Resumen Medio Oriente /24 de agosto de 2021 –
Por Nancy Lindisfarne y Jonathan Neale – Traducción del inglés por S. Seguí (Tlaxcala)
En Gran Bretaña y Estados Unidos se escriben muchas tonterías sobre Afganistán. La mayoría de estas tonterías ocultan una serie de verdades importantes:
En primer lugar, que los talibanes han derrotado a Estados Unidos.
En segundo lugar, que los talibanes han vencido porque tienen más apoyo popular.
En tercer lugar, ello no se debe a que la mayoría de los afganos amen a los talibanes sino a que la ocupación estadounidense ha sido insoportablemente cruel y corrupta.
En cuarto lugar, la Guerra contra el Terror también ha sido derrotada políticamente en Estados Unidos. La mayoría de los estadounidenses están ahora a favor de la retirada de Afganistán y en contra de más guerras extranjeras.
En quinto lugar, estamos ante un punto de inflexión en la historia del mundo. La mayor potencia militar mundial ha sido derrotada por el pueblo de un país pequeño y desesperadamente pobre, lo cual debilitará el poder imperial estadounidense en todo el mundo
En sexto lugar, la retórica de salvar a las mujeres afganas se ha utilizado ampliamente para justificar la ocupación, y muchas feministas de Afganistán han elegido el lado de la ocupación. El resultado es una tragedia para el feminismo.
Este artículo desarrolla estos puntos. Como se trata de un artículo breve, afirmamos más de lo que demostramos. Pero hemos escrito mucho sobre género, política y guerra en Afganistán desde que hicimos trabajo de campo allí como antropólogos hace casi cincuenta años. Al final de este artículo ofrecemos enlaces a gran parte de este trabajo que permiten explorar nuestros argumentos con más detalle [1].
Una victoria militar
Se trata de una victoria militar y política de los talibanes. Es una victoria militar porque los talibanes han ganado la guerra. Desde hace al menos dos años, las fuerzas gubernamentales afganas –el ejército nacional y la policía— han estado perdiendo cada mes más miembros, muertos y heridos, que los efectivos que reclutaban. Así que esas fuerzas se reducían.
En los últimos diez años, los talibanes han ido tomando el control de cada vez más pueblos y algunas ciudades. En los últimos doce días han tomado todas las ciudades.
No ha sido un avance relámpago a través de las ciudades y luego hacia Kabul. La gente que tomó cada ciudad llevaba mucho tiempo en los alrededores, en las aldeas, esperando el momento. Lo significativo es que, en el norte, los talibanes habían estado reclutando constantemente a tayikos, uzbekos y árabes.
Esta es también una victoria política para los talibanes, ya que ninguna insurgencia guerrillera en el mundo puede obtener tales victorias sin el apoyo popular. Pero quizás apoyo no sea la palabra correcta, es más bien que los afganos han tenido que elegir un bando y son más los que han elegido el lado de los talibanes que el de los ocupantes estadounidenses. No todos, sólo más.
También son más los afganos que han elegido el lado de los talibanes que el del gobierno del presidente Ashraf Ghani. De nuevo, no todos, pero sí más que los que apoyan a Ghani. Y más afganos han elegido ponerse del lado de los talibanes que de los antiguos señores de la guerra. La derrota de Dostum en Sheberghan y de Ismail Khan en Herat es una prueba contundente de ello.
Los talibanes de 2001 eran mayoritariamente pastunes y su política era chovinista. En 2021, combatientes talibanes de muchas etnias han tomado el poder en zonas dominadas por uzbekos y tayikos, con la importante excepción de las zonas dominadas por los hazara en las montañas centrales. Volveremos a hablar de esta excepción.
Por supuesto, no todos los afganos han decidido ponerse del lado de los talibanes. Esta es una guerra contra los invasores extranjeros, pero también es una guerra civil. Muchos han luchado para los estadounidenses, el gobierno o los señores de la guerra, y muchos más han llegado a compromisos con ambos bandos para sobrevivir. Y otros tantos no estaban seguros de qué lado tomar y están a la espera, con diferentes mezclas de miedo y esperanza hacia el futuro.
Dado que se trata de una derrota militar para la potencia estadounidense, los llamamientos a Biden para que haga esto o aquello son simplemente una tontería. Si las tropas estadounidenses hubieran permanecido en Afganistán, habrían tenido que rendirse o morir, lo que hubiera sido una humillación aún más grave para el poder estadounidense que la debacle actual. Biden, como Trump antes que él, se quedó sin opciones.
Por qué tantos afganos optaron por los talibanes
El hecho de que más personas hayan elegido a los talibanes no significa que la mayoría de los afganos apoyen necesariamente a aquéllos. Significa que, dadas las limitadas opciones disponibles, ésta ha sido su opción. ¿Por qué?
La respuesta breve es que los talibanes son la única organización política importante que lucha contra la ocupación estadounidense, y la mayoría de los afganos han llegado a odiar esa ocupación.
No siempre fue así. Estados Unidos envió por primera vez aviones bombarderos y algunas tropas a Afganistán un mes después del 11‑S. Estados Unidos contó con el apoyo de las fuerzas de la Alianza del Norte, una coalición de señores de la guerra no pastunes del norte del país. Pero los soldados y los líderes de la Alianza no estaban realmente dispuestos a luchar junto a los estadounidenses. Dada la larga historia de resistencia afgana a la invasión extranjera, la más reciente a la ocupación rusa de 1980 a 1987, hubiera sido demasiado vergonzoso.
Por otro lado, sin embargo, casi nadie estaba dispuesto a luchar para defender al gobierno talibán entonces en el poder. Las tropas de la Alianza del Norte y los talibanes se enfrentaron en una guerra falsa. Entonces, Estados Unidos, los británicos y sus aliados extranjeros comenzaron a bombardear.
Los servicios militares y de inteligencia paquistaníes negociaron poner fin al callejón sin salida: se permitiría a Estados Unidos tomar el poder en Kabul e instalar un presidente de su elección. A cambio, se permitiría a los líderes y a las bases talibanes regresar a sus aldeas o exiliarse al otro lado de la frontera, en Pakistán.
