Por Anna Fux, Resumen Latinoamericano, 13 de junio de 2021.
El concepto “fiebre amarilla” no es nuevo, viene del inglés “yellow fever” y hace referencia a la fetichización de personas asiáticas. Que estas asociaciones entre lo asiático y lo infeccioso, lo enfermizo y lo patológico nos resulten tan familiares en 2021 no es coincidencia.
Hace un año preguntaba: ‘¿Quién puede permitirse solo temer al contagio?’. Hoy, recordando la masacre de Atlanta, que acabó con la vida de seis mujeres asiáticas, me pregunto: ¿quién puede permitirse un feminismo seccional?
Pocos problemas se pueden explicar, y mucho menos resolver, a partir de un feminismo blanco-occidental. La palabra “feminicidio” es insuficiente para explicar los tiroteos en tres salones de masajes distintos. Las víctimas no murieron por mujeres, a secas. Murieron por asiáticas, por clase obrera, por trabajadoras sexuales. Ellas no podían permitirse temer solo al contagio. ¿Teletrabajo? Eso no existe para las vidas asiáticas que ocupan los trabajos feminizados e indeseados del norte global.
Las fallecidas Delaina Yaun, Xiaojie Tan, Daoyou Feng, Soon Chung Park, Hyun Grant, Suncha Kim y Yong Ae Yue trabajaban a pie de cañón durante una pandemia, masajeando y sirviendo a cuerpos blancos y occidentales. No hay distancia de seguridad suficiente ante un mundo que te mira con violencia.
Hasta hoy, la feminidad asiática es vista y tratada como un objeto de consumo desechable. Vivimos en una sofocante intersección entre racialización y género cuya única salida es, como dice Roxane Gay, “una nueva forma de pensar, no nuevos temas de los que hablar”.
El concepto “fiebre amarilla” no es nuevo, viene del inglés “yellow fever” y hace referencia a la fetichización de personas asiáticas. Que estas asociaciones entre lo asiático y lo infeccioso, lo enfermizo y lo patológico nos resulten tan familiares en 2021 no es coincidencia.
Hay fiebres que matan y, entre “las amarillas”, la que más vidas cobra es la que se da del hombre blanco hacia la mujer asiática. Es la más violenta, pero no la única. La comunidad LGBTQ está lejos de ser inmune a la fetichización.
Pero en cuanto a los hombres cisheteros, algunos de ellos sufren de fiebre amarilla asintomática. No todo es explícito. La mayoría de los que fetichizan ni lo saben. Lo llaman “preferencias”. ¿Cómo voy a ser racista si estoy casado con una mujer tailandesa?
Con esa misma audacia se expresó el detenido en Atlanta, diciendo que los tiroteos, de los cuales asumía responsabilidad, no estaban motivados por causas raciales. Había conducido 48 kilómetros del primer establecimiento regentado por mujeres asiáticas hasta los otros dos y expresó que “tenía que eliminar la tentación que suponían”. Él frecuentaba esos locales. Según la policía “debió tener un mal día”.
Cuando ellos tienen días malos, nosotras morimos. Porque somos una tentación y eso siempre es peligroso; para nosotras. Somos deseadas y odiadas simultáneamente. Contagiamos y corrompemos la salud del hombre blanco. Y de todas las mujeres racializadas somos estereotipadas como las sumisas. Calladas y modestas, pero bombas sexuales en la cama. Es curiosa, cuanto menos, esta narrativa.
Lo que no nos cuentan es que la fetichización tiene más que ver con quién fetichiza, que con quién es fetichizada. Desde la ópera Madame Butterfly hasta películas como Memorias de una Geisha y Perdiendo el Este o la canción ‘Me love you long time’, el lugar que puede y debe ocupar la mujer asiática es muy limitado, no como las fantasías, esas son infinitas.
En el imaginario racista somos dulces flores de loto. Frescas, delicadas, jóvenes. Todo lo opuesto a la masculinidad blanca. Construir un discurso alrededor de lo que es la feminidad asiática sirve para alimentar y sustentar al patriarcado blanco. El objetivo es ser temido y a la vez admirado. Algo que ya no ocurre con la “empoderada, repelente e independiente mujer occidental blanca y feminista”. Esto no me lo invento yo, lo comentan muy abiertamente señores blancos en sus grupos de Facebook como ‘Baby boomers with Asian wives’ (Baby boomers con esposas asiáticas).
El feminismo blanco habilita el imaginario de la mujer asiática sumisa, cuando insiste en cuánto nos quiere salvar, en cuán oprimidas estamos o cuánto feminismo nos hace falta. Las mujeres blancas aportan a nuestra opresión cuando, frente a la fetichización por parte del hombre blanco, nos ven como competencia.
Fetichización equivale a deshumanización: nunca tiene que ver con preferencias personales, siempre tiene que ver con racismo. Fetichizarnos es destriparnos de las multitudes que nos habitan, de nuestras imperfecciones y de nuestra emocionalidad, para convertirnos en una flor de loto de plástico. Callada y bonita.
Fuente: ANRed