Habla el excanciller de Perú, Héctor Béjar: «Las Fuerzas Armadas en este país son fujimoristas»

Excan­ci­ller de Perú, Héc­tor Béjar: «Las Fuer­zas Arma­das en este país son fujimoristas»

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Habla el excanciller de Perú, Héctor Béjar: «Las Fuerzas Armadas en este país son fujimoristas»

«He reci­bi­do en mi casa una ame­na­za en for­ma de car­ta nota­rial diri­gi­da a mí por el pro­cu­ra­dor del Minis­te­rio de Defen­sa, es decir, por el pro­pio gobierno. El gobierno me está ame­na­zan­do con enjui­ciar­me si no corri­jo mis declaraciones».

“Mon­te­si­nos está pre­so, pero el mon­te­si­nis­mo sigue pre­sen­te: la meto­do­lo­gía y la for­ma de pen­sar están en la prác­ti­ca mili­tar de hoy día”

Por con­si­de­rar­la de inte­rés para nues­tros lec­to­res, publi­ca­mos a con­ti­nua­ción la entre­vis­ta rea­li­za­da por la revis­ta uru­gua­ya Bre­cha, al excan­ci­ller peruano Héc­tor Béjar:

—¿Espe­ra­ba que le ofre­cie­ran el car­go de can­ci­ller o lo tomó por sorpresa?

—No. Para mí, fue una sorpresa.

—¿Quién se lo ofreció?

—El pro­pio pre­si­den­te Cas­ti­llo, a quien no cono­cía. Nun­ca lo había vis­to personalmente.

—¿Y pen­só, al asu­mir, que esta aven­tu­ra iba a durar tan poco?

—Sí, esta­ba entre las alter­na­ti­vas. Eso no ha sido para mí una sorpresa.

—¿Tam­po­co le sor­pren­dió que Gui­do Belli­do [pre­si­den­te del Con­se­jo de Minis­tros] le pidie­ra la renun­cia? ¿Qué sin­tió en ese momento?

—Nada espe­cial. Lo tenía entre las alter­na­ti­vas pro­ba­bles. Ya había un cli­ma de hos­ti­li­dad en los medios de la pren­sa con­cen­tra­da [se refie­re a los medios oli­go­pó­li­cos, en espe­cial al Gru­po El Comer­cio] y de par­te de la Mari­na con­tra mí. Es par­te del jue­go político.

—¿Cree que este caso es una clau­di­ca­ción del gobierno ante la derecha?

—No quie­ro cali­fi­car­lo. Sigo pen­san­do que el señor Cas­ti­llo es una exce­len­te per­so­na y le deseo lo mejor. Sí creo que este es un gobierno débil, no lo voy a negar. Y uno que se nie­ga a for­ta­le­cer­se por algu­nas razo­nes que no me explico.

—¿A qué le lla­ma for­ta­le­cer­se? ¿For­ta­le­cer­se de qué manera?

—Bueno, lo dije antes de ser minis­tro: que el gobierno debía ele­gir las mejo­res per­so­na­li­da­des, no del Perú —aquí, cuan­do habla­mos del Perú, sole­mos hablar de Lima — , sino del Perú real. El país tie­ne muchas uni­ver­si­da­des de pro­vin­cia, don­de hay gen­te exce­len­te, con pro­fe­so­res que debe­rían ser minis­tros en este momen­to. Y, ade­más, tie­ne exce­len­tes diri­gen­tes de orga­ni­za­cio­nes popu­la­res, que tam­bién debe­rían ser minis­tros. No ha sido así, y es una pena.

—Algo difí­cil de acep­tar para Lima…

—Sí, pues. Pero son las pro­vin­cias las que gana­ron las elec­cio­nes y es a ellas que les corres­pon­de gober­nar, es decir, al pue­blo peruano, que nun­ca ha gobernado.

—Hace más de 100 años Manuel Gon­zá­lez Pra­da escri­bía sobre el des­pre­cio de Lima por las pro­vin­cias. Pare­ce que eso sigue igual…

—Evi­den­te­men­te. Es un des­pre­cio racis­ta, como todos sabe­mos, por­que los lime­ños, inde­pen­dien­te­men­te de si son pobres o ricos, en su mayo­ría se sien­ten supe­rio­res a los pro­vin­cia­nos. Des­gra­cia­da­men­te, en el Perú decir serrano es prác­ti­ca­men­te un insul­to. Serrano es un hom­bre de la sie­rra, y la mayor par­te del Perú es de la sierra.

