Ecua­dor. Tul­cán, la ciu­dad don­de los migran­tes no pue­den descansar

Por Mayu­ri Cas­tro. Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 27 de agos­to de 2021.

El muni­ci­pio de la ciu­dad limí­tro­fe con Vene­zue­la creó una orde­nan­za para con­tro­lar el uso de los par­ques y otros espa­cios públi­cos. Eso ha hecho que los migran­tes vene­zo­la­nos que pasan por la ciu­dad ya no pue­dan des­can­sar en esos lugares.

El hijo más peque­ño de Ale­jan­dra*, una migran­te vene­zo­la­na, llo­ra sin con­sue­lo. Tie­ne ham­bre. Ale­jan­dra, de 27 años, lle­va un pan­ta­lón negro des­gas­ta­do y una cha­que­ta de cue­ro negra. El niño se cal­ma cuan­do chu­pa su seno izquier­do. Ella, su espo­so Mai­col de 22 años, y sus tres hijos de uno, dos y cin­co años, son par­te de los más de 12 mil migran­tes vene­zo­la­nos que pasan cada mes por la mon­ta­ño­sa ciu­dad de Tul­cán, fron­te­ri­za con Colom­bia, según las cifras de la Orga­ni­za­ción Inter­na­cio­nal de las Migra­cio­nes de la Orga­ni­za­ción de Nacio­nes Uni­das (OIM). Por la cri­sis eco­nó­mi­ca y social de su país, Ale­jan­dra y su fami­lia tuvie­ron que irse de Venezuela. 

Tul­cán es un pun­to de trán­si­to para los migran­tes que tie­nen como des­tino final ciu­da­des más gran­des de Ecua­dor como Gua­ya­quil, Cuen­ca, Man­ta, Amba­to o Qui­to y, para otros paí­ses, como Perú o Chi­le. Pero hace pocos meses, ya no pare­ce una ciu­dad de fron­te­ra por la que van y vie­nen migran­tes. Aho­ra es una ciu­dad silen­cio­sa que amu­ra­lla con rejas sus par­ques, gra­das, puer­tas de edi­fi­cios para que no se con­vier­tan en luga­res de des­can­so de los migran­tes. Los par­ques tie­nen sus ban­cas vacías y ya no se miran torres de male­tas o cobi­jas en el césped. 

En los pri­me­ros días de agos­to visi­té Tul­cán. Los úni­cos gru­pos de migran­tes que había eran los que esta­ban en la ter­mi­nal terres­tre en espe­ra de un bus para seguir su camino. Pero ya no esta­ban en los par­ques como los había vis­to en noviem­bre y diciem­bre de 2020 que tam­bién estu­ve en la ciu­dad. Danny Olme­do, direc­tor de ges­tión y con­trol del Muni­ci­pio de Tul­cán, me dijo que en con­jun­to con los mili­ta­res, la Poli­cía, la Inten­den­cia y la Comi­sa­ría rea­li­zan ope­ra­ti­vos para requi­sar armas o des­alo­jar a los migran­tes que duer­men, secan su ropa, pren­den foga­tas en los par­ques. Lo hacen cum­plien­do una orde­nan­za de julio de 2020 que “bus­ca pre­cau­te­lar el buen uso del espa­cio público”.

venezolanos en Tulcán
Con­cha acús­ti­ca del Par­que Ayo­ra de Tul­cán. Ilus­tra­ción de Andrea Estre­lla para GK.

Los par­ques pue­den ser usa­dos por los migran­tes, dicen las auto­ri­da­des, pero con con­di­cio­nes. La orde­nan­za muni­ci­pal fir­ma­da hace poco más de un año por Cris­tian Bena­vi­des, alcal­de de Tul­cán, se expi­dió para regu­lar el mane­jo, uso y pro­tec­ción de los árbo­les, vive­ro muni­ci­pal, par­ques y áreas ver­des de la ciu­dad. El docu­men­to de 19 pági­nas dice que el muni­ci­pio pre­ten­de regu­lar esos espa­cios para mejo­rar la vida de sus habitantes. 

