Por Valentina Portillo. Resumen Latinoamericano, 7 de mayo de 2021.
Formamos parte de una clase social que parece condenada a perder siempre, víctima de la más cruda manipulación cultural. Veteada con los peores vicios de la ideología dominante, entrenada para matar a los nuestros, en cuerpo y en alma.
“Predestinada” para ser sirviente de unos pocos, cuya verdadera cara casi nunca conocemos. Sentenciada a sufrir de ignorancia, estupidez y hambre; un hambre que ya nos hizo vender la dignidad a cualquier postor, y, por lo tanto, ya nos hizo renunciar a toda convicción más allá de la supervivencia. ¿La prueba? Los votos salvadoreños fueron comprados con una pandemia, terrorismo, paquetes de comida, bonos de $300.00, vacunas, laptops, y un puñado de mentiras. Sin embargo, nuestra gran tarea sigue siendo descubrir que somos valiosos, que merecemos lo mejor, que nuestro pueblo demostró que es hermoso y que nadie puede salvarnos: solo nosotros nos salvamos.
Durante quinientos años el adversario metamórfico nos ha inducido a pensar que nada somos, que nada valemos, que nada merecemos. No puede explicarse de otra forma lo que ocurrió el 28 de febrero de 2021 y lo que acontece tras los golpes de Estado al órgano legislativo (9 de febrero de 2020) y judicial (1° de mayo de 2021), y que, con ello, millares de salvadoreños crean que se está gestando una auténtica revolución proletaria.
Este contexto también lo definen 29 años de trabajo de Organizaciones No Gubernamentales, y universidades aparentemente progresistas (Universidad de El Salvador y Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas”), que se bebieron los recursos financieros de la cooperación internacional y del presupuesto nacional, y abandonaron la educación de nuestro pueblo; hoy le piden desvergonzadamente a este pobre pueblo ignorante que salga a las calles a exigir derechos que no conoce.
Hemos hablado vastamente del fracaso de nuestros líderes, de la traición de muchos compañeros; muchos de ellos mercenarios que vendieron nuestra causa. Basta con observar a miserables sindicalistas como Roswal Solórzano, quien además de abrir la puerta de la Corte Suprema de Justicia a la Policía Nacional Civil este 2 de mayo, para tomarse las instalaciones en favor de los nuevos magistrados golpistas; están por crear una sola central sindical con ayuda del mafioso Rolando Castro, ministro de Trabajo, al mejor estilo de Jimmy Hoffa. En este sentido también hay que apuntar la infiltración del adversario en el discurso desertor y derrotista de ciertos activistas presentes en cada organización social. Ya empezaron los despidos masivos de trabajadores de alcaldías, Asamblea Legislativa, CSJ y FGR, y esta vez no hay institución o sindicato que los defienda, porque cada espacio, cada ministerio, juzgado y sindicato están tomados por el totalitarismo.
No podemos pensar que nuestra causa, la de los oprimidos, siempre ha sido una causa perdida, pues hemos luchado siempre: nos masacran, nos reprimen, nos ahogan en la miseria, pero siempre hubo quien se alzó para defender una memoria de la dignidad: Anastasio Aquino, Feliciano Ama, Apolinario Serrano, Óscar Romero, Marianella García Villas, Febe Elizabeth Velázquez, entre miles de hermanos y hermanas y verdaderos aliados y aliadas que nos mostraron como soñadores que fueron, que había algo entre nuestras cejas llamado dignidad, que es esa promesa de cada niño y niña que abre los ojos bellos y mira por primera vez la luz. Los sobrevivientes, envenenados por el enemigo, justo ahora preferimos salvar la vida que recuperar esa verdad de cada niño y niña que merecen esta tierra, porque sus abuelos ya la pagaron con sangre. Y qué vida, la que nos queda luego de semejante renuncia.
No es raro que los supervivientes de esta historia mentirosa elijan a asesinos, abusadores y narcotraficantes para que sean presidentes, legisladores y juristas. No es extraño que se enamoren de sus caravanas de automóviles costosos, barbitas gelatinosas, lenguaje pandilleril, narices empolvadas y cruceros exclusivos, si la mercancía mediática les ofrece esas quimeras. No es espontáneo ese nacionalismo ingente que ya anda por ahí regodeándose en soberanías e independencias que El Salvador jamás ha poseído. Debajo de la mesa, el apoyo de la élite estadounidense continúa, por más buena voluntad que aparezca en el horizonte.
