Por Alejandro Guimaraes, Resumen Latinoamericano, 5 de julio de 2021.
¿El futuro llegó hace rato? ¿O llegó ahora mismo?
Ninguno de nosotros y nosotras, a mediados de 2019, hubiese podido imaginar todo este nuevo mundo que estamos transitando. Tengo la certeza en lo personal que a pesar de saber con anticipación el significado de la palabra pandemia, todo el recorrido que hasta hemos hecho, toda la incertidumbre en la que habitamos, son aspectos que no hubiera tenido la capacidad de dimensionar previamente. Una sensación muy extraña vive en mí, y sé que a muchos les habrá pasado lo mismo: aprender a planificar algunas cosas sin certezas del desenlace que tendrá toda esta crisis sanitaria global. Esto implicó para todos y todas la necesidad de recostarnos sobre nuestros pasajes más creativos para ver como podíamos seguir adelante con nuestras actividades personales y laborales.
En el caso de los músicos, representó tener que buscar nuevas formas y las maneras para seguir en actividad, donde la “virtualidad” sea la principal fuente de difusión respecto a la forma de mostrar la música. Si bien vivimos en una época en donde la industria del entretenimiento va segmentándose de forma cada vez más específica, tanto en lo que respecta a las audiencias, en edades, gustos, categorías, dispositivos en donde se consumen los contenidos y plataformas, lo cierto es que la industria de la música desde al menos dos décadas viene teniendo una gran transformación cultural en la forma de su consumo y difusión. Estos cambios culturales, apoyados en gran medida en la tecnología, han hecho que modifiquemos la forma de consumirla.
Hoy es prácticamente normal no tener que ir a comprar la música a una disquería como era común hace algunas décadas, sino que disponemos de ella en nuestros dispositivos. No existen más las grandes cadenas que nos vendía discos físicos, sino que quien desea tener un disco físico deberá ir a algún lugar especializado. De alguna manera hoy estamos teniendo (o… ¿pagando?) las consecuencias de tantos años de consumir música por medio de la piratería. Quizás recuerden la demanda que le hizo Metallica a Napster porque básicamente “regalaban” su música para descargar en internet. Esto me dispara una buena pregunta: ¿Quién no descargó música a través del programa Ares hace poco más de una década? Considero que el problema no debe ser reducido a las plataformas digitales como nuevas formas de consumir música, sino una actualización de todo el marco regulatorio sería quizás necesario. El tiempo seguirá corriendo y los cambios son de alguna manera inevitables. También son beneficiosos. Al margen de esto es imprescindible recordar que la música tiene un costo: es un trabajo que tiene que ser cuidado y regulado para su conservación.
Tristemente algunos músicos han cedido sus derechos a grandes compañías discográficas. Esto significa que están impedidos de poder tener control sobre sus obras y tampoco tienen derecho de editar lo que ellos mismos crearon. Mayoritariamente las empresas buscan maximizar sus beneficios ofreciendo servicios o mercancías, pero en este nuevo siglo, el disco físico no representa la forma directa de obtener grandes ganancias. En otros tiempos los discos de oro y platino eran la forma de reconocimiento por parte de las discográficas hacia los artistas que trabajaban para determinados sellos. El disco físico, en algunos casos, se ha convertido en la forma de promocionar los shows, una triste muestra de como hoy en día vivimos en el reino del revés. Distintos artistas mainstream no tienen necesidad de editar el disco físico para ver incrementadas sus ganancias y en pleno Siglo XXI son las plataformas digitales quienes controlan y hegemonizan las regalías en función de las reproducciones que tienen en las plataformas como Spotify, Itunes, etc etc.
En el transcurso de las dos primeras décadas de este nuevo siglo, en pos de multiplicar sus beneficios económicos no hubo una manera correcta de adaptarse a estos cambios por parte de las compañías discográficas para dar respuestas a la altura. Y cuando la hubo, no fue en función de cuidar a viejos artistas y promoviendo el surgimiento de nuevas expresiones. Quienes amamos hacer música sabemos lo que implica realizar una producción, como por ejemplo el armado de un disco. Los costos de producción son hoy en día más costosos que antes. Este triste escenario actual, propio de un universo distópico que tranquilamente nos remite al Cyberpunk, es en verdad el guion de los que se vive actualmente. Muchos músicos tuvieron que adaptarse para poder seguir adelante con sus carreras, y en plena pandemia algunos de estos tuvieron que aprender más rápido que quienes ya venían adaptándose.
