Por Mario Hernandez,Resumen Latinoamericano, 22 de agosto de 2021.
foto: Rodolfo Ortega Peña, asesinado por la Triple A
M.H.: Hoy quiero hablar de dos entrañables compañeros de militancia, Roberto Mario Santucho y el “pelado” Ortega Peña, asesinados, uno por la Triple A, el “pelado”, el 31 de julio de 1974; y por los esbirros de la dictadura militar, Roberto Mario Santucho, a mediados de julio de 1976. Los dos fueron compañeros de militancia, amigos del poeta Vicente Zito Lema ¿qué nos podés comentar de esas dos personalidades?
V.Z.L.: Siempre que traemos estos recuerdos, que me parece bien, porque hay que mantener viva la memoria, o mejor todavía, como decía un amigo en común, al que solés nombrar, León Rozitchner, más que memoria, hay que practicar la rememoración, que sería una memoria en actos, no una memoria arqueológica, sino plantearnos, preguntarnos por qué hablar hoy en este caso concreto, de dos personas que murieron hace más de 40 años, cuál es el sentido vivo de ese recuerdo.
Esa yo creo que es una gran pregunta que podemos hacernos en estos tiempos, de personas que han tenido una gigantesca ética en sus vidas, una profunda y comprometida manera de entender la realidad como vía para un cambio profundo de esa realidad, que fueron en su juventud militantes abnegados, soñando construir un mundo que hoy vemos en crisis, y ya no crisis económica o política, sino que nos atrevemos a decir que es una crisis civilizatoria que desnuda como pocas veces en los últimos años, en los últimos tiempos, que esta manera de la reproducción material de la existencia, como enseñaba Marx, está llegando a su fin tal como es.
Que no tenemos claro cómo será, pero sí sabemos que así no da para más. Porque también esta peste desnuda de una forma más que injusta, directamente sin sentido. Porque en la injusticia hay sentido, que son la riqueza para los que producen la injusticia, pero la crisis civilizatoria nos está mostrando que es la propia vida en su conjunto lo que está en disputa.
Y me podrían preguntar: ¿Y a Santucho y a Rodolfo Ortega Peña cómo los ponemos en este contexto dramático que planteás? Mi convencimiento absoluto a pesar de las grandes dificultades, que de las encerronas trágicas como decía otro amigo, ese gran psicoanalista, Fernando Ulloa, de los laberintos cerrados, solo se puede salir por arriba, generando algo nuevo que no tenga las mismas bases insostenibles, directamente inhumanas que estamos viviendo hoy por hoy.
Y yo creo que esos móviles profundísimos que superan una década que se inscriben como mojones potentes en la construcción de una humanidad verdaderamente humana, movieron las conductas de Roberto Santucho y Rodolfo Ortega Peña. Porque estas grandes disputas sobre si es posible lo humano en un mundo inhumano, estaban ya planteadas en las controversias gigantes de nuestra época.
Y, paradójicamente, habría que preguntarse hoy, que en las crisis de aquellas décadas que estaban anunciadas, pero que hoy, insisto, a partir de esta peste, se desnudan de forma obscena, plantean las mismas disputas y nos demandan los mismos ejemplos de disputa.
Esos ejemplos que tuvieron el cuerpo y el alma de los dos amigos, de los dos compañeros a los que estamos trayendo esta noche en un acto de rememoración. Ortega, Santucho, cada uno a su manera, pero finalmente de la misma manera, profundamente ética y revolucionaria dieron sentido a la vida de muchos.
Aun de aquellos que los vieron con indiferencia o con recelo por disputas menores. No hablo de los que fueron sus enemigos y sus asesinos, porque con ellos las cartas ya estaban plenamente jugadas, pero sí hablo de mucha gente que los criticó, que no vio sus gestos ejemplares.
El riesgo con el que vivieron tratando de construir una vida social que superase el momento histórico. Ellos perduran en nuestra memoria, en nuestra rememoración porque las disputas de la época, insisto, en una dimensión más universal, están hoy desnudas bajo esta luz monstruosa de la pandemia.