No es de sorprender que las y los trabajadores salvadoreños no se interesen por lo que sucede, o bien, aplaudan la destitución reciente e inmediata de este infausto 1° de mayo de 2021 ‑con dedicatoria contra nuestra clase- del último adversario del tirano, la Corte Suprema de Justicia. Bastión tradicional de la derecha, pero serio contrincante en la pretensión ‑hoy sueño realizado- de destruir a las instituciones para que el pequeño hombre del narcotráfico a quien muchos llaman el mejor presidente de la República pueda decir: “Soy Instrumento de Dios y soy el Pueblo, he dicho”.
Varias son las reacciones ante semejante bestialidad. Quienes lo veíamos venir entrenamos a nuestro corazón para analizarlo racionalmente, por más que conserváramos una esperanza pequeña. Sabíamos desde hacía mucho, ayudados por padres y maestros, que entregamos nuestro poder a líderes de izquierda que sirven a sus personales intereses, y a quien el pueblo castigó, flagelándose a sí mismo. Conocíamos el discurso pseudo radical, pseudo anarquista, y pseudo marxista pro Bukele, que buscaba en realidad, erigir a esta burguesía advenediza en su pugna con la oligarquía tradicional. Era lógico que el nuevo clan narcotraficante se tomaría fácil y rápidamente el poder a través de las elecciones de 2019 y 2021.
Sabíamos, porque lo dijeron los pocos veteranos que quedan en pie, en los pocos espacios donde podían expresarse, que buena parte de nuestro pueblo estaba a disposición del oscuro proyecto cultural de dominación. Por lo tanto, las palabras de algunas organizaciones sociales la mañana del 3 de mayo de 2021, no tienen el más mínimo sentido: ¿no veían venir el desastre, la UCA, prestigiosa en el tema de derechos humanos y procesos históricos, y las organizaciones sociales más próximas al trabajo territorial? ¿No sonaban con ladridos feroces y pasos pesados, las agresiones actuales?
Veíamos venir retrocesos cada vez más graves a nuestras conquistas históricas, a veces concesiones, otras veces logros. Ejemplo de ello es la nueva soledad que debemos enfrentar en cada pequeño círculo laboral o social; el rechazo de amigos, colegas, vecinos o familiares, al conservar nuestros ímpetus y convicciones contra la agresión actual. El ataque mezquino y omnipresente de la Gran Máquina cultural que ya no requiere de prisiones y tortura física para inmolarnos y traicionarnos, porque somos nuestra propia cárcel y traición.
Debería regocijarnos ver saltar de nuestra precaria embarcación a las ratas que quedaban; debería indignarnos sentir botas de soldado y policía, y yina de pandillero que en cada calle salvadoreña nos ahogan de miedo; debería asombrarnos el fanatismo de los tontos e ignorantes que siguen defendiendo lo indefendible; deberíamos luchar porque nuestros niños y adolescentes comprendan lo que sucede, porque haber dado la espalda a nuestra memoria histórica, siempre rebelde, ha provocado este nuevo capítulo terrible de repetición de nuestro pasado.
Los pocos hijos e hijas de nuestra clase, que tuvieron la posibilidad de estudiar y comprender nuestra historia, hoy deben enfrentar en carne propia el viejo conflicto, parodia del pasado, que ya deja entrever los mismos métodos de exterminio: persecución política, censura de la prensa alternativa, monopolio mediático, terrorismo de Estado, crisis económica y cultural, profundización de la impunidad, ejecuciones y aprehensiones extrajudiciales, organismos paramilitares como las pandillas, autoritarismo, desaparición y desplazamiento forzados, robo de bebés, fosas comunes o tráfico de órganos humanos, secuestro de universidades y escuelas, donde los pobres somos y seremos las principales víctimas.
Ya vimos a la Policía Nacional Civil entrar a la fuerza a la Corte Suprema de Justicia, a la Fiscalía General de la República; ya atestiguamos el principio de la persecución política contra dos alcaldes efemelenistas, varios abogados opositores, ex diputados, sin olvidar a los dos militantes de izquierda asesinados por funcionarios del Ministerio de Salud, el 31 de enero de 2021, que hoy quedarán más impunes que nunca.
