Por Gerhard Dilger y Vanessa Dourado, Resumen Latinoamericano, 22 de mayo de 2021
«Queremos eliminar toda explotación de cuerpos y territorios»
Camila Zárate es ecofeminista y participa en las rebeliones desde la Revolución Pingüina de 2006. Resultó electa en las elecciones de Constituyentes que cristalizaron no sólo el fin de la Constitución pinochetista, sino también el enorme influjo de los feminismos en la revuelta social que se inició en octubre de 2019 para cambiarlo todo.
Las elecciones para Constituyentes en Chile llevaron a la superficie el inmenso movimiento de los feminismos, que formarán parte de la elaboración de una nueva Carta Magna. Entre ellas, Alondra Carrillo y Elisa Giustinianovich, de la Coordinadora Feminista 8 de marzo estarán entre les 155 convencionales, que fueron elegides con paridad de género y 17 escaños reservados para pueblos indígenas. Janis Menesses Palma y Dayana González también fueron electas para escribir la Constitución que dejará atrás para siempre la de la dictadura de Augusto Pinochet. Por la lista del Pueblo Distrito 7, de Valparaiso, y de la Plataforma Feministas Constituyentes, resultó electa Camila Zárate, especialista en Derecho Ambiental y Derecho Animal, quien ha coordinado el Glosario Eco-constituyente de OLCA.
¿De dónde sos y por qué te presentaste para la Constituyente por Valparaíso?
–Yo comencé a enfocarme en la temática socioambiental en el colegio. Vengo movilizándome desde la Revolución Pingüina en el año 2006. Fui alumna del emblemático Liceo 7, de Valparaíso. Fui parte del centro de alumnas y pasé a dedicarme a la temática ambiental en términos de activismo, al tema del reciclaje. Luego, ya en la en la Universidad de Chile, fui parte del centro de estudiantes y de la movilización en 2011 y empecé a involucrarme en procesos en Valparaíso, aunque estudiaba todavía en Santiago. Terminé la carrera de Derecho en la Universidad de Chile, y desde allí seguí super enfocada en la temática ambiental. Fui delegada de la Federación de Estudiantes donde levantamos una comisión de medio ambiente y un comité de sustentabilidad. En 2012, año en que yo hice un diplomado sobre sustentabilidad en la USACH, empieza a formarse el MAT (Movimiento por el Agua y los Territorios), que articula a distintas organizaciones territoriales, de estudiantes, de apoyo y feministas que les interesaba la temática ambiental.
¿Qué hacían concretamente?
–Vinculamos demandas comunes y conflictos macro relacionados con la derogación del Código de Agua, una Asamblea Constituyente o la protección de los glaciares, los humedales, los bosques nativos. Fuimos forjando un gran movimiento donde marchamos el 22 de marzo, el Día del Agua, y el 22 de abril, el Día de la Tierra. Después fui parte de una organización que se llama Red por la Defensa de la Precordillera, en Santiago, y en el 2017 formé parte también de la EcoAgrupación Estero Cabritería, porque ya también me estaba quedando más a vivir en Valparaíso. Desde allí también formo parte como Red y soy co-vocera del MAT. Hemos levantado el MAT en Valparaíso. Vino la necesidad que fuéramos los movimientos sociales quienes redactáramos la nueva constitución. En algo influyen los conocimientos jurídicos que una tiene, pero sobre todo esto tiene que ver con el movimiento social y con la importancia que los territorios se sientan representados con sus grandes demandas. Vengo a ser más portavoz de las demandas y reivindicaciones que a llevar mis propias propuestas. Siempre hemos estado al servicio de los territorios y las comunidades, las asambleas, los cabildos, los encuentros. Desde hace más de diez años hemos estado deliberando, ahora ya estamos en una etapa que queremos que estas grandes cosas que hemos construido puedan reflejarse en la constitución.
¿Cómo y cuándo las luchas feministas pasan a tener más espacio en el escenario político chileno?
–No había feminismo en Chile hace cinco años en términos de masas. Siempre hubo organizaciones feministas, articuladas y trabajando, pero de alguna manera se gana fuerza alrededor del año 2018 en el ámbito estudiantil cuando las estudiantes se atreven a denunciar profesores en el espacio universitario. Desde ahí se empieza, sobre todo, a recalcar la labor de los cuidados. En ese momento se forma la Coordinadora Feminista 8 de marzo, que es una coordinación de organizaciones articuladas en función de la marcha del 8M en nuestro país. Este ha sido un espacio de encuentro, pero que también logra converger distintas plataformas y organizaciones feministas que antes de eso no estaban trabajando articuladas, como la articulación en función de la despenalización del aborto y la de no más violencia contra las mujeres. Al mismo tiempo hay un espacio mucho más grande que se llama Plataforma Feministas Constituyentes, donde también somos compañeras.
