Por: Rolando Pérez Betancourt, Resumen Latinoamericano, 30 de julio de 2021
Iba a citar de memoria unas declaraciones de Gabriel García Márquez que a cada rato me saltan como el conejo dentro el sombrero del mago, pero un teclazo las puso ante mí: «Yo no tengo ni vocación ni formación política –dijo el Gabo – . Soy de los que quisieran que ya la revolución hubiera triunfado en todo el mundo, para solamente tener que pensar en la literatura, el arte y esas güevadas. Pero mientras vivamos en el mundo en que vivimos es un crimen no tener una participación política activa».
El escritor colombiano retomaba el viejo dilema de existir solo para el arte y la literatura (la dichosa torre de marfil), o ser también un actuante de «ese mundo en que vivimos», lo que conlleva responsabilidades de información y análisis, además de las decisivas cuotas de sensibilidad con que la naturaleza premia a los creadores y artistas.
Ya Julien Benda (1867- 1956) filósofo, escritor y defensor del intelecto comprometido y del racionalismo, polemista respetado en la Francia de los grandes debates existencialistas, había dicho, no sin cierta sorna, que su sueño de siempre había sido llevar una vida espiritualmente ascética en un medio confortable: «Leer la Imitación de Cristo en un buen cuarto del Ritz», recalcó (posiblemente desplegando una cáustica sonrisa) para que no hubiera duda de los compromisos irrenunciables a la hora de dirimir entre la obra artística que atrae y somete, y las incumbencias éticas, sociales y políticas por las que debe velar un creador.
De José Martí, renunciando a una monumental obra intelectual para dirigir una Revolución, montarse en un caballo y morir bajo el fuego enemigo, no puede referirse uno sin conmoverse (y de paso pensar en algunos «analistas de salón», que nunca faltan, que especularon acerca de unsupuesto suicidio del Apóstol en Dos Ríos).
Entre los numerosos artistas e intelectuales de diversas partes del mundo que suscribieron la reciente carta enviada al presidente Biden pidiéndole que dejara vivir a Cuba, no sé cuántos apoyan el proceso revolucionario desde la A hasta Z y cuántos tienen también críticas y señalamientos que hacerle. Más importante que eso es lo clara que tuvieron las esencias políticas del conflicto, ¡lo que decide!, a la hora de empinarse, alzar la voz y clamar a coro por unas «manos fuera de Cuba».
En esa «participación política activa» por la que clamaba García Márquez en relación con los intelectuales y artistas, lo que debe primar son las grandes verdades que hoy dividen al mundo, y esas hay que aprender a buscarlas y analizarlas con responsabilidad para después exponer cuanto se quiera, sin necesidad de recurrir a poses humanistas, o sensibilidades extremas.
Tomado de Granma