Somos un país racis­ta, y me inclu­yo: a veces me sor­pren­do a mí mis­mo con pen­sa­mien­tos racistas”

—En esta elec­ción se hizo más evi­den­te el racis­mo que hay en Perú…

—Por supues­to. Y es otra cosa que el Perú se nie­ga a reco­no­cer: somos un país racis­ta. Y me inclu­yo: a veces me sor­pren­do a mí mis­mo con pen­sa­mien­tos racistas.

—¿Se sin­tió poco defen­di­do por el Eje­cu­ti­vo, por sus cole­gas minis­tros, tenien­do en cuen­ta que lo que deto­nó esto fue una ter­gi­ver­sa­ción de sus dichos? ¿Espe­ra­ba más de ellos?

—No, no espe­ra­ba más. No los conoz­co. No conoz­co prác­ti­ca­men­te a nadie del Eje­cu­ti­vo, ni siquie­ra al pre­si­den­te Castillo.

—El comu­ni­ca­do de la Mari­na debió de haber pasa­do, supon­go, por el Minis­te­rio de Defen­sa antes de conocerse…

—No sola­men­te hay un comu­ni­ca­do. He reci­bi­do en mi casa una ame­na­za en for­ma de car­ta nota­rial diri­gi­da a mí por el pro­cu­ra­dor del Minis­te­rio de Defen­sa, es decir, por el pro­pio gobierno. El gobierno me está ame­na­zan­do con enjui­ciar­me si no corri­jo mis decla­ra­cio­nes. Me acu­san de ofen­der a la Mari­na y exi­gen que le pida dis­cul­pas; si no, me harán un juicio.

—Pero ¿de qué lo acu­san? Los hechos que usted men­cio­nó –la par­ti­ci­pa­ción de la Mari­na en esos aten­ta­dos– están casi comprobados.

—Y sí. Yo solo he cita­do hechos cono­ci­dos. Edi­ta­dos, ade­más, por la pro­pia Mari­na en sus publicaciones.

—¿Qué sin­tió des­pués de pasa­dos más de 50 años de su acti­vi­dad gue­rri­lle­ra y su par­ti­ci­pa­ción en el gobierno de Velas­co Alva­ra­do, y de su pos­te­rior tran­qui­la vida aca­dé­mi­ca, cuan­do tras este nom­bra­mien­to se lo til­dó de terro­ris­ta, de asesino?

—Nada espe­cial. Lo espe­ra­ba, por supues­to. Sabía los ries­gos a que me some­tía al acep­tar ser can­ci­ller. Pero no podía negar­me: no podía decir­le que no a una per­so­na que creo de bien, una per­so­na exce­len­te como el pro­fe­sor Cas­ti­llo. Yo, encan­ta­do de apo­yar­lo. Sabía los ries­gos, pero esa es la vida: uno debe asu­mir las obli­ga­cio­nes que debe asumir.

—¿Espe­ra­ba una reac­ción tan viru­len­ta de la oposición?

—Sí, espe­ra­ba esa reac­ción, real­men­te la espe­ra­ba. Hace unos cin­co años me pro­pu­sie­ron ser can­di­da­to a la pre­si­den­cia, y era eso lo que les decía, jus­ta­men­te: lo que ocu­rri­ría en el momen­to en que ingre­sa­ra a la polí­ti­ca del sis­te­ma. Siem­pre he esta­do fue­ra del sis­te­ma, es decir, del sis­te­ma polí­ti­co enten­di­do como el Par­la­men­to, los par­ti­dos, etcé­te­ra. Me van a demo­ler, les dije: hay mucha gen­te que no me quie­re. De mane­ra que lo sabía.

—¿Y espe­ra­ba las ter­gi­ver­sa­cio­nes de la pren­sa, las mentiras?

—Cla­ro que sí. Si es lo que esa pren­sa ha hecho toda la vida. Si lee El Comer­cio —yo me he leí­do todo El Comer­cio del siglo XIX, sin excep­ción, núme­ro por núme­ro — , des­de 1839 va a encon­trar eso. De mane­ra que no pue­de leer la his­to­ria del Perú en El Comer­cio. Pue­de leer una par­te de la his­to­ria, por­que lo que pasa­ba real­men­te en el país no está allí. Es una impu­ni­dad, un abu­so de la liber­tad de pren­sa. Me han lla­ma­do «ase­sino sedien­to de san­gre». Yo pre­fie­ro reír­me. Me han acu­sa­do has­ta de matar al her­mano del arzo­bis­po Castillo.

