Elisa Loncon Antileo /Resumen Latinoamericano, 3 de agosto de 2021
«Es la apuesta en la que cabalgamos los pueblos indígenas para el siglo XXI, gestar una sociedad democrática desde los territorios y comunidades, articulando autonomías con sociedades plurinacionales, rehaciendo los lazos del poder, desconcentrando el dominio de la palabra y las decisiones, para que surjan desde allí las voces históricamente marginadas».
Son momentos históricos, qué duda cabe. Hace algunas semanas me tocó asumir una de las responsabilidades más grandes de mi vida, la presidencia de la Convención Constitucional de Chile. Reconozco el peso de múltiples tiempos que tenemos sobre nuestros hombros, se sienten esos pasados en cada paso que damos.
Los pueblos de Chile jamás ‑hasta ahora- hemos tenido la posibilidad de redactar nuestra Carta Magna baja una instancia democrática y plural, todas han sido autoritarias y monoculturales. Así, que esta inédita coyuntura sea además presidida por una mujer mapuche es de una profundidad histórica insospechada; lo tengo claro, asumo ese peso colectivo.
Esta es una tarea de todos los pueblos de Chile y de Wallmapu, ya que inevitablemente estamos atados los diversos pueblos que habitamos el país a una historia compartida, aunque es fundamental decirlo, esta historia tiene recovecos claroscuros, memorias que circulan a contrapelo de los relatos oficiales. De esta forma, cualquier posibilidad de encuentro debe partir de esta verdad honda y ancha, no hay otra forma, no hay caminos breves, los atajos en este caso serían trampas. Chile no ha sido un Jardín del Edén, hay dolores, cicatrices que no sanan; observar y conversar sobre esas llagas es la única forma de sanar. En definitiva, es imposible construir el futuro Chile sin dar cuenta de todas estas llagas que se hicieron tan patentes desde el 18 de octubre de 2019.
Y parto con este triste impulso, porque no hay otro modo de partir la tarea magnánima que tenemos por delante. Por mucho tiempo las fuerzas del olvido quisieron reinar, y habitamos por décadas una ilusión, un oasis: un país de pujante y unificado andar. Un buen día ese espejismo acabó estallando, y por todos los territorios se comenzó a escuchar ¡Chile Despertó! Ese despertar nos tiene acá, imaginando los contornos del nuevo país que vamos gestando. Por ello hablamos de refundación, estamos constituyendo las nuevas relaciones sociales, políticas y culturales del país, todo esto luego de la pulsión destituyente. Un país que ha sido proyectado por tanto siglos solo por hombres blancos pertenecientes a las elites hoy puede imaginarse desde los territorios profundos, desde las lenguas ensombrecidas, desde los cuerpos magullados. Es por ello que como mujeres mapuche tendremos un rol clave en estas tareas refundadoras.
Las mujeres indígenas hemos sido por siglos inferiorizadas, tanto por los sistemas institucionales del poder como también por nuestras propias instancias organizativas. No han sido fáciles los caminos hasta acá, el “ninguneo” y la mirada despectiva no han estado ausentes, pero con porfía y trabajo colectivo es posible ir carcomiendo los ejes de la cultura colonial y patriarcal. Y lo tengo claro, con mi presidencia no borraremos siglos de dolores, tampoco mañana será todo mejor por este simple hecho, pero no resto tampoco relevancia histórica al momento que habitamos. Ahora bien, es tarea de todes darle viabilidad política a la profundidad del símbolo y seguir ahondando este cambio cultural para las futuras generaciones.
Precisamente, sueño con que las niñas y los niños puedan habitar este mundo bajo una pluralidad de miradas y en conexión reciproca con la naturaleza. Es la apuesta en la que cabalgamos los pueblos indígenas para el siglo XXI, gestar una sociedad democrática desde los territorios y comunidades, articulando autonomías con sociedades plurinacionales, rehaciendo los lazos del poder, desconcentrando el dominio de la palabra y las decisiones, para que surjan desde allí las voces históricamente marginadas, las mujeres, las disidencias.
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FUENTE: Le Monde Diplomatique*