Argentina. La toma de una villa es una lucha por la vida y por la tierra

Argen­ti­na. La toma de una villa es una lucha por la vida y por la tierra

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Por Clau­dia Rafael Y Sil­va­na Melo, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 4 de sep­tiem­bre de 2021.

Fotos: Anred, Ojo Obrero

La muer­te trá­gi­ca y anun­cia­da de Sofía, sobre las mis­mas vías de un tren de car­gas que atra­vie­sa la 21 – 24 cua­tro veces al día, fue el dis­pa­ra­dor de una toma que sim­bo­li­za las vidas en los már­ge­nes de la ciu­dad más rica del país y una de las más des­igua­les del continente.

Rodea­dos por un cer­co poli­cial que no les per­mi­te cir­cu­lar, ni a los niños ir a la escue­la ni a los adul­tos salir a tra­ba­jar, ni entrar a los ali­men­tos, medi­ca­men­tos, ropa, jabón y lavan­di­na. Una pre­sión en el cue­llo de la toma para sofo­car­la. La llu­via de ano­che los expu­so a las peo­res con­di­cio­nes de vida, sin pro­tec­ción ni espe­ran­za. Ni lonas pudie­ron entrar por el muro poli­cial que se les alzó alrededor.

120 fami­lias, cien niños y una herra­mien­ta de visi­bi­li­za­ción que bus­ca atraer los ojos de los gobier­nos, de las ins­ti­tu­cio­nes, los ojos socia­les que con­de­nan y estig­ma­ti­zan, para ser visi­bles antes de la muer­te. La villa estu­vo en todos los estu­dios de tele­vi­sión des­pués de que el tren arro­lló a Sofía. El tren, uno de los peli­gros leta­les que atra­vie­san a la villa como el ham­bre, el ries­go eléc­tri­co y la esca­sez de agua.

La toma ubi­ca­da en las espal­das del esta­dio de fút­bol “Clau­dio Chi­qui Tapia” del Club Barra­cas Cen­tral y pega­do a las vías del Ferro­ca­rril ocu­pa un 0,022 por cien­to de la super­fi­cie total de la popu­lo­sa villa del sur por­te­ño. Una villa que nació duran­te el pri­mer pero­nis­mo a raíz de un incen­dio devo­ra­dor que tomó por asal­to nume­ro­sas casas del barrio de La Boca. En tiem­pos en que la fiso­no­mía de la zona ofre­cía indus­trias nacien­tes al otro lado del ria­chue­lo y no las car­ca­zas vacías de fábri­cas que hace déca­das que ya no son.

Hoy es el haci­na­mien­to ‑en una barria­da que tie­ne una pobla­ción impre­ci­sa que va des­de 60.000 habi­tan­tes has­ta casi 80.000 según un amplio aba­ni­co de fuen­tes- una de las carac­te­rís­ti­cas más cla­ras de la villa. Si CABA con sus casi tres millo­nes de habi­tan­tes ocu­pa una super­fi­cie de 203 kiló­me­tros cua­dra­dos, la villa asen­ta­da en Barra­cas osten­ta una super­fi­cie de 0,66 kiló­me­tros cua­dra­dos. La ciu­dad don­de dicen atien­de dios tie­ne una den­si­dad pobla­cio­nal de 15.000 habi­tan­tes por kiló­me­tro cua­dra­do mien­tras que la de la villa roza los 90.000 habi­tan­tes por kiló­me­tro cua­dra­do. Que sobre­vi­ve a duras penas con el Ria­chue­lo como fron­te­ra sur. Don­de el con­tac­to dia­rio con vene­nos como cro­mo, zinc, mer­cu­rio y plo­mo arran­ca a jiro­nes peda­ci­tos del futu­ro de las pibas y los pibes.

El agua

Un rele­va­mien­to de la ONG Suman­do en Tie­rra Ama­ri­lla (las tie­rras de la toma) reve­la que el 48% no tie­ne acce­so al agua de red y el 38% sufre la baja de pre­sión cons­tan­te. Las inun­da­cio­nes, los resi­duos cloa­ca­les que inva­den las casas, el sabor y el olor del agua que se con­su­me y la con­ta­mi­na­ción son la coti­dia­ni­dad de los veci­nos de la villa. El 71% dice que jun­ta agua en bote­llas, bal­des, ollas o bido­nes cuan­do sale, de la cani­lla que sal­ga. Con man­gue­ras des­de una cani­lla veci­na, con cone­xio­nes infor­ma­les. El 14% la com­pra enva­sa­da. El 76 % debe car­gar manual­men­te bal­des para tirar al inodo­ro. Muchas veces esas mis­mas aguas van direc­to al pasi­llo don­de se pue­de ver en la zan­ja. Las inun­da­cio­nes for­man par­te de la infra­es­truc­tu­ra del barrio.