—¿Cree que se miden con dis­tin­tas varas algu­nas decla­ra­cio­nes? En su momen­to, Alan Gar­cía elo­gió la «mís­ti­ca» de Sen­de­ro Lumi­no­so, [su minis­tro del Inte­rior] Agus­tín Man­ti­lla visi­tó en la cár­cel a [el fun­da­dor del Movi­mien­to Revo­lu­cio­na­rio Túpac Ama­ru] Víc­tor Polay…

—En Perú siem­pre se mide con dis­tin­tas varas. En reali­dad, acá no se ha com­ba­ti­do ver­da­de­ra­men­te el terro­ris­mo: se usa el terro­ris­mo para fines polí­ti­cos. Sen­de­ro ha sido usa­do para fines polí­ti­cos. Ya no exis­te, pero sigue pre­sen­te en la pren­sa, por ejem­plo. Nin­gún movi­mien­to ha teni­do tan­ta pren­sa como ese gru­po. Si usted suma des­de el 80 has­ta aho­ra, son qui­ló­me­tros de titulares.

—Si lo que usted dijo de la par­ti­ci­pa­ción de la Mari­na en aten­ta­dos es cier­to, ¿por qué cree que la gen­te no lo acepta?

—Por­que tie­ne mie­do. La gen­te tie­ne mie­do. La gen­te tie­ne una acti­tud reve­ren­cial fren­te a las Fuer­zas Arma­das, que son enten­di­das como ins­ti­tu­cio­nes tute­la­res de la nación. Pero una nación no tie­ne tute­las, una demo­cra­cia no acep­ta tute­las. La gen­te no sabe y, ade­más, nadie se atre­ve a decir que los tan­ques, los fusi­les y los bar­cos son nues­tros. No son de los mari­nos ni de los mili­ta­res: son nues­tros, han sido com­pra­dos con nues­tro dine­ro. Los mili­ta­res son ser­vi­do­res públi­cos, así que no tene­mos por qué ser­vir­les. Pero en Perú hay un cri­te­rio inver­so aus­pi­cia­do por las pro­pias Fuer­zas Arma­das. A lo lar­go de la his­to­ria nos han ense­ña­do que son ins­ti­tu­cio­nes tute­la­res con­tra las cua­les no se pue­de decir nada. Pue­des decir cual­quier cosa con­tra el Cole­gio de Abo­ga­dos, con­tra el Cole­gio Médi­co, con­tra el Poder Judi­cial, pero nada con­tra la Mari­na, ni con­tra el Ejér­ci­to, ni con­tra la Avia­ción. Y yo, modes­ta­men­te, como ciu­da­dano común, me pre­gun­to: ¿por qué?, ¿por qué no pue­do decir nada con­tra la Mari­na como ins­ti­tu­ción? Nin­gu­na ins­ti­tu­ción pue­de estar libre de crí­ti­cas: todas tie­nen que ser criticadas.

—A quie­nes han pur­ga­do algu­na pena por terro­ris­mo se les exi­ge que pidan per­dón. Sin embar­go, las Fuer­zas Arma­das han vio­la­do sis­te­má­ti­ca­men­te los dere­chos huma­nos en el con­flic­to interno y no reci­ben las mis­mas exi­gen­cias. ¿No se acep­ta que hubo terro­ris­mo de Estado?

—Se lla­ma nega­cio­nis­mo. En Ale­ma­nia es con­de­na­do: es un deli­to. Aquí no. Hay gen­te que nie­ga que las Fuer­zas Arma­das vio­la­ron los dere­chos huma­nos. Se acep­tó a rega­ña­dien­tes el infor­me de la Comi­sión de la Ver­dad. A su nom­bre le agre­ga­ron: «y la Recon­ci­lia­ción». ¿Recon­ci­lia­ción con quién? ¿Con los vio­la­do­res de dere­chos huma­nos? Por­que si usted habla de recon­ci­lia­ción, habla de los dos con­ten­dien­tes, es decir, Sen­de­ro y las Fuer­zas Arma­das o, en todo caso, Sen­de­ro y el pue­blo del Perú. Pero esa recon­ci­lia­ción nun­ca se alen­tó. Si eso lo dije­ra en la tele­vi­sión perua­na, me harían otro juicio.