Por razones obvias, este acuerdo no fue muy publicitado en Estados Unidos y Europa en su momento, pero nosotros informamos sobre él y fue ampliamente entendido en Afganistán.
La mejor prueba de este acuerdo negociado es lo que ocurrió después. Durante dos años no hubo resistencia a la ocupación estadounidense. Ninguna, en ninguna población, y muchos miles de antiguos talibanes permanecieron en sus aldeas.
Es algo extraordinario. Pensemos en el contraste con Iraq, donde la resistencia fue generalizada desde el primer día de la ocupación, en 2003. O pensemos en la invasión rusa de Afganistán en 1979, que se encontró con el mismo muro de ira.
La razón no era simplemente que los talibanes no luchaban. Era que la gente común, incluso en la zona de más influencia de los talibanes en el sur, se atrevió a esperar que la ocupación estadounidense trajera la paz a Afganistán y desarrollara la economía para acabar con la terrible pobreza.
La paz era crucial. En 2001 los afganos llevaban veintitrés años atrapados en la guerra, primero una guerra civil entre comunistas e islamistas, luego una guerra entre islamistas e invasores soviéticos, después una guerra entre señores de la guerra islamistas, y luego una guerra en el norte del país entre señores de la guerra islamistas y los talibanes.
Veintitrés años de guerra habían traído muerte, mutilación, exilio y campos de refugiados, pobreza, muchos tipos de dolor y un miedo y una ansiedad interminables. Quizás el mejor libro sobre lo que se sentía en esos momentos es el de Klaits y Gulmanadova Klaits, Love and War in Afghanistan (2005). La gente esperaba la paz desesperadamente. En 2001, incluso los partidarios de los talibanes consideraban que una mala paz era mejor que una buena guerra.
Además, Estados Unidos era un país fabulosamente rico y muchos pensaron que la ocupación podría conducir a un desarrollo que los rescatara de la pobreza.
Los afganos esperaron, pero Estados Unidos les trajo la guerra, no la paz
Los militares estadounidenses y británicos instalaron bases en las aldeas y las pequeñas ciudades del nucleo central de influencia talibán, es decir las zonas principalmente pastunes del sur y el este. A estas unidades nunca se les informó del acuerdo informal negociado entre los estadounidenses y los talibanes. No se les podía decir, porque eso dejaría en una situación vergonzosa al gobierno del presidente Bush. Así que las unidades estadounidenses consideraron que su misión consistía en erradicar a los “malos” restantes, que obviamente seguían allí.
Las incursiones nocturnas, reventando puertas, humillando y aterrorizando a las familias, llevándose a los hombres para ser torturados para obtener información sobre otros “malos”. Fue aquí, y en otros agujeros negros de todo el mundo, donde los militares y los servicios de inteligencia estadounidenses desarrollaron nuevas formas de tortura que el mundo vislumbraría brevemente en Abu Ghraib, la prisión estadounidense de Iraq.
Algunos de los detenidos eran talibanes que no habían combatido, otros eran simplemente personas denunciadas ante los estadounidenses por enemigos locales que codiciaban sus tierras o tenían cuentas pendientes con ellos.
Las memorias del soldado estadounidense Johnny Rico, Blood Makes the Grass Grow Green, ofrecen una narración útil de lo que ocurrió después. Familiares y aldeanos indignados comenzaron a disparar a los estadounidenses en la oscuridad, militares estadounidenses siguieron derribando más puertas y torturando a más hombres, la población siguió disparándoles. Ante ello, los estadounidenses pedían ataques aéreos y sus bombas mataban a una familia tras otra. La guerra volvió al sur y al este del país.
Las desigualdades y la corrupción se dispararon
Los afganos habían confiado en un desarrollo que pudiera mejorar la vida tanto a los ricos como a los pobres, parecía algo tan obvio y tan fácil de hacer. El problema es que no entendían la política exterior estadounidense. Y tampoco entendían la profunda dedicación que tiene el 1% en Estados Unidos al desarrollo de las desigualdades en su propio país.
Así que el dinero estadounidense empezó a llegar en grandes cantidades a Afganistán, pero fue a parar a la gente del nuevo gobierno encabezado por Hamid Karzai; fue a parar a la gente que trabajaba con los estadounidenses y las tropas de ocupación de otras naciones; y fue a parar a los señores de la guerra y a séquitos, profundamente implicados en el comercio internacional de opio y heroína, un comercio facilitado por la CIA y el ejército pakistaní. Fue a parar a las personas que tenían la suerte de poseer casas de lujo bien defendidas en Kabul que podían alquilar al personal extranjero expatriado, y también fue a parar a los hombres y mujeres que trabajaban en ONG financiadas con fondos extranjeros.
Por supuesto, todos estos grupos se solapaban.
Los afganos estaban acostumbrados desde hacía tiempo a la corrupción. La consideraban inevitable y a la vez la odiaban, pero ahora su magnitud no tenía precedentes. Y a los ojos de la población pobre y de ingresos medios, toda esta nueva y obscena riqueza, no importa cómo se hubiera obtenido, aparecía como corrupción.
Durante la pasada década, los talibanes han ofrecido dos cosas en todo el país: la primera es la ausencia de corrupción, del mismo modo como no fueron corruptos cuando estuvieron en el poder antes de 2001. Son la única fuerza política del país de la que se puede decir esto con certeza.
Lo fundamental es que los talibanes han gestionado un sistema judicial honesto en las zonas rurales bajo su control. Su reputación es tan reconocida que muchas personas involucradas en juicios civiles en las ciudades han acordado por ambas partes acudir a los jueces talibanes en el campo. Esto les permite una justicia rápida, barata y justa sin necesidad de sobornos masivos. Como la justicia es equivativa, ambas partes pueden vivir con ella.
