión militar en Afganistán de la mano del Reino Unido de Blair; invasión a la que los restantes estados miembros de la OTAN, cual súbditos complacientes del jefe del régimen del bien, contribuyeron con una «fuerza internacional de Asistencia» (ISAF en sus siglas en inglés) de la que formó parte la participación española.
Para saber de qué iba la cosa nos puede servir la nomenclatura con la que los EEUU denominaron a sus operaciones militares del momento: «infinite justice» (justicia infinita), «enduring freedon» (libertad duradera).
Es decir, llevar hasta el paroxismo justicia y libertad a Afganistán, los dos mascarones de proa de la promesa de felicidad global del capitalismo neoliberal. ¡quién podía estar en contra!
Por lo que respecta a la justificación española de la participación en este contexto de guerra, ésta se basó en la resolución 1378⁄2001 de Naciones Unidas, que instaba a prestar asistencia urgente a la población Afgana, y en los Acuerdos de Bonn de la Conferencia Internacional sobre Afganistán de 22 de diciembre de 2001, que justificaban el apoyo militar de los países de la OTAN a la guerra afgana desencadenada por EEUU y Reino Unido.
Aznar enfatizó que esta misión pretendía traer la paz a Afganistán y conseguir la estabilidad de la zona, dos objetivos que, a pesar de veinte años de injerencia militar en los que se ha enfrascado el ejército español, no parece que se haya conseguido del todo y a los que, como veremos, da la impresión que en poco o nada han contribuido las acciones militares y la presencia de ejércitos internacionales durante estas dos décadas pasadas.
La operación militar española, que no se preveía tan larga, cobró un giro al cronificarse la guerra afgana y con el Presidente Zapatero, quien la usó como moneda de cambio para desagraviar a los EEUU tras el abandono efectista de la participación española en otra misión de injerencia militar regional, la de Irak, de la que fuimos parte al adherirse Aznar al famoso trío calavera de las Azores.
Entonces se enfatizó una justificación suplementaria: España participaba en Afganistán para la pacificación y reconstrucción del país, al que nuestras tropas podían contribuir dada su experiencia anterior en este tipo de actuaciones humanitarias.
Si acudimos a las intervenciones de los sucesivos ministros de defensa, desde Bono hasta Robles, ante el Parlamento para explicar las misiones internacionales españolas, la justificación de la de Afganistán siempre ha hecho referencia a la asistencia militar al gobierno legítimo (legitimidad por otra parte más que dudosa); la reconstrucción afgana (reconstrucción por otra parte poco visible y foco de negocio para las empresas vinculadas a los occidentales involucrados más que de bienestar para los afganos) o en la paz y la seguridad (paz que se nos antoja un sarcasmo y seguridad que brilla por su ausencia, no sabemos si gracias o a pesar de nuestro intervencionismo militar).
Ahora, al regreso de los últimos militares españoles en Afganistán, nos dice el ABC, ese diario tan ecuánime y objetivo, enfatiza su Comandante ante el rey «Señor, misión cumplida».
¿Misión cumplida? ¿Qué misión exactamente? Lo veremos a continuación respondiendo a varias preguntas:
1) ¿Ha acabado la guerra?
De modo que, al parecer, se han cumplido los loables objetivos de acabar la guerra, reconstruir, manu militari, Afganistán, y traer la paz a aquella azotada región, hoy más pacífica, libre y justa que antes.
Oficialmente, la guerra afgana ha acabado al menos cuatro veces: acabó en 2004, cuando la tropa de EEUU y Reino Unido venció definitivamente al ejército talibán, aunque luego se inició otra guerra «contra la insurgencia». Esta segunda guerra oficialmente acabó en 2014, con el fin de la misión ISAF de la OTAN y el traspaso total de la seguridad al gobierno afgano. Por desgracia, en 2015 se reactiva la guerra con una importante reconquista talibán, actos de terror por doquier y el aumento de operaciones militares incluso en la capital. Tal estado de inestabilidad que hizo activar una nueva operación de la OTAN, «Operación Apoyo Decidido», que se ha mantenido hasta que ahora oficialmente se da por acabada la guerra por cuarta vez con los acuerdos de paz celebrado por EEUU y los talibanes en 2020.