—A usted le cobran hechos de hace casi 60 años…

—En Perú las con­de­nas son eter­nas. Aca­bo de escu­char a un marino decir otra men­ti­ra: que fui con­de­na­do. Yo nun­ca fui con­de­na­do. Con­tra mí hubo una inves­ti­ga­ción de cin­co años que demos­tró que no era cul­pa­ble de los terri­bles deli­tos de los que se me acu­sa­ba, una inves­ti­ga­ción hecha por un juz­ga­do mili­tar, un con­se­jo de gue­rra. Mi amnis­tía está fir­ma­da por el almi­ran­te Var­gas Caba­lle­ro, jefe de la Mari­na de aque­lla época.

—¿Es nece­sa­ria una refor­ma de las Fuer­zas Armadas?

—Por supues­to. Hay que intro­du­cir la for­ma­ción de dere­chos huma­nos en las Fuer­zas Arma­das. Por muchos años he sido pro­fe­sor del CAEN [Cen­tro de Altos Estu­dios Nacio­na­les, escue­la de pos­gra­dos mili­ta­res del Minis­te­rio de Defen­sa] y conoz­co las vir­tu­des y los defec­tos de la for­ma­ción de los mili­ta­res de alta gra­dua­ción. Muchos de ellos tie­nen unos enor­mes vacíos en cuan­to a cono­ci­mien­to sobre el Perú.

—¿Sigue enquis­ta­do el fuji­mo­ris­mo en las Fuer­zas Armadas?

—Las Fuer­zas Arma­das en el Perú son fuji­mo­ris­tas. El fuji­mo­ris­mo está en la con­cien­cia de muchos mili­ta­res. Algu­nos cri­te­rios que impreg­na­ron el fuji­mo­ris­mo des­de los años noven­ta en ade­lan­te siguen pre­sen­tes. Mon­te­si­nos está pre­so, pero el mon­te­si­nis­mo sigue pre­sen­te: la meto­do­lo­gía y la for­ma de pen­sar están en la prác­ti­ca mili­tar de hoy día. Por eso Mon­te­si­nos se comu­ni­ca con el exte­rior cuan­do quie­re y no pasa nada.

—Pare­ce que la pala­bra impe­ria­lis­mo en el len­gua­je polí­ti­co de cier­ta nue­va izquier­da ha pasa­do de moda.

—Sí, hay pala­bras que no pue­den ser pro­nun­cia­das. Impe­ria­lis­mo, revo­lu­ción y socia­lis­mo ya no pue­den ser usa­das en el Perú. Así que sería bueno que edi­ta­ran un dic­cio­na­rio peruano que omi­tie­ra esas pala­bras y que tuvié­ra­mos una his­to­ria perua­na como hacían los farao­nes: a la medi­da de los actua­les domi­na­do­res del Perú.

—¿Las prio­ri­da­des de la izquier­da han cam­bia­do? Se habla más de las rei­vin­di­ca­cio­nes de la mujer y de los dere­chos LGTB que del ham­bre, la mise­ria. No men­cio­nar lo pri­me­ro le fue muy cri­ti­ca­do a Cas­ti­llo, pero ¿tal vez por eso ganó?

—Exac­ta­men­te. Nues­tras pro­vin­cias son muy con­ser­va­do­ras en tér­mi­nos sexua­les y repro­duc­ti­vos. Pero los dere­chos huma­nos son inte­gra­les. Y no soy solo yo quien lo dice. Sobre el tema hay dos gran­des prin­ci­pios. Uno, que son eso, inte­gra­les: los dere­chos civi­les y polí­ti­cos no pue­den ser sepa­ra­dos de los de últi­ma gene­ra­ción, los ambien­ta­les, los sexua­les y los repro­duc­ti­vos. Eso por un lado. Por otro, no se pue­de retro­ce­der en el tema de los dere­chos huma­nos: lo que se con­quis­tó se con­quis­tó; son prin­ci­pios inter­na­cio­na­les, son acuer­dos fir­ma­dos por el Perú. Pero acá hay gen­te que solo recuer­da los dere­chos civi­les y polí­ti­cos; no quie­re acor­dar­se de los eco­nó­mi­cos y los socia­les, por ejem­plo, y al revés. Y lo que tene­mos que lograr es todo, aun­que parez­ca dema­sia­do ambi­cio­so. Tene­mos que con­se­guir­lo; no pode­mos retroceder.

—¿Se nece­si­ta una nue­va Constitución?

