Por Miguel Cruz Suárez, Resumen Latinoamericano, 12 de agosto de 2021.
No se podría ser Fidel y seguir de largo ante lo mal hecho, o pactar con la desidia; no se podría ser Fidel y alejarse de las urgencias del pueblo, sin escucharlo atento, juntándose con él en su cotidiano esfuerzo por salir adelante
Rompiendo la solemnidad del momento, como una ola que va ganando fuerza, el clamor fue en ascenso y, poco a poco, la Plaza de la Revolución se convirtió en un coro gigante con una sola frase: Yo soy Fidel.
Era el martes 29 de noviembre de 2016 y el pueblo de La Habana, en representación de toda Cuba, se había dado cita allí para rendir tributo al Comandante invicto que partía a la inmortalidad.
Mientras nos uníamos uno tras otro a la aclamación colectiva, crecía la emoción y urgía dejar bien claro que aquel hombre que tantas veces levantó su voz desde ese mismo sitio, no se marcharía, ni su legado se perdería para siempre. Fue certero y oportuno decir allí, y repetir luego de una punta a la otra de la Isla, que seríamos como él, que estaríamos en su lugar, pero ¿hemos comprendido a cabalidad lo que eso significa?
Fidel, quien pidió y casi exigió que, tras su partida, no se levantaran monumentos en su honor, ni se usara su nombre con altisonancia retórica, solo habría aceptado gustoso el sentido de esta consigna si, en su expresión práctica, quienes la repetimos también hacemos lo que a cada uno toca, con la misma fuerza, confianza en la victoria y sentido del deber que él ponía en cada empeño.
No se podría ser Fidel y seguir de largo ante lo mal hecho, o pactar con la desidia; no se podría ser Fidel y alejarse de las urgencias del pueblo, sin escucharlo atento, juntándose con él en su cotidiano esfuerzo por salir adelante; no se podría ser Fidel si a la hora del deber nos vamos hasta el lado donde se vive mejor y, desde el confort individual, miramos las urgencias colectivas, como perfectos egoístas en tiempos en los cuales solo la solidaridad salva.
Tampoco podríamos ser Fidel si rompemos la unidad, que es y será nuestro principal antídoto contra el intento permanente de aplastarnos, o si debilitamos nuestras defensas contra enemigos que irán cambiando sus rostros o sus métodos, pero nunca sus intenciones anexionistas o neocoloniales.
Para ser Fidel, en el término que significa la vigorosa consigna, se necesita comprender que, aquí y ahora, hacen mucha falta ese ingenio y esa estrategia que lo llevó a triunfar sobre adversidades y limitaciones de todo tipo. Hoy es la COVID-19, como después puede ser un ciclón, el agobio de la sequía e, incluso, nuevas y más crueles medidas de bloqueo, junto a intenciones agresivas de todo tipo. En todos los casos, si mantenemos la convicción de actuar como él, resultará imposible la derrota.
Ejemplos tenemos muchos de que es posible ser fieles a ese juramento simbólico que entraña haber dicho y seguir diciendo que somos Fidel. Baste mirar la entrega sin límites de la dirección del país, con el Presidente al frente, ante cada problema; el desvelo de científicos; la tenacidad y el humanismo de los médicos que no se rinden; los éxitos del deporte que nos llenan de orgullo; los que producen y siembran, y los miles de jóvenes que están donde más se les necesita.
Tenemos que repetir esta consigna, y sobre todo hacerla realidad, como el tributo mejor a quien nos demostró que la rendición es la única opción que jamás debemos considerar.