Antes de la recien­te apli­ca­ción de la orde­nan­za, los gru­pos de migran­tes dor­mían en par­ques o pla­zas, al pie de puer­tas, en gra­das o pasi­llos de edi­fi­cios por­que lue­go de un lar­go reco­rri­do no tenían dine­ro para alqui­lar una habi­ta­ción o no alcan­za­ban a reci­bir la ayu­da que dan las orga­ni­za­cio­nes no guber­na­men­ta­les internacionales. 

Según Olme­do, lo que hacían los migran­tes eran pro­ble­mas que debían solu­cio­nar. “Noso­tros no nos opo­ne­mos a que esas per­so­nas ven­gan, ocu­pen el espa­cio públi­co, pero siem­pre que no gene­ren daños”, me dijo en una lla­ma­da tele­fó­ni­ca. Las con­di­cio­nes —más bien, las prohi­bi­cio­nes— que esta­ble­ce la orde­nan­za son vein­ti­dós. Cua­tro de esas son la prohi­bi­ción de encen­der fue­go en luga­res no auto­ri­za­dos, la prohi­bi­ción de ten­der ropa en los par­ques o áreas ver­des, y de per­noc­tar en esos espa­cios. Solo se pue­de dor­mir allí en caso de fenó­me­nos natu­ra­les. Tam­bién está prohi­bi­do reco­ger agua de las pile­tas para bañar­se, lavar u otras actividades. 

Para Tul­cán, una ciu­dad que ha reci­bi­do migran­tes colom­bia­nos por déca­das que huían de la vio­len­cia del con­flic­to arma­do, la migra­ción vene­zo­la­na es el des­bor­da­mien­to de un río en pleno invierno. 

Y la inun­da­ción pare­ce incon­tro­la­ble cuan­do esos migran­tes son pobres y sus pocas male­tas son lo úni­co que traen a Ecua­dor, por lo que son recha­za­dos o dis­cri­mi­na­dos. Eso es a lo que Ade­la Cor­ti­na, filó­so­fa espa­ño­la acu­ñó como apo­ro­fo­bia, que es “la fobia o recha­zo hacia las per­so­nas pobres o des­fa­vo­re­ci­das”. Apli­car la orde­nan­za más que orde­nar la ciu­dad, hace que la migra­ción se escon­da bajo la alfom­bra. Y pare­ce que lo que lla­ma­ban pro­ble­ma —dema­sia­dos migran­tes dur­mien­do en los espa­cios públi­cos— ya se solu­cio­nó. La ver­dad es que la ciu­dad no ha crea­do espa­cios alter­na­ti­vos para que los migran­tes de paso pue­dan des­can­sar y seguir su camino. Las auto­ri­da­des muni­ci­pa­les dicen que han cedi­do espa­cios en la entra­da nor­te de la ciu­dad para que las orga­ni­za­cio­nes inter­na­cio­na­les pon­gan duchas o baños, y tam­bién han hecho con­ve­nios para aten­der a los migran­tes en refu­gios pero pare­ce que no da abasto. 

Una llu­via inten­sa y per­ma­nen­te se ave­ci­na una maña­na de agos­to. Es una ima­gen coti­dia­na del cie­lo de Tul­cán. Ale­jan­dra y su fami­lia no saben lo que dice la orde­nan­za muni­ci­pal, por eso, cuan­do los cono­cí lle­va­ban cua­tro días dur­mien­do bajo un arco de una pile­ta vacía del par­que Ayo­ra, uno de los más gran­des de la ciudad. 

Ale­jan­dra me con­tó que muy tem­prano dobla­ron su cobi­ja vino­tin­ta para evi­tar que los poli­cías les pidan que se vayan del par­que por­que la noche ante­rior los des­alo­ja­ron del por­tal de un mer­ca­do. “Ha sido duro, hace mucho frío, esta­mos sin comer”, me dijo con su voz des­bor­da­da de tris­te­za. Ale­jan­dra, Mai­col y sus tres hijos tenían los labios agrie­ta­dos por las tem­pe­ra­tu­ras hela­das de Tulcán. 