Qué puedo decir, que los conocí a los dos, que los quise a los dos, que trabajamos juntos. Que para dar un ejemplo Rodolfo Ortega Peña y yo, junto con Matarollo, y Duhalde, fuimos los abogados defensores de Santucho.
En mi caso particular fui y soy amigo de su familia, sigo teniendo vínculos cariñosos con sus hijos y sobrinos. Es una familia con la que tuve trato personal y lo mantengo. En estos días me voy a encontrar justamente con uno de sus hijos. Y hace poquito estuve con uno de sus hermanos. Yo siento un afecto profundo hacia la familia Santucho.
Y, por supuesto, considero que Robi Santucho es un ejemplo para Latinoamérica, para todos los que se alzan contra las injusticias del mundo, como decía el Che Guevara, que son capaces de sentir como propio el dolor de otros.
Y en el caso de Ortega igual, un compañero del alma, un amigo con el que jugábamos al fútbol, enfrentábamos atentados juntos, porque nos han puesto bombas en dos sitios en los que estábamos juntos. Hemos compartido el periodismo, la defensa de los Derechos Humanos, también soy amigo de su familia y sus hijos.
Hablo de lo político en general, de lo filosófico, pero también de lo personal porque todo va de la mano. Los quise mucho, los quiero y los recuerdo de la mejor manera que un hombre grande ya, como yo, puede recordar, tratando de unir en un mismo recuerdo lo que hicieron a nivel de militancia pero también recordarlos como amigos, con los que he compartido sueños, alegrías, un vaso de vino o comernos una empanada fría porque el peligro no daba para más.
M.H.: Y fuiste parte, con Mario Hernández, Roberto Sinigaglia y el “pelado” de la Gremial de abogados en aquellos años.
V.Z.L.: Así es Mario, muy buena memoria la tuya.
M.H.: Siempre recuerdo que Robi te encomendó a su hermana.
V.Z.L.: Sí, se había recibido la hermana de Robi de abogada y vino a Buenos Aires y él como buen hermano y conocedor de este espíritu tan de farándula que a veces uno ve en nuestra Ciudad, me pidió con mucho cuidado, hasta quizás un poco avergonzado, que por favor yo fuera una de las personas que la guiara a Manuela, que era muy jovencita, recién llegada.
M.H.: Luego desaparecida en Tucumán.
V.Z.L.: Sí. Así fue como la conocí y le pedí a mi madre que la cuidara en nuestra casa. Es un recuerdo hermoso el que traés. Me hace bien traerlo a mi memoria.
M.H.: Hace poco me enteré que estando secuestrada Manuela en Tucumán, le hacen leer la noticia de la muerte de uno de sus hermanos. Y las propias autoridades militares que la tenían secuestrada, dicen que lo hizo con una dignidad que los conmovió.
V.Z.L.: Ella también era una militante revolucionaria, una muchacha dulce, respetuosa, con ansias de estudiar y formarse humanísticamente, de aportar desde la profesión, pero también desde los actos de compromiso porque había que comprometerse en esa época.
Y ella pagó duro su coraje civil y por qué no decirlo, el amor y el respeto que tenía por su hermano.
Como dijiste, mi vida está ligada a la poesía, no puedo ni quiero negarlo, y así como recuerdo que hablé en el entierro del “pelado” Ortega.
M.H.: Yo no llegué porque me detuvo la policía.
V.Z.L.: Sí, lo sabía, a mí también me costó llegar porque haber hablado ahí, por haber enfrentado al grupo de sus asesinos, a los pocos días me pusieron una bomba en mi domicilio. Voló todo por los aires.
