Pales­ti­na. La acu­mu­la­ción de suce­sos trau­má­ti­cos ten­drá gra­ves con­se­cuen­cias para la pobla­ción infan­til de Gaza /​Mie­do y fal­ta de expec­ta­ti­vas de futu­ro para los niños de la Fran­ja de Gaza

Resu­men Medio Orien­te /​01 de junio de 2021 – 

La acu­mu­la­ción de suce­sos trau­má­ti­cos ten­drá gra­ves con­se­cuen­cias para la pobla­ción infan­til de Gaza

El 40% de la pobla­ción gaza­tí son niños meno­res de 14 años que han vivi­do toda su vida en una región blo­quea­da por aire, tie­rra y mar, lo que les con­vier­te en un colec­ti­vo vulnerable.

FOTO: Moham­mad Ismail, de cua­tro años, en su casa des­trui­da de Gaza.John Min­chi­llo /​AP

Cuan­do les pre­gun­to cómo vivie­ron esos fatí­di­cos once días, todos mis com­pa­ñe­ros y com­pa­ñe­ras men­cio­nan que la inten­si­dad de los bom­bar­deos sobre la Fran­ja fue mucho mayor que en las ante­rio­res ofen­si­vas israe­líes; mucho más fuer­tes que los que tuvie­ron lugar en el verano de 2014. De hecho, inclu­so aque­llas per­so­nas que ya habían pasa­do por expe­rien­cias simi­la­res en el pasa­do, se han vis­to gra­ve­men­te afec­ta­das por lo ocu­rri­do duran­te los últi­mos ata­ques. Muchos de los que vie­nen a hablar con­mi­go, me con­fie­san haber pasa­do un mie­do terri­ble y atroz.

Afor­tu­na­da­men­te, se esta­ble­cie­ron redes de apo­yo muy rápi­da­men­te, y se com­par­tie­ron muchos men­sa­jes en gru­pos pri­va­dos de dis­tin­tas redes socia­les. La gen­te inter­cam­bió fotos de sus fami­lias y con­ta­ron lo que esta­ban hacien­do para ayu­dar a sus hijos e hijas a supe­rar los ata­ques aéreos. Se apo­ya­ron mutua­men­te. Sus con­ver­sa­cio­nes des­ve­lan un enor­me páni­co ‑sobre todo, a morir en un ata­que aéreo nocturno‑, pero tam­bién mues­tran un apo­yo mutuo. «¿Tenéis agua y comi­da sufi­cien­te?» «¿Habéis reci­bi­do algún avi­so sobre el esta­do de la segu­ri­dad en vues­tro barrio?» El nivel de vio­len­cia que sopor­ta­ron les hizo revi­vir epi­so­dios ante­rio­res del con­flic­to y les lle­vó a reavi­var en su inte­rior un pro­fun­do sen­ti­mien­to de injus­ti­cia e impotencia.

A pesar de todo, siguie­ron tra­ba­jan­do sin des­can­so. Al ser por un lado tra­ba­ja­do­res huma­ni­ta­rios y por otro lado gaza­tíes, se expo­nen por par­ti­da doble a las difi­cul­ta­des de tener que vivir en la Fran­ja de Gaza; una peque­ña por­ción de tie­rra que lle­va some­ti­da a un blo­queo total des­de hace casi 15 años. Al tiem­po que son los encar­ga­dos de curar a las per­so­nas heri­das en el con­flic­to, muchas de las cua­les sufren terri­bles secue­las y dis­tin­tos gra­dos de dis­ca­pa­ci­dad tras par­ti­ci­par en las pro­tes­tas de la Gran Mar­cha del Retorno y ser dis­pa­ra­dos por los sol­da­dos israe­líes, com­par­ten con ellos su frus­tra­ción, su pre­ca­rie­dad y sus mis­mas realidades.

En con­se­cuen­cia, sien­to cómo que todos ellos y ellas están expues­tos tan­to en lo pro­fe­sio­nal como en lo per­so­nal. Sufren, como todos los habi­tan­tes de Gaza, lo duro que es tener que vivir siem­pre expues­to a la vio­len­cia, rodea­dos de pobre­za, de des­em­pleo, de des­es­pe­ran­za y con una terri­ble sen­sa­ción de des­pro­tec­ción, de no poder ofre­cer­le una míni­ma segu­ri­dad y bien­es­tar a sus hijos e hijas. Sien­ten ape­go por su tie­rra y sus recuer­dos, pero se deba­ten entre la espe­ran­za y la reali­dad de su vida cotidiana.