Para los habitantes de las zonas controladas por los talibanes, la justicia imparcial es también una protección contra la desigualdad. Cuando los ricos son capaces de sobornar a los jueces, pueden hacer lo que quieran con los pobres. La tierra era lo más importante. Los hombres ricos y poderosos, los señores de la guerra y los funcionarios del gobierno podían apoderarse, robar o engañar para hacerse con el control de las tierras de los pequeños agricultores y oprimir a los aparceros, aún más pobres. Pero era de convencimiento general que los jueces talibanes estaban dispuestos a dictar sentencia a favor de los pobres.
El odio a la corrupción, la desigualdad y la ocupación se mezclaban.
Veinte años después
De 2001, cuando los talibanes cayeron en manos de los estadounidenses tras el 11‑S, hace ya veinte años. En veinte años de guerra y crisis se han producido importantes cambios en los movimientos políticos de masas. Los talibanes han aprendido y han cambiado, como no podía ser de otra manera. Muchos afganos y expertos extranjeros lo han comentado, y Giustozzi (ver abajo) es el autor de la útil expresión neotalibán [2].
Este cambio, tal y como se presenta públicamente, tiene varios aspectos. Los talibanes se han dado cuenta de que el chovinismo pastún era una gran debilidad. Ahora, hacen hincapié en que son musulmanes, hermanos de todos los demás musulmanes, y que quieren y tienen el apoyo de los musulmanes de muchos grupos étnicos.
Pero en los últimos años se ha producido una amarga división en las fuerzas talibanes: una minoría de combatientes y simpatizantes talibanes se ha aliado con el Estado Islámico. La diferencia es que el Estado Islámico lanza ataques terroristas contra chiitas, sijs y cristianos. Los talibanes de Pakistán hacen lo mismo, al igual que la pequeña red Haqqani, patrocinada por los servicios de inteligencia pakistaníes. Pero la mayoría de los talibanes han sido fiables en la condena de esos ataques.
Volveremos sobre esta división más adelante, ya que tiene implicaciones para lo que sucederá después.
Los nuevos talibanes también han destacado su preocupación por los derechos de la mujer. Afirman que aceptan la música y los vídeos, y han moderado los aspectos más feroces y puritanos de su anterior gobierno. Ahora afirman una y otra vez que quieren gobernar en paz, sin vengarse de la gente del régimen anterior.
Es difícil saber cuánto de ello es propaganda y cuánto es verdad. Además, lo que suceda de ahora en adelante dependerá en gran medida de lo que ocurra con la economía y de las acciones de las potencias extranjeras. Sobre este punto hablaremos más adelante. Lo que queremos señalar aquí es que los afganos tienen razones para preferir a los talibanes a los estadounidenses, a los señores de la guerra y al gobierno de Ashraf Ghani.
¿Y el rescate de las mujeres afganas?
Muchos lectores se preguntarán ahora con insistencia ¿pero, qué pasa con las mujeres afganas? La respuesta no es sencilla.
Hay que empezar por remontarse a los años 70. En todo el mundo, los sistemas específicos de desigualdad de género se entremezclan con sistemas específicos de desigualdad de clase. Afganistán no era diferente.
Nancy Lindisfarne realizó un trabajo de campo antropológico con mujeres y hombres pastunes en el norte del país a principios de los años setenta. Vivían de la agricultura y el pastoreo de animales. El libro posterior de Nancy, Bartered Brides: Politics and Marriage in a Tribal Society, explica la conexión existente entre las divisiones de clase, género y etnia en aquella época.
Y para quien desee conocer lo que esas mismas mujeres pensaban sobre sus vidas, problemas y alegrías, Nancy y su antiguo compañero Richard Tapper han publicado recientemente Afghan Village Voices, una traducción de muchas de las cintas que las mujeres y los hombres les grabaron sobre el terreno.
Esa realidad era compleja, amarga, opresiva y llena de amor. En ese sentido profundo, no era diferente de las complejidades del sexismo y la clase social en Estados Unidos. Pero la tragedia del siguiente medio siglo cambiaría en gran parte esta realidad. Ese largo sufrimiento produjo el particular sexismo de los talibanes, que no es un producto automático de la tradición afgana.
La historia de este nuevo giro comienza en 1978. Ese año comenzó la guerra civil entre el gobierno comunista y la resistencia islamista de los muyaidines. Los islamistas iban ganando, así que la Unión Soviética invadió a finales de 1979 para respaldar al gobierno comunista. Siguieron siete años de guerra brutal entre los soviéticos y los muyaidines. En 1987 las tropas soviéticas se retiraron, derrotadas.
Cuando vivíamos en Afganistán, a principios de los años 70, los comunistas eran parte de la mejor gente. Les movían tres pasiones: querían desarrollar el país, querían acabar con el poder de los grandes terratenientes y repartir la tierra, y querían la igualdad para las mujeres.
Pero en 1978 los comunistas tomaron el poder en un golpe militar, dirigido por oficiales progresistas que sin embargo no lograron el apoyo político de la mayoría de los campesinos, en un país abrumadoramente rural. El resultado fue que la única forma de lidiar con la resistencia islamista rural fueron las detenciones, las torturas y los bombardeos. Cuantas más crueldades cometía el ejército dirigido por los comunistas, más crecía la revuelta.
Entonces, la Unión Soviética invadió para apuntalar a los comunistas. Su principal arma fue el bombardeo desde el aire, y grandes partes del país se convirtieron en zonas de fuego libre. Entre medio millón y un millón de afganos murieron, y al menos otro millón quedó mutilado de por vida. Entre seis y ocho millones se exiliaron a Irán y Pakistán, y millones más se convirtieron en refugiados internos. Todo esto en un país de sólo veinticinco millones de habitantes.
Cuando llegaron al poder, lo primero que intentaron hacer los comunistas fue la reforma agraria y la legislación sobre los derechos de la mujer. Cuando los rusos invadieron el país, la mayoría de los comunistas se pusieron de su lado, y muchos de esos comunistas eran mujeres. El resultado fue manchar el nombre del feminismo por su apoyo a la tortura y la matanza.
