Colom­bia. La gene­ra­ción que per­dió el miedo

Por Víc­tor Lina­res. Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 8 de junio de 2021.

Los jóve­nes de Colom­bia, con poco o nada que per­der, pro­ta­go­ni­zan uno de los esta­lli­dos con mayor repre­sión poli­cial de los últi­mos años en Amé­ri­ca Latina.

Ropa cómo­da, docu­men­to de iden­ti­dad, tar­je­ta ban­ca­ria, bote­lla de bicar­bo­na­to con agua, paño­le­ta, mas­ca­ri­lla, algo de comer, agua, cua­derno, cáma­ra, cha­le­co, más­ca­ra anti­gás, cas­co y car­né de pren­sa. Esto es lo que guar­da en su mochi­la Julieth Rojas, de 20 años, cada vez que va a cubrir las mani­fes­ta­cio­nes que empe­za­ron el 28 de abril. Miles de per­so­nas, en gran par­te jóve­nes, salie­ron a las calles en con­tra de una refor­ma tri­bu­ta­ria que pre­ten­día ajus­tar el cin­tu­rón fis­cal a los hoga­res más pobres, que suman más de la mitad de la pobla­ción y que ya tenían serios pro­ble­mas eco­nó­mi­cos antes de la pan­de­mia. La repre­sión poli­cial no tar­dó en lle­gar, pero Rojas es fir­me: “La gen­te tie­ne más mie­do a que­dar­se calla­da que a que la maten”.

La pre­sión de las pro­tes­tas obli­gó al Esta­do a reti­rar la refor­ma tri­bu­ta­ria tras cua­tro días de movi­li­za­cio­nes y 21 homi­ci­dios de mani­fes­tan­tes, según publi­có la ONG Tem­blo­res. El minis­tro de Hacien­da y la titu­lar de Exte­rio­res dimi­tie­ron y el pre­si­den­te de Colom­bia, Iván Duque, anun­ció una mesa de nego­cia­ción con el comi­té nacio­nal del paro nacio­nal, don­de se agru­pan las orga­ni­za­cio­nes con­vo­can­tes, y tam­bién con el res­to de sec­to­res que par­ti­ci­pa­ban en la pro­tes­ta. Sin embar­go, muchos jóve­nes han segui­do en las calles al no sen­tir­se repre­sen­ta­dos y algu­nos exi­gie­ron refor­mas más pro­fun­das, como la de la policía.

Según un infor­me del obser­va­to­rio de vio­len­cia poli­cial de Tem­blo­res, la poli­cía come­tió 289 homi­ci­dios entre 2017 y 2019

Las opor­tu­ni­da­des de futu­ro para la juven­tud colom­bia­na se han ido redu­cien­do si se obser­va el dete­rio­ro de sus con­di­cio­nes socia­les y su per­cep­ción sobre lo que pasa en el país. Según datos ofi­cia­les de 2019, el 43% de los jóve­nes meno­res de 24 años son pobres, ocho pun­tos más que la tasa nacio­nal. La fal­ta de opor­tu­ni­da­des tam­bién es evi­den­te con un des­em­pleo juve­nil que rozó el 30 por cien­to duran­te los pri­me­ros meses de con­fi­na­mien­to. Esto se suma al cli­ma de inse­gu­ri­dad en el que viven. Duran­te 2019, el homi­ci­dio fue la pri­me­ra cau­sa exter­na de muer­te entre la pobla­ción de 15 a 24 años, con casi 4.000 casos.

Pri­me­ra línea

Julieth Rojas es volun­ta­ria en Pri­me­ra Línea, un medio alter­na­ti­vo que nació duran­te las pro­tes­tas de noviem­bre de 2019 para con­tar los abu­sos del Escua­drón Móvil de Anti­dis­tur­bios (ESMAD), uni­dad espe­cial de la poli­cía que se des­plie­ga para con­te­ner mani­fes­ta­cio­nes y que hace uso exce­si­vo de la fuer­za de for­ma sis­te­má­ti­ca. Según un infor­me del obser­va­to­rio de vio­len­cia poli­cial de Tem­blo­res, la poli­cía come­tió 289 homi­ci­dios entre 2017 y 2019. Uno de los pri­me­ros repor­ta­jes de Rojas fue sobre una de estas muertes.