Los shows en vivo son la principal fuente de ingresos (y en algunos casos la venta de merchandising oficial) para no sólo poder costear gastos de producción sino como fuente de ingresos para subsistir. Hoy es tan costoso realizar una producción de un disco, que a la hora revisar el retorno de los gastos que éste requirió en su realización, lo real es que no se recupera con la venta de discos. Hay excepciones obviamente, pero estaríamos hablando de músicos con más de treinta años de carrera con la posibilidad de tocar en estadios. Muchos músicos apuestan más a los singles que a realizar algo de larga duración.
Se sabe que existen productores artísticos que conocen y entienden bien gran parte del negocio: está en lograr la atención del escucha en los primeros instantes de una canción, con lo cual las canciones reproducidas en las distintas plataformas, sobre todo y principalmente en artistas de pop, tienen en común que la voz principal haga su aparición en algunos casos ya los cinco segundos de reproducida la canción. Esto hace que me pregunte ¿el negocio se lleva puesta la creatividad artística o la creatividad artística se adapta y aggiorna en función del negocio? Cambios propios de un Siglo XXI del cual somos testigos.
¿Más entretenimiento o más arte?
Algunos músicos radicados en Estados Unidos, cuentan la experiencia en donde es mucho más redituable trabajar en eventos, fiestas privadas haciendo covers (canciones no propias) en lugar de interpretar canciones de autoría propia. Es decir, la música cumple la función de entretenimiento y no la de expresar arte.
Entiendo que la música es parte de un negocio, es parte de una gran industria, pero si la coyuntura nos condiciona por encima de nuestra necesidad de creatividad, entonces el consumo por el sólo hecho de consumir nos ha ganado una vez más. Claramente los problemas no están en la implementación de la tecnología ya que esta es el medio y no el fin. El entretenimiento es un subproducto del consumo de música y no el fin último. En la música se vuelcan decenas de incontables sentimientos y sensaciones que se involucraron en su creación para pensarla en un mero producto de consumo.
Algunas pequeñas conclusiones finales
La tecnología no es el problema. Hay muchos beneficios en ella. Ha mejorado algunas situaciones que antes eran complicadas. Por ejemplo, es más sencillo multiplicar la difusión con el impulso de las redes sociales. Por otro lado, los shows vía streaming traen consigo una ráfaga de aire fresco en todo este contexto de incertidumbre. Pero a lo que refiere a mejorar mejores condiciones para los músicos, es necesaria una revisión y actualización a las leyes que regulan la propiedad intelectual, los derechos de autor e intérprete. Quienes por consecuencia de control monopólico no se ven retribuidos en forma directa por la creación de sus respectivas obras, en este nuevo escenario hipotético tendrían una mejor protección. En sintonía con esto, la implementación de mejores políticas culturales activas por parte del Estado representaría una manera de incentivar la aparición nuevos músicos y músicas.
Por otro lado, esta situación de crisis sanitaria global ha generado estragos en todas las áreas de la economía local y global, y en todo lo que refiere a la industria de la música. La suspensión de shows internacionales y locales genera una situación crítica en muchos de los que trabajan alrededor de ella. Además de los propios músicos, el trabajo de miles de sonidistas, agentes de prensa, managers, dueños de clubes de música, iluminadores, personal de seguridad, productores de shows, ha entrado en una espiral de riesgo más que preocupante. Una mejor intervención del Estado con políticas más activas es urgente.
¡Por más y más música!
*Por Alejandro Guimaraes para Tercer Cordón. Músico argentino. Bajista vinculado a proyectos de Heavy Metal. Impulsor y Coordinador del Proyecto de declaración que homenajeó y declaró Visitantes de Honor de la República Argentina a IRON MAIDEN en el Congreso de la Nación.
**Nota de autor: Envío mis agradecimientos a Belén Ferreyra por su colaboración con este artículo. Dedicado a la memoria de Pato Larralde cantante de Los Antiguos quien hace unos días falleció producto de Covid-19.