Víctor Caballero Martín /Resumen Latinoamericano, 20 de julio de 2021
Concluido el trabajo del Jurado Nacional de Elecciones, proclamado como ganador de las elecciones presidenciales al profesor Pedro Castillo, conviene reflexionar sobre los grandes derrotados.
No solo ha perdido por tercera vez Keiko Fujimori, la heredera de la dinastía fujimorista, sino, también la gran coalición de derechas quienes amarraron su destino, sus principios y sus ideales tras el fujimorismo y lo que éstos representan.
La tercera derrota: a la cola del Fujimorismo y la aceptación del liderazgo conservador reaccionario
La campaña electoral del 2021 era propicia para que representantes del pensamiento liberal, construyan una alternativa política, viable, seria, que ayude a permita construir las bases de un verdadero sistema político de partidos. Pero no ha sido así. Quizá se deba a la impronta liberal de no estar sujeto a colectividades, de no estar contaminados del poder, de ser solo asesores o fiscalizadores del poder antes que actores políticos para la construcción de un sistema democrático .
Todos habíamos visto – y sufrido – la manera como Keiko Fujimori y la bancada fujimorista demolió lo poco que había de institucionalidad democrática en el país. Todos estaban pendientes del juicio a Keiko y a su partido por graves delitos de corrupción por la recepción de fondos ilegales provenientes de la corrupción. Pocos pensaban que Keiko era una opción de gobierno. Asimismo, pocos percibimos que el electorado peruano vivía una profunda decepción del sistema partidario y de las candidaturas.
Como sabemos, la derecha se presentó dividida; los partidos de la izquierda también. Esa no era la novedad. El problema real era que todos los partidos y candidatos no gozaban de las preferencias del electorado peruano. Pero la sorpresa fue el segundo lugar de Keiko Fujimori, seguida de Rafael López Aliaga que representaba la ultra derecha, cuyo partido, Renovación Popular, obtuvo cerca del 13%; seguido a continuación de Hernando de Soto que se decía, así mismo, como el representaba del pensamiento liberal peruano.
Decidida la segunda vuelta entre Pedro Castillo de Perú Libre y Keiko Fujimori de Fuerza Popular, las fuerzas políticas volvieron a reagruparse. Keiko Fujimori volvió a liderar la coalición de los partidos de la derecha, pero esta vez con posiciones muy conservadoras, reaccionarias y profundamente antidemocráticas. El fujimorismo, a pesar de todo el estropicio que causó a la institucionalidad democrática, a pesar de los graves cargos de corrupción volvió a recibir el respaldo unánime de los dueños de las grandes cadenas periodísticas (televisión – radio – prensa), canalizó el apoyo de los grupos de poder económico incluso de aquellos vinculados con la corrupción.
Lo sorprendente, no obstante, no era esa coalición conservadora tras el fujimorismo, sino que los más connotados representantes del liberalismo peruano , aquellos que se opusieron tenazmente al fujimorismo, a la corrupción que ella encarnada; aquellos que combatían al mercantilismo de los grupos empresariales que el fujimorismo promovía y defendía, terminaron por ceder sus principios, su prédica y su talante democrático para apoyar sin tapujos ni reparos… a Keiko Fujimori . Y perdieron, otra vez. Perdió Keiko. Perdieron los partidos de la derecha extrema, y con ello, arrastraron a los representantes de lo quedaba del liberalismo peruano.
Este descalabro de los liberales peruanos los ha llevado a situaciones límites, como justificar un golpe contra Pedro Castillo. Lo han manifestado sin ningún pudor y sin reparo Keiko Fujimori quien ya manifestó que no reconocerá el triunfo de Pedro Castillo. Lo repitió con todas sus consecuencias Rafael López Aliaga, líder del partido Renovación Popular quien proclamó la muerte de Pedro Castillo, y al comunismo y a los comunistas; le siguieron en ese desvarío el ex marino y ahora congresista Jorge Montoya, Lourdes Flores, Daniel Córdova, quienes afirman (sin pruebas) que Keiko ganó; y, por si fuera poco, a ellos se ha sumado Mario Vargas Llosa, nada menos, al sentenciar sin ningún rubor que «Todo lo que se haga para frenar esa operación turbia (que Castillo asuma el gobierno) que va contra la legalidad, en contra de la democracia, está perfectamente justificado” . Se supone que justifica el golpe contra el Estado de Derecho, desconoce los resultados electorales y justifica con eso el derrocamiento de Pedro Castillo.
¿Cómo así, los que en un momento se declaraban adalides del liberalismo peruano y de la democracia y del respeto del Estado de Derecho, terminan no solo liderados por la expresión más corrupta de la política peruana, y parapetados detrás de líderes que sin reparo se declaran admiradores del fascismo español, de aquellos que enarbolaban por calles y plazas la cruz de borgoña, nada menos, en momento en que el país celebra el Bicentenario de la proclamación de la independencia peruana?
