La Guerra de Afganistán está lejos de haber terminado. El desastre que caracterizó la retirada de las tropas estadounidenses es el preludio de una nueva fase de la misma guerra, la más larga en la historia militar de Estados Unidos.
El 17 de agosto los activos del gobierno afgano fueron congelados por orden de Washington. Las reservas de oro, casi 21,87 toneladas, han sido saqueadas. La mayor parte de las reservas del oro y las divisas están en poder del Banco de la Reserva Federal de Nueva York.
El antiguo presidente, Ashraf Ghani, saqueó los bancos del país. Una enorme cantidad de dinero en efectivo ha desaparecido y, probablemente, ha salido al exterior, cambiado por dólares estadounidenses. El opio, la otra fuente de financiación de la guerra, está en manos de los enemigos de los talibanes que operan en Panshir. Como ya hemos explicado, estas fuerzas tienen el apoyo de los comandos de operaciones especiales estadounidenses, siguiendo el guión que han puesto en funcionamiento en Siria.
Las previsiones eran que la retirada de tropas debía finalizar el 1 de septiembre, fecha a partir de la cual el Pentágono tenía previsto continuar con las operaciones militares. La guerra, pues, no acaba sino que se transforma, recurriendo a la guerra económica, el apoyo a las milicias antigubernamentales, los drones de ataque, el sabotaje y las “revueltas de colores” en las provincias.
La Nueva Alianza del Norte son los kurdos de Afganistán, dirigidos por el ex vicepresidente Amrullah Salah y por el hijo del difunto Massud. Pero necesitan un territorio limítrofe y contiguo al teatro de operaciones. La negativa de Pakistán a aceptarlo y el bloqueo de Moscú a Tayikistán, han obligado a Washington a emplear una nueva estrategia. El aeropuerto internacional de Kabul no sólo debe permanecer bajo el control de Estados Unidos, sino que servirá como principal base de operaciones para la nueva fase de la guerra. Eso explica los refuerzos militares enviados a Kabul con el pretexto de repatriar a los refugiados afganos que colaboraron con la ocupación militar. Un plan prevé el despliegue de 40.000 soldados y mercenarios cerca del aeropuerto, que acabarán integrándose en la Nueva Alianza del Norte.
El plan muestra las señas de identidad de la Nueva Alianza del Norte: enfrentamiento con Pakistán y alianza con India; hostilidad a China y acercamiento a los uigures. Las manifestaciones que tuvieron lugar el 19 de agosto durante la celebración del día de la independencia, reflejan la aparición de una nueva generación, influenciada por ciertos aspectos de la subcultura posmoderna gracias a la corrupción y el dinero fácil procedente de las ONG y las potencias imperialistas.
El principal esfuerzo de la Nueva Alianza del Norte será mantener la inestabilidad para impidir la llegada de inversiones procedentes de China. Al mismo tiempo, el imperialismo tiene que reavivar los disturbios en Xinjiang para obligar a China a intervenir militarmente en Afganistán, donde sus recursos se agotarán en una guerra de desgaste que Washington y sus aliados alimentarán. Un punto caliente en el oeste de China completará la estrategia de cerco e intensificará la presión sobre otros puntos de fricción (Taiwán, Hong Kong, la península de Corea, el Tíbet, la disputa con India), mientras China se enreda en el pantano afgano.
El Pentágono continuará, pues, su lucha contra los talibanes por otros medios y considerará esta lucha como un enfrentamiento por delegación con China, ya que se trata de impedir el trazado de la Nueva Ruta de la Seda a través de Asia Central.
Los imperialistas tienen muy pocas probabilidades de conseguir sus objetivos, por más que hayan cambiado sus planes. No obstante, las posiciones de China y Rusia están lejos de coincidir, por lo que Washington debe apoyarse en esas divergencias y, especialmente, en Rusia para llevar a cabo sus objetivos. En otras palabras, debe hacer concesiones a Rusia porque la historia de la URSS le concede a Moscú un enorme peso político y militar entre los países de Asia central.
En la nueva guerra Irán apoyará a los talibanes, a pesar de las diferencias religiosas, y lo hará con tanto mayor entusiasmo en cuanto que Washington les siga presionando y bloqueando.
Si juegan bien sus bazas, es posible que los talibanes cuenten con el apoyo de ciertas monarquías del Golfo, como Qatar, lo que puede convertir a la nueva guerra en algo más parecido a Libia que a Siria, con las fuerzas talibán volviendo a concentrarse en las montañas de nuevo.
Fuente: mpr21.info
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