El actual Presidente de EEUU, que ha ratificado estos nuevos «acuerdos de paz» con la insurgencia afgana, en virtud de la cual todas las tropas aliadas saldrán de Afganistán durante este año, ha calificado de «guerra interminable» el conflicto afgano, sin descartar que ésta continúe una vez que los soldados occidentales salgan de ella y la dejen como estaba.
La insurgencia talibán, por su parte, se ha reservado el derecho a seguir atacando los intereses de EEUU después de que Biden haya aplazado hasta el 11 de septiembre la completa salida de la tropa americana.
El día 8 de mayo, sin ir más lejos, un atentado talibán en el aeropuerto de Kabul dejó un rastro de 60 muertos.
De modo que la retórica pacificadora falla por su exceso de realismo mágico: la guerra no parece haber acabado del todo, porque ha rebrotado al menos tres veces después de acabada por primera vez y nada presagia que los nuevos acuerdos de paz impliquen el final de la guerra afgana, sino sólo el final de la presencia militar occidental en ella.
Así pues, la guerra no ha acabado. O al menos no para los afganos, que siguen expuestos a enfrentamientos militares entre la facción prooccidental, que controla las principales ciudades y la mitad del territorio, y los talibán, que controlan la otra mitad y tienen una capacidad nada despreciable de desencadenar atentados y operaciones militares de diferente escala.
2) ¿Se ha restaurado la paz?
Pero, como es sabido, la paz no es la mera ausencia de guerra y, como regla general, no empieza a mostrar sus brotes verdes sino hasta después de que los militares dejan el escenario y comience a operar la dinámica de la construcción de la paz, con las tres «erres» de Galtung (Reconstrucción, Reconciliación, Resolución), y una cuarta «erre» de inteRrelación de las tres anteriores, como ejes del proceso.
¿está Afganistán en ese proceso de desencadenar dinámicas de construcción de la paz? Todo hace sospechar que no mucho.
Tal vez podemos considerar que la paz no es una situación estática, sino un ideal referencial y difícil de conseguir por completo, al que sólo nos podemos referir de forma relativa: conseguir más o menos paz.
De hecho, mientras no se destierre de nuestros modos de estar en el mundo el entramado de violencias (directas, estructurales, culturales y sinérgica) que marcan nuestras relaciones y mientras no desinventemos el paradigma de dominación /violencia que sirve de marco global a nuestras sociedades y mentalidades, en realidad paz, lo que se dice paz, no la hay sino en la imaginación y en la propaganda de los que mandan en el mundo.
De ahí que sea más útil, para valorar el grado de paz de los pueblos, someternos a «índices», medir indicadores comparativos.
Esto nos ofrece, a día de hoy y a escala planetaria, un panorama donde ningún Estado ha conseguido la paz, como puede verse en el conocido «índice de Paz Global» (en adelante IPG).
Según el IPG, Afganistán ocupa el puesto 163 del mundo, el peor de los que valora dicho índice, con alarmantes dosis de violencia e inseguridad a todos los niveles, conflictividad generalizada, ausencia de derechos humanos y altas dosis de militarismo y de securitización.
Tampoco desde este punto de vista puede decirse que Afganistán sea ahora más pacífica que antes de desencadenarse la intervención militar occidental. De hecho su «avance» desde 2001 a la fecha actual es insignificante.
Si acudimos a los principales indicadores de desarrollo humano (IDH), las cosas son más que elocuentes.
- El índice de desarrollo humano de Afganistán en 2002 lo situaba como el país 161 con peor IDH del mundo. El de 2019 lo sitúa en el puesto 169, el peor de los que mide este segundo índice.
- La esperanza de vida se situaba en 57 años en 2002. Actualmente crece hasta los 64, si bien con importantes matizaciones por el alto grado de violencia y la exposición a la muerte violenta.
- La tasa de mortalidad materna del país es de 396 muertes por cada 100.000 nacidos vivos y su tasa de mortalidad infantil es de entre 66 a 112.8 muertes por cada 1.000 nacidos vivos, también entre las peores del planeta.