Julieth Rojas es la más joven de las cua­tro foto­pe­rio­dis­tas que tie­ne este medio, que con más de 300.000 segui­do­res en su cuen­ta de Ins­ta­gram es toda una refe­ren­cia den­tro del movi­mien­to. Esta estu­dian­te pre­ci­sa que el nom­bre del medio tam­bién hace refe­ren­cia a los mani­fes­tan­tes que se colo­can con escu­dos arte­sa­na­les fren­te al ESMAD cuan­do hay car­gas poli­cia­les para dar tiem­po al res­to de mani­fes­tan­tes a bus­car refu­gio. Esta estra­te­gia tam­bién se usó en las pro­tes­tas de Chi­le de 2019.

Rojas y su equi­po se reúnen cada vez que hay mani­fes­ta­cio­nes para revi­sar los luga­res de las con­vo­ca­to­rias y así repar­tir­se las zonas para hacer una mejor cober­tu­ra. En su caso, sue­le cubrir la Pla­za Bolí­var. En este pun­to se encuen­tra el Con­gre­so, el Pala­cio de Jus­ti­cia y tam­bién el ayun­ta­mien­to de Bogo­tá. Esto hace que haya una mayor con­cen­tra­ción poli­cial. La joven expli­ca que te pue­den “ence­rrar muy fácil” por el tipo de calles que hay alre­de­dor. Cuan­do se le pre­gun­ta por qué eli­ge siem­pre esta zona, tras una peque­ña risa, res­pon­de: “Uno se vuel­ve masoquista”.

A pesar de tener cha­le­co y car­né de pren­sa, le han “gasea­do terri­ble­men­te”, expli­ca refi­rién­do­se a los gases lacri­mó­ge­nos, y recuer­da que al prin­ci­pio no tenían equi­po de pro­tec­ción y ter­mi­na­ban “aho­ga­dos”. Es jus­to en ese momen­to cuan­do entran en jue­go las bote­llas que guar­da en su mochi­la. “Cuan­do hay tro­pel (car­gas poli­cia­les), pon­go el bicar­bo­na­to con agua en la paño­le­ta y me lo pon­go en la cara, eso ayu­da muchí­si­mo”, reco­no­ce. La joven fotó­gra­fa rela­ta cómo, en sus pri­me­ras cober­tu­ras, se ponía cer­ca del ESMAD bus­can­do pro­tec­ción pero aún así no se libra­ba del gas ni de que le apun­ta­ran con sus armas atur­di­do­ras. “Uno pien­sa que el cha­le­co y el car­né de pren­sa ayu­dan, pero a ellos no les impor­ta nada”.

La poli­cía tam­bién tie­ne casos abier­tos sobre vio­len­cia sexual a mani­fes­tan­tes, por lo que para jóve­nes como Rojas docu­men­tar este tipo de pro­tes­tas supo­ne un ries­go mayor. “Da mucho más mie­do”, reco­no­ce mien­tras que recuer­da un caso en el que la poli­cía retu­vo a una chi­ca en un Coman­do de Aten­ción Inme­dia­ta (peque­ñas comi­sa­rías que hay en cada barrio). “Le hicie­ron fir­mar un docu­men­to para que no dije­ra nada de lo que había pasa­do”. Por eso, siem­pre sale en com­pa­ñía de algún ami­go u otra perio­dis­ta de su equipo.

