Por Juraima Almeida. Resumen Latinoamericano, 15 de agosto de 2021.
El ultraderechista presidente brasileño Jair Bolsonaro optó por profundizar la crisis, amenazando responder con un golpe que cerraría las cortes de justicia, el Supremo Tribunal Electoral y el mismo Congreso, en medio de una situación social dramática, a los casi 600 mil muertos por la pandemia, a la caída acelerada de su imagen y al fracaso absoluto de su gobierno.
Si bien el presidente brasileño desde hace tiempo viene criticando el sistema electrónico de votación, en las últimas semanas su retórica se volvió cada vez más agresiva, atacando a autoridades electorales e incluso llegando a decir en más de una ocasión que si no se volvía a sufragar con papeletas, corría riesgo la realización de los comicios, lo que le valió un llamado de atención del gobierno estadounidense.
Durante el encuentro que mantuvieron en la noche del jueves en Brasilia, el asesor de Seguridad Nacional del gobierno estadounidense Jake Sullivan le planteó al presidente brasileño la preocupación de la administración de Joe Biden por las reiteradas afirmaciones del mandatario sobre el fraude en el sistema de votación electrónico de Brasil y su amenaza de no aceptar los resultados de las elecciones del año que viene si no se cambia el mecanismo.
Sullivan, persona de extrema confianza del presidente Joe Biden, le dio un claro mensaje en el sentido de que no socavara la confianza en el proceso electoral, sobre todo cuando no presentó ninguna prueba de fraude en elecciones anteriores.
Bolsonaro ha arremetido durante semanas contra las máquinas electrónicas utilizadas en Brasil y ha presionado para que se adopten boletas impresas que puedan ser contados si se disputa algún resultado electoral.
Popularidad en caída libre
La movida de Bolsonaro no es casual, ya que coincide con su caída en las encuestas y a la vez, con el ascenso cada vez más marcado en las consultas del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, aunque hasta el momento ninguno de los dos confirmó su candidatura en las elecciones que se realizarán en octubre del año que viene.
Faltando poco más de un año para las elecciones generales de octubre de 2022, la estrategia de Bolsonaro es mantener tensión máxima en el muy alterado cuadro político, consciente de la pérdida de respaldo popular, a lo que se sumó un duro manifiesto de algunos de los más poderosos empresarios brasileños, con duras críticas, suscritas, además, por académicos, intelectuales y líderes religiosos.Pero nada de eso parece suficiente para que Bolsonaro cambie de rumbo y actitud.
Al sembrar esas dudas antes de la votación, Bolsonaro sigue los pasos del expresidente estadounidense Donald Trump, a quien admira. En Estados Unidos, la maniobra de Trump culminó con el asalto al Congreso por parte de sus partidarios, y existe el temor de que las declaraciones del mandatario alienten a sus partidarios incondicionales y a las milicias parapoliciales que financia a hacer algo similar en Brasil.
Al amenazar directamente a Luis Roberto Barroso, que además de integrar la Corte Suprema, preside el Tribunal Superior Electoral, y a Alexandre de Moraes, elevó aún más la tensión ya existente por las amenazas de suprimir las elecciones previstas para el año que viene, y abrió una crisis sin precedente desde la redemocratización del país de 1985, luego de 21 años de feroz dictadura militar.
Pero hubo respuesta desde Corte de Justicia, que abrió una denuncia formal contra al presidente, mientras el Tribunal Superior Electoral elevó un pedido de investigación sobre las continuas mentiras de Bolsonaro sobre el sistema de votación adoptado desde 1996.
Y Bolsonaro tensó aún más la cuerda, al amenazar con responder fuera de las cuatro líneas de la Constitución, o sea, un golpe que cerraría las cortes de justicia y el mismo Congreso. Permanentemente insinúa que cuenta con el respaldo de los militares, refiriéndose siempre a “mi ejército”.
La enérgica reacción del presidente de la Corte, Luiz Fux, incluyó la suspensión de un encuentro entre los tres jefes máximos de los poderes Rodrigo Pacheco, presidente del Congreso, Bolsonaro y él mismo) con el objetivo de establecer un diálogo destinado a serenar los ánimos, tras señalar que Bolsonaro no cumple lo que dice y, por tanto, cualquier diálogo para quien la palabra no vale nada resultaría inútil.