El agua sale cara en la Villa. En la ciu­dad más rica y más bri­llan­te del país, son los con­fi­na­dos en la vida subur­bial los que la pagan más. Bom­bas de extrac­ción y agua enva­sa­da enca­re­cen expo­nen­cial­men­te el acce­so a una de las fuen­tes fun­da­men­ta­les de la vida.
El esta­do man­da camio­nes cis­ter­na de vez en cuan­do o irri­so­rios sachets de agua.

El tren y los cables

Las vías ferro­via­rias de los tre­nes de car­ga mane­ja­dos por Ferro­sur Roca des­de las pri­va­ti­za­cio­nes del mene­mis­mo (en una con­ce­sión que ven­ce­ría en 2023) atra­vie­san la villa en un cor­te feroz que ha pro­vo­ca­do incon­ta­dos acci­den­tes des­de hace años has­ta la muer­te, días atrás, de Sofía Luján Caba­lle­ro, de esca­sos 15 años.

La Villa está techa­da de cables que ace­chan. Cer­ca de las vías por don­de cua­tro veces al día pasa el car­gue­ro sobre las vere­das de las casas, a cen­tí­me­tros de las pare­des, los cables de media ten­sión cuel­gan casi sobre las for­ma­cio­nes. Las casi­tas tiem­blan cuan­do pasa el tren, reci­ben los chis­pa­zos de los cables y las alter­na­ti­vas son incen­diar­se o desmoronarse.

Hay cables que pasan por aden­tro de las casas, pos­tes de elec­tri­ci­dad en los patios o apo­ya­dos en las vivien­das, trans­for­ma­do­res móvi­les que se incen­dian con esca­lo­frian­te frecuencia.

El tren fue, esta vez, el por­ta­dor de la tra­ge­dia. Como un sím­bo­lo, las 120 fami­lias toma­ron el pre­dio de 150 metros cua­dra­dos vecino a las vías de Ferro­sur. Una tie­rra que es par­te de esa tra­ge­dia, una tie­rra con 30 años de aban­dono, inha­bi­ta­ble, en medio del haci­na­mien­to de la villa, una tie­rra que no es la tie­rra para hacer­la pro­pia, para comul­gar­la, para vivir con ella el roman­ce de la tie­rra y las manos. Ellos saben que esa tie­rra está en otra par­te. Pero tomar­le unos metros cua­dra­dos al ferro­ca­rril es la reac­ción ante la invi­si­bi­li­dad, el aban­dono y el descarte.

Acce­so a viviendas

El terreno ocu­pa­do aho­ra por más de un cen­te­nar de fami­lias per­te­ne­ce a la Admi­nis­tra­do­ra de Infra­es­truc­tu­ra de Ferro­ca­rri­les (ADIF), un orga­nis­mo del gobierno nacio­nal. Nahuel Arrie­ta, uno de los refe­ren­tes de la toma, publi­có por estos días en La Pode­ro­sa que “ingre­sa­mos a este pre­dio que esta­ba aban­do­na­do hace más de 40 años, y que es par­te del Ferro­ca­rril Roca Sur en terre­nos cedi­dos por el Estado.

Tie­rras cer­ca­nas ya fue­ron uti­li­za­das con dis­tin­tos obje­ti­vos como el Pro­crear, que tie­ne depar­ta­men­tos vacíos en edi­fi­cios que se ven des­de acá, o los mis­mos gal­po­nes que ocu­pó la empre­sa de la Línea 59 para sus pro­pios bene­fi­cios. Sin embar­go, sólo apun­tan a noso­tros”. El mis­mo Arrie­ta dijo a Radio con Vos que muchas fami­lias que “tie­nen un ingre­so de 30 lucas y un alqui­ler que les cues­ta 20” deci­die­ron ingre­sar para pedir por una vivien­da dig­na. “Si tenés 3 o 4 hijos, y solo te que­dan diez mil pesos des­pués del alqui­ler, no te alcan­za para comer”.

Los veci­nos de la toma lle­gan de casas cer­ca­nas; pagan alqui­le­res de 20 mil pesos, si es una pie­za les cobran 6 mil y si tie­ne baño, has­ta 10 mil. Pocos cuen­tan con el sub­si­dio habi­ta­cio­nal, pocos tie­nen empleos en rela­ción de depen­den­cia y la mayo­ría son oca­sio­na­les. Gra­cias al blo­queo poli­cial no pue­den salir y corre peli­gro un tra­ba­jo ines­ta­ble des­de el origen.

Des­de la toma se ven los edi­fi­cios del Pro­Crear, vacíos, sin asig­nar. Ellos sue­ñan con cré­di­tos que pue­dan pagar, con cuo­tas que se adap­ten a la vida sos­te­ni­da por cables pela­dos que les toca vivir.