Imaginen que Estados Unidos fuera invadido por una potencia extranjera que matara a entre doce y veinticuatro millones de estadounidenses, torturara a la gente en todas las ciudades y llevara al exilio a cien millones de personas. Imaginen también que casi todas las feministas de Estados Unidos apoyaran a los invasores, Después de esa experiencia, ¿cómo creen que se sentiría la mayoría de los estadounidenses ante una segunda invasión por parte de otra potencia extranjera, o ante el feminismo? ¿Cómo creen que se sintieron la mayoría de las mujeres afganas ante una nueva invasión, esta vez por parte de los estadounidenses, justificada por la necesidad de rescatar a las mujeres afganas? Recuerden que esas estadísticas sobre los muertos, los mutilados y los refugiados bajo la ocupación soviética no eran números abstractos. Eran mujeres vivas, y sus hijos e hijas, maridos, hermanos y hermanas, madres y padres.
Así pues, cuando la Unión Soviética se fue, derrotada, la mayoría de la gente respiró aliviada. Pero entonces los líderes locales muyahidines de la resistencia a los comunistas y los invasores se convirtieron en señores de la guerra y lucharon entre sí por el botín de la victoria. La mayoría de los afganos habían apoyado a los muyahidines, pero ahora estaban asqueados por la codicia, la corrupción y la interminable guerra inútil.
Los antecedentes de clase y de refugiados de los talibanes
En el otoño de 1994, los talibanes llegaron a Kandahar, una ciudad mayoritariamente pastún y la más grande del sur de Afganistán. Los talibanes no se parecían a nada anterior en la historia de Afganistán. Eran producto de dos innovaciones por excelencia del siglo XX: los bombardeos aéreos y los campos de refugiados en Pakistán. Pertenecían a una clase social diferente de las élites que habían gobernado Afganistán.
Los comunistas habían sido los hijos e hijas de las clases medias urbanas y de los agricultores de nivel medio rurales con suficiente tierra para llamarla suya. Habían sido dirigidos por personas que habían seguido clases en la única universidad del país, en Kabul, y querían acabar con el poder de los grandes terratenientes y modernizar el país.
Los islamistas que lucharon contra los comunistas eran personas con unos antecedentes de clase similares y, en su mayoría, antiguos alumnos de la misma universidad. Ellos también querían modernizar el país, pero de forma diferente. Y se fijaron en las ideas de los Hermanos Musulmanes y de la Universidad de Al-Azhar de El Cairo.
La palabra talibán significa alumno de una escuela islámica, no de una escuela estatal o de una universidad. Los combatientes talibanes que entraron en Kandahar en 1994 eran jóvenes que habían estudiado en las escuelas islámicas gratuitas de los campos de refugiados en Pakistán. Habían sido niños que no poseían nada.
Los líderes de los talibanes eran mulás de las aldeas afganas, sin las conexiones de élite de muchos de los imanes de las mezquitas de las ciudades. Los mulás de las aldeas sabían leer y gozaban de cierto respeto por parte de los demás aldeanos, pero su estatus social estaba muy por debajo del de un terrateniente o un graduado de escuela secundaria en una oficina gubernamental.
Los talibanes estaban dirigidos por un comité de doce hombres. Los doce habían perdido una mano, un pie o un ojo por las bombas soviéticas en la guerra. Los talibanes eran, entre otras cosas, el partido de los hombres de clase baja y media de las aldeas pastunes [3].
Veinte años de guerra habían hecho de Kandahar una ciudad sin ley y a merced de las milicias beligerantes. El punto de inflexión se produjo cuando los talibanes persiguieron a un comandante local que había violado a un niño y a dos mujeres (posiblemente tres). Los talibanes lo capturaron y lo colgaron. Lo que hizo sorprendente su intervención no fue sólo su determinación de poner fin a las luchas internas asesinas y restaurar la dignidad y la seguridad de la gente, sino su disgusto por la hipocresía de los demás islamistas.
Desde el principio, los talibanes fueron financiados por los saudíes, los estadounidenses y los militares paquistaníes. Washington quería un país pacífico que pudiera albergar los oleoductos y gasoductos de Asia Central. Los talibanes destacaban por no admitir excepciones a los mandatos que pretendían imponer, y por la severidad con la que hacían cumplir las normas.
Muchos afganos agradecieron el regreso del orden y un mínimo de seguridad, pero los talibanes eran sectarios e incapaces de controlar el país y, en 1996, los estadounidenses les retiraron su apoyo. Cuando lo hicieron, desataron una nueva y mortífera versión de islamofobia contra los talibanes.
Prácticamente de la noche a la mañana, las mujeres afganas fueron consideradas indefensas y oprimidas, mientras que los hombres afganos –también conocidos como talibanes– fueron aborrecidos como salvajes fanáticos, pedófilos y sádicos patriarcas, apenas personas.
Durante cuatro años antes del 11‑S, los talibanes habían sido el objetivo de los estadounidenses, mientras que las feministas y otros clamaban por la protección de las mujeres afganas. Cuando comenzaron los bombardeos estadounidenses, todo el mundo debía entender que las mujeres afganas necesitaban ayuda. ¿Qué podía salir mal?
El 11‑S y la guerra americana
Los bombardeos comenzaron el 7 de octubre. En pocos días, los talibanes se vieron obligados a esconderse –o quedaban literalmente castrados – , como anunciaba una fotografía en la portada del Daily Mail. Las imágenes publicadas de la guerra eran realmente impactantes por la violencia y el sadismo que retrataban. Mucha gente en Europa estaba horrorizada por la magnitud de los bombardeos y la absoluta despreocupación por las vidas afganas [4].
Sin embargo, en Estados Unidos ese otoño, la mezcla de venganza y patriotismo hizo que las voces discrepantes fueran escasas y casi inaudibles. Pregúntese, como hizo Saba Mahmood en su momento, por qué las condiciones de la guerra (migración, militarización) y el hambre (bajo los muyahidines) se consideraron menos perjudiciales para las mujeres que la falta de educación, empleo y, sobre todo, en la campaña mediática, los estilos de vestir occidentales (bajo los talibanes), [5]
Entonces pregúntense de nuevo, con más vehemencia: ¿cómo es posible “salvar a las mujeres afganas” bombardeando a una población civil que incluía, junto a las propias mujeres, a sus hijos, sus maridos, padres y hermanos? Debería haber sido la pregunta que pusiera fin a la discusión, pero no fue así.