¿Cuáles son las propuestas para pensar una nueva constitución en clave feminista?
–En esta Plataforma Feministas Constituyentes buscamos conformar un programa común para acabar con la penalización de la vida de las mujeres, las niñas y las disidencias. Al mismo tiempo somos puras mujeres independientes de partidos políticos. Queremos construir una agenda feminista a través de una constitución que sea transversal y entender también que no solamente nos interesa que estén las grandes demandas por parte del movimiento socioambiental feminista, sino también la participación que tengamos las mujeres, las niñas y las disidencias al momento de redactar la constitución. Hasta ahora, las constituciones han sido redactadas antidemocráticamente y además, siempre por varones. Este proceso paritario que estamos habitando también va a dar una perspectiva muy distinta. Una perspectiva que esperamos que sea no solo de género sino feminista en la construcción de una nueva sociedad. Una de las propuestas que hemos vinculado es eliminar todas las formas de violencia contra las mujeres, las niñas y las disidencias, lo que tiene que ver con sus derechos sexuales – no solamente decidir sobre nuestras propias cuerpas, si queremos o no embarazarnos, sino también cómo queremos vernos, es decir, qué forma física queremos tener. Porque la sociedad también decide respecto a eso. Las que nos reconocemos como ecofeministas también nos interesan las demandas en torno al fin del extractivismo, queremos eliminar toda la explotación de cuerpos y territorios. En el momento en que existe una depredación territorial, quienes somos más afectadas somos las mujeres. En las zonas de sacrificio, cuando a una comunidad se le despoja de sus economías locales, donde se obliga a los varones a ser parte de las mismas empresas que les están contaminando, finalmente ¿quiénes tienen que hacerse cargo de la movilización, de la defensa del territorio, de los niños y niñas que han sido intoxicados, los enfermos, incluso los mismos maridos, que terminan enfermos de cáncer? Somos nosotras. En el campo, las temporeras que están viviendo bajo una forma de contratación sumamente precarizada y eso tiene que ver directamente con una agroindustria que discrimina no solamente por género, sino también de manera netamente colonial y racista en nuestro país. Y cómo no mencionar a la minería, donde no solamente se está destruyendo el territorio, también se despoja, se contamina las cuencas de agua, se destruyen las economías locales. Al mismo tiempo las mujeres cumplen un rol relacionado con la minería desde la cosificación de nuestros cuerpos y territorios. Al momento de insertarse la minería, también se genera una economía masculinizada, en que las mujeres terminamos sosteniendo un rol desde el punto de vista de la prostitución en estos espacios muy masculinizados. Esos son elementos concretos de cómo el extractivismo, además de depredar los territorios, depreda los cuerpos sobre todo de las niñas, mujeres y disidencias. Entonces, para nosotras las demandas antiextractivista y por desprivatizar el agua y las semillas, para tener una alimentación que pueda nutrir nuestros cuerpos de manera sana, tiene que ver con una demanda profundamente feminista. Entendemos que el feminismo no es solamente una cuestión relacionada con la temática de las mujeres, sino más bien la perspectiva feminista transciende a todas las temáticas de la precarización de la vidaen el ámbito laboral, de la salud y en otros espacios donde las mujeres somos protagonistas y estamos organizadas políticamente para cambiar las reglas de juego.
¿Cómo funciona la colaboración en este proceso constituyente? Por ejemplo, ¿cómo trabajan ustedes con los distintos grupos indígenas?