Pero volviendo a Ortega, yo escribí a partir de esos hechos, un largo texto que se publicó durante el exilio en Barcelona, en España, que recuerdo que Eduardo Luis Duhalde le escribió un prólogo y Ricardo Carpani hizo los dibujos del “pelado” Ortega, que se llamó “Homenaje” y que luego recogí en un libro con otros trabajos de recordación de compañeros. Y de ese poema de homenaje me permito leer el momento final:
HOMENAJE
A Rodolfo Ortega Peña, in memoriam a los caídos
Pesa escribir. Inundar los pulmones con agua
de la pesadilla (agua sin serenidad /agua que
pretende lavar
los labios del desfallecido). Animarse a caminar
desnudo por el pasto calcinado. Sobre ese espejo
de vigilias
quebradas y en sangre
por las derrotas. ¿Me ayudarás tú
mi amigo? ¿Me ayudarás a recoger
en la memoria
estas vastas campanadas de dolor
que nos aturden? (Ah cuerpos y cuerpos que
conozco
y no conozco amontonados en cloacas de 2 x 2
‑y la ilusión que sobrevive
la bilis negra de la melancolía /el hedor
de la melancolía /esa soga en el cuello de
la que tira un cancerbero
lúgubre
torvo-
Ah cuerpos de la nueva tierra y del nuevo cielo
colgados de los ganchos
mutilados con sierras y cuchillos
fusilados en la penumbra
quemados
dinamitados
convertidos en materia sin nombre /en carroña
que husmearán los perros
en algún basural).
¿Traerás tú mi amigo
templanza al espíritu desde la quietud
y el inmenso silencio?
(Desde la quietud y el silencio Dios mío
quien era todo el fervor y la alegría de las
palabras…)
La tiniebla abraza sus ojos como una amante
ciega
y la congoja
yace devota a nuestro lado.
Tiempo de desgracias.
No está escrito en las paredes de la cárcel
que muerte de las muertes que tanto te
dolieron
creció
hasta hacerse tuya
hasta comerte entero: tu hígado tu lengua
tus manos tu corazón
tu cerebro
pero los sueños no. ¿No los sueños?
¿Con quién soñaste que andarías ahora
discutiendo
las cosas de los hombres
las cosas de la patria…?
Acaso sea con el loco coronel que ya
en el comienzo de esta historia
-y ya ante la traición
abierta-
debió amenazar con pasarse
a la montonera
Ese mismo gobernador amado por la gente orillera
la de la cocina
ese que ahora viste corbata negra
chaqueta de lanilla
y una venda amarilla que cubre su mirada…
Vas con él cabalgando en semejante
pampa
y ante el horizonte en oro
de las seis de la tarde
te dirá de pronto
lento:
cuando escribí a mi mujer
la Angelita
“en estos momentos me intiman
que dentro de una hora
tengo que morir…
Mi vida
educa a esas amables criaturas
sé feliz
ya que no lo has podido ser
en compañía
del desgraciado…”
Cuando así escribí supe que nada
quedaba para perder
y que mis huesos se blanquearían
sin carne
sobre el camposanto.
Imagino lo habrás mirado
fijamente
cruzando los brazos sobre el pecho
-era tu costumbre-
y después contado
que venías en coche y al bajar
a unos 100 metros de la iglesia
del Socorro
gritaste CUIDADO a tu mujer
y fue lo último.
Era tu sangre por la vereda.
Eran tus sueños los que se alzaban en vuelo.
Allí quedaba un hombre destrozado.
Diría Dorrego: Mandé que mis funerales fueran
sin fausto.
Dirías vos: Así igual los míos
sin fausto pero también sin paz
cosas de la canalla.
Seca es esta mar. Pobre su fermosura. El deseo
de felicidad nos ha sido negado. La estrella
de la justicia
es el lobo salvaje que roe la frente
y se castiga atroz.
El pasado. Voces. Rompiendo lentamente
la bóveda que aprisiona. Hasta verte emerger:
tambaleante
ciego
en una claridad desconocida. En un paisaje
de nubes siempre en fuego y lamento.
-Aquel paisaje es también una laguna
de rocío. Un palmar. Y allí
en el palmar
una mujer en luto /en demencias
saca afuera su alma yacente
la entrega a los pájaros de pico fuerte y
alas tenebrosas
y clama junto a vos:
Virgen de Luján graciosa del desdichado
ya no pido piedad de vida por mi hijo
he visto como lo arrastraban encapuchado
por el patio
sin perder su orgullo
malherido
yo gritaba /gritaba
nada más puede hacer.
concede hoy después de un año
que me devuelvan su cadáver.
