Por Wooldy Edson Louidor, Resumen Latinoamericano, 19 de agosto de 2021.
La tragedia tiende a producir un peligroso entrecruce entre crisis política y crisis humanitaria por un lado, y entre injerencia política e intervención humanitaria por el otro.
Once años después de aquel fatídico 12 de enero de 2010, Haití volvió a sufrir, el pasado sábado 14 de agosto de 2021, los tremendos golpes de un terremoto que ya cobró la vida de cerca de 1.300 personas, según el informe preliminar que ayer dieron a conocer las autoridades haitianas.
La terrible noticia se expandió en tiempo real en el mundo entero. El llamado a la solidaridad internacional con el pueblo haitiano no se hizo esperar.
Sin embargo, en medio del dolor que está padeciendo el pueblo haitiano, es necesario formular algunas preguntas sobre las acciones y respuestas que se están dando y se seguirán dando a esta difícil situación, de aquí en adelante. Tenemos que ser vigilantes, en particular, con las llamadas acciones humanitarias.
Por ejemplo, con base en la experiencia del terremoto de 2010, vale la pena preguntarse sobre la frontera entre la ayuda de buena fe ante una emergencia humanitaria y la alimentación carroñera del “capitalismo del desastre”, ya que éste lucra con los cadáveres y el dolor ajeno.
Para reflexionar sobre ello, identificaremos lo que llamamos aquí algunas “invisibilidades” que suelen acompañar la “espectacularización” de las catástrofes naturales y, sobre todo, los complejos procesos de intervención humanitaria y de reconstrucción en que resulta tan difícil trazar la mencionada frontera.
Invisibilidad de la solidaridad desde abajo
El sábado 14 de agosto de 2021, hacia las 8.30hs de la mañana, cundió el pánico en Haití. No era para menos. La tierra volvió a temblar fuertemente, tras el terremoto mortal que afectó a este país caribeño el pasado 12 de enero de 2010, matando a cerca de 300 mil personas, en particular en la capital Puerto Príncipe y sus alrededores.
El terremoto de anteayer se “espectacularizó” ya que fue captado en videos e imágenes impactantes que, en tiempo real, recorrieron las redes sociales e internet, dando la vuelta al mundo. Casas derrumbadas, sobrevivientes saliendo de los escombros, familiares de víctimas llorando, muertos cubiertos por sábanas, localidades enteras pidiendo ayuda, hospitales y clínicas rebasadas. En fin, el escenario era y sigue siendo sobrecogedor.
Es que el sismo tuvo una magnitud incluso mayor ‑del orden del 7.2 en la escala de Richter- que el anterior, cuya magnitud fue sólo de 7.0. Sin embargo, la gran diferencia fue que en esta ocasión el epicentro tuvo lugar en ciudades medianas del Sur del país, tales como Les Cayes, Jérémie, Nippes, y no en la superpoblada y caótica capital Puerto Príncipe.
Aun así, en su comunicación publicada el 15 de agosto en Twitter, la Dirección General de la Protección Civil, institución haitiana encargada de evaluar el impacto de los daños provocados por los desastres naturales en el país, señaló que el terremoto habría cobrado la vida de 1.297 personas (1054 en el Sur, 122 en les Nippes, 119 en la Grand’Anse y 2 en el Noreste), y dejado a cientos de heridos y desaparecidos, sin mencionar las importantes pérdidas materiales y en términos de infraestructuras físicas. Habrá que esperar los informes posteriores de esta entidad oficial haitiana para tener un panorama más exacto y completo de todas las pérdidas.
Antes de que llegar de todas partes del mundo la ayuda médica y humanitaria, los mismos haitianos y también los médicos de la brigadas médicas cubanas, emplazadas in situ, vienen atendiendo y salvando a damnificados y heridos. Esta solidaridad desde abajo será invisibilizada por los principales medios de comunicación que espectacularizan los grandes despliegues de asistencia humanitaria de países del primer mundo, como los de Europa, Canadá y Estados Unidos.
Invisibilidad del otro desastre
Esta catástrofe llega en un mal momento, ya que Haití se encuentra en una delicada transición política, dirigida por un primer ministro de facto, Ariel Henry, quien no tiene más legitimidad que la de haber sido nombrado por un presidente también de facto Jovenel Moïse ‑unos días antes de su asesinato- y ungido por el Core Group.
El Core Group es un ente internacional que prácticamente viene dirigiendo Haití en los últimos años; está integrado por embajadores de Alemania, Brasil, Canadá, España, Estados Unidos de América, Francia, la Unión Europea, el representante especial de la Organización de Estados Americanos y la representante especial del secretario general de las Naciones Unidas.
