Resumen Latinoamericano 6 agosto de 2021
El Ginko biloba, conocido también como el árbol de los cuarenta escudos o el albaricoque plateado, es el árbol único en el mundo. Esta especie fue el único superviviente tras la catástrofe producida por la bomba atómica en la ciudad japonesa de Hiroshima.
Las fechas y las cifras siempre ayudan a hacer visible aquello que se nos hace presente como una realidad caótica o naturalizada. Este es un breve recorrido por esas sombras que el imperialismo norteamericano ha dejado por doquier desde que detonó dos bombas nucleares sobre una población civil hace 76 años.
“Visnú está tratando de convencer al príncipe de que cumpla con su deber y para impresionarlo, adquiere su forma de múltiples brazos, y dice: ‘ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos’… Supongo que todos pensamos eso, de una u otra forma”.
Con esa famosa cita del Bhagavad- gita Julius Robert Oppenheimer se refería al momento en que vio detonar a su creación en el desierto de nuevo México. Era el 16 de julio de 1945 y la prueba Trinity lograba la expresión máxima de la racionalidad imperialista. La bomba atómica se sumaba al escenario geopolítico. “Supimos que el mundo ya no sería el mismo… algunas personas rieron, algunas personas lloraron… la mayoría permaneció en silencio”, recordaba en voz alta Oppenheimer mientras miraba al suelo, tal vez con vergüenza de sí mismo, como pidiendo perdón a las generaciones futuras. Su legado era la muerte masiva e instantánea. EE. UU. se convertía en la primera potencia nuclear de la historia.
Unas semanas más tarde, el 9 de agosto, ese mismo prototipo de plutonio, el Fat man era arrojado por el bombardero estadounidense Bocks Car sobre la ciudad de Nagasaki en Japón. Si la bomba de Hiroshima, que había aturdido a la humanidad dos días antes, es la expresión apoteótica de la decadencia civilizatoria, la de Nagasaki no tiene palabras que permitan justificar el grado de tal atrocidad. un horror horroroso. Ninguno de los crímenes del ejército imperial Japones en China e indochina fue ajusticiado con estos bombardeos. No una, sino dos veces detonaron el resplandor de mil soles sobre la población civil. La barbarie de Europa occidental es increíblemente grande, solo superada —superada con creces, es verdad— por la barbarie de Estados Unidos, dirá Aimé Cesaire con justa razón.
El argumento de que se utilizaron estas Armas de Destrucción Masiva (MAD, en inglés) para evitar muertes y poner fin a la guerra es, además de un oxímoron, una de las falsedades a las que el imperialismo norteamericano tiene acostumbrado a los pueblos del sur del mundo. Lo que estaba en juego en verdad era la supremacía geopolítica en el mundo que surgía luego de la II Guerra Mundial- o de la transición geopolítica iniciada por la crisis del capitalismo-. Para EE. UU. la colaboración con la URSS para derrotar a Japón se estaba tornando un problema central para el escenario que se abría y necesitaba dar un mensaje de “poder preponderante”. En un mundo colonial, capitalista y eurocéntrico, quien quisiese ser su rey debía montarse en una montaña de sombras y ruinas. Pero, sobre todo, debía mostrar ese poder.
El Artillero y fotógrafo del Enola Gay describió la detonación de Hiroshima con las siguientes palabras: Comienzo a contar los incendios. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis… catorce, quince… es imposible. Son demasiados para poder contarlos. Aquí llega la forma de hongo de la que nos habló el capitán Parsons. Viene hacia aquí. Es como una masa de melaza burbujeante. El hongo se extiende (…) La ciudad debe estar abajo de todo eso. 70 mil personas murieron en un destello, sus sombras quedaron en el asfalto. El registro fílmico y fotográfico es impresionantemente grande y mudo. Todo el archivo sobre las bombas, obedece a esa frivolidad de la razón que engendra monstruos, pero también a una lógica de poder internacional. Para que el objetivo sea alcanzado, el poder debe ser mostrado, debe hacerse espectáculo.
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Fuente: Tricontinental