Resumen Latinoamericano, 29 de septiembre de 2021.
Acuarela de Elena Beuzón Neva
Con ocasión de mi participación en las XIV Jornadas en torno al Campo de Concentración de Albatera, el 25 de septiembre de 2021 (San Isidro-Alacant)
La participación de la mujer en los inicios de la lucha para desbaratar los planes golpistas de los generales fascistas y en defensa de la República el 19 de julio de 1936 fue un acontecimiento histórico de una indudable trascendencia que aún perdura. Mujeres armadas con fusiles o pistolas, en unión de los hombres y en pie de igualdad, salieron a las calles para enfrentarse a los militares que querían arrebatarle los derechos y libertades conquistados durante los años republicanos. El hecho inusual en la historia europea (1) no pasó desapercibido para los fotógrafos de prensa y, además de convertirse en una «noticia» espectacular y en tema icónico para portadas de revistas gráficas, españolas y extranjeras, constituyó una forma de propaganda eficaz para animar a los hombres más reticentes a tomar las armas y salir en camiones para los distintos frentes de guerra.
Por primera vez aparecía en el diario madrileño AHORA del 22 de julio la palabra «miliciana» (2) para designar a las miles de mujeres que se habían alistado en las filas de civiles armados que acudieron prestos a la voz de alarma de los partidos y sindicatos que apoyaban al Frente Popular.
Hoy día no nos podemos imaginar lo que supuso aquel hecho, totalmente impensable pocos días antes. En La Libertad (Madrid) del 22 de julio se escribía: «nuestras madrileñas combatientes son hoy un magnífico ejemplo de valor y fortaleza que asombrará al mundo femenino…Antes, en otros tiempos, se enaltecía una figura de mujer heroica. Ahora no es posible…son todas las que han de pasar a la historia y a las que habrá de levantar la República un monumento que perpetúe estas sublimes jornadas con que no están asombrando…».
Poco después, en el órgano del 5º Regimiento, Milicia Popular (Madrid), se completaba esta idea en el ejemplar del 30 de julio con estas sorprendentes palabras que traducían el respeto hacia la nueva mujer que había «nacido» el 19 de julio: «Cualquiera que haya tenido ocasión de presenciar el desfile de una compañía de estas heroicas mujeres no lo olvidará jamás…».
Precisamente, este semanario de clara ideología comunista, y defensor desde las primeras semanas de la organización de un Ejército Popular, con mando único y férrea disciplina militar, escribía esta frase destacada el día 12 de agosto: «Por medio de las Milicias Populares hoy, y del Ejército Popular mañana, cientos de miles de hombres y de mujeres ocuparán los puestos de primera fila, defendiendo con las armas en la mano la España democrática». La figura de la mujer miliciana combatiente, aun constituyendo una manifiesta minoría en el conjunto de las fuerzas populares antifascistas, tenía en esta frase todo el reconocimiento que se merecía, y por eso, por su valor, entusiasmo y arrojo en las avanzadillas de los distintos frentes, muchas fueron heridas y algunas fallecieron, y, lo más destacable, pronto fueron ascendidas a cabos, sargentos o alféreces y en la prensa se subrayaba a diario los elogios que recibían por parte de sus mandos.
A menudo se ha querido empequeñecer y despreciar el papel de la mujer en el incipiente Ejército Popular que se formó los primeros días de la contienda con civiles armados, junto a tropas leales a la República, Guardias de Asalto o Guardias civiles. Es cierto que la mitad de ellas acudieron a realizar trabajos auxiliares en el frente, desde correos, enlaces, enfermería o cocina, para los que se veían más preparadas por la educación que habían recibido; pero todas lo hicieron sin pensárselo dos veces, a escondidas de sus familias con frecuencia, y exponiéndose a un peligro cierto que no dudaron en afrontar anteponiendo su conciencia antifascista.