Pronto veremos a esos orgullosos y peleles agentes de seguridad pública invadir recintos universitarios y medios periodísticos para embargar los pocos espacios de expresión e información que nos quedan. Ya los vimos invadir nuestras casas sin orden judicial para buscar pandilleros debajo de las mesas. La Universidad de El Salvador puede estar tranquila pues sus rectores Arias, Azcúnaga y las organizaciones universitarias ya la vendieron a Bukele a cambio de aumentos presupuestarios que eran obligación del Estado y no regalos interesados.
En muchos casos, los pocos ciudadanos libres que quedan, se han sumido en el desánimo y en la preocupación, sobre todo aquellos activistas más visibles contra quienes remonta ya la caza de brujas, con una Fiscalía y una Corte Suprema de Justicia afines al dictador. No defendemos a ex diputados, abogados, periodistas y activistas, algunos ex amigos de Bukele, cuya inocencia debería analizarse a la luz de la justicia y de una investigación criminalística seria que no existe en El Salvador; ellos y ellas son los primeros perseguidos. Luego vendrán por nosotros. Defendemos sus derechos humanos, su integridad física, moral y psicológica, el valor de las instituciones de Estado, el Estado de Derecho, las conquistas de esta sociedad que tanto tiempo y sangre han costado, porque así como los lebreles rabiosos del actual régimen se arrojan sedientos de sangre para despedazar la reputación y la vida de estas personas, así también vendrán a nosotros para destrozarnos y arrojar nuestros restos a hogueras resplandecientes.
Nos vemos enfrascados en una ira creciente y solitaria, y en la necesidad de desarrollar una aguda paciencia, para pensar en el contexto histórico actual, y remediar nuestra principal dolencia: la educación de nuestro pueblo. Podríamos ser pobres, comer, beber, vestir y vivir con lo necesario, si nuestros espíritus también estuvieran sustentados. Pero sucede lo contrario. Mientras no logramos este objetivo, el de enriquecer el alma de nuestra clase, quienes debamos salir a las calles, debemos hacerlo, aunque seamos pocos. Ningún pelele podrá burlarse impunemente si damos batalla en esta guerra silenciosa por el espíritu, por la cultura, por la poesía, por la memoria histórica que se encarga de recordarnos los brillantes ojos de quienes nos preceden, la grandiosa obra de la clase trabajadora.
A quienes ayudaron a mancillar nuestra memoria histórica, ignorándola; a quienes son hijos del pueblo, y han traicionado a nuestro pueblo, les pedimos, tengan vergüenza de mirarnos por debajo del hombro; sabemos quiénes son, y quiénes vuelven arrepentidos. Y los perdonamos; no por la vergüenza de haber apoyado al enemigo, crean que no tienen redención. Hay redención con mucho trabajo, con honestidad, con humildad. Podremos reconstruir nuestros espacios, pero necesitamos empezar ya. Este será el trabajo de toda una vida, para la cual habrá pocos resultados, pues solo si persistimos podrán los bellos bebés que nos nazcan ver la buena obra que nunca es culminación. Nos preceden hombres y mujeres maravillosos que imaginaron nuestros ojos y quisieron para nosotros la poesía y el Universo. Sus largos sufrimientos, su alegría y sus luchas permanentes ya nos prepararon para lo que viene. Debemos retomar sus caminos, aunque hay que buscarlos y usar todas las herramientas de la Humanidad.
Por ahora observemos con paciencia, actuemos en los pocos espacios, recuperemos trincheras, eduquémonos y eduquemos a nuestro pueblo, engendremos la belleza, llevemos registro de agresiones y agresores, registremos las fechas, personas y lugares donde nuestra sangre, literal y metafóricamente ha sido y seguirá siendo derramada, memoricemos a los cómplices de la actual debacle. Porque sabemos que, aunque las tribulaciones parezcan eternas, llegará el momento de la revancha, cuando como trabajadoras y trabajadores magníficos que somos construyamos imperturbables esa inmensa casa imaginada y labremos con prudencia de hormiga y cantos de cigarra esta tierra colosal donde surja la justicia para todos.