Por Fernando Buen Abad Domínguez, Resumen Latinoamericano, 19 de agosto de 2021.
“Irreverencia en el debate, lealtad en la acción” Toby Valderrama
No es obediencia ciega. No es necedad obtusa de valores pétreos contra toda lógica y toda transformación histórica. No es heroísmo de la quietud, ni épica de la esclavitud. No es un mérito de feligreses ni apología de la inmovilidad. No es lealtad a la obsecuencia. Es muy otra cosa. Algunos se niegan a emplear el término “lealtad”, imbricado en las relaciones humanas, porque le adjudican una estatura conceptual muy reducida. Aquí entenderemos a una forma específica del comportamiento humano, individual o colectivo, que se da realmente, aunque no suficientemente, porque implica compromiso reflexivo y práctico.
La lealtad debe ser democrática, democratizada y democratizante. Todo acuerdo de lealtad tiene fuerzas y debilidades que sólo se morigeran en el crisol de la práctica diaria, minuciosa y evidente. Ahí está la fuerza mayor de sus verdades en abstracto no sirve ni para diccionario. La lealtad no suspende el libre albedrío por el contrario lo expresa y lo ratifica. Es irreductible al subjetivismo, en su carácter esencialmente social, la lealtad busca sus reflejos, es decir su objetivación, en todas las formas y niveles de las relaciones humanas, de sus modos de producción y del enriquecimiento de los principios o fines que son causa suprema de las lealtades.
A la lealtad no se la puede desvincular del plano fáctico-dinámico, que no son para ella excluyentes. Es fundamental entender y desarrollar la lealtad para comprender, interpretar o explicar la moral de una época. Se trata de una posibilidad extraordinaria para entender lo humano en tanto que reflejo de sí y estado de situación histórica en sus relaciones con determinados grupos sociales. En el cultivo (la cultura) de la lealtad se expresa un sentido propio de la moral y de la crítica a la moral realmente existente, así como la crítica a la que deben someterse otros tipos de lealtad como el campo político, el estético, el religioso, el lúdico o el económico. Nada escapa.
También la lealtad es un tejido social dinámico, dialéctico, que en tanto es social, es hija de sus tensiones y su coherencia a la luz de cómo asciende, permanentemente, a la praxis. Está claro que las lealtades sólo se rompen con legitimidad cuando medía una argumentación capaz de clarificar los cómo, los por qué y los cuándos de su existencia y permanencia. Siempre y cuando no se confundan las tácticas con los principios… y eso no admite ambigüedades.
No se puede alentar el dogmatismo de la lealtad ciega y sorda. No siempre cambiar implica deslealtad y no pocas veces es todo lo contrario. Ser leal con los principios de un frente social, de un liderazgo o una lucha… a veces exige romper con quienes se alejan de los paradigmas centrales en la totalidad del vínculo o en algunas de sus partes. Es decir, la lealtad puede permanecer intacta y debe hacerlo en lo esencial de los pactos, aunque admita si hay acuerdo, debates internos abiertos y transparentes. No admite juegos a espaldas ni secretos de secta. Ya estamos hartos de traiciones.
Bajo las condiciones inclementes que el capitalismo impone a la inmensa mayoría de los seres humanos, y ante las evidencias científicas sobre la destrucción mercantilizada de los recursos naturales, es imperativo de sobrevivencia reconfigurar las lealtades con un marco ético humanista de nuevo género: 1) Hoy son hacen inaceptables las lealtades con cualesquiera de las expresiones del nazi-fascismo y su diversidad de disfraces. 2) Es inaceptable cualquier forma de explotación del trabajo, del saqueo de los recursos naturales, con la marginación o el racismo, con las humillaciones, las burlas o los desprecios de género, de peso, de color, de etnia… ninguna lealtad con la desigualdad ni con la injusticia.
Que la lealtad florezca en la dinámica histórica, cualesquiera sean sus escalas, en las parejas enamoradas o en las organizaciones políticas amantes de la igualdad humana con sus oportunidades y en sus condiciones concretas. Que la lealtad se multiplique con los principios colectivos y con los representantes que los pueblos designen sin chantajes, sin emboscadas, sin las trampas de la democracia burguesa. Y que la lealtad sea una práctica para su propia revocación si se la fractura desde arriba. La lealtad de los pueblos comporta una sabiduría estructural que ha sido traicionada inclementemente. Revocación de la lealtad cuando se traicionan los principios. “Las masas revolucionarias en alza nunca perdonan la cobardía y la traición” Trotsky.
Semejante tarea político-ético-cultural no está huérfana de ejemplos y cuenta con herencias extraordinarias que han sido paridas por las luchas más profundas de nuestros pueblos en todo el planeta. Esa es su fuente primigenia y su destino táctico y estratégico. Lealtad revolucionaria que se refrenda en el combate diario, que se hace carne, músculo y motor en la dialéctica de las batallas que laten en los corazones como laten en los territorios. La lealtad ha de ser conciencia revolucionaria que debe violentar constantemente al dogmatismo para desprendernos de las nomenclaturas ideológicas esclerotizadas. Un modelo de constatación de las certezas que habrá de sepultar el viejo modelo del tributo ciego a la personalidad y a los sofismas de ocasión.
Desde este enfoque, la lealtad, en su estado pleno, es una actitud política que repudia a todo lo que rebaja o anula la dignidad humana. Por eso urge reorganizar la democracia de la lealtad, reponerla en el amor consensuado y dignificante, reponer la lealtad a la igualdad y la lealtad a la justicia social. Expandir la lealtad humanista en una ética revolucionaria que no sea sólo declarativa y sí sea organizativa y transformadora. Urge la lealtad como conducta crítica, como praxis emancipadora y como dinámica de construcción para una revolución de los valores consensuales en la confianza y en la solidaridad inquebrantables. Por lealtad a la humanidad toda. Por lealtad a la juventud, a la ciencia no mercantilizada, a la filosofía no reducida a “gurús” ni puramente contemplativa.
La lealtad que necesitamos, renovada siempre, exige voluntad crítica a toda hora. Se expresa en la constancia y la perseverancia. Se niega a los espasmos del capricho o del chantaje. Obliga a dar pruebas fehacientes en horas de interrogación, tentaciones, dudas o debates como los que se vive a diario contra las maquinarias de guerra ideológica hegemónicas. Tal lealtad es un peldaño de la escalera que conduce a lo más alto que puede subir un ser humano. Nuestra militancia por la humanidad debe florecer en lealtades para la esperanza, para la alegría, para el compromiso, para la lucha. Lealtad contra “el estiércol del diablo” y contra todos los Judas Iscariote que desfilan con disfraces de “lealtad” y puñales escondidos. Una de las deslealtades más estruendosas de la historia costó treinta monedas. Dicen.