También es verdad que otras muchas milicianas combatientes tuvieron que realizar en el frente de guerra diversas tareas domésticas, soportando una «doble carga» (3), tal como lo ha hecho y lo sigue haciendo la mujer por ser mujer. Pero ello sin abandonar nunca su puesto en el combate. En la prensa de entonces se mostraron gráficamente muchos casos de milicianas que lavaban en un arroyo su ropa y la de sus compañeros, que hacían punto para confeccionarle una bufanda a algún miliciano necesitado, o que se encargaban de los peroles y fogones. Pero eso lo hacían en sus momentos de descanso, sin abandonar las avanzadillas y oyendo el «pa-cum» de las balas silbando cerca de sus cabezas.
El comunista de Alfarnate (Axarquía de Málaga) Juan Podadera Ruiz, al mando de la 13ª Compañía de las Milicias malagueñas, fue entrevistado por El Popular al volver del Frente de Villanueva del Trabuco. Una de las preguntas del redactor fue: – ¿Quién os hace la comida?, a lo que Podadera no dudó en contestar: -¡Cinco milicianas! El redactor le preguntó sorprendido a continuación: – pero ¿también tenéis milicianas? Podadera confesaba que ellas hacían la comida, cosían y lavaban la ropa, y que, además, cuando hacía falta, cogían el fusil. La foto del periódico lo decía todo. Las cinco milicianas armadas se confundían orgullosas entre los hombres de la compañía; por encima de todo, sin distinción de roles.
Esta misma idea era manifestada por el concejal comunista de Málaga José Gallardo, responsable político de la 2ª Compañía de Milicias malagueñas al hablar de su hermana Concha, miliciana de su compañía, al igual que su hermana Elvira. «-Es hermana mía. Hace veinte días que está con nosotros. A los milicianos les da ánimos. A mí, calor familiar. Lo mismo hace un arroz a la valenciana, que le cose un pantalón a un miliciano, que sube a la última avanzada a pelear contra los moros».
Otras milicianas, más liberadas y con conciencia feminista e igualitaria, se sabe que rechazaron realizar estas tareas en exclusividad, «no he venido a jugarme la vida en las trincheras por la República para tener que limpiar y cocinar», exigiendo que se compartieran con los milicianos por turnos. No fue lo frecuente. La imagen de la mujer cuidadora y sanadora estaba muy arraigado en la sociedad, incluso en colectivos tan avanzados como «Mujeres Libres».
¿Limpió, cocinó y zurció calcetines la futura capitana Anita Carrillo?
No existe información al respecto, pero es lo más probable. Al menos a su esposo José Torrealba, que comenzó la guerra como teniente de milicias al mando de la 16ª Compañía de Milicias Populares Antifascistas de Málaga, como lo habría hecho antes del 18 de julio en su casa de La Línea de la Concepción (Cádiz). Pero además, como comunista consciente de la solidaridad y ayuda mutua que debía regir en la conducta entre camaradas y compañeros, no dudaría en coserle unos botones a algún miliciano que, culturalmente, hasta ese momento ni se le había pasado por la cabeza aprender a realizar ninguna tarea doméstica. Hay que situarse en la España de hace más de 85 años, y además en la zona rural y más atrasada de Andalucía.
Lo importante y subrayable es que esas mujeres se inscribieron en una compañía miliciana para combatir al fascismo con las armas en la mano, arriesgando sus vidas, como nunca antes lo habían hecho, y fueron ejemplo para el mundo entero. Han pasando a la Historia. Lo demás no es sobresaliente ni subrayable, salvo si se quiere desprestigiar a la mujer combatiente antifascista y en general a la Mujer.
Anita Carrillo, dirigente socialista primero y comunista después (4), iba a cumplir los 39 años de edad, y no dudó en embarcarse en Gibraltar para pasar a la zona republicana de Málaga a combatir al ejército franquista. Al principio solo fue una miliciana más, «un número más» en la Compañía de su marido, peleando en el duro y mortífero frente de El Chorro (Álora). Semanas después, al formarse el Batallón de Milicias n.º 2 de Málaga, denominado «México», demostró tener el coraje y la capacidad suficiente para convertirse en la única mujer que ostentó el cargo de «responsable político» de una compañía miliciana en los frentes andaluces. Los responsables o delegados políticos, llamados comisarios políticos más tarde, debían predicar con el ejemplo, y muchas veces iban al frente de la tropa como un mando más, y algunos cayeron en el combate, como su compañero Manolo Bautista Ávila, responsable político de la 2ª Compañía que falleció en el frente de El Chorro en el mes de noviembre de 1936.
