Por Gustavo Montenegro, Resumen Latinoamericano, 18 de agosto de 2021.
El imperialismo, China y Rusia frente al nuevo gobierno.
En una conferencia de prensa desarrollada este martes en Kabul, a pocos días de la toma del poder, los talibanes prometieron un “gobierno islámico inclusivo” y una amnistía para exsoldados, miembros del gobierno en desbandada, traductores y contratistas que trabajaron con las fuerzas de ocupación. A su vez, aseguraron que impedirán que Afganistán sea una base de operaciones de grupos enfrentados a las potencias. “El suelo afgano no será usado contra nadie, podemos asegurarlo”, especificó el vocero de la milicia pastún, Zabihullah Mujahid.
El mensaje de los talibanes está dirigido a la “comunidad internacional” en general, pero sobre todo a China y Rusia, los países que podrían salir más beneficiados de la retirada norteamericana. Tanto Beijing como Moscú temen por el desarrollo de grupos islamistas en sus zonas de influencia o en sus propios territorios. En el primer caso, el gobierno de Xi Jinping le reclama a los talibanes que mantengan en caja a grupos como el Movimiento por la Independencia del Turquestán Oriental, que promueve la separación de la región china de Xinjiang, de mayoría musulmana. En el segundo caso, el régimen de Putin está alerta por el crecimiento del Estado Islámico en el país montañoso.
Tanto China como Rusia, sin embargo, fueron anudando lazos con los talibanes a medida que estos ganaban terreno. Para Beijing, la huida yanqui puede favorecer el desarrollo de la ruta de la seda, algo impensable con el gobierno títere que colapsó el fin de semana. El régimen de Xi Jinping ya viene construyendo una carretera para unir la ciudad pakistaní de Peshawar con la ciudad afgana de Kandahar, pasando por Kabul. A su vez, el gigante asiático tiene los ojos puestos en el enorme potencial minero de Afganistán y en la reconstrucción del país.
Ni Moscú ni Beijing se apresuran por reconocer al nuevo gobierno, a la espera de concesiones palpables por parte del nuevo régimen. Pero ya han hecho guiños a la flamante administración: los primeros dijeron que los talibanes están estabilizando al país, mientras que los segundos expresaron su deseo de cultivar “relaciones amistosas”. Las embajadas de los dos países, al igual que la de Pakistán (cuyo gobierno saludó el triunfo talibán), permanecen abiertas.
China y Rusia reclaman un gobierno “inclusivo” que evite una nueva guerra civil y estabilice al país, dos condiciones básicas para el desarrollo de cualquier corriente de inversiones. Los talibanes son una milicia de la mayoritaria etnia pastún, pero en el país también hay minorías como los uzbekos, tayikos, hazares (de raíces shiítas) y otros.
Del otro lado del tablero internacional, Estados Unidos apunta a compensar su estrepitosa derrota militar con la presión económica. Legisladores republicanos quieren privar a Afganistán de los Derechos Especial de Giro (DEG) del FMI que le corresponden. Estos fondos serían importantísimos dado que gran parte de las reservas en el exterior han quedado congeladas y las remesas de dólares se frenaron (revista Mercado, 18⁄8). Por este motivo, también, los talibanes han sido cautos en sus primeros pasos al frente del gobierno.
Esto no nos debe hacer perder de vista que el ojo del huracán está en el imperialismo, tras una derrota de proporciones históricas, comparable con la de Vietnam. En Estados Unidos se ha abierto una puja entre, por un lado, el Pentágono y las agencias de inteligencia, que critican la caótica evacuación de Kabul, y por otro, la Casa Blanca y el Departamento de Estado, que les reprochan a aquellos no haber caracterizado correctamente la capacidad de los talibanes y la (in)capacidad del ejército afgano.
En cuanto a la Unión Europea, la otra derrotada en el terreno, el jefe de su diplomacia, Josep Borrell, admitió que la organización pastún “ganó la guerra” y que es inevitable algún tipo de diálogo con ella, por más que no se reconozca su gobierno y se impongan sanciones (Alemania cortó el envío de fondos, unos 500 millones de dólares anuales). El británico Boris Johnson hizo un llamado al G7 a forjar una posición común, pero el club de las principales potencias occidentales más Japón, recién se reunirá la semana próxima.
En la conferencia, los talibanes prometieron también que las mujeres podrán estudiar y trabajar “dentro del marco de la ley islámica”, pero hay una fundada preocupación en muchos sectores sobre el destino de las mujeres afganas, dado el brutal régimen oscurantista de 1996 – 2001.
El imperialismo hace una gran demagogia sobre los derechos de las afganas, omitiendo que apuntaló a los talibanes en los ’80 para enfrentar a la Unión Soviética; a otros grupos hostiles a las mujeres para enfrentar a los talibanes durante la ocupación; y que hasta hoy en día mantiene una alianza con Arabia Saudita, uno de los regímenes más opresivos del mundo para las mujeres.
El imperialismo es la reacción en toda la línea.
fuente Prensa Obrera