La expresión más atroz de la islamofobia feminista se produjo a poco más de un mes de iniciada la guerra. Una guerra de venganza enormemente desigual no queda muy bien a los ojos del mundo, así que mejor hacer algo que parezca virtuosa. En vísperas de la fiesta estadounidense de Acción de Gracias, el 17 de noviembre de 2001, Laura Bush, la esposa del presidente, se lamentaba en voz alta de la difícil situación de las mujeres afganas con velo. Cherie Blair, la esposa del Primer Ministro británico, se hizo eco de sus sentimientos unos días después. Esas ricas esposas guerreristas estaban utilizando todo el peso del paradigma orientalista para culpar a las víctimas y justificar una guerra contra algunos de los pueblos más pobres de la tierra. Y “Salvar a las mujeres afganas” se convirtió en el grito persistente de muchas feministas liberales para justificar la guerra estadounidense [6].
Con la elección de Obama en 2008, el coro de la islamofobia se hizo hegemónico entre los liberales estadounidenses. Ese año, la alianza antibélica estadounidense se disolvió efectivamente para ayudar a la campaña de Obama. Los demócratas y las feministas que apoyaron a la secretaria de Estado halcón de Obama, Hillary Clinton, no podían aceptar la realidad de que tanto Afganistán como Iraq eran guerras por petróleo [7].
Sólo tenían una justificación para las interminables guerras del petróleo: el sufrimiento de las mujeres afganas. El giro feminista fue una táctica inteligente. Evitó las comparaciones entre el indudable gobierno sexista de los talibanes y los sexismos en Estados Unidos. Y lo que es más impactante, el giro feminista domesticó y desplazó de forma efectiva las feas verdades de una guerra tremendamente desigual. Y separó a esas supuestas “mujeres que hay que salvar” de las decenas de miles de mujeres, hombres y niños afganos que murieron, resultaron heridos, quedaron huérfanos o quedaron sin hogar y hambrientos a causa de las bombas estadounidenses.
Muchos de nuestros amigos y familiares en Estados Unidos son feministas y creyeron de corazón gran parte de esta propaganda. Pero lo que se les pedía que apoyaran era una red de mentiras, una perversión del feminismo. Era el feminismo del invasor y de la élite gobernante corrupta, era el feminismo de los torturadores y de los drones.
Nosotros creemos que otro feminismo es posible,
Pero sigue siendo cierto que los talibanes son profundamente sexistas. La misoginia ha obtenido una victoria en Afganistán, pero no tenía por qué ser así.
Las comunistas que se pusieron del lado de las crueldades de los invasores soviéticos habían desacreditado el feminismo en Afganistán durante al menos una generación.
Pero entonces Estados Unidos invadió, y una nueva generación de mujeres profesionales afganas se puso del lado de los nuevos invasores para intentar conseguir derechos para las mujeres. Su sueño también terminó en colaboracionismo, vergüenza y sangre. Algunas eran arribistas, por supuesto, y lanzaban verdades de Perogrullo a cambio de financiación. Pero muchas otras estaban motivadas por un sueño honesto y desinteresado. El fracaso de éstas resulta trágico.
Estereotipos y confusiones
Fuera de Afganistán, existe mucha confusión sobre los estereotipos de los talibanes elaborados durante los últimos veinticinco años. Pero reflexionen detenidamente cuando oigan los estereotipos de su feudalismo, brutalidad y primitivismo. Se trata de personas que manejan ordenadores portátiles, que han estado negociando con los estadounidenses en Qatar durante los últimos catorce años.
Los talibanes no son un producto de la época medieval. Son el producto de algunos de los peores momentos de finales del siglo XX y principios del siglo XXI. Si contemplan un pasado de una época mejor imaginada, no es de extrañar. Pero han sido moldeados por la vida bajo los bombardeos aéreos, los campos de refugiados, el comunismo, la Guerra contra el Terror, los interrogatorios que eran torturas, el cambio climático, la política de Internet y la espiral de desigualdad del neoliberalismo. Viven, como todo el mundo, en nuestro tiempo.
Sus raíces en una sociedad tribal también pueden resultar confusas. Pero como ha argumentado Richard Tapper, las tribus no son instituciones atávicas. Son la forma en que los campesinos de esta parte del mundo organizan su relación con el Estado. Y la historia de Afganistán nunca ha sido simplemente una cuestión de grupos étnicos en conflicto, sino más bien de complejas alianzas entre grupos y divisiones dentro de los mismos [8].
Hay un conjunto de prejuicios en la izquierda que inclinan a algunas personas a preguntarse cómo pueden los talibanes estar del lado de los pobres y ser antiimperialistas si no son “progresistas”. Dejemos de lado por el momento el hecho de que la palabra progresista significa poco. Por supuesto que los talibanes son hostiles al socialismo y al comunismo. Ellos mismos, o sus padres o abuelos, fueron asesinados y torturados por socialistas y comunistas. Además, cualquier movimiento que haya librado una guerra de guerrillas de veinte años y haya derrotado a un gran imperio es antiimperialista, o sino las palabras no tienen sentido.
La realidad es la que es. Los talibanes son un movimiento de campesinos pobres, contra una ocupación imperial, profundamente misógina, apoyada por muchas mujeres, a veces racista y sectaria, a veces no. Es un conjunto de contradicciones producidas por la historia.
Otra fuente de confusión es la política de clase de los talibanes. ¿Cómo pueden estar del lado de los pobres, como es obvio que están, y sin embargo oponerse tan amargamente al socialismo? La respuesta es que la experiencia de la ocupación rusa eliminó la posibilidad de formulaciones socialistas sobre cuestiones de clase. Pero no cambió la realidad de la clase social. Nadie ha construido nunca un movimiento de masas entre los campesinos pobres que haya tomado el poder sin ser considerado del lado de los pobres.
Los talibanes no hablan en el lenguaje de la clase social, sino en el de la justicia y la corrupción. Esas palabras describen el mismo bando.