El 40 % de la pobla­ción de Gaza tie­ne menos de 14 años, lo que repre­sen­ta alre­de­dor de un millón de per­so­nas. Todo lo que ha cono­ci­do este millón de niños y niñas es el blo­queo impues­to por Israel y Egip­to. No han vis­to otra cosa en sus vidas. Han vivi­do varias ofen­si­vas israe­líes, las pro­tes­tas y la repre­sión duran­te la men­cio­na­da Gran Mar­cha del Retorno. Y por si fue­ra poco, aho­ra han sufri­do esta cam­pa­ña de ata­ques aéreos a gran esca­la. Al mar­gen de los perio­dos en los que la vio­len­cia se recru­de­ce, los ata­ques aéreos son habi­tua­les en Gaza. Gene­ral­men­te, ata­ques espo­rá­di­cos lan­za­dos duran­te la noche. Y jun­to con las ofen­si­vas más inten­sas y con­ti­nua­das, que ocu­rren de for­ma cícli­ca cada pocos años, estos suce­sos se van acu­mu­lan­do en la memo­ria y los sen­ti­mien­tos de la pobla­ción infan­til y van redu­cien­do, cada vez más, su capa­ci­dad para lograr supe­rar­los algún día.

Esta es su reali­dad, y así la des­cri­ben tam­bién las per­so­nas a las que pres­ta­mos ayu­da. Su acce­so a unos ser­vi­cios bási­cos y al mun­do exte­rior es extre­ma­da­men­te limi­ta­do. Las per­so­nas que hoy tie­nen poco más de 20 ó 25 años tam­bién vivie­ron sien­do niños la Segun­da Inti­fa­da, a prin­ci­pios de los años 2000. Cada nue­va gue­rra des­tru­ye aún más el teji­do social de Gaza: afec­ta a las fami­lias, a los padres y las madres que luchan por sobre­vi­vir, por encon­trar un tra­ba­jo, por con­se­guir el dine­ro sufi­cien­te para no hun­dir­se en la pobre­za, por sobre­vi­vir a los com­ba­tes ‑no solo físi­ca sino tam­bién emocionalmente-.

Esta acu­mu­la­ción de suce­sos trau­má­ti­cos tie­ne con­se­cuen­cias a lar­go pla­zo para la pobla­ción infan­til y ado­les­cen­te de Gaza. Las bom­bas que caen en la ciu­dad de Gaza no solo des­tru­yen un edi­fi­cio, sino todo un sis­te­ma que solía ser­vir para pro­te­ger a este gru­po de pobla­ción tan vul­ne­ra­ble. Por ejem­plo, cuan­do las escue­las cie­rran debi­do a los com­ba­tes, los niños y niñas se ven pri­va­dos de un espa­cio segu­ro don­de poder inter­ac­tuar y jugar. Se pro­du­ce un efec­to domi­nó: una per­so­na depri­mi­da es más pro­pen­sa a recu­pe­rar­se de su enfer­me­dad cuan­do está rodea­da de gen­te que goza de bue­na salud. En Gaza, toda la estruc­tu­ra fami­liar se ve afec­ta­da por estos suce­sos bru­ta­les y recu­rren­tes. Lo mis­mo suce­de en Cis­jor­da­nia, aun­que la situa­ción es dife­ren­te. Nues­tra orga­ni­za­ción brin­da apo­yo a niños y niñas en Nablús o en Hebrón. Cre­cen en pobla­cio­nes ocu­pa­das y saben que pue­den sufrir deten­cio­nes, aco­so o malos tra­tos. Y por si fue­ra poco, los des­pla­za­mien­tos den­tro de Cis­jor­da­nia están res­trin­gi­dos y depen­den de la bue­na volun­tad de las fuer­zas de ocu­pa­ción ‑es decir, Israel-.

