Por Chigûiro Medina, Resumen Latinoamericano, 30 de agosto de 2021.
Blanquita no era blanquita todavía, era una carpinchita sin nombre que un dìa, sin que nadie lo esperara, se entretuvo en pasear junto a los suyos por los jardines de ensueño de aquel barrio privado, donde los hombres y mujeres de bien habían decidido retirarse para que los negros de alrededores no los espiaran sobre las tapias, o algo peor…
La fauna del barrio era variada. Hombres y mujeres de pro, incluidos informadores de grandes medios millonarios y trànsfugas de paladar negro se juntaban allì, junto a grandes empresarios de cualquier negocio redituable. El barrio había crecido en los llamados humedales de la zona, y las mansiones rozaban espejos de agua donde los selectos habitantes practicaban diversos deportes. Advenedizos que se apropiaron y vendieron tierras ajenas, auspiciados por un señor puntero y funcionario de alto vuelo, homòlogo de las dulzuras ofrecidas en las panaderìas, y un variado cortejo de personajes locales, aunados a colombianos, mexicanos y también de otras latitudes, compartìan espacios y negocios, muchos de purìsima blancura, reconocibles al sabor y contacto. Para que la seguridad allì reinara, varios especialistas en armas, custodias de magnates, eliminación de indeseables que pretendìan poner freno a la libertad de explotar y vivir como a uno – y cuando se dice a uno es a uno de los privilegiados- le place, se daban cita allì, entremezclados con gentlemen a la que te criaste locales y sus ladyes de porcelana made in cualquier parte.
Malas lenguas hablaban de narcotraficantes internacionales, de paramilitares que en Colombia o Mèxico disfrutaban de la libertad y las reglas del todo vale y yo mato para que no me maten, avenidos a este preciado lugar. Invisibilizados por un asesor principal del presidente Joe Biden, colombiano èl, amigo del funcionario de alto vuelo citado màs arriba, estos hombres y mujeres gozaban del buen pasar y la impunidad que les daba el asentarse en este espacio predestinado a los ganadores.
De alta estatura moral, hermanados en su comunión con el bien y el éxito, estos hombres pùblicos, ignorando obviamente la calaña de los maleantes allì anclados, patrocinaban, junto a otros parecidos, el exclusivo asentamiento privado.
Pròdiga en aires puros, perfumes de flores, verdores y espejos de agua, la Naturaleza pareció haberse desplegado allì como un designio de dios para el goce de sus habitantes, quienes no lograron preveer que aquella, siempre contraria a las voluntadas y ambiciones humanas, les llegarìa en forma de grandes ratas sui gèneris hasta las puertas siempre cerradas y vigiladas las 24 horas de sus mansiones, salvaguardadas de los ‘aluviones zoológicos’ del momento.
Carpinchita, junto a sus padres, abuelos y hermanos, se allegò ‑o mejor dicho, se visibilizò, porque hace muchos años habitaba el submundo de ese hoy drenado pantano- hasta la antigua morada de sus bisabuelos, y se puso a jugar con sus pares de cuatro patas, incluidos algunos bìpedos que hicieron de ese encuentro un divertimento màs, propio de sus excentricas vidas de enfants terribles de la riqueza.
Pero en su mayoría los ocupantes del lugar se sintieron invadidos por una negrada que se les había echado encima travestida en hydrochoerus hydrochaeris, màs conocidos como carpinchos. Y comenzaron entonces discusiones, comunicados, idas y vueltas a juzgados y comisarìas, duplicación de efectivos de seguridad privada; tambièn las largas esperas de cronistas gráficos, fotógrafos, movileros de televisiòn y de toda índole que, en las inmediaciones del predio cercado, registraban el paso de los animalitos por la hasta ese momento inexpugnable guarida de los hartados.
Carpinchita era muy, pero muy curiosa. Sin temor se arrimaba a comer pastito en los jardines de las mansiones, y varias veces fuè echada del lugar por bìpedos de torvas facciones y malos modales. Pero ella siempre volvìa…
-No te alejes de nosotros, pequeña…no te arrimes tanto a los catingudos de dos patas- le susurraba su mamà.