Nada de esto significa que los talibanes vayan a gobernar necesariamente en interés de los pobres. Hemos visto suficientes revueltas campesinas llegar al poder en el último siglo y más, sólo para convertirse en gobiernos de las élites urbanas. Y nada de esto debe distraernos de la verdad de que los talibanes pretenden ser dictadores, no demócratas.
Un cambio histórico en Estados Unidos
La caída de Kabul marca una derrota decisiva para el poder estadounidense en el mundo, pero también marca, o deja claro, un profundo alejamiento del imperio americano entre los estadounidenses.
Una prueba de ello son las encuestas de opinión. En 2001, justo después del 11‑S, entre el 85% y el 90% de los estadounidenses aprobaban la invasión de Afganistán. Las cifras han ido bajando constantemente, y el mes pasado, el 62% de los estadounidenses aprobaba el plan de Biden para la retirada total, y el 29% se oponía.
Este rechazo a la guerra es común tanto en la derecha como en la izquierda. La base de clase trabajadora del Partido Republicano y de Trump está en contra de las guerras en ultramar. Muchos soldados y sus familias provienen de las zonas rurales y del sur, donde Trump es fuerte, y están en contra de más guerras, porque son ellos y sus seres queridos los que sirvieron, murieron y fueron heridos.
El patriotismo de derecha en Estados Unidos es ahora militarista, pero eso significa pro soldado, no pro guerra. Cuando dicen “Make America Great Again”, quieren decir que Estados Unidos no es grande ahora para los propios estadounidenses, no que Estados Unidos debería participar más en el mundo.
También entre los demócratas, la base de clase trabajadora está en contra de las guerras.
Y luego, hay los que apoyan una mayor intervención militar. Son los demócratas de Obama, los republicanos de Romney, los generales, muchos profesionales liberales y conservadores, y casi todo el mundo perteneciente a la élite de Washington. Pero el pueblo estadounidense en su conjunto, y especialmente la clase trabajadora –negra, morena y blanca– se ha vuelto contra el imperio estadounidense.
Tras la caída de Saigón, el gobierno estadounidense no pudo lanzar grandes intervenciones militares durante los siguientes quince años. Es posible que pase más tiempo aún después de la caída de Kabul
Las consecuencias internacionales
Desde 1918, hace 103 años, Estados Unidos es la nación más poderosa del mundo. Ha habido potencias competidoras: primero Alemania, luego la Unión Soviética y ahora China. Pero Estados Unidos ha sido dominante. Ese “siglo americano” está ahora llegando a su fin.
La razón a largo plazo es el ascenso económico de China y el relativo declive económico de Estados Unidos. Pero la pandemia de Covid y la derrota afgana hacen que los dos últimos años sean un punto de inflexión.
La pandemia de Covid ha revelado la incompetencia institucional de la clase dirigente, y del gobierno de Estados Unidos. El sistema ha fracasado a la hora de proteger al pueblo, y este caótico y vergonzoso fracaso es evidente para los pueblos de todo el mundo.
Luego está Afganistán. A juzgar por los gastos y el material, Estados Unidos es la potencia militar dominante a nivel mundial. Pues bien, esta potencia ha sido derrotada por gente pobre en sandalias en un pequeño país que no tiene más que resistencia y coraje.
La victoria de los talibanes también dará ánimos a islamistas de muy diversa índole en Siria, Yemen, Somalia, Pakistán, Uzbekistán, Turkmenistán, Tayikistán y Malí. Pero la realidad irá más allá.
Tanto el fracaso con la Covid como la derrota afgana reducirán el soft power de Estados Unidos. Pero Afganistán es también una derrota del hard power. La fuerza del imperio informal de Estados Unidos se ha sostenido durante un siglo sobre tres pilares diferentes. Uno era ser la mayor economía del mundo, y su dominio del sistema financiero global. El segundo ha sido su reputación, entre muchos sectores, de democracia, competencia y liderazgo cultural. El tercero era que si el poder blando fallaba, Estados Unidos podía invadir países para apoyar a las dictaduras y castigar a sus enemigos.
Ese poder militar ya no existe. Ningún gobierno puede ahora creer que Estados Unidos va a rescatarlos de un invasor extranjero o de su propio pueblo. Las matanzas con drones continuarán y causarán gran sufrimiento. Pero en ningún lugar los drones por sí solos serán militarmente decisivos.
Este es el principio del fin del siglo americano
¿Qué pasará ahora?
Nadie sabe qué ocurrirá en Afganistán en los próximos años. Pero podemos identificar algunas de las tendencias.
La primera, y más esperanzadora, es el profundo anhelo de paz en los corazones del pueblo afgano. Han vivido ya cuarenta y tres años de guerra. En este sentido hay que pensar de qué manera sólo cinco o diez años de guerra civil e invasión han marcado a tantos países. Ahora imaginen en cuarenta y tres años.
Kabul, Kandahar y Mazar, las tres ciudades más importantes, han caído sin ninguna violencia. Esto se debe a que los talibanes, como insisten sin cesar, quieren un país en paz, y no quieren venganza. Pero también se debe a que las personas que no los apoyan, que incluso los odian, también han decidido no combatir.
Los líderes talibanes son claramente conscientes de que tienen que conseguir la paz.
Para ello también es esencial que sigan impartiendo una justicia equitativa. Los antecedentes son buenos, pero las tentaciones y presiones de la gobernanza han corrompido muchos movimientos sociales en muchos países antes de ahora.
El colapso económico también es muy posible. Afganistán es un país pobre y árido, donde menos del 5% de la tierra es cultivable. En los últimos veinte años las ciudades han crecido enormemente. Ese crecimiento ha dependido del dinero procedente de la ocupación y, en menor medida, del dinero procedente del cultivo del opio. Sin una ayuda extranjera sustancial procedente de alguna parte, el colapso económico será una amenaza.
