Por Marcelo Valko*, Resumen Latinoamericano, 18 de mayo de 2021.
El 19 de mayo de 2004 falleció el gran poeta paraguayo Elvio Romero a quien tuve el privilegio de conocer una tarde cuando él ya consagrado era asesor literario de Losada y yo con menos de veinte años andaba con un manojo de poemas de editorial en editorial soñando con su publicación. De día trabajaba nueve horas como cadete y por la noche estudiaba en la Universidad aunque mi objetivo era vivir de la literatura en una sórdida buhardilla como debe vivir un escritor. Recorrí numerosas editoriales y nunca me recibió nadie. Jamás pase más allá de las chicas de mesa de entrada que con cierta indiferencia me desarmaban diciendo: “¿de parte de quien venís?”, “ya te van a llamar” o “pregunta en unos meses”.
En ese peregrinar un día me presente en la editorial que más me interesaba y que por eso mismo la había postergado. Era Losada que había publicado a León Felipe, Pablo Neruda, César Vallejo, Gracia Lorca y Miguel Hernández. No recuerdo bien donde quedaba la calle. Tengo en mente un sitio grande. A la persona que me atendió le dije que venía a dejar unos poemas. Para mi sorpresa me indicaron que aguardara. Al rato anuncia que Elvio Romero, el asesor literario de Losada me recibe. Quede petrificado. Señaló un pasillo con el dedo. En aquel entonces no sabía quién era Romero pero me quedaba claro que era el asesor literario. Recién tiempo después supe quein me había recibido cuando leí El sol bajo las raíces y una Antología y advertí la potencia de sus imágenes como el fuego primario o sus relámpagos heridos de sangre hirviente y truenos derramados. Ni imaginaba que Miguel Ángel Asturias había asegurado que los versos de Romero poseían el sabor de la tierra, de la madera, del sol y del agua.
El escritorio donde me recibió estaba en medio de cajas de libros y mesas con papeles y grandes carpetones. Romero se paró y me dio la mano invitándome a sentar. Se disculpó que no tenía nada para convidarme. Yo estaba azorado. Con la humildad que tienen los grandes y para establecer algún vínculo conmigo me dijo que él también escribía poesía. A esa altura de su vida, con unos cincuenta y tantos años, tenía una decena de libros que habían merecido elogios de toda índole y la consagración internacional. Advertí entonces que estaba vestido de negro, pantalón y camisa. A mi me pareció un perfecto traje de poeta. Le entregue mis poesías mecanografiados y comenzó a hojearlas. Observé su mirada seria a través de los lentes. Leía en silencio, un silencio ameno, calmo. Yo no estaba en condiciones de pensar nada. La emoción me embargaba. Tantos rechazos, tanta indiferencia y de pronto me recibía el asesor literario de la editorial que había publicado a los mejores poetas de lengua castellana y también a Elvio Romero, cosa que se sumaba a mi listado de desconocimientos. Después de un lapso que no logro recordar, alzó su mirada y empezó a mencionar algunas de mis metáforas, ciertos giros, determinadas imágenes y me aseguró “tenes el fuego de los que llegan”. Supongo que yo estaría pálido y él tuvo la bondad de conversar por ambos.