En este desorden político se desconoce deliberadamente el marco jurídico de la Constitución vigente haitiana y sigue reinando el régimen de facto anterior con la complicidad internacional. Se produce un peligroso entrecruce, en consecuencia, entre crisis política y crisis humanitaria por un lado, y entre injerencia política e intervención humanitaria.
Vale recordar que aun siendo un país pobre, Haití ha sido objeto de una lucha constante entre diferentes países injerencistas, preocupados por imponer en esta pequeña nación caribeña sus respectivas agendas políticas e intereses, en particular para obtener para sus empresas multinacionales y “expertos” nacionales importantes fuentes de empleo y jugosos contratos para obras de infraestructura y proyectos de desarrollo.
Desgraciadamente el desastre visible es el de la naturaleza y no aquel creado por el llamado “capitalismo del desastre”, interesado en hacer negocios incluso en detrimento del dolor humano.
Así como ocurrió con el pasado terremoto, nunca se sabrá cuánto dinero se gasta para atender la emergencia humanitaria y para llevar adelante la supuesta reconstrucción del país, o cómo se utilizan estos fondos, ya que el Estado de Haití no cuenta con la suficiente autoridad y legitimidad para exigir la rendición de cuentas a estas organizaciones y organismos internacionales.
Invisibilidad de las heridas subjetivas
De la misma manera son invisibles las heridas subjetivas, causadas por los llamados “desastres naturales”, las que son tan graves y dolorosas como las lesiones físicas.
Se trata del miedo, la incertidumbre, la zozobra, los turbulentos estados emocionales y psíquicos e incluso los complejos cuadros psicopatológicos que, por ejemplo, han provocado y siguen provocando el terremoto de anteayer y sus múltiples réplicas de sur a norte del país en decenas de miles de familias que ya habían perdido a sus seres queridos a consecuencia del terremoto del 12 de enero de 2010.
Anteayer fue un día traumático para estas familias haitianas que trataban, durante más de una década, de superar el duelo y de volver a caminar y pisar la tierra con un poco de confianza; de un momento a otro se vieron literalmente obligadas a enfrentar sus viejos fantasmas.
Si no se atiende oportunamente estas familias vulneradas psicológicamente, veremos en las ciudades haitianas a muchos “locos,” quienes a menudo son maltratados en un país en donde parte de la población asocia la enfermedad mental con la brujería.
Invisibilidad de la Divinidad
El mundo, de la mano de los principales medios de comunicación, volvió a mirar hacia un país que se había hecho tristemente famoso por ser el escenario a la vez del cruel asesinato, en la madrugada del pasado 7 de julio de 2021, de su presidente de facto Jovenel Moïse, y del despliegue del mercenariato cada vez más transnacionalizado en nuestro continente.
Las personas sensibles al difícil porvenir de Haití —el hermano mayor que enseñó a los países de América Latina el camino de la libertad y les ayudó concretamente en esta lucha independentista a través de su apoyo decisivo e incondicional al libertador Simón Bolívar — , volvieron a llorar por un país que no ha dejado de sufrir los embates de la naturaleza y del mal gobierno cooptado por una clase política corrupta y una élite irresponsable, amiga de la “comunidad internacional”.
Haití volvió a salir a la luz para decirnos que lo que ha vivido no es una maldición. Como dijo Ignacio de Loyola en su libro Ejercicios Espirituales, “la Divinidad se esconde” para que sea la humanidad la que aparezca, en este caso, nuestra humanidad latinoamericana y caribeña.
Invisibilidad de nuestra palabra como región
Podemos aprovechar esta oportunidad para decir que Haití, al igual que todos los países de nuestra región, necesita no de la dirección del primer mundo, sino hermandad y amistad; no colonialismo, sino el inicio de una nueva relación de interdependencia; no negocios carroñeros bajo el pretexto de la ayuda humanitaria o los planes de reconstrucción, sino acciones de solidaridad orientadas a ayudar a este país a brindar a sus ciudadanas y ciudadanos la posibilidad de gozar de sus derechos humanos fundamentales.
Haití nos está dando la oportunidad de decir nuestra propia palabra, una palabra que no hemos articulado, conjuntamente y al unísono, como región soberana. Tenemos por fin la posibilidad de decir esta palabra nuestra, que debe ser muy crítica con respecto al actual orden neocolonial y neoliberal del mundo, y de pronunciarnos a favor de una “relación otra” que sea simétrica, horizontal, democrática y respetuosa entre todos los pueblos, Estados, naciones y regiones de la tierra. Definitivamente, Haití nos invita a reescribir nuestra historia y la de nuestro mundo.