Nicolás Lynch /Resumen latinoamericano, 10 de junio de 2021
Hay hechos que marcan a los personajes y les dan una partida de nacimiento en la política. Este es el caso de la huelga magisterial del 2017 en el Perú, que fue liderada por Pedro Castillo Terrones, un maestro de escuela primaria rural, que encabezó una gran lucha sindical contra la reforma neoliberal del sector educación que lleva adelante hace una década un grupo de tecnócratas apadrinados por el Banco Mundial.
En su momento esta huelga fue denostada por todo el orden establecido, incluida alguna izquierda desorientada, que denunció a Castillo como terrorista y opositor a la “modernización” que supuestamente se llevaba adelante en educación. Los dos meses de paralización, sin embargo, le mostraron al país la existencia de un magisterio sobre explotado y despreciado, pero que era capaz de hacer oír su voz en todos los confines del país. Esta es la voz que se ha repetido en las últimas semanas.
La agenda sindical de Castillo el 2017 ha sido, sin embargo, la agenda de la protesta anti neoliberal en estas últimas décadas. Primero, el reclamo de remuneraciones justas que estuvieran de acuerdo con el alza del costo de vida y no por debajo de él. Segundo, la demanda de una Carrera Pública Magisterial promotora y no punitiva como la actual, que busca acabar con el empleo magisterial, como lo demuestran la desaparición de 180,000 plazas de maestros nombrados en los últimos años. Tercero, el pago de la deuda social a los maestros, postergada año a año, incluso de aquella que tiene sentencias judiciales a su favor.
El pacto implícito o explícito de la dirigencia del sindicato tradicional de los maestros, el Sutep, con la tecnocracia del Ministerio de Educación había sido el dique a esas demandas en la última década. Castillo supo enfrentarse a ambas, a la burocracia sindical y a los tecnócratas del sector educación. Es más, enfrentó también el estigma de terrorista que le endilgaba la prensa, exhibiendo su calidad de rondero y la discriminación de una ministra que en su momento se negó a compartir mesa con él.
Cuatro años después queda claro que la “reforma educativa” en curso es una farsa privatizadora, que encontró razones para ser considerada positiva por la gran ofensiva mediática por la que fue acompañada, pero no en su propia naturaleza, que ha afectado gravemente a la escuela pública y pretendía desaparecer a maestros como Pedro Castillo. Esta falsa reforma ha sido el esfuerzo mayor de dirección hegemónica sobre la sociedad del Estado neoliberal, pero como tantas otras vitrinas del neoliberalismo, se viene abajo en un momento de crisis del orden imperante en el que la gente ya no cree en lo que repiten los grandes productores de ideología.
Recapitulando entonces, la sobre explotación del trabajo, la distorsión del mérito, el ninguneo de los derechos sociales, la discriminación étnica, todas juntas sufridas por el maestro Castillo y su gremio, han sido las constantes, ocultas y no tanto, del credo neoliberal en las últimas décadas, que todo aquel que quisiera gozar de algunas de las ventajas del modelo debía asumir, aunque fuera in pectore, como válidas.
Por el contrario, el rechazo a Castillo por todos lo que han usufructuado del modelo, se basa en similares razones, pero de opuestas consecuencias. La polarización electoral ocurrida, por ello, no es gratuita, sino que tiene bases inmediatas y estructurales. Aunque esto no quiere decir que sea fatal, es decir, que nos lleve inevitablemente al abismo.
La polarización, luego de la experiencia de aguda desigualdad social producida a lo largo de tres décadas y su expresión política lógicamente contestataria, también pude llevarnos a emprender un nuevo camino de reparación de daños y construcción de un país distinto, siempre y cuando se acepte —esta es la clave— el liderazgo de quien democrática y legítimamente, por sus propuestas y su trayectoria, es el ganador.
FUENTE: Otra Mirada