Me dijo con total sinceridad que Losada no me publicaría, el cronograma editorial no tenía previsto poetas noveles. A esa altura principio de los ´80 la editorial fundada por Gonzalo Losada publicaba gente consagrada, en realidad reeditaba sus textos y comenzaba un declive económico. Elvio elegía las palabras para hacerme comprender el tema sin lastimarme, fue concluyente: no pierdas el tiempo con editoriales de este tipo. Vas a llegar, recalcó y me preguntó sobre mí. Le conté que había vivido siete años en el Paraguay, en el Alto Paraná, que la selva comenzaba en la puerta de mi casa, del aljibe con murciélagos, de las tremendas tormentas y de los árboles que nos caían al techo, de las invasiones de hormigas y las serpientes que cruzaban por el patio mientras mi mamá, una austriaca trasplantada a esa tierra colorada repetía “a donde nos trajo este hombre” (por mi viejo). Elvio sonreía, quizás recordando anécdotas de su niñez en Yegros. A su vez, dando por hecho mi desconocimiento sobre quien era mi interlocutor, me explicó que era paraguayo, que se había exiliado por denunciar a la tiranía, que escribía desde muy chico y también mencionó a su madre que lo había iniciado en la poesía. Desde la inmensa noche guaraní que llevaba en su piel me hablaba de la Patria Grande. Yo deseaba que esa conversación que duró casi dos horas no terminara nunca, me trataba de igual a igual, como un colega escritor…
Cuando nos despedimos volvió a recalcar que no me desanimara “Tendrás tu tiempo” sentenció, y esa frase en realidad, ahora lo sé, es de un verso de sus propios poemas terrenales. Todavía tuvo una última gentileza para con ese muchacho que fui. Me pregunto si de todas formas podía quedarse con mis poemas para leerlos con tiempo… Imaginen mi asombro. Nadie me había tratado de tal modo. Sus palabras me insuflaron ánimo durante mucho tiempo, durante años, quizás hasta la actualidad. Y ahora que tengo numerosos libros publicados, aunque los de poesía siguen inéditos, no dudo que tengo una deuda con él a quien jamás volví a ver después de aquel encuentro tan pleno. Pero por timidez, porque detesto ser cargoso y menos reiterativo, no regresé. Romero ya me había dicho claramente lo que debía hacer. Empezar de a poco, publicar algo aquí y allá y no parar de escribir, siempre escribir. Es lo que hice.
Hace unos años en una presentación de un libro de fotografías sobre Paraguay conocí a Zulma Romero, la hija de Elvio. Ella tiene sus mismos ojos o mejor dicho, la misma expresión aguda y bondadosa que recordaba, una conjunción que no se da a menudo. Aquella noche le relate a Zulma el episodio y le agradecí lo que su padre había hecho por mí. La abrace y le dí las gracias. Esa noche Zulma no era Zulma, sino ese portentoso poeta americano al que por fin, ahora conocía, abrazaba y le agradecía. Ella no se mostró sorprendida por lo ocurrido en Losada. Él era así, respondió, abierto, cordial, resistente, paraguayo, internacionalista y me recriminó con razón, por no volver a contactarlo: tenías que haber vuelto como hizo Elvio cuando con inmenso coraje regresó a Paraguay en 1986 a la presentación del libro de Alfredo Seiferheld “Nazismo y fascismo en Paraguay” donde pudo haber sido detenido en cualquier momento por la dictadura de Stroessner y allí estuvo con su palabra militante como ilustra la portada del semanario “El Pueblo”.
Todavía su hija agregó algo más que me permitió dimensionar aquel acto que Romero tuvo para conmigo aquella vez, no era nada asombroso, sino un gesto habitual. Mi padre, dijo Zulma, siendo muy joven recibió un espaldarazo muy fuerte de Nicolás Guillen quien le ayudó a publicar sus primeros textos. ¡Qué maravilla, pensé! Es evidente que jamás olvidó aquel favor inicial de Guillen cuando empezaba y lo devolvió, no solo atendiendo escritores desconocidos, sino también brindando su hospitalidad a tantos exiliados del régimen de Stroessner.
Cada tanto suelo deleitarme con su poesía plena de belleza y de denuncias de tanta injusticia que esquilma a nuestros pueblos, esa poesía de raíz terrosa y vegetal de aquel ombligo americano que es el Paraguay creada por Elvio Romero a quien solo vi aquella tarde pero alcanzó para considerarlo por siempre un forjador de la Patria Grande.
[1] Autor de numerosos textos entre ellos: Ciudades Malditas Ciudades Perdidas; Pedagogía de la Desmemoria; Desmonumentar a Roca y Los indios invisibles del Malón de la Paz.