- Más de 5.200.000 afganos y afganas viven desplazados o emigrados fuera del país, aunque, paradojas de la vida, envían remesas por valor de más de 420 millones de dólares anuales, convirtiéndose en uno de los principales contribuyentes a la financiación de la guerra de la que han huido.
- La renta anual per cápita está en 524 euros, con sólo 9 estados muy devastados (República democrática del Congo, Mozambique, Madagascar, República Centroafricana, Niger, Malawui, Eritrea, Burundi y Sudán del Sur) por debajo.
- La deuda pública afgana, principalmente con las potencias occidentales, alcanza más del 6 % de su PIB.
- Su gasto militar supera el 4,5% de su gasto público, con un gasto por persona y año de 6,1 euros, lo que equivale a 1 euro de cada 85 del PIB per cápita, mientras el gasto en salud no llega al 3,5% del gasto publico.
- Su paro oficial alcanza al 11,7% pero su economía informal supera el 40%.
- La tasa de analfabetismo alcanza el 57% de la población, un 55% para hombres mayores de 24 años y un 29,8 para mujeres y más de 10 millones de jóvenes analfabetos y analfabetas.
- Entre las principales enfermedades de la población se encuentra la tuberculosis, con más de 78.000 nuevos casos por año y más de 2.100.000 personas recibiendo tratamiento de dicha enfermedad. Cuentan también con muy altas tasas de VIH-SIDA, poliomielitis, desnutrición, lepra, fiebres tifoideas, hepatitis A o leishmaniasis.
- A pesar de avances al respecto en materia de género, la violencia contra las mujeres sigue siendo una asignatura pendiente. Más de 2.2 millones de niñas no asisten a la escuela. La tasa de violencia contra la mujer es elevada y la inestabilidad política, junto con la posibilidad de que los talibán vuelvan a marcar la agenda política, hace temer retrocesos significativos.
Podríamos seguir la devastadora lista de indicadores sociales que demuestra el grado de violencia directa, estructural, cultural y sinérgica al que se enfrenta la vulnerada población afgana.
Si hacemos caso de este cúmulo de indicadores podemos decir que, si la guerra fue terrorífica, la paz que se ha proporcionado a los afganos se nos antoja horripilante y el futuro que se presenta no parece mucho más halagüeño después del paso de los ejércitos occidentales.
3) ¿Para quién ha sido beneficiosa la intervención militar?
Es muy relevante conocer que, por ejemplo, EEUU lleva invertidos en la guerra y ocupación de Afganistán más de 2 billones de dólares desde 2001. Una cantidad que, de haberse aplicado a promover políticas sociales en vez de a perpetuar la ocupación, se nos antoja que podría haber mejorado la condición de los afganos y afganas de una forma inusitada.
España ha gastado en su propia misión de injerencia militar en Afganistán cerca de 4.000 millones de euros, una cantidad asombrosa que ha dejado de utilizarse, si se quiere, en políticas sociales y necesidades no cubiertas en España o en políticas de solidaridad más efectivas en Afganistán. ¿No habría sido una mejor apuesta para la paz?
Contamos con una larga nómina de no beneficiados por esta ingente cantidad de dinero gastado en mantener una ocupación militar de más de 19 años en Afganistán:
- Los afganos y afganas en general.
- Los 2.442 soldados americanos muertos en combate y los 1.144 de otros países de la OTAN, así como los más de 45000 soldados afganos muertos y más de 47.000 civiles a causa del conflicto.
- Han perdido también los más de 5 millones de inmigrantes forzados y los más de 4 millones de desplazados internos.
- Ha perdido por la devastación la sucesión de ecosistemas afganos y una parte muy relevante de su patrimonio cultural, de sus infraestructuras y redes de comunicación.
- Ha perdido la construcción de la paz en Afganistán
- También han perdido oportunidades las necesidades sociales en los países emisores de ocupantes.
- Ha perdido por goleada la solidaridad entre los pueblos y la paz mundial.
La guerra siempre supone una locura y la pérdida para la mayoría y Afganistán es un rotundo ejemplo.