Y sus abuelos, su papà y sus hermanos también la advertían de lo peligrosos que eran los verticales catingudos y la retaban con la ternura propia de roedores grandecitos, que cuidaban a sus crìas y familia màs que a sus propias vidas.
Pero carpinchita era tozuda, no tenía miedo, y seguía rondando por los jardines lo màs pancha.
Esa mañana, la empleada domèstica de aquella casa había salido a hacer mandados, nadie quedaba en ella, salvo dos gatos que de guardianes no tenìan nada. Como se sabe, los gatos no obedecen, son indomesticables , alguien dijo alguna vez que no existen los gatos de policía, y es cierto. La regordeta carpinchita, con inocencia y curiosidad de niña, llegó hasta la puerta de servicio de la mansión, sus bigotes fueron tanteando el espacio y su olfato oteando el aire hasta hallar una solidez que embistió suavemente con la trompa y…oh…la puerta cedió a su paso. Y asì carpinchita incursionò por primera vez en la guarida de los humanos. Entrò directamente a la cocina, recorriò el comedor, llegó hasta el lìmite del living y se metió en una habitación pequeña, donde había varios paquetes apilados. Ay chiquita, que estaràs haciendo, diría mi mamà, mi papà, mis abuelos, ronroneò para sus adentros, y se echò a dormitar. Cuando despertó y observò los paquetes, no se le ocurrió otra cosa que husmearlos…no reconoció el olor pero siguió con su tarea, hasta que decidiò acometer con sus dientes paletudos a uno de ellos, cuya blancura traspasaba su envoltorio transparente.
Pero no llegó a hacerlo, porque escuchò ruidos y se sobresaltò, había humanos en la vivienda. Se escondió lo màs que pudo hasta que le llegaron risitas de pequeños catingudos, y pasos. Entonces salió disparando, cruzò velozmente la puerta, el jardín trasero, y con mucho miedo se perdió en un juncal y ganó la laguna. Despacito se fuè acercando a los olores familiares, hasta que hallò a su mamà y papà, a sus hermanitos, a sus abuelitos. Todavìa temblando llegó hasta ellos, arrimò su trompita a la de su madre.
-¿Donde estuviste hijiita, que te pasò?…por el olor estuviste cerca de un catingudo
Carpinchita roncò despacito
-Te advertimos que no vayas sola a lo de los catingudos
- No te enojes mamà, respondiò, y se quedó calladita, echada sobre los juncos.
Pasaron los días, carpinchita observaba casi a diario desde el borde del espejo de agua como unos hombres gesticulaban y gritaban cuando una manada de sus hermanos cruzaba el parque, con ellos había niños que cuando pretendían hablar eran reprendidos por sus madres.
Hombres como esos varias veces la habían corrido cuando comìa pastito.
Pero era muy bandida.
Y las advertencias de su familia y los gritos cada vez màs fuertes de los catingudos no lograban asustarla, ni evitar que curiosa, bandida como ella sola, volviera a acercarse a los jardines que bordeaban las guaridas de los bìpedos.
Su instinto y su olfato la hicieron regresar un dìa hacia la vivienda donde había ingresado y escuchado a los niños. Al llegar, se detuvo un momento, pero al no olisquear a nadie de dos patas avanzò hasta la puerta trasera. Un niño, que la observaba desde el interior de la vivienda sin que ella lo notara, abrió la puerta, la acariciò, carpinchita entendió el lenguaje y refregó su trompa en la pequeña mano…el niño la invitò a pasar y ella, sin medir riesgos presentes y futuros, ingresò a la vivienda y se fuè derecho a la habitación de los paquetes…
Haciéndole mimos y caricias el niño la acompañò, y ambos ingresaron a la pequeña habitación, donde los paquetes se alineaban en el piso…la blancura de su contenido estimulò a carpinchita que, sin pensarlo dos veces, se abalanzò sobre uno de ellos y con un topetazo, y otro, y otro, ayudada por sus dientes paletas, terminò abriéndolo; un polvo blanco invadió el aire y la criatura de cuatro patas emblanqueciò como una nube…el niño, asustado, se alejò corriendo y subió las escaleras apresuradamente, no logró comprender como carpinchita tenía tanta fuerza en su trompa y dientes como para romper el envoltorio que contenía ese polvo tan fino y blanco, que hizo estornudar varias veces al animalito.