No solo Mario Vargas Llosa termina elaborando una narrativa que concluye con un llamado al golpe, sino que otros adalides del liberalismo como Enrique Ghersi, el autocalificado “pensador liberal” termina llamando a sus huestes a recoger firmas para un referéndum con el propósito de quitar el derecho ciudadano a producir cambios constitucionales . Alucinante. Que se sepa, los referéndums se convocan para conquistar derechos ciudadanos, no para quitarlos. Sabiendo, por lo demás, que la actual constitución considera improcedente toda iniciativa que recorte derechos consagrados en el Artículo 2 de la Constitución.
EL NAUFRAGIO LIBERAL
Reducir la reforma liberal al funcionamiento del libre mercado ha sido para ellos el error fundamental. Exigir el retiro del Estado de toda forma de regulación de la economía, poner reparos a una mejor mayor redistribución de la riqueza hacia las poblaciones pobres y excluidas, minimizar los riesgos ambientales y los derechos territoriales de las comunidades originarias ha sido su peor error, su escasa comprensión de lo que pensaba las poblaciones de los sectores populares rurales y urbanos.
No lo entendieron así. Prefirieron enfrentarse a toda posibilidad de cambio del modelo económico, y de la intangibilidad de la constitución fujimorista. Por esa vía se fueron alineando poco tras la dinastía fujimorista encabezada por Keiko, le perdonaron toda su corrupción no la de su papá, sino la de ella y su grupo político; le aceptaron y toleraron los desmanes que hicieron hasta llevar al país a la más profunda crisis política en el periodo 2016 – 2021. A fin de cuentas, ella era preferible a un gobierno de Pedro Castillo.
Cuesta entender por qué los liberales llegaron a tal grado de sumisión al fujimorismo y a su lideresa Keiko.
Esta desventura de los liberales peruanos en estas últimas décadas requiere, ciertamente una explicación. ¿Qué pasó? O mejor ¿qué les pasó? ¿Por qué terminaron subsumidos por el fujimorismo? ¿por qué aceptaron el liderazgo ya no solo del fujimorismo sino del conservadurismo religioso reaccionario de Renovación Nacional, López Aliaga bajo las banderas de la cruz de borgoña, bandera imperial española?
Quizá quien explique mejor este naufragio sea el buque insignia del liberalismo peruano: Mario Vargas Llosa. Recordemos que él, con el movimiento Libertad, levantó un programa de gobierno de reformas económicas para el cual pedía un mandato expreso al pueblo peruano, programa con el cual se proponía un shock de ajuste fiscal que ocasionaría despidos en el Estado, abrir la economía peruana al mundo. Reformas que según MVL, se sustentaban en las propuestas económicas que su bienamado Friedrich Hayek “llamaba la trinidad inseparable: la legalidad, la libertad, la propiedad”
Nótese que no cita en esa trilogía la democracia. Y eso es precisamente lo que pasó. Los liberales peruanos, aquellos que se cobijaron y crecieron a la sombra de Mario Vargas Llosa pusieron por delante no la democracia ni los derechos sociales de la población bastante castigada por tres décadas de neoliberalismo económico y dictadura del mercado, sino la defensa cerrada de la economía de mercado.
En ese aspecto, y solo en ese aspecto fueron fieles a Hayek, personaje que ni por asomo le interesaba la democracia y los derechos sociales. El propio Mario Vargas Llosa reconoce ese hecho en una anécdota de Hayek que hoy cobra actualidad: “una dictadura – decía Hayek –que practica una economía liberal es preferible a una democracia que no la hace”. Lo dijo dos veces cuando visitaba Chile. “llegó al extremo – dice MVL – de afirmar en dos ocasiones que bajo la dictadura militar de Pinochet había en Chile mucha más libertad que en el gobierno democrático populista y socializante de Allende.”
No es la primera vez en la historia que esto sucede. Al parecer, en circunstancias históricas muy concretas, los representantes del liberalismo político arriaron banderas de la democracia. Lo destacó José Carlos Mariátegui al analizar el ascenso del fascismo en Italia: “Las elecciones italianas – decía -, en verdad, significan más que una derrota de la revolución, una derrota del liberalismo y la democracia”. “La burguesía – continúa – armó y financió el fascismo. La prensa demo – liberal le concedió su favor y ternura”. “El liberalismo no quiso asumir la defensa de la legalidad” .
El parecido con nuestra realidad actual, no es mera coincidencia. Estamos frente a procesos políticos similares.
Siempre se reclamó – desde el lado de la derecha – que los partidos de izquierda deban modernizarse, que debían construir partidos que respetaran la democracia y las elecciones democráticas. Es hora de decir a los liberales peruanos que también ellos deben modernizarse, de construir verdaderos partidos democráticos y defender la democracia, y no plegarse apenas surja unas crisis políticas bajo las banderas del conservadurismo religioso extremo ni a agitar las banderas de la cruz de borgoña, banderas del fascismo español, menos en plenas celebraciones del Bicentenario de la Independencia peruana.
FUENTE: Otra Mirada