Colombia. ELN: Contra la auto-amnistía del Estado genocida

Colom­bia. ELN: Con­tra la auto-amnis­tía del Esta­do genocida

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, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 10 de sep­tiem­bre de 2021.

Amnis­tía vie­ne de Amne­sia que sig­ni­fi­ca olvi­dar. La insur­gen­cia revo­lu­cio­na­ria no pide olvi­dar las razo­nes de su alza­mien­to en armas, por el con­tra­rio, cul­ti­va la memo­ria his­tó­ri­ca y rei­vin­di­ca jun­to a muchos que no debe haber ni per­dón ni olvi­do para crí­me­nes con­tra el pue­blo y la humanidad.

Debe reco­ger­se el con­cep­to de Amnis­tía que se desa­rro­lló en siglos pasa­dos y has­ta hace unas déca­das con­si­de­ran­do la natu­ra­le­za de los deli­tos polí­ti­cos, es decir las accio­nes altruis­tas con­tra el orden injus­to exis­ten­te, moti­va­das por la trans­for­ma­ción y el mejo­ra­mien­to de una socie­dad hacia el avan­ce de dere­chos, come­ti­das por gru­pos arma­dos de opo­si­ción con­tra el Esta­do y las éli­tes; con esta Amnis­tía un Esta­do olvi­da­ba par­cial­men­te los deli­tos polí­ti­cos y deja­ba de apli­car penas por esas accio­nes polí­ti­co-mili­ta­res come­ti­das por orga­ni­za­cio­nes insurrectas.

Era nor­mal y abso­lu­ta­men­te legí­ti­mo espe­rar esas amnis­tías para per­mi­tir diá­lo­gos y enten­di­mien­to entre par­tes enfren­ta­das o para crear con­di­cio­nes pro­pi­cias a pro­ce­sos de recon­ci­lia­ción entre un Esta­do y sus enemi­gos polí­ti­cos. Sin embar­go, hubo situa­cio­nes en las que la amnis­tía no se con­ce­dió para quie­nes con­fron­ta­ban un régi­men auto­ri­ta­rio y exclu­yen­te, sino para bene­fi­ciar a ambos ban­dos: tan­to quie­nes habían ejer­ci­do la resis­ten­cia, como tam­bién a favor de quie­nes habían defen­di­do estruc­tu­ras de injus­ti­cia. Tal fue el caso de Espa­ña en 1977 con una ley tan nefas­ta que hoy día, en 2021, la ONU dice que debe ser dero­ga­da por haber ser­vi­do para la impu­ni­dad de crí­me­nes de lesa humanidad.

Esa nega­ti­va expe­rien­cia espa­ño­la que­bran­tó la impor­tan­te lec­ción que con alcan­ce uni­ver­sal se había ins­ti­tui­do en la mis­ma Euro­pa trein­ta años antes, en 1945 y 1946 con los Jui­cios de Núrem­berg en los que no podía ni olvi­dar­se ni per­do­nar­se a los nazis res­pon­sa­bles de Geno­ci­dio, mere­cien­do algu­nos penas drás­ti­cas como la hor­ca. A par­tir de esa funes­ta medi­da en Espa­ña algu­nos regí­me­nes que dis­fra­za­ban sus dic­ta­du­ras copia­ron esa com­bi­na­ción, para apro­ve­char­se y aumen­tar la impu­ni­dad exis­ten­te res­pec­to de los actos de vio­len­cia per­pe­tra­da por sus escua­dro­nes ofi­cia­les o paraestatales.

En Colom­bia, con la ase­so­ría grin­ga y euro­pea no sólo en la doc­tri­na mili­tar y poli­cial sino en la geme­la doc­tri­na jurí­di­ca, a comien­zos de los años ochen­ta el Esta­do dejó de expo­ner­se a per­der cre­di­bi­li­dad en jui­cios polí­ti­cos rea­li­za­dos por mili­ta­res (Con­se­jos de Gue­rra) y se fijó un pri­mer obje­ti­vo retor­ci­do: la defor­ma­ción o des­truc­ción del con­cep­to his­tó­ri­co del deli­to polí­ti­co, como deli­to com­ple­jo y con cone­xi­da­des lla­mán­do­lo pre­fe­ren­te­men­te terro­ris­mo, para des­acre­di­tar ya no caso por caso sino sis­te­má­ti­ca y nor­ma­ti­va­men­te a los gue­rri­lle­ros, til­dán­do­les de enemi­gos irra­cio­na­les de la sociedad.