Des­de los ámbi­tos ofi­cia­les can­tan las sire­nas eter­nas de la urba­ni­za­ción. No es un barrio popu­lar, ese eufe­mis­mo con que la bau­ti­za el len­gua­je pro­gre­sis­ta. Es una villa don­de no es posi­ble vivir con dig­ni­dad. Don­de la tie­rra no es tie­rra, sino el enva­se fatal para cons­truc­cio­nes de haci­na­mien­to, caren­cias y peligro.

Con todos los opor­tu­nis­mos polí­ti­cos de cam­pa­ña, con pun­te­ros y uti­li­za­do­res del dra­ma humano, la toma de la villa es una expre­sión pro­fun­da de la necesidad.

La toma

Alre­de­dor del terreno hay, sepa­ra­das por alam­bres, casas pre­ca­rias. En un extre­mo, un edi­fi­cio aban­do­na­do con un camión de la Poli­cía de la Ciu­dad. A un cos­ta­do hay un muro y del lado opues­to casi todo es mura­lla, menos un tra­mo de dos metros valla­do por la poli­cía.
Un rele­va­mien­to del ATAJO (Agen­cia Terri­to­rial de Acce­so a la Jus­ti­cia) de la Villa 21 – 24 que data del 30 de agos­to con­tó unas 60 car­pas y tol­dos apo­ya­dos en palos como techos. Par­te del terreno está inun­da­do y niñas y niños cha­po­tean. Un tol­do con un pozo, ale­ja­do del res­to, fue des­ti­na­do a ser baño general.

120 fami­lias ‑unas 250 per­so­nas- con casi cien niños, des­de bebés has­ta 17 años. Cua­tro de ellos tie­nen una dis­ca­pa­ci­dad o enfer­me­dad cró­ni­ca y nece­si­tan medi­ca­men­tos: un niño de 6 años trans­plan­ta­do, una nena de dos años con un pro­ble­ma esto­ma­cal deri­va­do de las con­di­cio­nes ambien­ta­les, un niño de 8 años con leu­ce­mia y la madre no pue­de salir para soli­ci­tar el turno de con­trol en el Garrahan. Ade­más, en la toma hay una emba­ra­za­da, un adul­to mayor, un asmá­ti­co que no tie­ne su paf ni su sal­bu­ta­mol, un diabético.

La poli­cía no deja vol­ver a ingre­sar a quie­nes sal­gan y hay varios casos de niños sepa­ra­dos de sus padres. Tam­po­co entran paña­les ni fra­za­das ni toa­lli­tas femeninas.

Des­pués de Guernica

Las rami­fi­ca­cio­nes que ofre­ce el sím­bo­lo de una toma de tie­rras son infi­ni­tas. Muy lejos de las carac­te­rís­ti­cas de la de Guer­ni­ca, poco más de un año atrás, vuel­ve a poner sobre la esce­na del deba­te el sig­ni­fi­ca­do de la tie­rra en la vida de una socie­dad. Pero Guer­ni­ca ofre­cía otros para­dig­mas: eran unas 2000 fami­lias en alre­de­dor de 200 hec­tá­reas. Y los casi 3000 niñas y niños tenían un hori­zon­te ver­de en el que com­par­tir y jugar. Y detrás de las tie­rras de Guer­ni­ca había un inte­rés inmo­bi­lia­rio de pode­ro­sos empre­sa­rios que, ensam­bla­dos con los pode­res del esta­do, pug­na­ban por esos espacios.

Fue a raíz de esa toma, que se dilu­yó entre expul­sio­nes, reubi­ca­cio­nes y nego­cia­cio­nes, que el minis­te­rio de Segu­ri­dad de la Pro­vin­cia de Bue­nos Aires con­tó más de 1800 “usur­pa­cio­nes”, en el len­gua­je oficial.

Por esos mis­mos días la ya casi olvi­da­da minis­tra María Euge­nia Biel­sa habló de un défi­cit en el país de tres millo­nes 600 mil vivien­das y como con­tra­par­ti­da dijo que «exis­te casi un 50% de vivien­das ocio­sas en rela­ción con la deman­da de nue­vas uni­da­des». En la con­tra­dic­ción capi­ta­lis­ta más pro­fun­da que defi­ne lo que sobra para algu­nos pero fal­ta para demasiados.

La villa es un mons­truo que se tam­ba­lea. La tie­rra se pier­de deba­jo de los blo­ques y del cemen­to que ya sube por­que no hay más espa­cio en el alre­de­dor. La tie­rra para com­par­tir y cul­ti­var y que sea patio para la infan­cia y sue­ño de comu­ni­dad está en otra par­te. La toma los hace visi­bles. Exhi­be un défi­cit dra­má­ti­co que los pone en la calle o en el haci­na­mien­to feroz. Pero la tie­rra, la madre, lo saben, no está ahí.

fuen­te: Pelo­ta de Trapo

Itu­rria /​Fuen­te

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