Esta estu­dian­te de últi­mo año de perio­dis­mo con­si­gue pagar “con las uñas” los 5.000 euros que vale la matrí­cu­la en su uni­ver­si­dad pri­va­da. Cuan­do habla con gen­te de su uni­ver­si­dad sobre la pro­tes­ta, sien­te que muchos lo viven con cier­ta dis­tan­cia: “Son per­so­nas que tie­nen muchos pri­vi­le­gios, la gue­rra no les ata­có direc­ta­men­te ni la fal­ta de opor­tu­ni­da­des”. Rojas sien­te que el gobierno y los medios ocul­tan lo que pasa en el país: “Femi­ni­ci­dio, des­pla­za­mien­tos for­za­dos, ase­si­na­tos de líde­res socia­les…”. Cuan­do lle­gó la refor­ma tri­bu­ta­ria, según dice, los medios alter­na­ti­vos mos­tra­ron lo que podría pasar si se apro­ba­ba y “la gen­te se puso las pilas, ese fue el deto­nan­te”. Aun­que cree que los cam­bios van a lle­var mucho tiem­po, espe­ra que al final “merez­ca la pena” haber sali­do a las calles. Refle­xio­na un momen­to cuan­do se le pre­gun­ta con qué ima­gen se que­da­ría de lo que ha vis­to has­ta aho­ra, pero en segui­da dice: “El amor de las per­so­nas por Colombia”.

“Nos están matando”

La Defen­so­ría del Pue­blo, ins­ti­tu­ción del Esta­do res­pon­sa­ble de velar por el cum­pli­mien­to de los dere­chos huma­nos, docu­men­tó 42 falle­ci­dos duran­te las pri­me­ras dos sema­nas de pro­tes­tas. Por su par­te, la ONG Tem­blo­res regis­tró 40 casos de homi­ci­dios come­ti­dos pre­sun­ta­men­te por la poli­cía. Las redes socia­les se lle­na­ron de vídeos don­de se denun­cia­ban los abu­sos poli­cia­les con men­sa­jes como “Nos están matan­do” y “SOS Colombia”.

Cali, la ter­ce­ra ciu­dad más gran­de de Colom­bia, fue el esce­na­rio de algu­nas de las mani­fes­ta­cio­nes más impor­tan­tes del país, en su gran mayo­ría pací­fi­cas. Pero tam­bién fue el epi­cen­tro de enfren­ta­mien­tos entre mani­fes­tan­tes y el ESMAD que la lle­va­ron a ocu­par las por­ta­das de los medios inter­na­cio­na­les. “Cali ha sido la pun­ta de lan­za de la resis­ten­cia”, afir­ma David Era­zo, estu­dian­te de socio­lo­gía que tam­bién tra­ba­ja como repar­ti­dor de comi­da a domi­ci­lio, con lo que gana unos tres euros a la sema­na. Era­zo se unió a la pro­tes­ta des­de el pri­mer día y fue tes­ti­go de algu­nas de estas situaciones.

Según datos de 2018 del ayun­ta­mien­to de Cali, 205.000 per­so­nas des­pla­za­das resi­den en la ciu­dad tras huir de la guerra

“Está­ba­mos desa­yu­nan­do y un com­pa­ñe­ro nos dijo por WhatsApp que venía una tan­que­ta”, dice con tono cal­ma­do, mien­tras acla­ra que es algo habi­tual ver tan­que­tas en las uni­ver­si­da­des públi­cas y que “tie­ne expe­rien­cia pre­via” sobre lo que hay que hacer. Era­zo con­ti­núa expli­can­do que en ese momen­to, algu­nos de sus com­pa­ñe­ros que tenían escu­dos case­ros, algu­nos hechos de las mis­mas seña­les de trá­fi­co, hicie­ron una pri­me­ra línea de defen­sa “para evi­tar los ata­ques más direc­tos”. Con­fie­sa que, aun­que tra­tó de regis­trar­lo con su cáma­ra, lo prin­ci­pal en estas situa­cio­nes es “correr a un lugar lejano” y espe­rar a que todo se calme.

En esta oca­sión tuvo suer­te y tam­bién se esca­pó de las balas de goma, algo que no pasa siem­pre. Recuer­da que una vez reci­bió impac­tos en los hom­bros. Estos enfren­ta­mien­tos duran horas, expli­ca, y aun­que se supo­ne que la poli­cía tie­ne la orden de no apun­tar a zonas sen­si­bles del cuer­po, “ellos dis­pa­ran direc­ta­men­te a la cara”. Los cuer­pos poli­cia­les en Colom­bia depen­den del Minis­te­rio de Defen­sa y no del de Inte­rior, por lo que hay una alta impu­ni­dad de los abu­sos poli­cia­les. Según Tem­blo­res, solo dos de las 127 inves­ti­ga­cio­nes abier­tas por homi­ci­dio entre 2017 y 2019 aca­ba­ron con una con­de­na en firme.