Para ese obje­ti­vo estra­té­gi­co se usa­ron dife­ren­tes medios en eta­pas com­ple­men­ta­rias. En el Gobierno Tur­bay (1978−1982) se apli­có el Esta­tu­to de Segu­ri­dad que faci­li­tó tor­tu­ras a miles de pre­sos polí­ti­cos y cas­ti­gó la pro­tes­ta social asi­mi­la­da como aten­ta­do al Esta­do; en el de Betan­cur (1982−1986), se expi­dió la Ley 35 de 1982 de amnis­tía, que pro­du­jo la sali­da de la cár­cel de gran par­te de los rebel­des, muchos de los cua­les fue­ron ase­si­na­dos poco des­pués, mien­tras se reini­cia­ba el para­mi­li­ta­ris­mo y pro­li­fe­ra­ban las des­apa­ri­cio­nes for­za­das. En ese perío­do se inten­tó un frus­tra­do pro­ce­so de paz con las FARC y el M‑19, ini­cia­ti­va que se con­cre­tó con este últi­mo gru­po y otras gue­rri­llas en los siguien­tes Gobier­nos de Bar­co (1986−1990) y Gavi­ria (1990−1994), apli­cán­do­se amnis­tías recor­ta­das siem­pre y cuan­do se pac­ta­ra su desar­me, des­mo­vi­li­za­ción y reinserción.

A la par de esa des­truc­ción pau­la­ti­na de la rebe­lión, el Esta­do orien­tó su segun­do fin sinies­tro: hizo domi­nan­te el inte­rés de las éli­tes de usar ins­tru­men­tos refe­ri­dos a los deli­tos polí­ti­cos para ser apli­ca­dos no al insur­gen­te sino al nar­co­pa­ra­mi­li­tar contrainsurgente.

Uri­be pro­pu­so en 2005 que se tra­ta­ra como auto­res de “sedi­ción” a los ejér­ci­tos nar­co­pa­ra­mi­li­ta­res que él mis­mo ayu­dó a estruc­tu­rar, para que obtu­vie­ran bene­fi­cios jurí­di­cos has­ta ese momen­to úni­ca­men­te váli­dos para las orga­ni­za­cio­nes alza­das en armas con­tra el régi­men, y no para quie­nes lo defien­den median­te el terror. Entre 2006 y 2007 hubo Sen­ten­cias de la Cor­te Cons­ti­tu­cio­nal y de la Cor­te Supre­ma, que esta­ble­cie­ron que era inacep­ta­ble afir­mar “que las ban­das de los gru­pos para­mi­li­ta­res actua­ron con fines altruis­tas cuan­do eje­cu­ta­ron gra­ves accio­nes lesi­vas a los bie­nes jurí­di­cos pena­les más impor­tan­tes”.

Con esa con­clu­sión y otras de algu­nos jue­ces y por vere­dic­tos del Sis­te­ma Inter­ame­ri­cano en rela­ción con otros paí­ses que habían expe­di­do nor­mas de auto­am­nis­tía, la inten­ción de Uri­be fue par­cial­men­te blo­quea­da, mucho más cuan­do que­dó cla­ro por la fir­ma del Esta­tu­to de Roma (adop­ta­do en 1998 y en vigen­cia des­de 2002) que dio vida a la Cor­te Penal Inter­na­cio­nal (CPI), el recha­zo de la amnis­tía para los deli­tos que son com­pe­ten­cia de ese órgano inter­na­cio­nal, como los Crí­me­nes de Gue­rra y los de Lesa Huma­ni­dad, come­ti­dos mayo­ri­ta­ria­men­te por el Esta­do y sus para­mi­li­ta­res, no así los deli­tos polí­ti­cos lle­va­dos a cabo por la insur­gen­cia que están fue­ra del alcan­ce de las fun­cio­nes de la CPI.

Repro­du­ci­da en los char­cos de san­gre tras las matan­zas y des­cuar­ti­za­mien­tos de La Vio­len­cia des­de 1946 y tras el mag­ni­ci­dio de Gai­tán en 1948, las cla­ses domi­nan­tes se acos­tum­bra­ron a la impu­ni­dad, de esta for­ma cerró esa eta­pa de cruel­dad y abrió otra en 1956 – 1957 con el Fren­te Nacio­nal al pac­tar que los jerar­cas de los par­ti­dos res­pon­sa­bles de esa car­ni­ce­ría serían into­ca­bles y que no habría justicia.

Es lo que aca­ba de hacer Álva­ro Uri­be y sus vás­ta­gos, así como una par­te toda­vía muy pode­ro­sa de la más ran­cia dere­cha, que pro­po­nen lo que nece­si­tan: que sus crí­me­nes cai­gan en el olvi­do pues saben que ya la evi­den­cia es abul­ta­da y piden por eso que haya “borrón y cuen­ta nue­va”, con lo que abren un deba­te en el cual polí­ti­cos de cen­tro con­si­de­ran que sí debe pen­sar­se una ini­cia­ti­va que gene­re un ambien­te de reconciliación.

Hay que recor­dar que la pro­pues­ta de Uri­be es invia­ble no sólo por prohi­bi­ción cons­ti­tu­cio­nal sino por vigen­cia de Tra­ta­dos Inter­na­cio­na­les como el que incor­po­ra el ya men­cio­na­do Esta­tu­to de Roma. Para hacer­la via­ble el régi­men ten­dría que hacer cam­bios de fon­do en sus nor­mas cons­ti­tu­cio­na­les y lega­les y renun­ciar a ser par­te de esos pac­tos interestatales.