Carpinchita quedó envuelta en la nube de polvo, parecía un espectro….
Pasaron unos segundos y comenzó a marearse, diò varios tumbos, se levantaba y caìa, la había invadido un hervor sanguìneo y un calor intenso, creyó ver la laguna entre el polvo y se lanzò hacia la nada, comenzó a temblar y a sentir fuego en el cuerpo, con sus dientes mordió el paquete una y otra vez, y otro, y otro, como nunca sintió ganas de morder, morder, una furia incontenible se apoderò de ella…
La empleada domèstica, que momentos antes había ingresado a la vivienda, fuè la primera en advertir lo que hubo de suceder. Carpinchita, irreconocible, blanquecina y mocuda, mostrando sus paletas, se lanzò hacia la mujer, que solo atinò a abrir grande sus ojos y a taparse el rostro con ambos brazos. La primer dentellada, al cuello, la degollò, la sangre le corrìa a borbotones por el cuerpo, el piso se había puesto pastoso y rojo de sangre, carpinchita, ya convertida en Blanquita, devoraba cada parte de ese cuerpo femenino que a los pocos minutos, y luego de gritar y gemir, quedó sin vida. Blanquita se hartò de la carne muerta, bebió la sangre que corrìa rauda por el ambiente, con sus patas delanteras rasgò el rostro sin vida hasta sacarle un ojo limpio, ladrò y ladrò hasta que salió corriendo hacia los jardines, cual monstruosa y pàlida criatura de arrasar con todo.
Un guardia la viò emerger de la vivienda como una tromba ensangrentada y blancuzca y atinò a desenfundar el machete y enseguida su pistola, pero no llegò a disparar, Blanquita, volò, si asì cabe decirlo, hacia su garganta y con sus dientes le cortò la yugular…el guardia comenzó a temblar y patalear e intentò protegerse, pero una dentellada le arrancò los testículos y el miembro, otra le partió el labio y parte del rostro, el infernal monstruo se ciñò sobre èl que, como la empleada, quedó destrozado, ante la mirada atónita de los vecinos.
Todo fuè horror y caos, gritos, corridas, terror generalizado, rostros desencajados, llantos….
Mientras Blanquita dejaba un tendal de muertos y heridos, su familia se allegò a la casa, guiada por el olor de su pequeña y traviesa criatura. Entrar, pasar sobre el cadáver de la empleada, allegarse hasta la habitación de los paquetes y aspirar el polvo blanco suspendido en ese nebuloso espacio fuè un solo movimiento.
El paroxismo y los temblores convirtieron en fieras a los hervìboros, la furia anidò en sus ojos, guillotinas fueron los dientes de la manada, que salió a toda carrera a cobrar sus grandes piezas catingudas, solo esas, evitando, nunca se comprendió el porquè, a los seres de cuatro patas o de anfibia existencia, y a los niños.
Un aquelarre de cuerpos despedazados, de miembros mutilados, de sangre, de vestimentas arrancadas y destrozadas, de cadáveres al sol y a la sombra, de catingudos que se arrojaban a la laguna para no ser mordidos y comidos por los enloquecidos carpinchos, que al ser animales de agua se lanzaban al espejo y en su hábitat liquidaban a dentelladas a los que allì habían buscado refugio…de mujeres violadas y luego destrozadas a dentelladas por esas bestias del diablo o de diòs, quien lo sabrà, que yacían sobre las aguas, conformaron aquel espectáculo del terror, ese temido terror que se desatò en aquel exclusivo barrio-ciudad, construido como fortaleza inexpugnable para la negrada y los millones de perdedores empobrecidos de todas partes.