–Es una pregunta tremenda porque primero hay que considerar las diferencias políticas. Hay una estrategia que es generar un Estado Plurinacional que contemple distintos pueblos-naciones; sin embargo, también hay otra tendencia igual de válida, que es pensar no solamente desde un mirada del Estado, sino justamente cómo generamos autonomía territorial desde el control y la autodeterminación, independientemente de lo que pase o no con el Estado. Ambas estrategias tienen que estar presentes. El proceso constituyente no solo se construye por esta coyuntura que estamos viviendo, que se da con la revuelta social sino es un espacio más amplio de deliberación de territorios y comunidades, desde el año 2016 donde ya estábamos creando un proceso de cabildos, de encuentros, o incluso antes. La verdad es que todos los movimientos ancestrales tienen algo que decir. Tienen su propia estrategia y están dando un proceso constituyente de por sí porque están sustituyendo lo que había y constituyendo algo nuevo. Desde este punto de vista, hemos sido bien respetuosos de los movimientos en los territorios que plantean la perspectiva plurinacional no solamente hacia el Estado, pensando una articulación de políticas, haceres y saberes desde los distintos pueblos-naciones. Entendemos y respetamos las distintas estrategias. En concreto, nos gustaría que la constitución estableciera un reconocimiento no solamente a las autonomías y la autodeterminación sino también a las distintas formas de hacer economía, hacer política y hacer incluso sus propias estructuras jurídicas por parte de las comunidades ancestrales. En Chile hay una deuda histórica que no solo tiene que ver con una represión brutal de un país donde constantemente los gobiernos han declarado guerra a los pueblos-naciones ancestrales, sino también una deuda vinculada con el despojo territorial del agua y de la tierra. Tiene que haber una forma de reparación que incluya la indemnización que se le debe por parte al Estado a los pueblos ancestrales. No basta un reconocimiento de papel en la constitución: se debe poner en la práctica una autodeterminación real y una plurinacionalidad.
¿Hay feministas en los pueblos originarios, en los movimientos originarios ancestrales?
–Se están construyendo procesos que no son fáciles. Para cierta tendencia dentro de los pueblos ancestrales, está la idea que el feminismo es una práctica colonial que se viene a imponer a las comunidades. Por eso también la reivindicación de otras formas de feminismos también es interesante: no es lo mismo un feminismo posmoderno que un feminismo de los pueblos y de los territorios. Entonces también hay elaboraciones donde la misma comunidad es quien genera ese proceso de construcción feminista, pero desde sus propias prácticas y saberes y no como las otras chilenas lo estamos habitando. Pero con esto hay que ser justas y justos, sabemos también que hay todavía prácticas patriarcales en los pueblos ancestrales. Hay noticias que nos impactaron desde Rapa Nui, donde se legitimaba la posibilidad de violar a mujeres, es justo decir que la lucha feminista allí es un proceso de construcción. Eso lo digo incluso siendo animalista, entiendo que hay procesos que se dan de forma lenta en cada lugar, que se están habitando desde diferentes espacios en las comunidades. Por supuesto entran en juego tensiones, no son fáciles, no esperamos que lo sean tampoco.
¿Estos procesos de diálogos entre feministas y pueblos originarios se dan en pie de igualdad? ¿Dificulta la carga académica un lenguaje común?
–Por esto la importancia de respetar los procesos. Si desde la academia se intenta buscar un “cómo debiera ser un feminismo para los pueblos ancestrales y las comunidades” termina siendo una imposición igual. No hay una igualdad entre lo que podemos saber de feminismo desde la academia, o a través de los conocimientos a nivel mundial, frente al feminismo que se puede dar en las comunidades o territorios organizados; por eso siempre hay que tener ojo con esto, porque no hay una situación de igualdad frente a estos procesos de conocimiento. Son procesos más largos.
¿Cuál es la diferencia entre los movimientos socioambientales y feministas frente a las fuerzas feministas y ecologistas en los partidos tradicionales?
–Hay muchas. La primera diferencia sustancial es que lo que sucede hoy es una crisis política e institucional y en esta crisis todos los partidos están involucrados, casi sin excepción. Solo podríamos excluir a los partidos que se quedaron afuera del llamado acuerdo de paz de noviembre 2019 – un acuerdo que fue firmado en cuatro paredes para ponerle fin a la revuelta social y calmar lo que estaba sucediendo en Chile, este despertar. La gente ya no se siente representada por los partidos políticos, ya los ve como un espacio de poder donde el ciudadano común, que no milita en nada, no se siente parte. Hoy la ciudadanía no siente que puede tomar decisiones, ya que la democracia está totalmente restringida. Tampoco hay iniciativas populares de ley: nosotras podríamos iniciar un proyecto precioso desde los cabildos que lideraran la campaña contra las Administradoras de Fondos de Pensiones de Chile (AFP), y eso quedó como letra muerta porque no tiene cabida. Así como tampoco hay un instrumento institucional que haga que esto llegue a buen puerto. Por ello hay un descontento total de la ciudadanía: porque no existe la cabida y tampoco viene la solución en la discusión, porque la clase política no solo se protege a sí misma sino que, además, protege al empresariado – un actor que genera pobreza, pero que siempre va a tener el respaldo de los partidos políticos de nuestro país. Dijimos que no vamos a ser parte de eso, y nos vamos a proyectar como siempre lo hemos hecho: desde los movimientos sociales con autonomía y en paralelo con lo que pase con los partidos políticos.