§

Tul­cán ha sido una ciu­dad aco­ge­do­ra y cáli­da con los extran­je­ros pero lue­go del éxo­do vene­zo­lano que se inten­si­fi­có en 2018 es una ciu­dad ago­ta­da, una ciu­dad que ya no quie­re ver una cri­sis eco­nó­mi­ca empu­jan­do las pesa­das male­tas de más de 432 mil vene­zo­la­nos que han lle­ga­do a Ecua­dor —para que­dar­se, o de paso— des­de febre­ro de 2018 has­ta julio de 2021. 

Olme­do me dijo que los ope­ra­ti­vos y los des­alo­jos que hacen en los par­ques de Tul­cán son para man­te­ner el orden y la segu­ri­dad. La con­cha acús­ti­ca, un espa­cio para even­tos musi­ca­les, está cer­ca­da, de acuer­do a un infor­me de segu­ri­dad de la Poli­cía Nacio­nal y el ECU 9−1−1, según Olme­do. “La comen­za­ron a tomar como hotel, había gen­te que cobra­ba por estar ahí”, me dijo Danny Olme­do, direc­tor de ges­tión y con­trol del muni­ci­pio. “El pro­ble­ma, en reali­dad, es la fal­ta de una polí­ti­ca públi­ca a lar­go pla­zo”, me dijo Kari­na Sar­mien­to, exper­ta en migra­cio­nes. Sar­mien­to dijo que si los migran­tes duer­men en la con­cha acús­ti­ca, hacen foga­tas o tien­den su ropa en los par­ques es por­que es evi­den­te que no están sien­do aten­di­dos por el gobierno de Ecuador. 

A Tul­cán como ciu­dad de fron­te­ra, le toca un fuer­te tra­ba­jo, aun­que entre sus com­pe­ten­cias no está aten­der a los migran­tes, su reac­ción debe­ría ser de pro­tec­ción y no de rechazo. 

La ima­gen de los vene­zo­la­nos con ropa des­gas­ta­da o envuel­tos en cobi­jas, chom­pas y gorras en Tul­cán, como la fami­lia de Ale­jan­dra, ya no sor­pren­de, ya no con­mue­ve. La orde­nan­za muni­ci­pal sobre el correc­to uso del espa­cio públi­co es una for­ma de eva­dir el pro­ble­ma, hace que migran­tes que pasa­ban por el cen­tro de la ciu­dad aho­ra se aglo­me­ren en sus afue­ras, tra­tan­do de bus­car un espa­cio para descansar. 

Es cier­to que el Muni­ci­pio por sí solo no pue­de aten­der a la migra­ción, y por eso las oene­gés nacio­na­les e inter­na­cio­na­les tra­ba­jan en dar la aten­ción pero se ve que no es sufi­cien­te. Por lo que el gobierno nacio­nal debe asu­mir la aten­ción a los migran­tes. Ecua­dor podría ser un ejem­plo para Amé­ri­ca Lati­na sobre la aten­ción a ellos por­que sí tie­ne pre­su­pues­to, dice Sar­mien­to, pero por esas medi­das de con­trol como la orde­nan­za muni­ci­pal de Tul­cán, está lejos de serlo. 

Ale­jan­dra y Mai­col me con­ta­ron que iban a pedir ayu­da en las oene­gés para pagar la ren­ta de un cuar­to y no tener que dor­mir en la calle. Su plan es que­dar­se en Tul­cán, “que­re­mos que nues­tros hijos pue­dan tener un futu­ro, pue­dan estu­diar, pue­dan tener las tres comi­das al día, en Vene­zue­la es duro”, me res­pon­dió Mai­col, cuan­do le pre­gun­té cuál era su sueño. 

Fuen­te: Rebelión.

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