Era­zo des­ta­ca cómo la juven­tud de los barrios más pobres de la ciu­dad salió de for­ma espon­tá­nea y que, según él, los jóve­nes son los que más “han nutri­do” a la pro­tes­ta. Con­ti­núa expli­can­do que Cali es una ciu­dad don­de se con­cen­tran muchas per­so­nas que fue­ron des­pla­za­das por el con­flic­to y lle­ga­ron a zonas “con acce­so casi nulo a ser­vi­cios bási­cos como alcan­ta­ri­lla­do y elec­tri­ci­dad”. Según datos de 2018 del ayun­ta­mien­to de Cali, 205.000 per­so­nas des­pla­za­das resi­den en la ciu­dad tras huir de la gue­rra. Cree que “la exclu­sión y la fal­ta de opor­tu­ni­da­des” que enfren­tan estos jóve­nes pue­de expli­car que fue­ran ellos quie­nes se “aban­de­ra­ron del paro”. En 2022 hay elec­cio­nes pre­si­den­cia­les y este mani­fes­tan­te tie­ne espe­ran­zas de que sea el momen­to para “foca­li­zar toda esa rabia en un gobierno popular”.

Dis­pues­tos a lle­gar has­ta el final

Nia pre­fie­re no decir su ape­lli­do, tie­ne 20 años y ni estu­dia ni tra­ba­ja. For­ma par­te de ese gru­po que se cono­ce como “Nini”, y que repre­sen­ta el 33% de la juven­tud entre 14 y 28 años. Vive en uno de los barrios más pobres de Cali. Antes tra­ba­ja­ba ponien­do eti­que­tas a botes de pin­tu­ra en una empre­sa pero la des­pi­die­ron cuan­do lle­gó la pan­de­mia. Duran­te la pro­tes­ta, se unió a Escu­dos Negros, un gru­po urbano que for­ma par­te de la pri­me­ra línea de resis­ten­cia y que rea­li­za blo­queos en algu­nas calles de la ciudad.

Estos blo­queos son una estra­te­gia de este tipo de gru­pos para pre­sio­nar al gobierno ya que pro­vo­ca des­abas­te­ci­mien­to de ali­men­tos, medi­ci­nas y gaso­li­na en la pro­pia Cali pero tam­bién en otras ciu­da­des prin­ci­pa­les del país. Por su par­te, el pre­si­den­te de Colom­bia remar­có que son ile­ga­les y dejó cla­ra la pos­tu­ra del eje­cu­ti­vo: “Aun­que no se hagan con armas o agre­sio­nes físi­cas, son en sí mis­mos unos actos que son violentos”.

Entre la fir­ma de los acuer­dos de paz en 2016 y abril de 2021, hubo 317 homi­ci­dios de líde­res indí­ge­nas, según datos del Ins­ti­tu­to de Estu­dios para el Desa­rro­llo y La Paz (Inde­paz)

Nia se dedi­ca a apo­yar a dife­ren­tes blo­queos de la ciu­dad y tie­ne unas fun­cio­nes muy espe­cí­fi­cas cuan­do hay un enfren­ta­mien­to con el ESMAD. “Ayu­do a devol­ver gases (botes de gases lacri­mó­ge­nos), con la leche y el agua con bicar­bo­na­to”, expli­ca. Cuan­do se le pre­gun­ta qué opi­na de quie­nes cri­ti­can esta for­ma de pro­tes­ta, en su con­tes­ta­ción se nota rabia: “Les diría que dejen de ser tan tibios, poco empá­ti­cos e igno­ran­tes, que no les impor­ta el país ni lo que está pasando”.