Pero, entonces ¿Quién ha salido ganando?
Pues podemos hacer una nómina no menos elocuente.
- Por de pronto, la legitimación del intervencionismo militar como modo de imponer un estatus quo terrible a escala planetaria.
- Ha ganado la experiencia en acción militar de la OTAN y el militarismo promovido por ésta.
- Ha ganado la industria militar, que ha vendido un material significativo utilizado en Afganistán tanto para los ejércitos de ocupación como para el ejército afgano.
- Ha ganado el militarismo en Afganistán.
- Han ganado los contratistas que alcanzaron acuerdos, corrupción por medio, en Afganistán para las tareas de explotación y de reconstrucción.
- Han ganado élites corruptas de Afganistán
- Ha ganado la lógica del conflicto y la cronificación de la violencia y la inestabilidad en un escenario sensible del planeta.
4) ¿Y España qué?
Si nos atenemos a las cifras oficiales, España ha gastado cerca de 4.000 millones de euros en la participación militar en la ocupación de Afganistán hasta este año 2021 y 526 millones de Ayuda oficial al Desarrollo (de ellos sólo 80 millones por parte de AECID, frente al resto de las agencias, sumando los 89 millones de «ayuda humanitaria» pagados por Defensa y no computados como gasto militar) hasta 2015, año en que se cerró dicha ayuda al desarrollo y AECID desmontó su tinglado.
La desproporción entre una y otra ayuda resulta más que elocuente tanto de las preferencias de nuestra «cooperación» con el resto de los lugares del planeta como el desenfoque de la propia idea de cooperación al desarrollo, que contempla ayudas de ministerios que tienen que ver muy poco con los objetivos de desarrollo y sí mucho con la protección de intereses propios.
Por lo que respecta a la participación española, la intervención de Afganistán ha sido un claro aprovechamiento para el entrenamiento en escenarios de guerra del ejército español, algo muy estimado por parte de los ejércitos, pero también ha servido de excusa para el incremento de nuestro gasto militar y de nuestro intervencionismo militar como modo de representar algo en el escenario internacional.
También fue excusa para incrementar los programas especiales de armamento, por ejemplo, con vehículos blindados. Primero para poner en marcha la compra y modernización de más vehículos BMR Como los utilizados antes en la ex – yugoslavia por blindados 4×4 RG 31 y Vamtac (más de 400 millones de euros) y luego para comprometer la compra de los famosos VCR actualmente renegociados (2.100 millones de euros), porque en teoría los anteriores eran poco seguros en escenarios como Afganistán (¿Será que esperamos entrar en otros escenarios como aquel?).
De modo que también ganaron las industrias militares españolas vendiendo programas de armamento «Made in Spain» al ejército español.
Vehículos blindados que luego, de paso, hemos vendido a otros países, como por ejemplo Egipto (260 unidades); Arabia Saudita (140) o Perú.
La experiencia también sirvió para vender otro tipo de camiones militares blindados «Made in Spain» a Marruecos en 2008 por más de 113 millones de euros (vehículos que al parecer ahora están en uso en la guerra de Marruecos contra los saharauis).
Entre los ganadores de la fiesta están también los militares que han participado en la aventura, que han conseguido un cuantioso sobresueldo por su participación en este escenario y han aumentado su hoja de méritos.
Han ganado del mismo modo los intereses de nuestra casta política, que gusta de hacerse presente en el escenario internacionales por nuestro papel de mamporreros, como si las sociedades de este apéndice del imperio no tuvieran nada mejor que ofrecer al mundo.
Ha ganado de forma clamorosa la desinformación sensacionalista con la que nos han velado la realidad, haciéndonos creer que lo que se cocía en Afganistán era algo distinto a lo que era y que nuestro papel allí era loable.
En mi criterio ha ganado el militarismo y los señores de la guerra, porque la guerra siempre la ganan los promotores de este negocio tan tétrico.
Una misión cumplida, por tanto, que es muy de celebrar por parte de los que mandan, pero muy poco a celebrar en realidad para una sociedad que se quiere quitar la costra de cinismo que nos embadurna.
Juan Carlos Rois/grupotortuga.com