Por Claudia Rafael, Resumen Latinoamericano, 26 de agosto de 2021.
Toda la culpabilidad judicial por la muerte temprana de Sofía, a sus 15 años, parece concentrarse en la carátula de homicidio culposo contra el hombre de 33 que conducía la locomotora del tren de carga de Ferrosur. Donde la reducción del sistema de sus propias responsabilidades concluye en la culpa de una sola persona. La de Sofía Caballero fue la crónica de una muerte anunciada y denunciada por décadas. Cuando ya casi sin voz, las organizaciones de la villa 21 – 24 seguían clamando una solución.
“El tren pasa al menos dos veces al día y las vías están a medio metro, a un metro, de los dos lados, de las construcciones durante aproximadamente ocho cuadras. Ahí pasan los trenes de carga de Ferrosur, que tiene la concesión del Ferrocarril Roca; vienen desde Neuquén a Estación Solá. Y lo que se viene pidiendo desde hace años y años es que el tren pase por otro lado que no sea villa 21 o bien que el recorrido termine en Avellaneda”, describió el sacerdote Toto de Vedia a APe, desde la parroquia de Caacupé, asentada en el corazón de la barriada.
Sofía era la mayor de cinco hermanos. Iba a la secundaria parroquial que alza sus paredes en la villa que concentra más de 80.000 almas que sudan a diario una vida arrinconada entre los metales ferroviarios y los venenos acumulados durante toda la historia del Riachuelo. Entre Luna e Iguazú, en el sur de todos los sures de la ciudad más rica del país. Una ciudad que sigue teniendo sus rincones empobrecidos y vulnerados que suelen taparse para no ver lo que no se quiere ver.
Ese día Sofía faltó a la escuela, contó Toto de Vedia. Le dijo a su madre que iría a comprar el pan. Y salió con su hermanito de tres que entre juegos y saltos corrió como hacen las infancias que ríen mientras se sienten mariposas o barriletes. Sofía intentó evitarle un accidente y resbaló cuando el tren estaba llegando sobre las mismas vías. Casi apresado entre las casuchas que sienten dos o más veces al día cómo un terremoto les hace temblar los cimientos endebles y les tambalea el presente casi en complicidad con un sistema que los ahoga.
Hace casi siete décadas que las primeras casillas se asentaron en los grandes esteros del Riachuelo, en el límite sur de la capital. Los primeros habitantes llegaron veteranos de un incendio devorador que hubo en La Boca a inicios de los 50, durante el primer peronismo.
A 20 minutos de la Rosada, el olvido se alza sobre todos los escenarios de la villa. El no rotundo al soterramiento o al desvío del tren de carga en la villa es tan sostenido como es clara, en las antípodas, la concreción de un viaducto en la zona más rica de la ciudad que permitió eliminar los pasos a nivel de Olleros, La Pampa, Sucre, Juramento, Mendoza, Olazábal, Blanco Encalada y Monroe.
La justicia tiene hoy como imputado al conductor del tren. Que suele ser el hilo más delgado de un sistema que privilegia eternamente a los mismos y en los territorios del abandono soterra las dignidades. Lejos, muy lejos de la impudicia de los propietarios del mundo. En un rompecabezas vital en el que los marioneteros de las finanzas temen y desechan a los habitantes de los arrabales. Les cuelgan el sanbenito de prescindibles.
Hace exactamente 30 años, el gobierno de Carlos Saúl Menem –hacedor y responsable de muchas de las desgracias e inequidades por venir- difundió el cronograma de privatizaciones destinadas a la necesidad de equilibrar el presupuesto público. Algo así como partir la torta en desmedro de los eternos castigados. Y se anunciaba que “el 31 de diciembre de 1992 las empresas estatales dejarán de estar incorporadas al presupuesto público” y que a partir de ese momento “la responsabilidad del financiamiento operativo y la inversion quedará a cargo del sector privado”. Había que desprenderse de los sobrantes en beneficio de los mismos de siempre. En la licitación para los ramales del Roca sólo se presentó el consorcio Ferrosur Roca liderado por la cementera Loma Negra a la que se transfirió todo el ramal en marzo de 1993. Era dueña de la carga y del medio que la transportaba.
La misma cementera que se vio beneficiada largamente por los negociados de la última dictadura, y a la que luego, sus socios en el poder político ya en democracia, le regalarían parte de la estructura ferroviaria por el lapso de tres décadas. Esos trenes transportan en sus tolvas las riquezas más medulares de un país. Esos trenes cuya concesión sigue en manos de Ferrosur, fueron los que esta semana terminaron con la vida de Sofía. En el corazón de la villa 21 – 24. Una de las más populosas del país. Donde sobreviven los desechables del sistema. Donde una chica de 15 es el ícono de una historia de desgarros y de olvidos.
Cuando el dolor se parece a un país, escribía Gelman, se parece a mi país. Los sin nada se envuelven con un pájaro humilde que no tiene método.
Fuente: Pelota de Trapo