Las deman­das de estos gru­pos son varia­das. Para ella, lo que quie­ren es un “ver­da­de­ro diá­lo­go de cam­bio” y si eso no pasa, pide la renun­cia de Duque y Uri­be. “Que se les baje el suel­do al sala­rio míni­mo a los con­gre­sis­tas, sena­do­res y toda la gen­te del gobierno para que vivan con 800.000 pesos (180 euros) a ver si son capa­ces [de vivir] como el pue­blo”, seña­la con áni­mo encen­di­do. El sala­rio míni­mo en Colom­bia en 2021 está fija­do en unos 202 euros, seis euros más que el año anterior.

Se des­pi­de con una decla­ra­ción bre­ve pero deci­di­da: “Todos noso­tros esta­mos dis­pues­tos a lle­gar al final, dis­pues­tos a dar la vida”.

Resis­ten­cia des­de la tierra

Los pue­blos indí­ge­nas son un foco de resis­ten­cia en cual­quier nue­va movi­li­za­ción y en esta oca­sión tam­bién se unie­ron a la pro­tes­ta. Juan Sebas­tián Sala­zar, de 23 años, for­ma par­te de la guar­dia indí­ge­na del pue­blo Kite Kiwe, cuyas tie­rras están en una de las regio­nes más gol­pea­das por la gue­rra. Sala­zar es uno de los 20.000 defen­so­res de la tie­rra que tie­ne esta guar­dia en esta zona y su fun­ción es velar por los dere­chos huma­nos en el país. “Este gobierno nos tie­ne doble­ga­dos por eso nos uni­mos al res­to de los sec­to­res y lle­ga­re­mos vic­to­rio­sos como pue­blo”, afir­ma. Colom­bia es uno de los peo­res paí­ses para defen­der los dere­chos huma­nos pero esto es aún más peli­gro­so para jóve­nes como Sala­zar ya que son los tipos de lide­raz­go más per­se­gui­dos duran­te los últi­mos años. Entre la fir­ma de los acuer­dos de paz en 2016 y abril de 2021, hubo 317 homi­ci­dios de líde­res indí­ge­nas, según datos del Ins­ti­tu­to de Estu­dios para el Desa­rro­llo y La Paz (Inde­paz).

Para Sala­zar, par­ti­ci­par en polí­ti­ca más que un dere­cho, es una tra­di­ción. “Des­de los ocho años, empe­za­mos con for­ma­ción polí­ti­ca en la escue­la”. Qui­zás por eso hoy es uno de los líde­res de su comu­ni­dad y como tal, tie­ne sus pro­pias recla­ma­cio­nes para su pue­blo: “Un terri­to­rio don­de no haya vio­len­cia por los gru­pos arma­dos ile­ga­les, con nue­vas opor­tu­ni­da­des, eso es lo que como jóve­nes soña­mos”, expo­ne, al tiem­po que exi­ge que se res­pe­ten sus “usos y cos­tum­bres”. Sin embar­go, con­si­de­ra que es difí­cil con un gobierno que “lle­ga a la nego­cia­ción y lue­go no cum­ple” mien­tras que en cada pro­tes­ta son ellos los que se ponen “en riesgo”.

Este esta­lli­do no fue la excep­ción. Ante los cons­tan­tes enfren­ta­mien­tos que había con la poli­cía en Cali, una cara­va­na de unas 300 per­so­nas de la guar­dia indí­ge­na deci­dió salir de sus tie­rras y acom­pa­ñar a los mani­fes­tan­tes en el epi­cen­tro de la pro­tes­ta. Un poco antes de lle­gar a la ciu­dad, civi­les arma­dos ata­ca­ron al gru­po, pre­sun­ta­men­te bajo la per­mi­si­vi­dad de la poli­cía que pre­sen­ció el ata­que sin defen­der a los mani­fes­tan­tes. “Lle­ga­mos a un sitio don­de no nos deja­ron pasar, nos baja­mos a dia­lo­gar con las per­so­nas y ahí fue cuan­do coches de mar­ca Toyo­ta blin­da­dos se tira­ron enci­ma de noso­tros”, refie­re Salazar.

