Por Juan Carlos Zambrana Marchetti, Resumen Latinoamericano 4 de mayo de 2021
El hecho de que hoy todos los pueblos usen las mismas redes sociales y las mismas tecnologías, no significa que sean iguales. La diferencia entre la civilización y la barbarie se nota, por ejemplo, en lo que hacen esos pueblos después de sufrir una dictadura criminal. El elocuente Nunca Más que adoptan algunos, expresa la determinación de esos pueblos, de no reducir su naturaleza a esa barbarie que consideran accidental e intolerable. Eso significó el Nunca Más de los juicios de Nuremberg con el que se condenó los crímenes de los nazis, y el Nunca Más con que el pueblo argentino condenó a su última dictadura criminal. Al hacerlo esos pueblos declaran que no toleran la criminalidad de Estado, y que defienden sus normas de convivencia en sociedad.
Bolivia no es parte de esa categoría de naciones. Por el contrario, es un submundo inverosímil, donde la ciudadanía vive alienada y condicionada a aceptar esa bestialidad. Es el país de los apologistas profesionales del crimen de Estado, que controlan la psiquis colectiva manipulando la percepción de la realidad, y por lo tanto la “opinión pública”. A Bolivia nunca llegó la conciencia colectiva del Nunca Más, porque allí los que mueren pidiendo justicia social son siempre los “indios” cuyas vidas valen menos que las de los animales, y figuran siempre como culpables hasta de sus propias muertes.
Solo en un pueblo así de alienado podría haber funcionado un plan de golpe de Estado tan inverosímil y aberrante como el de 2019. Acusar de fraude electoral al presidente constitucional. Desplegar grupos de choque para bloquear calles y paralizar el país en “defensa de la democracia” y presionar públicamente a los poderes facticos para que se insubordinen. Negociar en secreto la adhesión de todos esos poderes para el golpe. Incendiar las Cortes Electorales para que la victoria de la Izquierda no pueda consumarse. Desplegar a otros grupos de choque para atacar las casas de los líderes de la Izquierda en el poder, y las de sus familiares para hacerlos renunciar. Lograr la renuncia el presidente, del vicepresidente, de la presidenta del Senado, y del presidente de la Cámara de Diputados, donde termina la sucesión constitucional. Reunir a los representantes de todos los poderes facticos sediciosos, incluida la Iglesia Católica, y a sugerencia de ésta, terminar el golpe con apariencia de sucesión constitucional. Posesionar como presidenta a la segunda vicepresidenta del senado, de un partido minoritario, aunque la constitución no lo permita. Posesionarla como si fuese la “presidenta del Senado” aunque ella no tenga posibilidad alguna de ser promovida a ese cargo debido al 2⁄3 del poder parlamentario del presidente depuesto. Promulgar un Decreto de autorización a la policía y a los militares, para el uso de armas letales contra el pueblo. Reprimir las protestas. Matar a 36 “indios” y herir a más de 800, para “pacificar” el país. Responder las criticas aduciendo que los “indios” se balearon ellos mismos, por la espalda. Para que todo eso sea creíble, debe hacerse en nombre de Dios. Hacerlo con confianza porque la iglesia lo confirmará, ya que es parte del golpe.
Por muy inverosímil que esto parezca, fue exactamente lo que sucedió en Bolivia, pero un año después, el pueblo recuperó la democracia en las urnas. Meses después la justicia dio los primeros pasos para juzgar a los culpables del golpe y de las masacres de 2019. Se arrestó a la expresidenta golpista y a dos de sus ministros, pero los apologistas de siempre salieron de inmediato a defender lo indefendible. Cuentan para ello con el apoyo de poderosos gobiernos aliados, y de organizaciones emblemáticas como la Iglesia Católica, la OEA, la Unión Europea, y hasta las Naciones Unidas.
Si la justicia boliviana no resiste los embates de los apologistas del crimen, no habrá un Nunca Más para los golpes de Estado en Bolivia, ni para las masacres del indígena. La Derecha boliviana seguirá alienando al pueblo, y a la comunidad internacional con su narrativa “cristiana” de “defensa de la democracia” para oprimir al indígena, perpetuando en pleno siglo XXI la atrocidad de la colonia. Bolivia seguirá siendo el país donde dar un golpe de Estado y matar a cincuenta “indios” es el mejor recurso para volver a arrodillarlos. Para castigarlos por la insolencia de disputar posiciones de poder reservadas para el blanco. Los juicios se caerán por artimañas y no habrá un Nunca Más para los golpes de Estado, ni para las masacres del indígena. Tampoco habrá en Bolivia, un mínimo de evolución en las normas de convivencia en sociedad. Bolivia seguirá alienada y condicionada a mantenerse en la barbarie de la criminalidad de Estado, la corrupción y el encubrimiento, como si esa fuera su naturaleza.
Eso sería inaudito. La justicia boliviana tiene flaquezas, es verdad, pero ante este reto de la historia, tendría que sacar fuerzas de flaquezas, y resistir estos embates, para darle a su pueblo, la dignidad del Nunca Más que tienen los pueblos civilizados.