Para el Ejér­ci­to de Libe­ra­ción Nacio­nal la juri­di­ci­dad esta­tal no nos es váli­da, tan­to que pre­ci­sa­men­te la ata­ca­mos y des­co­no­ce­mos abier­ta­men­te, para noso­tros es váli­da la de las comu­ni­da­des en lucha, la nues­tra y los prin­ci­pios inter­na­cio­na­les de dere­cho pro­gre­sis­ta, por ello esta­mos en rebe­lión con­tra ese orden que sojuz­ga a la cla­se popu­lar y per­mi­te que las oli­gar­quías y sus agen­tes que­den impu­nes y laven una vez más sus con­quis­tas de tie­rra arra­sa­da, sus for­tu­nas obte­ni­das del saqueo, la explo­ta­ción y el despojo.

Nues­tra lucha con­tra ese orden jurí­di­co esta­tal no supo­ne que sea­mos aje­nos a tra­tar sobre la amnis­tía y fren­te a cual­quier medi­da que impli­que impu­ni­dad del terro­ris­mo de Esta­do, de la corrup­ción, el nar­co­trá­fi­co y el blan­queo de capi­ta­les, como es lo pro­pues­to por Uribe.

Ante la degra­da­ción con­ti­nua e indu­ci­da en la reali­dad de vio­len­cias múl­ti­ples que vive el país, de masa­cres, des­pla­za­mien­to, ame­na­zas y des­po­jo que afec­tan a la pobla­ción más pobre, es razo­na­ble pen­sar que exis­tan fór­mu­las de disua­sión y some­ti­mien­to acor­da­do de todas las estruc­tu­ras delin­cuen­cia­les, que están guia­das y arti­cu­la­das por los nego­cios del nar­co­trá­fi­co y otras acti­vi­da­des eco­nó­mi­cas orga­ni­za­das en car­te­les o mafias, en pri­mer lugar el des­mon­te de las que están direc­ta­men­te al ser­vi­cio de cla­nes polí­ti­cos y del poder eco­nó­mi­co trans­na­cio­nal y nacional.

Cual­quier tra­ta­mien­to penal en ese sen­ti­do no pue­de ser bajo con­cep­to alguno de amnis­tía como si esos hechos fue­ran deli­tos polí­ti­cos, fren­te a los cua­les sí es posi­ble desis­tir del todo de la per­se­cu­ción penal; por el con­tra­rio, la socie­dad tie­ne dere­cho a saber a fon­do quié­nes, por qué razo­nes y cómo se han enri­que­ci­do con base en el sufri­mien­to y la mise­ria de amplios sec­to­res de la población.

Hon­ra­mos com­pro­mi­sos como el ‘Acuer­do de Diá­lo­gos para la Paz de Colom­bia entre el Gobierno Nacio­nal y el Ejér­ci­to de Libe­ra­ción Nacio­nal’, fir­ma­do en Cara­cas en mar­zo de 2016, que en el pun­to Cuar­to sobre Víc­ti­mas, dice: “en la cons­truc­ción de una paz esta­ble y dura­de­ra, es esen­cial el reco­no­ci­mien­to a las víc­ti­mas y a sus dere­chos, así como el tra­ta­mien­to y la reso­lu­ción a su situa­ción con base en la ver­dad, la jus­ti­cia, la repa­ra­ción, los com­pro­mi­sos de no repe­ti­ción y el no olvi­do. El con­jun­to de estos ele­men­tos fun­da­men­tan el per­dón y pro­yec­tan el pro­ce­so de reconciliación”.

En el Quin­to pre­ci­sa que “el obje­ti­vo de este pun­to es poner­le fin al con­flic­to arma­do para erra­di­car la vio­len­cia en la polí­ti­ca y pro­pi­ciar el trán­si­to del ELN a la polí­ti­ca legal, para lo cual se abor­da­rán [entre otros] los siguien­tes pun­tos: defi­ni­ción de la situa­ción jurí­di­ca del ELN y sus inte­gran­tes, tra­tar la pri­va­ción de liber­tad de los miem­bros del ELN pro­ce­sa­dos o condenados”.

Tam­bién somos cons­cien­tes de lo dis­pues­to en el artícu­lo 6.5 del Pro­to­co­lo Adi­cio­nal II de 1977 adi­cio­nal a los Con­ve­nios de Gine­bra, que auto­ri­za que “a la cesa­ción de las hos­ti­li­da­des, las auto­ri­da­des en el poder pro­cu­ra­rán con­ce­der la amnis­tía más amplia posi­ble a las per­so­nas que hayan toma­do par­te en el con­flic­to arma­do o que se encuen­tren pri­va­das de liber­tad, inter­na­das o dete­ni­das por moti­vos rela­cio­na­dos con el con­flic­to arma­do”.

Por aho­ra el ELN ni pide ni espe­ra nin­gún tipo de amnis­tía, ni acep­ta con­di­ción algu­na, solo aco­ge­rá lo que está fir­ma­do y lo que sur­ja como acuer­do de un pro­ce­so de diálogos.

Fuen­te: Kaos en la red

Itu­rria /​Fuen­te

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