—Sí. Esta es obso­le­ta. No sola­men­te por lo que dice, por la subor­di­na­ción a la que some­te al Esta­do, sino por­que no inclu­ye muchos dere­chos huma­nos, que son los que deben impe­rar. Los dere­chos de accio­nes de garan­tía, como el habeas data y otros, fue­ron inclui­dos, pero los cons­ti­tu­yen­tes inme­dia­ta­men­te se die­ron maña para dejar­los sin posi­bi­li­da­des de apli­ca­ción o para intro­du­cir otros ele­men­tos que impe­dían su apli­ca­ción, entre ellos, el referéndum.

—¿Cree que aho­ra cam­bien los linea­mien­tos de la polí­ti­ca exte­rior? Usted dijo que esa fue la ver­da­de­ra razón de su salida.

—Oja­lá que no, espe­ro que no. Pero hay que ver lo que quie­re hacer el Con­gre­so. Allí quie­ren rein­ven­tar un gru­po que ya no exis­te: el Gru­po de Lima. Yo sien­to que, des­gra­cia­da­men­te, en este momen­to —y oja­lá esto cam­bie con el nom­bra­mien­to de un buen o una bue­na can­ci­ller— el tema inter­na­cio­nal no está pre­sen­te en la agen­da del gobierno. Y lo digo por hoy día, por este momento.

—Pero ¿cree que la opo­si­ción va a parar acá? El con­gre­sis­ta Jor­ge Mon­to­ya ha dicho, pala­bras más, pala­bras menos, que van a bajar a todos los ministros.

—El Con­gre­so quie­re armar un gobierno de quie­nes per­die­ron las elec­cio­nes, es decir, un gol­pe de Esta­do de nue­va edi­ción. Hay muchas for­mas de hacer un gol­pe de Esta­do. Lo de ayer [se refie­re a su sali­da, con­su­ma­da este miér­co­les] ha sido un gol­pe de Esta­do blan­do. Los jefes de las ins­ti­tu­cio­nes arma­das, que deben obe­de­cer al pre­si­den­te, se reúnen con él para ava­lar la renun­cia de un can­ci­ller. Es un gol­pe de Esta­do blan­do o el comien­zo de él. Espe­ro que no continúe.

—El obje­ti­vo es la vacan­cia presidencial…

—Sí. Lo han expre­sa­do des­de el comien­zo: el obje­ti­vo es la vacan­cia. Empe­zó con­mi­go y aca­ba­rá con el pre­si­den­te Cas­ti­llo. Oja­lá que no, pero ese es el plan.

—¿Cómo cali­fi­ca este momen­to político?

—El Perú es un país en movi­mien­to, y eso está muy bien. Es un país don­de la gen­te empie­za a dar­se cuen­ta de las cosas, aun­que aún de una mane­ra muy nebu­lo­sa. El pue­blo ya lle­gó al gobierno, y eso es muy bueno. Pero tam­bién tie­ne sus pro­ble­mas: el pue­blo no sabe gober­nar, por­que nun­ca ha gober­na­do, enton­ces es expli­ca­ble que este gobierno ten­ga todos los defec­tos que tie­ne. Si fué­se­mos demo­crá­ti­cos, ayu­da­ría­mos a ese gobierno en lugar de apro­ve­char su debi­li­dad para derri­bar­lo. En el Perú nun­ca hemos teni­do una demo­cra­cia. En el mejor de los casos, la esta­mos cons­tru­yen­do con gran­des difi­cul­ta­des. Pero demo­cra­cia no tene­mos. Lo que tene­mos es una dic­ta­du­ra de los mono­po­lios eco­nó­mi­cos y mediáticos.

—¿Qué sabor le deja lo suce­di­do con usted, en lo per­so­nal y en lo político?

—Nin­guno. Soy feliz aho­ra, con mis libros. Estoy pre­pa­ran­do uno que va por la ter­ce­ra o cuar­ta edi­ción, sobre la his­to­ria del Perú. Me dedi­ca­ré a mis pla­ce­res, que son las artes plás­ti­cas. Estoy en una eta­pa feliz de mi vida. No me sien­to para nada resen­ti­do ni doli­do. Me sien­to libre otra vez.

—¿Es cier­to que cono­ció al Che Guevara?

—[Risas] No sola­men­te lo cono­cí: lo admi­ré y fui su soldado.

Resu­men­La­ti­no­ame­ri­cano

La entra­da Excan­ci­ller de Perú, Héc­tor Béjar: «Las Fuer­zas Arma­das en este país son fuji­mo­ris­tas» se publi­có pri­me­ro en La otra Anda­lu­cía.

Itu­rria /​Fuen­te

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