La expo­si­ción a dicha vio­len­cia pue­de tener con­se­cuen­cias socio­eco­nó­mi­cas, que se tra­du­cen en más pre­ca­rie­dad, menos opor­tu­ni­da­des aca­dé­mi­cas y labo­ra­les, e inse­gu­ri­dad ali­men­ta­ria. Tam­bién en pro­ble­mas de salud men­tal, como por­cen­ta­jes más altos de psi­co­sis, depre­sión y tras­torno por estrés pos­trau­má­ti­co (TEPT), así como en una mayor pre­va­len­cia de enfer­me­da­des no trans­mi­si­bles como la dia­be­tes, el asma y el cán­cer. Obser­va­mos el mis­mo fenó­meno entre per­so­nas migran­tes que lle­gan a Euro­pa y comu­ni­da­des afro­ame­ri­ca­nas e his­pa­nas en Esta­dos Uni­dos, como en tan­tas otras pobla­cio­nes expues­tas a cons­tan­te adversidad.

El sufri­mien­to psi­co­ló­gi­co y emo­cio­nal no es mesu­ra­ble, pero no en vano estu­dios mues­tran cómo has­ta un 40%, 60%-70 % y 90% res­pec­ti­va­men­te de la pobla­ción joven de Gaza pade­ce sín­to­mas rela­cio­na­dos con su esta­do de áni­mo, tras­torno de estrés pos­trau­má­ti­co (TEPT) y otras pato­lo­gías faci­li­ta­das por el estrés. Y una bue­na mues­tra de ello es que el núme­ro de sui­ci­dios e inten­tos de sui­ci­dio en Gaza aumen­tó de for­ma cons­tan­te en 2020, aun­que es evi­den­te que esto es algo que no se denun­cia, debi­do sobre todo al estig­ma que rodea a los pro­ble­mas de salud men­tal en la socie­dad palestina.

A pesar de todo ello, los gaza­tíes hacen gala de una resi­lien­cia admi­ra­ble. Lle­van sobre espal­das sobre­car­ga­das el peso de su socie­dad, el sufri­mien­to, el dolor, y las expe­rien­cias trau­má­ti­cas, y sin embar­go logran res­pon­der a las nece­si­da­des de los suyos, sean físi­cas, socia­les o psi­co­ló­gi­cas, mien­tras luchan por sobre­vi­vir a las bom­bas. Hoy, decons­tru­yen los edi­fi­cios des­trui­dos por misi­les para reuti­li­zar el mate­rial en la cons­truc­ción de nue­vas estruc­tu­ras. Lo mis­mo harán con sus estruc­tu­ras de apo­yo, con sus lazos socia­les. Sus recur­sos de super­vi­ven­cia y su capa­ci­dad para reha­cer­se en medio de la adver­si­dad son envi­dia­bles y de lo cual tene­mos mucho que apren­der, pero no son infi­ni­tos. La resi­lien­cia de todo mate­rial y de toda per­so­na, inclu­so la de un gaza­tí, tie­ne un lími­te. Y mien­tras no se pro­duz­ca un cam­bio, mien­tras sigan repi­tién­do­se estas esca­la­das de vio­len­cia y este aco­so cons­tan­te, sus heri­das nun­ca podrán sanar del todo.

***

Juan París es psi­quia­tra de Médi­cos Sin Fron­te­ras en los Terri­to­rios Pales­ti­nos Ocu­pa­dos des­de agos­to de 2020

Fuen­te: www​.elmun​do​.es


Mie­do y fal­ta de expec­ta­ti­vas de futu­ro para los niños de la Fran­ja de Gaza

«Está­ba­mos en nues­tra casa y oí explo­sio­nes alre­de­dor. Pre­pa­ré mi ropa y mis jugue­tes, pero no pude ponér­me­los ni salir de casa. Sólo se oía el rui­do de las explo­sio­nes y no nos sen­tía­mos segu­ros», expli­ca Amal, de 12 años…”

Des­de la ONG Médi­cos Sin Fron­te­ras advier­ten que los cons­tan­tes bom­bar­deos sufri­dos en la Fan­ja de Gaza com­pli­can el desa­rro­llo de los niños, que día a día se enfren­tan a la posi­bi­li­dad de nue­vos ata­ques que aca­ban tenien­do un enor­me impac­to en su salud men­tal y sus expec­ta­ti­vas de futuro.

«Está­ba­mos en nues­tra casa y oí explo­sio­nes alre­de­dor, cer­ca de la gran­ja y de la mez­qui­ta de Omar. Poco des­pués los cris­ta­les caían y las casas se des­plo­ma­ban sobre la gen­te. Per­di­mos la espe­ran­za. Algu­nas per­so­nas huye­ron y los para­mé­di­cos nos dije­ron que corrié­ra­mos al hos­pi­tal», cuen­ta a Euro­news Dana Seh­wail, una niña de 11 años que resi­de en Bait Hanoon, al nor­te de la Franja.