Doce per­so­nas resul­ta­ron heri­das, entre ellas una lide­re­sa que reci­bió dos impac­tos de bala en el abdo­men y tuvo que ser ingre­sa­da en cui­da­dos inten­si­vos. “Fue una expe­rien­cia muy dura, por­que noso­tros como guar­dia indí­ge­na solo tene­mos los bas­to­nes de auto­ri­dad, y tener enfren­te per­so­nas arma­das da mucha rabia”. El líder indí­ge­na tam­bién es de los que cree que esta pro­tes­ta ha sido la pri­me­ra para muchos jóve­nes y remar­ca cómo el ejem­plo de lucha de los pue­blos indí­ge­nas pudo ser impor­tan­te para esto. “Noso­tros somos refe­ren­tes en hacer la resis­ten­cia, enton­ces los jóve­nes se ani­ma­ron a sumar­se a esta gran cau­sa, a esta gran lucha”, reflexiona.

Juve­ni­ci­dio directo

La gene­ra­ción de jóve­nes que tie­ne poco que per­der se sien­ten can­sa­dos de ser los invi­si­bles de este sis­te­ma. Esto hace que la con­fian­za hacia el Esta­do esté muy frac­tu­ra­da. Según seña­la una encues­ta del Obser­va­to­rio de la Juven­tud en Ibe­ro­amé­ri­ca, un 72% sien­te que el Esta­do es “poco o nada democrático”.

Para Ger­mán Muñoz, pro­fe­sor e inves­ti­ga­dor sobre juven­tud en la Uni­ver­si­dad Nacio­nal, hay una inten­cio­na­li­dad direc­ta en pro­vo­car esta frac­tu­ra: “Es una polí­ti­ca de Esta­do con­tra los jóve­nes, de ase­si­na­to sis­te­má­ti­co y pla­ni­fi­ca­do”. Muñoz tam­bién es miem­bro de la Red Ibe­ro­ame­ri­ca­na de deba­te y acción colec­ti­va fren­te al juve­ni­ci­dio y un estu­dio­so de los esta­lli­dos socia­les de los últi­mos años en la región. Expli­ca que en Colom­bia hay un “levan­ta­mien­to popu­lar” de la juven­tud de los barrios más pobres. “Tie­nen ham­bre, rabia, están has­tia­dos de la vio­len­cia poli­cial, ya no aguan­tan más”. Tam­bién cri­ti­ca los méto­dos del Esta­do: “Es una gue­rra de pie­dras con­tra armas sofis­ti­ca­das de últi­ma gene­ra­ción de alta leta­li­dad”. Muñoz se refie­re a las tan­que­tas equi­pa­das con muni­cio­nes atur­di­do­ras y per­di­go­nes que son “muni­cio­nes leta­les” y que fue­ron crea­das para enfren­ta­mien­tos entre ejér­ci­tos, no con­tra mani­fes­tan­tes, según argumenta.

Por su par­te, Rayén Rovi­ra pro­fe­so­ra e inves­ti­ga­do­ra de la Uni­ver­si­dad Nacio­nal y tam­bién miem­bro de esta red, dice que hay un “juve­ni­ci­dio direc­to”. Lamen­ta cómo la mili­ta­ri­za­ción de las ciu­da­des está pro­vo­can­do que los hijos de las fami­lias des­pla­za­das por la gue­rra hacia las capi­ta­les sean aho­ra quie­nes están sufrien­do “esa vio­len­cia que sus padres vivie­ron en los pueblos”.

El esta­lli­do de Colom­bia fue el pri­me­ro de rele­van­cia tras el parón que sufrie­ron las pro­tes­tas que se exten­dían por Ecua­dor, Chi­le o Hai­tí antes de la pan­de­mia. Rovi­ra pien­sa que el ejem­plo colom­biano pue­de “dar valor” a otros movi­mien­tos de Amé­ri­ca Lati­na para salir a las calles de nue­vo: “Los jóve­nes de Colom­bia fue­ron la chis­pa, quién sabe si de algo más que está por venir”.

Foto: Víc­tor Linares

Fuen­te: El Salto

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