Como los talibanes son conscientes de ello, han propuesto explícitamente a Estados Unidos una negociación. Los estadounidenses proporcionarán ayuda, y a cambio los talibanes no proporcionarán un hogar a terroristas que pudieran lanzar ataques como el del 11 de septiembre. Tanto el gobierno de Trump como el de Biden han aceptado este trato. Pero no está nada claro que Estados Unidos vaya a cumplir esa promesa.
De hecho, es totalmente posible que ocurra algo peor. Anteriores gobiernos de Estados Unidos han castigado a Iraq, Irán, Cuba y Vietnam por su desafío con sanciones económicas destructivas y de larga duración. Y en Estados Unidos se alzarán muchas voces a favor de tales sanciones, a fin de matar de hambre a los niños afganos en nombre de los derechos humanos.
Luego está la amenaza de la intromisión internacional, de que diferentes potencias apoyen a diferentes fuerzas políticas o étnicas dentro de Afganistán. Estados Unidos, India, Pakistán, Arabia Saudí, Irán, China, Rusia y Uzbekistán pueden sentir la tentación. Ya ha ocurrido antes, y en una situación de colapso económico podría provocar otras guerras por delegación.
Sin embargo, por el momento, los gobiernos de Irán, Rusia y Pakistán desean claramente la paz en Afganistán.
Los talibanes también han prometido no gobernar con crueldad. Es más fácil decirlo que hacerlo. Enfrentados a familias que han amasado grandes fortunas mediante la corrupción y el delito ¿qué creen que querrán hacer los pobres soldados provenientes del medio rural?
Y luego está la cuestión climática. En 1971, una sequía y una hambruna en el norte y el centro del país devastaron rebaños, cosechas y vidas. Fue la primera señal de los efectos del cambio climático en la región, que ha traído más sequías en los últimos cincuenta años. A medio y largo plazo, la agricultura y la ganadería serán más precarias [9].
Todos estos peligros son reales, pero el experto en seguridad Antonio Giustozzi, con su perspicacia habitual, está en contacto con el pensamiento tanto de los talibanes como de los gobiernos extranjeros y los talibanes. Su artículo en The Guardian del 16 de agosto era esperanzador. Terminaba así:
“Dado que la mayoría de los países vecinos desean la estabilidad en Afganistán, al menos por el momento es improbable que cualquier fisura en el nuevo gobierno de coalición sea aprovechada por actores externos para crear división. Del mismo modo, a los perdedores de 2021 les costará encontrar a alguien dispuesto o capaz de apoyarles para iniciar algún tipo de resistencia. Mientras el nuevo gobierno de coalición incluya a aliados clave entre sus vecinos, se trata del comienzo de una nueva fase en la historia de Afganistán” [10].
¿Qué se puede hacer? Acoger a los refugiados
Muchas personas en Occidente se preguntan ahora: “¿qué podemos hacer para ayudar a las mujeres afganas?” A veces esta pregunta da por sentado que la mayoría de las mujeres afganas se oponen a los talibanes, y que la mayoría de los hombres afganos los apoyan. Esto no tiene sentido y es casi imposible imaginar un tipo de sociedad en la que esto pudiera ser cierto.
Pero aquí hay una cuestión más estrecha. Concretamente, ¿cómo ayudar a las feministas afganas? Se trata de una pregunta válida y respetable. La respuesta es organizarse para comprarles billetes de avión y darles refugio en Europa y Norteamérica.
Pero no son sólo las feministas las que necesitarán asilo. Decenas de miles de personas que trabajaron para la ocupación están desesperadas por obtener asilo, con sus familias. Y otro tanto un número mayor de personas que trabajaron para el gobierno afgano.
Algunas de estas personas son admirables, otras son monstruos corruptos, muchas se encuentran en un punto intermedio, y muchas son simplemente niños. Pero estamos aquí ante un imperativo moral. Estados Unidos y los países de la OTAN han ocasionado un inmenso sufrimiento durante veinte años. Lo mínimo, lo más mínimo, que deberían hacer es rescatar a las personas cuyas vidas han destrozado.
También hay otra cuestión moral aquí. Lo que muchos afganos han aprendido en los últimos cuarenta años también ha quedado claro en la última década del tormento de Siria. Es demasiado fácil comprender los accidentes de fondo y la historia personal que llevan a las personas a hacer las cosas que hacen. La humildad nos obliga a mirar a la joven comunista, a la feminista culta que trabaja para una ONG, al terrorista suicida, al marine estadounidense, al mulá de aldea, al combatiente talibán, a la madre afligida por la muerte de un hijo bajo las bombas estadounidenses, al cambista sij, al policía, al pobre agricultor que cultiva opio, y a decir: “Por el amor de Dios, aquí estoy yo”.
El fracaso de los gobiernos estadounidense y británico en el rescate de las personas que trabajaban para ellos ha sido tan vergonzoso como revelador. En realidad no se trata de un fracaso, sino de una opción. El racismo contra la inmigración ha pesado más en Johnson y Biden que sus deudas para con la Humanidad.
Las campañas para acoger a los afganos siguen siendo posibles. Por supuesto, un argumento moral tan sólido se topará con el racismo y la islamofobia a cada paso. Pero ya en la última semana los gobiernos de Alemania y Holanda han suspendido cualquier deportación de afganos.
Hay que pedir a todos los políticos, en cualquier lugar, que alcen la voz en apoyo de las mujeres afganas, una y otra vez, que abran las fronteras a todos los afganos.
Y luego está lo que pueda pasar con los hazaras. Como hemos dicho, los talibanes han dejado de ser simplemente un movimiento pastún y se han vuelto nacionales, reclutando a muchos tayikos y uzbekos. Y también, dicen, a algunos hazaras. Pero no muchos.
Los hazaras son el pueblo que tradicionalmente habitaba las montañas del centro del país. Muchos también emigraron a ciudades como Mazar y Kabul, donde trabajan como porteadores y en otros trabajos mal pagados. Son alrededor del 15% de la población afgana. Las raíces de la enemistad entre pashtunes y hazaras se encuentran en parte en antiguas disputas por la tierra y los derechos de pastoreo.
Pero más recientemente también importa mucho el hecho de que los hazaras son chiítas, y casi todos los demás afganos son sunitas.
