Por Pierina Ponce. Resumen Latinoamericano, 29 de mayo de 2021.
Sin la Copa América el gobierno se quedó sin el distractor perfecto para diluir las manifestaciones que ya por varias semanas se toman las principales ciudades del país y que han conseguido la renuncia de ministros y el retiro de proyectos de ley, importantes para el gobierno, pero nocivos para la ciudadanía.
Además, tumbaron la candidatura presidencial de la vicepresidenta y han logrado captar la atención de medios y organizaciones internacionales que denuncian el excesivo uso de la fuerza policial y militar. Por desgracia, como es ley en un país violento, la rebelión se paga con muertos, que siempre los pone el pueblo.
Ahora sin cortinas de humo que desvíen la atención a otros temas, el gobierno apelará al desgaste de las manifestaciones pacíficas, a que la gente se aburra y los de la primera línea pierdan lentamente el apoyo ciudadano por físico agotamiento, mientras sigue con su discurso de culpar del descontento al castrochavismo, las disidencias, Maduro, la izquierda y todos esos agitadores que ya conocemos; desconociendo que este estallido que hoy experimenta el país no le pertenece a ningún político, no son los partidos los que están en la calle, es la gente de a pie, la que se cansó y la que ya no tiene miedo, porque por la falta de oportunidades existente en Colombia no tienen nada que perder.
Ante la sordera del gobierno, que está más enfocado en inventar enemigos que en escuchar lo que la calle grita, cabe preguntarse: ¿qué más se necesita?, ¿cuántos muertos más tiene que haber para que de una buena vez los que están al mando entiendan que es hora de poner en el centro de la discusión pública los problemas estructurales que afectan a los colombianos (como la corrupción, la desigualdad, la pobreza, la falta de accesos a servicios básicos y de oportunidades, los asesinatos y el abandono del Estado en algunas zonas del país, entre muchos otros)?
Está claro que estos problemas que venimos arrastrando por décadas no se solucionan de un día para otro. Pero esta es una oportunidad para que la sociedad se organice en torno a sus legítimas demandas y tome un rol activo en la democracia.
De nada sirve que hoy marchen y en las elecciones no voten o peor aún vendan el voto. Aunque parezcan obviedades y suene a disco rayado, si seguimos eligiendo gobernantes que solo aparecen cuando están en campaña, que no representan y no conocen la realidad de la mayoría de los colombianos, las brechas sociales continuarán profundizándose, habrá razones de sobra para protestar y los estallidos sociales serán una constante
27 de mayo de 2021
Adendum:
Alfredo Mondragón agrega:
En los últimos días se ha recordado la escena de la película “La Caída”, o Der Untergang por su título original. Y aunque ha sido utilizada desde las marchas de estudiantes universitarios en el 2011, hoy vuelve a tomar vuelo y mayor significado gracias a la parodia de Juanpis González, que recrea el momento en que el führer es informado por sus lugartenientes que ha sido derrotado, entrando en cólera absoluta.
De la producción cinematográfica en mención también se recuerda un fragmento desgarrador. En medio del feroz bombardeo en Berlín, Hitler decide salir de su búnker para “condecorar” por su “nacionalismo” a niños que eran utilizados como carne de cañón en medio de la confrontación militar. En el film que retrata el hundimiento del tercer reich, el líder se aferra al poder y la violencia hasta las últimas consecuencias.
En Colombia más allá de la parodia y la ficción, podemos estar asistiendo a la caída del uribismo, proyecto político que empezó su hegemonía hace dos décadas con la “seguridad democrática”. En el 2002, Álvaro Uribe Vélez arrasó en primera vuelta obteniendo el 54,35 % del total de la votación. Fueron entonces 5.862.655 de colombianos que votaron por la promesa de derrotar aquel “enemigo común”, el terrorismo que amenazaba las instituciones democráticamente constituidas.
Este proyecto que contó con la asistencia militar norteamericana, la unanimidad del bloque del poder nacional, mayorías en el empresariado, las fuerzas militares, medios de comunicación, iglesias, el Congreso de la República, entes de control y las altas Cortes, lo llevó a modificar la Constitución Política de Colombia, para poder presentarse a una segunda elección. En el 2006, obtuvo el 62.52 % del total de los votos, en esa ocasión fueron 7.397.835 colombianos los que reeligieron la promesa de encontrar solución a los problemas de la nación por la vía militar.
Sin duda alguna fue un octenio que dejó una estela de terror. La criminalización de la protesta social, agudización de la represión y violaciones de los Derechos Humanos fueron una constante.
Durante ese periodo, Colombia se constituyó en uno de los países más peligrosos para ejercer el sindicalismo, de acuerdo a los informes anuales de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Por su parte, la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) ha informado que entre el periodo 2002 – 2008 “por lo menos 6.402 personas fueron ejecutadas extrajudicialmente (asesinadas) para ser presentadas como guerrilleros dados de baja en combate, en todo el territorio nacional», en lo que se ha conocido con el eufemismo de “falsos positivos”.
Este proyecto político que contó en el pasado con el favor de la población se encuentra en pleno hundimiento. De acuerdo a la encuesta de Ivamer Poll publicada el lunes 24 de mayo del 2021, la desfavorabilidad de Álvaro Uribe Vélez es del 73%.
La debacle se expresa en medios gobiernistas norteamericanos como CNN, cuando uno de sus periodistas lo confronta: “muchos colombianos y colombianas se sienten ofendidos por su retórica”, refiriéndose a un trino que fue eliminado por Twitter en que alentaba a la fuerza pública a disparar en contra de los manifestantes del paro nacional, provocando la ira de Uribe. Días después, en este mismo canal, el presidente Duque fue impugnado como “títere de Uribe”.
En la actualidad el bloque de poder nacional que se encuentra fragmentado cada vez toma más distancia de Uribe. Buscando en el centro político, si es que existe en la nueva realidad colombiana, las posibilidades de enviar un mensaje de cambio a la sociedad, pero en el cual el statu quo se conserve. En las fuerzas militares se comienzan a expresar algunas fisuras.
En este contexto, el director general de la Armada, el contralmirante Juan Francisco Herrera, sale por diferencias con el presidente Duque en relación con la protección del terminal portuario en Buenaventura. Es evidente que se pretendía profundizar el caos. El gabinete hace agua. El alto comisionado Miguel Ceballos sale expresando diferencias con la intromisión de Uribe en las funciones propias de su cargo.
En medio de la caída, la reducida facción del uribismo se aferra desesperadamente al poder y la violencia. Pretenden establecer un estado de miedo y caos en las ciudades, estimulando la confrontación armada en lo urbano, y para eso necesitan una guerra urbana y mucha publicidad.
El propósito es aparecer nuevamente como salvadores con el candidato del que diga Uribe. Hoy, el bloque de poder busca afanosamente su candidatura en el “centro” desmarcándose de Uribe, para competirle a Petro. Lo cierto es que Uribe no se encuentra en el centro de la ecuación como hace 20 años.
Un grupo de jóvenes pinta las calles del barrio Verbenal como protesta por la muerte de manifestantes en Bogotá. (Carlos Ortega /EFE)
Fuentes: PaCoCOL y Las 2 orillas