«Pre­pa­ré mi ropa, mis jugue­tes y mis acce­so­rios para la fies­ta del fin del Rama­dán, pero no pude ponér­me­los ni salir de casa para cele­brar­la. No pudi­mos diver­tir­nos ni dis­fru­tar de ella, sólo se oía el rui­do de las explo­sio­nes y no nos sen­tía­mos segu­ros», expli­ca Amal, de 12 años, veci­na de Dana.

Maram Abu Odah, de 11 años, nos reci­be en su casa de Beach camp, en el oes­te de Gaza y cuen­ta su his­to­ria con una muñe­ca entre sus manos: «Duran­te la gue­rra, mi padre nos envió a mí y a mi her­mano a casa de mi tío y dos de mis pri­mos vinie­ron a nues­tra casa. Tenía mucho mie­do allí, para mí no es lo mis­mo que estar con mi padre y mi madre. Ellos me hacen sen­tir segu­ra. Pero pien­san que si esta casa es bom­bar­dea­da, al menos algu­nos miem­bros de la fami­lia sobre­vi­vi­rán y tal vez pue­dan ayu­dar a los demás, y viceversa».

«Si con sie­te años de vida ya has vivi­do cua­tro gue­rras es difí­cil no sen­tir que en el futu­ro lo úni­co que cabe espe­rar es que ocu­rra otra gue­rra, y algo que me haga daño y que haga daño a mis padres y a la gen­te que me rodea. Así que afec­ta mucho a la posi­bi­li­dad de desa­rro­llar­se de for­ma posi­ti­va» expli­ca el psi­quia­tra de médi­cos sin fron­te­ras Juan Paris.


La muer­te de mas­co­tas en ata­ques israe­líes otro trau­ma para los niños de Gaza

A par­te de los 66 niños pales­ti­nos ase­si­na­dos, las bom­bas israe­líes tam­bién mata­ron a muchas mas­co­tas, un fuen­te más de dolor y angustia.

Cuan­do caye­ron las bom­bas israe­líes, Neri­ma­ne aban­do­nó a sus peri­qui­tos y dos pece­ci­tos. Para ella y los habi­tan­tes de la Fran­ja de Gaza, el sufri­mien­to y la muer­te de mas­co­tas y ani­ma­les domés­ti­cos cons­ti­tu­yen una fuen­te más de dolor.

El últi­mo con­flic­to de 11 días entre Israel y la Fran­ja de Gaza, gober­na­da por el movi­mien­to isla­mis­ta Hamás, fue para los pales­ti­nos antes que nada una tra­ge­dia humana.

Del 10 al 21 de mayo, 254 pales­ti­nos, entre ellos 66 niños, murie­ron por los bom­bar­deos israe­líes con­tra Gaza, según las auto­ri­da­des loca­les. Más de 1.900 per­so­nas resul­ta­ron heri­das en el encla­ve palestino.

En Israel, los dis­pa­ros de cohe­tes deja­ron 12 muer­tos, entre ellos un niño y un ado­les­cen­te, según el balan­ce de la policía.

Pero las bom­bas israe­líes tam­bién mata­ron a muchas mas­co­tas, un fuen­te más de dolor y angustia.

Neri­ma­ne, de 9 años, no tie­ne con­sue­lo tras la muer­te de uno de sus dos peces de color.

«Esta­ba tan tris­te cuan­do murió Hoo­ri­ya («Sire­na» en ára­be) que llo­ré al ente­rrar­la en el cam­po», dice la niña.

El 13 de mayo, sus veci­nos reci­bie­ron una lla­ma­da de un ofi­cial israe­lí para infor­mar­les de un inmi­nen­te ata­que a un ban­co cer­ca de su casa en Gaza.

La fami­lia huye y mien­tras caen las bom­bas, Neri­ma­ne no deja de preo­cu­par­se por Alloosh y Malloosh, dos peri­qui­tos rega­lo de su padre cuan­do cum­plió seis años y sus peces Hoo­ri­ya y Hoor («Belle­za» en árabe).

Al regre­sar a su cas, encuen­tra su cama cubier­ta de escom­bros y vidrios rotos.

«Escu­ché a Alloosh y Malloosh piar bajo los escom­bros y encon­tré el acua­rio en peda­zos», recuerda.