Los enconados conflictos entre sunitas y chiítas en Iraq han provocado una escisión en la tradición militante islamista. Esta división es complicada, pero importante, y necesita un poco de explicación.
Tanto en Iraq como en Siria, el Estado Islámico ha cometido matanzas contra los chiitas, al igual que las milicias chiitas han masacrado a los suníes en ambos países.
Las redes más tradicionales de Al Qaeda se han opuesto firmemente a atacar a los chiitas y han defendido la solidaridad entre musulmanes. Se suele señalar que la propia madre de Osama Bin Laden era chiíta, aunque en realidad era una alauita de Siria. Pero la necesidad de unidad ha sido más importante. Este fue el motivo principal de la división entre Al Qaeda y el Estado Islámico.
En Afganistán, los talibanes también han defendido con fuerza la unidad islámica. La explotación sexual de las mujeres por parte del Estado Islámico también repugna profundamente a los valores talibanes, que son profundamente sexistas pero puritanos y modestos. Durante muchos años los talibanes afganos han sido coherentes en su condena pública de todos los atentados terroristas contra chiitas, cristianos y sijs.
Sin embargo, esos ataques se producen. Las ideas del Estado Islámico han influido especialmente en los talibanes pakistaníes. Los talibanes afganos son una organización; los talibanes paquistaníes forman una red más dispersa, no controlada por los afganos, y han llevado a cabo repetidos atentados contra chiítas y cristianos en Pakistán.
Son el Estado Islámico y la red Haqqani quienes han llevado a cabo los recientes atentados terroristas racistas contra los hazaras y los sijs en Kabul. Los dirigentes talibanes han condenado todos esos ataques.
Pero la situación es cambiante. El Estado Islámico en Afganistán es una escisión minoritaria de los talibanes, basada en gran medida en la provincia de Ningrahar, en el este del país. Son acérrimos antichiítas, como lo es también la red Haqqani, un antiguo grupo muyahidín controlado en gran medida por la inteligencia militar paquistaní. Sin embargo, en la combinación actual la red Haqqani está integrada en la organización talibán, y su líder es uno de los dirigentes de los talibanes.
Pero nadie puede estar seguro de lo que vaya a deparar el futuro. En 1995, un levantamiento de trabajadores hazaras en Mazar impidió que los talibanes se hicieran con el control del norte. Pero las tradiciones de resistencia de los hazaras son mucho más profundas y antiguas.
Los refugiados hazaras en los países vecinos también pueden estar ahora en peligro. El gobierno de Irán se está aliando con los talibanes y les ruega que sean pacíficos. Lo hacen porque ya hay unos tres millones de refugiados afganos en Irán. La mayoría de ellos llevan años allí, la mayoría son trabajadores urbanos pobres y sus familias, y la mayoría son hazaras. Recientemente, el gobierno iraní, que se halla en una situación económica desesperada, ha comenzado a deportar afganos de regreso a Afganistán.
También hay cerca de un millón de refugiados hazaras en Pakistán. En la región de Quetta, más de 5.000 de ellos han muerto en asesinatos y matanzas sectarias en los últimos años. Y la policía y el ejército paquistaníes no hacen nada. Dado el prolongado apoyo del ejército y los servicios de inteligencia paquistaníes a los talibanes afganos, esas personas corren ahora un mayor riesgo.
¿Qué debe hacerse, fuera de Afganistán? Como la mayoría de los afganos, rezar por la paz. Y unirse a las protestas por la apertura de las fronteras.
Dejaremos la última palabra a Graham Knight. Su hijo, el sargento Ben Knight de la Real Fuerza Aérea Británica, fue muerto en Afganistán en 2006. Esta semana, Graham Knight declaró a la Press Association que el gobierno británico debería haber actuado con rapidez para rescatar a los civiles:
“No nos sorprende que los talibanes hayan tomado el control, porque en cuanto los estadounidenses y los británicos dijeron que se iban a ir, sabíamos que esto iba a ocurrir. Los talibanes dejaron muy clara su intención de que, en cuanto nosotros nos fuéramos, ellos entrarían. En cuanto a si se perdieron vidas de personas en una guerra que no se podía ganar, creo que así es. Creo que el problema era que estábamos luchando contra población nativa del país. No luchábamos contra terroristas, luchábamos contra gente que realmente vivía allí y a la que no le gustaba que nosotros estuviéramos allí.” [11]
Referencias
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[1] Véase especialmente Nancy Tapper (Lindisfarne), 1991; Lindisfarne, 2002a, 2002b and 2012; Lindisfarne y Neale, 2015; Neale, 1981, 1988, 2002 and 2008; Richard Tapper con Lindisfarne, 2020.
[2] Giustozzi, 2007 y 2009 son especialmente útiles.
[3] Respecto a la base social de los talibanes, véase Lindisfarne, 2012, y otros capítulos de otros autores en Marsden y Hopkins, 2012. Véase también Moussavi, 1998; Nojumi, 2002; Giustozzi, 2008 y 2009; Zareef, 2010.
[4] Zilizer, 2005.
[5] Hay una amplia literature sobre el tema del rescate de mujeres afganas. Véase Gregory, 2011; Lindisfarne, 2002a; Hirschkind y Mahmood, 2002; Kolhatkar e Ingalls, 2006; Jalalzai y Jefferess,2011; Fluri y Lehr, 2017; Manchanda, 2020.
[6] Ward, 2001.
[7] Lindisfarne y Neale, 2015
[8] Richard Tapper, 1983.
[9] Para la sequía de 1971 véase Tapper y Lindisfarne, 2020. Para el cambio climático más reciente véase Lindisfarne y Neale, 2019.
[10] Giustozzi, 2021.
[11] The Guardian, 2021.
Otros
Thinking about Feminism and Islamophobia 6: The Class Basis of the Taliban, abril 22, 2015. En «Islamophobia».
Oil Empires and Resistance in Afghanistan, Iraq and Syria, noviembre 16, 2015. En «Middle East».
Thinking about Feminism and Islamophobia (3) The new grand alliance in the Middle East, marzo 19, 2015. En «Islamophobia».