El hombre corpulento, pistola en mano, entrò a la casa acompañado por cinco màs que portaban armas largas. Con asombro y un dejo de temor presenciaron los destrozos, el rostro se les desencajò ante el cadáver de la empleada domèstica…sin embargo los gritos de los niños que se habían guarecido en las habitaciones altas no los apartaron del objetivo de dirigirse a la habitación de los paquetes.
-Hijos de puta, rompieron los paquetes, aruinaron la merca, hijos de puta- gritò el pistolero que dirigía al grupo
- …¿como entraron estos bichos de mierda?, la gran puta…-agregò otro que portaba un fusil
- alguien los manipulò, alguien les diò algo…que carajo pasò…no puede ser…gritò un tercero
-Los clientes nos van a reventar, esos pelaos adelantaron los verdes… que mierda es esto…no nos van a creer
Diez kilos de cocaína pura, empaquetada, había sido consumida por los carpinchos. Docenas de ellos, en manada, y dispuestos a desatar el Armagedòn en aquel lugar, destrozaban toda carne humana que se cruzara, mordían, se agitaban, se revolcaban por los senderos y jardines como poseídos por un demonio que, en pocos segundos, los resucitaba del trance y los enviaba en busca de màs, màs, y màs carne y sangre que lamer y tragar.
Especialistas en matar y destripar opositores, acostumbrados a degollar niños y mujeres en nombre de la lucha contra el comunismo, la subversión, duchos en proteger a narcotraficantes, barones esmeralderos, capitostes del petróleo, del café, del ganado, de las finanzas, sicarios y ladrones de pertenencias de sus víctimas, aunados a uniformados de alto rango cual hienas de la sabana, la selva y las montañas, los valles, las planicies rurales y las calles ciudadanas, los seis pistoleros abandonaron la vivienda seguros de terminar con esa peste de cuatro patas.
No podìan contar con la represión institucionalizada, tenìan que hacerlo solos…la cocaína flotando en el aire y diseminada como humareda en toda la mansiòn se convertìa en ese momento en el salvoconducto de los carpinchos en cuanto a no caer en manos de la llamada fuerza pública. Era una mejicaneada a los narcoparamilitares y maleantes de guante blanco de los animales, y no había que hacer.
Prestos a exterminar a los carpinchos por su cuenta salieron de la vivienda…ni bien traspusieron la puerta una jauría capibàrica los destrozò y se los comió sin que pudiesen siquiera jalar el gatillo de sus armas.
Màs carpinchos, esta vez guiados por Blanquita, la carpinchita bandida que parecìa haber emergido del mismo infierno, ingresaron a la vivienda y se emborracharon con el mismo polvo, de gran pureza, que parecía hacer revivir a los muertos, dar impulso a los desganados y enfervorizar y convertir en fieras a los mansos.
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A punto de concluir esta narración, miles de cadáveres siguen pudriéndose y atrayendo a innumerables depredadores, antes queridas y mansas mascotas, que se alimentan de la carroña humana del hasta entonces tan exclusivo y codiciado espacio natural.
Los periodistas cuentan historias inventadas sobre el linaje asesino de los carpinchos y su innata disposición para el mal.
El asesor latino del presidente usamericano, colombiano y uribeista èl, y su amigo, el funcionario local, homòlogo de los delicatesen panaderiles, declaran, en conferencia de prensa improvisada, que los animales fueron manipulados por la propaganda insidiosa de los enemigos jurados de la democracia, la libertad, el individualismo, las buenas gentes, y que propician el caos para crear las condiciones de un asalto al poder.
Los adelantados uniformados de las fuerzas de seguridad, enviados a terminar con la matanza e imponer el orden, están buscando, según informó un asustado y dolido ciudadano escondido entre las ruinas del barrio-ciudad a la prensa marginal, porque los medios de información serios evitaron propagar la noticia, algún paquete de blanco polvo no destruido por Blanquita y sus columnas carpinchas, a fìn de darles un lucrativo fin.