Por Marcelo Valko[1], Resumen Latinoamericano, 2 de agosto de 2021.
El 3 de agosto se cumplen 75 años de una fecha increíble. En un país como Argentina que se considera excepcional en medio de Latinoamérica como machaca y naturaliza la historia oficial desde la escuela primaria, resaltando que a diferencia del resto de nuestros países hermanos nosotros provenimos de los barcos, es decir de Europa. Hace 75 años el 3 de agosto de 1946 varios kollas integrantes del Malón de la Paz estuvieron en el balcón de la Casa Rosada ante una Plaza de Mayo colmada de público que los vivaba. Fue la única vez en toda la historia nacional en que sucedió algo semejante. Poco tiempo después el episodio fue sepultado por la desmemoria. Osvaldo Bayer al prologar mi investigación “Los indios invisibles del Malón de la Paz” señala: “El valor de este libro es describir en todos sus detalles y aspectos un episodio escondido de nuestra historia cercana, que a los argentinos nos toca principalmente en el campo de la Ética. Un reclamo histórico de los pueblos originarios del norte que va a terminar en la represión y el desprecio”. Veamos de qué se trata.
A comienzos de la década del ‘40, el noroeste argentino padece condiciones de explotación extrema: usurpación de tierras, el látigo del capataz, el cepo del hacendado, jornales arbitrarios y hasta impunes abusos sexuales como el medieval derecho de pernada. En mayo de 1946, un conjunto de comunidades kollas aprovechado las nuevas condiciones sociopolíticas creadas por el ascenso de Juan Perón, deciden llevar su reclamo hasta la lejana Plaza de Mayo. El Malón de la Paz, tal como se autodenominan, reclama sus tierras usurpadas donde pagan arriendo hasta por los cementerios donde están enterrados sus ancestros. La marcha se convierte en un hito en los anales de las reivindicaciones indígenas y es inaugural en muchos sentidos: en principio, es la manifestación originaria de mayor envergadura y también el primer reclamo multitudinario que debe afrontar el flamante gobierno a pocos días de asumir. Finalmente, cuando el 3 de agosto ingresan en la Capital son aclamados por millares de porteños. Desde las ventanas de los edificios de la Av. de Mayo los vecinos arrojan flores a su paso.
Durante los casi 4 meses que el Malón de la Paz estuvo instalado como tema cotidiano en los medios de difusión escritos, radiales y cinematográficos, ocurren los episodios más sorprendentes de los que se tenga memoria en relación con una demanda de estas características desde el desfile con las tropas del Ejército hasta la aparición en notas de revistas de la farándula o en la sección deportes. Cuando el Malón de la Paz ingresa en la provincia de Buenos Aires, millares de personas salen a su encuentro, incluso ante su mera aproximación se crean comités Pro Reforma Agraria. Al llegar a la Plaza de Mayo, dos de sus integrantes se unen en un abrazo fraternal con el general Perón en el mítico balcón de la Casa Rosada a la vista de una multitud que observaba emocionada la escena. Jamás en nuestra historia había pasado algo similar. ¿Indios en el balcón de la Casa Rosada? Paradójicamente, después de tan apoteótica recepción, los indígenas argentinos son alojados en el Hotel de Inmigrantes, junto con inmigrantes ucranianos y polacos.
Otro aspecto insólito es la impactante cobertura periodística de la caravana kolla que irá in crescendo en forma proporcional con su cercanía a la Capital Federal. Este insólito interés por una protesta indígena, tiene que ver con el propósito inicial del gobierno de convertir el justo reclamo kolla en un ejemplo de los alcances de la Nueva Justicia Social. La solución sería inmediata. Radios, periódicos y noticieros como Sucesos Argentinos se ocupan de los kollas brindándoles un espacio destacado con titulares, entrevistas y primeras planas. Por lo pronto, la fama del Malón hace que firmas comerciales como la tabacalera 43⁄70, Alpargatas o el analgésico Geniol, utilizan a los kollas para promocionar sus productos.
El gobierno advierte tarde las alianzas y apoyos de sectores no indígenas suscitados por el Malón y comprende que había ingresado en un terreno peligroso. De otorgárseles las parcelas a los 174 kollas, “una lluvia de malones” indígenas y de chacareros necesitados de tierras se lanzaría sobre el Ejecutivo. Por colmo, los kollas no piensan regresar sin las escrituras prometidas. El presidente no tiene demasiadas opciones: o devuelve la tierra a los kollas afrontando lo que vendría después, o los quita de la vidriera nacional. Para poner en práctica esta última variante, es necesario devaluar las aspiraciones de los kollas. Entre las actividades extravagantes a las que son obligados a participar, se destaca el partido de fútbol previo al tradicional River – Boca donde arman dos equipos con integrantes del Malón. Los 40.000 espectadores que asisten al encuentro se preguntan: ¿estos son los kollas que vinieron por sus tierras y están en la cancha jugando a la pelota? Tres semanas después de su apoteótica llegada, la esperanza indígena acaba en medio de gases lacrimógenos, golpes, insultos, llantos y vejámenes. Una fuerza conjunta compuesta por cientos de soldados de la marina de guerra y una brigada lanzagases de la Policía Federal rodea al Hotel de los Inmigrantes para desalojarlos. Los maloneros son secuestrados y arrojados dentro de un tren que marcha con custodia armada hasta Abra Pampa.
El periodismo advierte con total claridad los signos del desenlace y del mismo modo en que se había encolumnado para narrar sus padecimientos y lo justo de sus reclamos, se lanza sin misericordia sobre el Malón para difamarlo o, en el mejor de los casos, mantiene un mutismo tan escandaloso como cómplice. Todo el racismo que había permanecido agazapado en los márgenes de las notas periodísticas aflora incontenible. Criterio, principal semanario católico, afirma que los indígenas no desean regresar a Jujuy para continuar degustando “las delicias de la mayonesa”. De la noche a la mañana se “descubre” que los kollas “no eran indios”. Una de las “pruebas contundentes” en tal sentido, la constituye el hecho que numerosos integrantes del Malón supieran leer y escribir. Nada más “sospechoso” para el imaginario urbano que un indígena lector. Otros acentuaron el proceso de extranjerización que había comenzado con su alojamiento en el Hotel de Inmigrantes. Aprovechando su procedencia norteña se los “bolivianizó”. Otros afirman que se trata de falsos indios y criollos disfrazados. Uno de los ejemplos más patéticos lo protagoniza el diputado jujeño Teodoro Saravia cuando grita desde su banca: “en Jujuy no existen indios ni kollas”. ¡Santo remedio! Si no eran indios, ni argentinos el problema de las tierras desaparecía.
Más allá de intereses que niegan la existencia de un país pluriétnico y se dedican a su invisibilización, las voces del Malón de la Paz continúan vigentes. A 75 años, la Memoria continua intacta y los reclamos también. Es lento, pero viene…
[1] Marcelo Valko autor entre otros libros como Pedestales y Prontuarios, El Malón que no fue, Cazadores de Poder, Pedagogía de la Desmemoria, Ciudades Malditas Ciudades Perdidas y Los indios invisibles del Malón de la Paz.