Se descuenta que el presidente cuenta con pleno respaldo de su ministro de Defensa, el general retirado Walter Braga Netto, así como de buena parte de los diez mil militares esparcidos por los puestos civiles de su gobierno. Los analistas señalan que en el alto mando militar (los comandantes máximos en actividad), hay malestar con la Corte Suprema de Justicia, a la que ven como interferencia exagerada en el Poder Ejecutivo.
Eso no significa, en todo caso, que Bolsonaro cuente con respaldo para desafiar a la Constitución y llevar a cabo el tan anunciado golpe. Integrantes del alto comando del Ejército dicen, pidiendo discreción a sus interlocutores, que no existe la posibilidad de ruptura constitucional. Tales interlocutores, a su vez, filtran tal información a los medios.
Los altos mandos, también, dicen creer que las duras medidas adoptadas por el Poder Judicial, con una denuncia formal y una investigación dirigidas a Bolsonaro, tendrán el efecto de contener sus ataques de furia. Agregan, en todo caso, que tal efecto no durará mucho.
Al contrario, sigue incentivando al núcleo de seguidores más fanatizados, que constituyen, acorde con diferentes sondeos, a entre 15 y 20 por ciento del electorado.
Si bien se trata de una grupo insuficiente para mantenerlo en el poder, entre ellos está buena parte de las policías –Civil, de investigación, Militar, de mantenimiento del orden público – , además de militares de baja graduación (mas de 10 mil de ellos en cargos de la administración pública) y de los miles de los milicianos, como se llama eufemísticamente a los sicarios paramilitares, bien armados y financiados por leyes impulsadas por Bolsonaro, hay muchas razones para preocuparse.
Evaluaciones encontradas
Lo más probable es que las instituciones prevalezcan, pero tampoco hay que dormirse pensando que no pasará nada”, señaló Celso Amorim, ministro de los gobiernos de Lula da Silva y Dilma Rousseff. “Para que el mal prevalezca, basta con que los buenos hombres no hagan nada. Para que triunfe el golpe, basta con que las Fuerzas Armadas, en definitiva, no hagan nada. No digo que sucederá, pero creo que sería frívolo decir que no”, agregó el excanciller y exministro de Defensa.
Para Amorim, todavía “Brasil no es una democracia madura”. Otro exministro de Defensa del gobierno de Rousseff, Aldo Rebelo, tiene una visión menos pesimista y considera que Bolsonaro no tiene apoyo interno o externo para un golpe de Estado, que el gobierno está aislado en el mundo, en conflicto con Estados Unidos, China y vecinos como Argentina, Venezuela, Bolivia y, más recientemente, Perú.
El líder opositor en la Cámara de Diputados, Alessandro Molon, dijo que el presidente ha trazado una hoja de ruta para deslegitimar la victoria de un opositor en las próximas elecciones, dado que las encuestas de intención de voto muestran que Lula lidera la carrera electoral por la presidencia. “Bolsonaro tiene la intención de no reconocer una derrota electoral y evitar que el ganador de las elecciones asuma el cargo”, dijo Molon.
En mayo del año pasado, el diputado Eduardo Bolsonaro, hijo del mandatario, consideró necesaria la adopción de una “medida enérgica” por parte de su padre y también habló de un “tiempo de ruptura”. Dijo que la pregunta no es “si” esto ocurrirá sino “cuándo”. La preocupación aumenta por la posibilidad de presencia de personas armadas en las calles. En los últimos dos años aumentó 65% el número de pistolas en manos de civiles, desde que Bolsonaro incentivó con decretos la compra de armas de fuego.
El expresidente Fernando Henrique Cardoso es menos pesimismita y expresó que no le preocupa una posible amenaza de golpe o de cierre del Congreso. En su opinión, el país tiene “instituciones que funcionan” y “los militares entienden su papel”.
Carolina de Paula, investigadora en ciencias políticas señaló que “No hay unanimidad por parte de las Fuerzas Armadas. Hay muchos puntos de veto para Bolsonaro. Sería difícil que ocurriera un golpe en este momento, por esta falta de unión entre ellos. No hay ningún deseo de volver a la dictadura. Cuando miramos a estos bolsonaristas, vemos que este no es un punto fuerte o de consenso entre ellos. El presidente no cuenta con el apoyo irrestricto de su propio electorado, menos aún del resto de la población”.
Y mientras unos hablan de una eventual junta militar, otros piden una junta médica que evalúe la salud mental de un presidente en estado de histeria.
Juraima Almeida es investigadora brasileña, analista asociada al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).
Foto: Marcos Corrêa (PR)