En un video que se hizo viral en las redes socia­les, se la ve con su pri­mo auxi­lian­do a Hoor.

– «Ate­rra­dos» 

Otros due­ños de mas­co­tas han acu­di­do en masa a la clí­ni­ca vete­ri­na­ria de Mutas­sem Qad­dou­ra en la ciu­dad de Gaza.

«Mi gata está ate­rro­ri­za­da des­de la gue­rra. Se nie­ga a comer y se le cae el pelo», dice Ama­ni Abou Shaa­ban, sos­te­nien­do al ani­mal con­tra su pecho en la sala de espera.

«Inclu­so tocar el telé­fono la asus­ta», agrega.

El vete­ri­na­rio Mutas­sem Qad­dou­ra exa­mi­na gatos con patas que­bra­das, des­hi­dra­ta­dos, desnutridos.

«El esta­do de la aten­ción vete­ri­na­ria es terri­ble en Gaza», dice.

«Usa­mos máqui­nas de rayos X hechas para huma­nos y tor­ni­llos orto­pé­di­cos para hue­sos de niños», agrega.

En el sur de la ciu­dad, Adel al-Wadia, de 30 años, inten­tó ali­men­tar a los ani­ma­les en el prin­ci­pal refu­gio para perros del enclave.

«Gri­ta­ban de mie­do y ham­bre, me entris­te­cía, así que me arries­gué a acer­car­me lo más posi­ble para dar­les comi­da», dice.

Dece­nas de ani­ma­les esca­pa­ron duran­te el con­flic­to y varios de ellos resul­ta­ron heri­dos o muertos.

«Al menos tres perros nece­si­tan una ope­ra­ción, inclui­da una que requie­re la ampu­tación de una pier­na», afir­ma Said el Aer, fun­da­dor del refugio.

Otros ani­ma­les no sobre­vi­vie­ron, dice, seña­lan­do un área detrás de la barre­ra que rodea el refugio.

«Allí, ente­rra­mos un burro y un caba­llo des­pués de encon­trar­los muer­tos, víc­ti­mas de un pro­yec­til», comen­ta resignado.

Fuen­te:Pales­ti­na­Li­bre


Gaza, una cár­cel a cie­lo abier­to pero con playa

sus habi­tan­tes no pue­den salir sin el per­mi­so de Israel y Egip­to. Su cos­ta tam­bién con­tro­la­da por Israel, que no per­mi­te la pes­ca ni el acce­so al mar de los bar­cos gaza­tíes más allá de 8 millas pero al menos que­dan las pla­yas como evasión.

Más de dos millo­nes de habi­tan­tes en una fran­ja de 365 km cua­dra­dos, enca­ja­da entre Israel y Egip­to y de la que sus habi­tan­tes no pue­den salir sin el per­mi­so de uno de esos dos paí­ses que con­tro­lan sus acce­sos; Gaza es una cár­cel a cie­lo abier­to pero al menos tie­ne playa.

Una cos­ta tam­bién con­tro­la­da por Israel, que no per­mi­te la pes­ca ni el acce­so al mar de los bar­cos gaza­tíes más allá de 8 millas pero al menos que­dan las pla­yas como evasión.

Algu­nos gaza­tíes se con­si­de­ran inclu­so aven­ta­ja­dos en com­pa­ra­ción con sus com­pa­trio­tas pales­ti­nos de Cis­jor­da­nia que tam­po­co pue­den salir del terri­to­rio pales­tino ocu­pa­do por Israel sin el per­mi­so del esta­do hebreo y en con­se­cuen­cia nece­si­tan su aval para poder ver el mar Medi­te­rrá­neo a tan sólo unos kilo­me­tros de distancia.

Baños y comi­das en la pla­ya son las acti­vi­da­des pre­fe­ri­das de los gaza­tíes en sus días fes­ti­vos cuan­do el tiem­po y el amai­ne del con­flic­to con Israel lo per­mi­te. Una eva­sión toda­vía más nece­sa­ria tras el últi­mo enfren­ta­mien­to entre las fuer­zas del Hamás y el Ejér­ci­to de Israel que vol­vió a cobrar­se nume­ro­sas víc­ti­mas en la fran­ja. La vida sigue….pese a todo, como demues­tran estas imagenes.

Fuen­te: https://​es​.euro​news​.com

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