Méxi­co. La espi­ral de la vida

Por Angel Sulub /​Resumen Latinoamericano/​23 de agos­to de 2021.

Foto: Fran­cis­co Lion

En 1992 pisé por pri­me­ra vez la tie­rra insu­mi­sa: Slu­mil K’ajxemk’op. Le lla­má­ba­mos enton­ces Europa.

Por ese tiem­po se cele­bra­ba la Expo­si­ción Uni­ver­sal de Sevi­lla, que con­me­mo­ró lo que fue nom­bra­do el “Encuen­trodedosmun­dos,elVcen­te­na­riodeldes­cu­bri­mien­todeAmé­ri­ca”.

Fui uno de los 70 niños y niñas de Méxi­co pre­mia­dos por desem­pe­ño aca­dé­mi­co para asis­tir a la Expo Sevi­lla 92’ y visi­tar la Isla de la Car­tu­ja, lugar en el que vivió y fue ente­rra­do Cris­tó­bal Colón, y entre otras acti­vi­da­des, cono­cer las répli­cas de las 3 cara­be­las que 500 años antes habrían des­cu­bier­to América.

Esta­ba en la pre­si­den­cia de Méxi­co Car­los Sali­nas de Gor­ta­ri y en la Secre­ta­ría de Edu­ca­ción Públi­ca, Ernes­to Zedi­llo Pon­ce de León.

La Niña, la Pin­ta y la San­ta María, eran los nom­bres de las embar­ca­cio­nes que ‑como era de espe­rar­se- cono­cía­mos de memo­ria los niños y las niñas de exce­len­ciaaca­dé­mi­ca, así como las fechas, los acon­te­ci­mien­tos y el sig­ni­fi­ca­do del encuen­trodedoscul­tu­ras que en la escue­la se habían ocu­pa­do de expli­car­nos extensamente.

Yo, un niño de 11 años de edad, estu­dian­te del turno ves­per­tino de una escue­la pri­ma­ria públi­ca encla­va­da en la región cen­tral del Esta­do de Quin­ta­na Roo, me for­ma­ba como un niño mes­ti­zo mexicano.

Des­per­ta­ba sin­tién­do­me mexi­cano, con un pro­fun­do res­pe­to y amor por el himno, el escu­do y la ban­de­ra nacio­nal, pero des­co­no­cien­do la his­to­ria de auto­no­mía, de liber­tad, de resis­ten­cia y de lucha por el terri­to­rio que mis pro­pios abue­los die­ron en con­tra de los des­po­jos del Gobierno de Méxi­co, en con­tra de la entra­da de las escue­las mexi­ca­nas a los terri­to­rios rebel­des mayas.

Me sen­tía mexi­cano, y así lo reafir­ma­ba todos los vier­nes en el home­na­je a la ban­de­ra. Pro­me­tía ser fiel a los prin­ci­pios de liber­tad y de jus­ti­cia y entre­gar­le toda mi exis­ten­cia a la Patria. Me sen­tía mexi­cano, pero no me sen­tía maya.

En Sevi­lla, per­ci­bí la curio­si­dad que des­per­tá­ba­mos una niña cam­pe­cha­na y yo. No era sólo nues­tro color de piel, sino lo áspe­ro de nues­tros cabe­llos, la for­ma de nues­tros ros­tros y sobre todo la len­gua ances­tral que enten­día­mos. Obser­vé las dife­ren­cias que había entre los niños de Sono­ra y el nor­te de Méxi­co y mi aspec­to físi­co. Algo no me habían con­ta­do en la escue­la. Méxi­co era diverso.

El via­je des­per­tó en mí muchas pre­gun­tas y pro­vo­có un pro­ce­so trans­for­ma­dor al inte­rior de mi iden­ti­dad, del cono­ci­mien­to de mi his­to­ria fami­liar, y del terri­to­rio que habitaba.

Com­pren­dí, como niño maya, los pro­ce­sos de colo­ni­za­ción, de des­po­jos, de saqueos, de inten­tos de ani­qui­la­ción de los pue­blos mayas por par­te del poder hege­mó­ni­co: la coro­na espa­ño­la y pos­te­rior­men­te el gobierno mexicano.

Me reco­no­cí como par­te de un pue­blo vivo y apren­dí a amar lo que somos, con toda la rique­za de sabe­res de las que son guar­dia­nas nues­tras abue­las. Nues­tros pue­blos son sabios.