Será así menos vasto
el reino del exterminio
donde debo peregrinar.
¿Será Felipe esa mancha del crimen que se acerca?
De ser él simplemente te habrá dicho:
no sé si era a mí o a otro compañero
de la fábrica
al que buscaban
eran varios
de fachas matonales
quise resistirme /me aferré a un árbol
tenía astillas /tenía maderas en las mano
tenía un cigarillo que no terminaba
de apagarse.
Después todo estalló.
Como estalla una máquina cansada.
Una naranja.
Nunca supo él que habías rastreado su aliento
en la espesura.
que te habías reflejado en el vidrio
de su calvario.
En los pequeños soles que volvían
cada mañana a su árbol.
La pesadilla de la fatalidad nos persigue
sin treguas. Su lengua
es enorme. Voraz.
Avanza y suena su violín. Agita un limpio
vestido de gasa
azul y se sonríe y baila…
El barro es nuestra tierra que espera
el viento y la luz.
No tenemos calma en el corazón.
El odio se aviva en diarias desgracias.
Seguimos llorando a los caídos.
Recogemos su esperanza.
Una mano muy fría acomoda mis cabellos.
Sin socorro.
Se pudo creer por un instante que una especie
divina se dormía
sobre la espalda del río.
Pero eran apenas los desechos de un hombre
enfardados con alambres y señas evidentes
de malos tratos
que la corriente aposentó
en la ribera.
Nada se agitaba en la fragancia del alba
cuando llegaste a su lado.
Ningún ángel descendió de las alturas.
Sólo él que te abrazó y dijo:
De niño creía que morir
era convertirse en mariposa
y que esa mariposa
poco a poco
iría cambiando su color
hasta perderse en el espectro de una luna.
Pero lo mío fue así:
Detenido en el trabajo en pleno día
me reventaron el hígado a patadas
tuve un tiro de gracia
desnudo para pudrirme más pronto
fui arrojado en el pajonal de un riacho
lejos de la mujer que amaba
y que sabía
iba a ser violada y desaparecida
con suplicio
en una tumba ajena
o en una ciénaga.
Y vos recordaste:
Éramos muy pocos ante lo desconocido
buceábamos sin tregua en la peor quietud
en el horror
en una ciudad súbitamente extranjera
amurallada
y la pequeña buenaventura que traíamos
no alcanzó para sus suertes
nuestros deseos no franquearon la bruma
ese sótano perverso del poder
esos muros esas celdas que embestíamos
como toros como monos como caballos.
¿Cómo toro? ¿Cómo mono? ¿Cómo caballo?
¿O cómo un hombre moral?
Hijas mías: ¿Nombrarlas aquí evitará
que nuestra frágil ilusión se cubra
pronto de cal y malezas negras…?
Presiento que no han sido elegidas
para la primera felicidad.
Detrás de sus ojos asoma la intemperie /el acoso
del exilio.
Sin embargo no dudo que serán alumbradas
por una llama errante
de buen amor.
(Ese viento de calamidades que golpea
las ventanas de la casa
no puede traspasar
el levísimo enjambre de poesía
que las protege).
¿Saben desde cuando lo sé…?
La madrugada de la partida enfrenté
por última vez
el cielo.
Buscaba una simple alucinación: el rostro
de un amigo.
Apenas lo distinguí. Tan crispado. Tan humillado
de soledad. Tan abiertas sus heridas. Tan sucio de
tierra y crujientes insectos.
Volví temblando. Indefenso por el dolor las besé.
Su madre las arropó con la suavidad
de un milagro.
Creía que dormían.
Se incorporaron.
Calladas. Mensajeras de una historia
que ya las comprende
Nos abrazaron largo tiempo. Hasta que
el amado amigo
descansó a nuestro lado
sin horror
sobre un lecho de arenas.
(¿Y no retrocedieron los demonios de la
culpa? /¿no perdió
su rumbo el asesino que acechaba
mientras mis niñas aliviaban a un hombre y
a una mujer abatidos
por el largo duelo…?)
