Por: Raúl Antonio Capote
Los corifeos anexionistas del más rancio trumpismo, ante el repudio causado por la histeria belicista mostrada por ellos en cuanto medio les quiso dar tribuna, desde el fracaso de los disturbios del 11 de julio quieren esconder la entraña mortal de sus pedidos de intervención militar en Cuba, disfrazando y tratando de ocultar la real naturaleza de las agresiones yanquis.
¿A quién pretenden engañar? Ahora resulta que ellos no se han referido en ningún momento a una acción cruenta de guerra con misiles y bombas destrozando nuestras ciudades, municiones de uranio empobrecido, bombas de racimo, fósforo blanco y napalm, como las que utilizaron en Irak y en Yugoslavia; no, dicen que estamos engañando al pueblo con esas historias macabras.
Ellos se refieren a un desembarco de marines, claro, supermarines que entrarían sin disparar un tiro, y que capturarían, por obra y gracia de su poder, al Gobierno cubano, y ¡que viva la democracia yanqui!
Parece sacado del guion de un filme barato de Hollywood, de una historieta de héroes y villanos.
Los influencers mercenarios reorientan su ofensiva de engaño y de mala fe, para convencernos de que no se tratará de una guerra contra el pueblo, que «no habrá derramamiento de sangre durante las acciones, ni vendettas posteriores, todo será rápido y limpio».
El modo de actuación que describen, en primer lugar, niega la naturaleza de la doctrina militar estadounidense, la doctrina de Shock y pavor, del inglés Shock and awe, basada en el concepto del «dominio rápido» y en el de la «fuerza decisiva o abrumadora».
La idea es realizar bombardeos masivos, intensos, golpear para eliminar todos los elementos básicos del adversario en el menor plazo, si es posible en las primeras 48 horas. Entre estos elementos están los de comunicación, medios de transporte, de producción de alimentos, de suministro de agua, y otros aspectos de infraestructura.
Según el general Richard Myers, del ejército de EE. UU., «los ataques no van dirigidos solo a objetivos puramente militares, sino a todos aquellos que sirvan para minar la autoridad del régimen».
La primera aplicación práctica de esta estrategia fue en 2003, en la invasión a Irak. Sobre Bagdad se lanzaron unas 3 000 bombas en las primeras 48 horas.
Harlan K. Ullman y James P. Wade, profesores de la Universidad Nacional de Defensa de EE. UU., resumen así el concepto: «Afectar la voluntad, percepción y entendimiento del adversario para luchar, a través de la imposición de un régimen de shock y pavor».
Uno de los objetivos principales de esta doctrina es lograr el llamado decay and default, o sea, el caos, la destrucción social, económica y política de un país por un largo periodo.
Sin embargo, los anexionistas defensores de la intervención armada olvidan un detalle: tendrían que enfrentarse a nuestra propia doctrina militar: la Guerra de todo el pueblo, para la que Cuba se ha preparado durante años. Una aventura de esa naturaleza encontraría una resistencia como jamás ha experimentado ejército invasor alguno.
Descubriría el enemigo que no es solo un verso de un poema patriótico, cuando afirmamos que nuestros muertos, alzando los brazos, sabrán defender su bandera. No es solo una frase cuando decimos que solo recogerían los invasores el polvo del suelo anegado en sangre, si no perecen en la contienda.