Valo­ré y abra­cé mi len­gua mater­na, la mis­ma que era moti­vo de des­pre­cio y discriminación.

Pude enten­der que si esta­mos vivos y no sólo ador­nan­do los museos y los par­ques temá­ti­cos es por­que resis­ti­mos y lucha­mos como pueblo.

Hoy, 500 años des­pués de lo que muchos lla­man LaCon­quis­ta, los pue­blos ori­gi­na­rios deci­mos que “No nos conquistaron”.

Vivi­mos por­que aún hace­mos ofren­das, pedi­mos la llu­via, sem­bra­mos maíz, habla­mos las len­guas mayas. Exis­ti­mos por­que resistimos.

Nues­tros abue­los y abue­las lucha­ron por la liber­tad, por las auto­no­mías de los pue­blos, por el dere­cho de exis­tir. Hoy toca a noso­tros, a noso­tras hon­rar esa memo­ria y man­te­ner la lla­ma de la liber­tad, de la espe­ran­za. Hoy toca encon­trar­nos con los pue­blos del mun­do, con aque­llos que ama­mos y defen­de­mos la vida, con quie­nes tene­mos la cer­te­za de que este sis­te­ma capi­ta­lis­ta, patriar­cal y colo­nial está aca­ban­do con la huma­ni­dad y que es nece­sa­rio des­truir­lo y cons­truir sobre sus escom­bros los nue­vos mun­dos que habrán de habi­tar nues­tras hijas.

Mari­jo­se del Escua­drón Marí­ti­mo Zapa­tis­ta 421 renom­bró la tie­rra que hoy reci­be las luces zapa­tis­tas. La tie­rra don­de ini­cia la Tra­ve­sía por la Vida y en la que una dele­ga­ción del Con­gre­so Nacio­nal Indí­ge­na (CNI) es invi­ta­da a par­ti­ci­par. Y el niño maya ‑hoy inte­gran­te del CNI- regre­sa a esas leja­nas tie­rras acom­pa­ñan­do a esta dele­ga­ción. Es la espi­ral de la vida.

Esta vez el via­je es de un hom­bre sabe­dor del lega­do ances­tral que lle­va en la piel y con todo el amor por la vida y la ins­pi­ra­ción que des­pier­tan cada una de las ini­cia­ti­vas de los com­pas y las com­pas zapatistas.

Esta vez no es un niño des­po­ja­do de su iden­ti­dad y su memo­ria his­tó­ri­ca sino un hom­bre con la rabia y los dolo­res con­ver­ti­dos en espe­ran­za. Rabia y dolor por los pue­blos que viven la explo­ta­ción, los enga­ños, los des­pre­cios y la muer­te que trae el sis­te­ma capi­ta­lis­ta a nues­tros terri­to­rios. La muer­te que vie­ne en tre­nes, en empre­sas mine­ras, en indus­trias, en un sis­te­ma desa­rro­llis­ta que des­tru­ye todo lo que toca. La muer­te que vie­ne de un sis­te­ma polí­ti­co que ope­ra bajo los intere­ses del gran capital.

Hoy cons­trui­mos colec­ti­va­men­te con los com­pa­ñe­ros y com­pa­ñe­ras del Con­gre­so Nacio­nal Indí­ge­na y man­te­ne­mos la espe­ran­za y la ilu­sión de tejer soli­da­ria­men­te con los pue­blos de la Tie­rra Insumisa.

El dolor que nos une la des­truc­ción de nues­tros pue­blos y el com­pro­mi­so de luchar para defen­der la vida y la dig­ni­dad, nos con­vo­ca a mirar­nos, a escu­char­nos, a dia­lo­gar, a agra­de­cer, a reco­no­cer­nos y a sonreír.

La decla­ra­ción por la vida es el gri­to de un mun­do ago­ni­zan­te, pero que con­ser­va la fuer­za del cora­zón y el espí­ri­tu de los pue­blos que no nos deja­re­mos vencer.

Esta tra­ve­sía por la vida; por el mar y por el aire; por la señal del wifi y por la men­te, por la tie­rra y por los sue­ños; por los anhe­los y por las inten­cio­nes; es un via­je trans­for­ma­dor para todas aque­llas per­so­nas que lo abra­cen y lo lle­ven en el corazón.

fuen­te: Camino al andar

Itu­rria /​Fuen­te

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