Muerte
Sin anuncio /fiera.
Muerte toda la nuestra /árbol negro.
Muerte perra…
Esa fue la nueva voz.
Ese fue casi el himno.
El áspero lamento que escuchaste.
Mientras avanzaban las sombras.
Eran sombras que quejaban.
Que imprecaban en un pesado aire. En una pesada
tarde.
Después todo fue silencio.
El silencio eran todos los dolores que crecían
sin piedad.
Sin piedad por el silencio. Sin misericordia por
los quejidos.
Por ese roncar como de odio o de pasión
por la vida
del náufrago que relata
la adversidad:
…y mientras corríamos por esa llanura
de roca pelada
supimos lo que se llama libertad.
Pero nuestra alegría quedó atada
al destino
de los otros compañeros en prisión.
A pocos kilómetros estaba el mar.
Durante meses y meses lo habíamos olido.
Tocado al tocar la mesa el vaso
la cuchara…
Tan azul la mañana elegida /tan azul…
La geografía fue adversa.
Nuestra fuerza menor.
Y la primera obligación del combatiente
es subsistir:
nos entregamos.
Era gente sin honor.
La muerte llegó como un cuchillo de frío
en el oído.
Como un relámpago.
En el pequeño universo
todo era una gran serenidad.
Yo llevé varias horas con el pecho abierto.
Desangrándome.
Hasta que no pude imaginar el mar.
Ni saber de qué color era
el trapo con que me tapaban.
Dirían después los asesinos en los diarios:
“Lo hecho bien hecho está
no hay que disculparse porque no
hay culpa”.
O sea: por los campos de concentración donde
la locura se alaba
como pausa
no hay culpa.
Por la orgía de torturas /por la matanza de
indefensos /por el sin fin nocturno de horror
y pestilencia /
no hay culpa.
No hay culpa /no hay piedad /no hay justicia /
no hay honor /
no hay bien ni mal en tamaños verdugos.
Dios mío:
¿Qué ramera maldita los pudo parir
a tu imagen y semejanza…?
¡Fuera de la especie humana!
Un hombre moral.
Embistiendo de frente contra un orden inmoral.
No hallará respuestas.
Pero si viajará en un taxi negro y amarillo.
Chapa C3710002.
Y al llegar a la esquina de Arenales y Pellegrini.
En la puerta de un local donde se lee Drugstore.
Recibirá tantos tiros en la cabeza.
Como para arrancársela.
Como para que nada quede en ella.
Ni los pensamientos.
Ni los recuerdos.
Ni la idea victoriosa de la clase obrera.
Ni la imagen de esa pampa por la que había
soñado cabalgar.
Con cada una de esas voces que le hablaban
al llegar la noche.
Con cada una de las muertes que tanto le dolieron
hasta volverlas vivas.
Hemos debido dejar la patria /aquel paisaje que
era nuestro espíritu.
Nos queda la memoria /los hijos /lo amado…
El sol que se aparece por la ventana
ilumina esta pieza donde escribo.
Palabras.
Palabras sin respuesta.
Palabras como un abrazo. No tiene final un poema para el amigo asesinado.
Tampoco tiene final esta lucha que nos envuelve
y desgarra.
La derrota es hoy la gran señora impía que todo
lo corrompe. Pero ella no es eterna.
Volveremos del exilio. Sin pactos
con el exterminador. Sin comercio
de nuestros muertos.
O volverán nuestros hijos.
Sé que tus hijos Rodolfo.
Y mis hijos y los hijos de cada compañero
verán hacerse luz la pesadilla.
Verán hacerse alegría la sangre que dejaste. La
verán crecer y convertirse
en un manzano bello.
Ese manzano.
Erguido y libre. Fuerte y puro como vos.
Recibiendo los dones del cielo y de la tierra.
Ese manzano de naide es más que naide.
Florecerá.
Lo agitará el viento.
Nos dirá que la vida puede más que la muerte.
¡Vamos caballo!
Aléjate tristeza.
Es hora de andar.
1974 – 1978