Después del decreto de militarización de las milicias que debía cumplirse en Málaga el 20 de octubre de 1936, y tras la reorganización progresiva de las milicias para convertirse en el futuro Ejército Popular de la República, su Batallón «México» se convirtió primero en «Columna Motorizada México» y a mediados del mes de enero de 1937 ya fue vista Anita Carrillo con su uniforme de capitana republicana por las calles de Málaga. La miliciana se había convertido en oficial del Ejército Popular, y ya ese mes de enero «la camarada capitán Ana Carrillo Domínguez» cobraba su paga de 581,25 pesetas, según acreditaba la Pagaduría de la Delegación General de Milicias.
Anita Carrillo había sido insensible a la insistente campaña institucional y mediática de «Los hombres útiles al frente, las mujeres al trabajo en la retaguardia» que desde finales de agosto y principios de septiembre se «machacaba» en las páginas de los diarios y revistas, e incluso se pregonaba persuasivo en los mismos frentes de guerra. Anita mantuvo en los pocos mítines que pronunció en Málaga durante los meses finales de 1936, que las mujeres debían colaborar con los hombres en la tarea de la revolución social, «las que tuvieran valor, con las armas en la mano», y las que no, en la retaguardia trabajando para ayudar a vencer al fascismo. Ella, como así lo practicó, no despreciaba, antes al contrario, la lucha de las mujeres en las milicias y en el ejército, teniendo claro que no todas las mujeres, como no todos los hombres, tendrían el valor y la conciencia necesarios para estar en las trincheras.
Por eso continuó en el Ejército Popular, y en la Brigada «B», antecedente de la 52º Brigada Mixta, la capitana de la compañía de ametralladoras Anita Carrillo se encuadró en el Batallón que ya comandaba su marido Torrealba. Pero después de la derrota en la batalla por la defensa de Málaga, y cuando cayó herida en la huida hacia Almería siendo responsable de los camiones que conducían a los heridos de su Batallón, Anita sufrió las consecuencias de la implantación definitiva del Ejército Popular de la República, hecho que había venido fraguándose desde octubre del año anterior.
Las mujeres no fueron expulsadas del Ejército Popular. Solo fueron «Invitadas» a marcharse.
Ni el decreto de militarización de Largo Caballero de fecha 29 de septiembre de 1936, ni en ninguna de las Órdenes y Decretos posteriores se mencionó jamás la palabra «mujer» ni mucho menos se escribió en la Gaceta de Madrid ni en el Diario Oficial del Ministerio de la Guerra, primero, y de Defensa Nacional después, que ellas, las milicianas, debían abandonar el ejército. No es cierto, como se ha escrito en numerosas ocasiones, que el Gobierno de la República decretase la expulsión de las mujeres de los frentes de guerra. Tal decreto no existió (5). Tampoco hacía falta que se desprestigiara de esa manera ante los ojos del mundo con una medida así.
Lo que ocurrió es que desde que se creó el Ejército Voluntario el 17 de agosto de 1936, y más aún cuando se hizo un llamamiento a filas a las Quintas de los años 32 y 33, solo los «varones» pudieron incorporarse al Ejército Popular. De esta forma se les vetaba a las mujeres su futura incorporación a tareas militares combatientes, pero nunca se les prohibió, «por decreto», a las que ya nutrían las Compañías, Batallones o Brigadas. Se pueden citar otros casos conocidos como el de Encarnación Hernández Luna, pero Anita Carrillo es un buen ejemplo de la presencia de la mujer en el Ejército Popular más allá de enero de 1937, cuando el comandante del Quinto Regimiento, Daniel Ortega Martínez, pronunció en el Cine Goya de Madrid las célebres palabras: «Queda disuelto el 5.º Regimiento. ¡Viva el Ejército Popular!».
Pero sí es cierto que la presión social que soportaron fue enorme, y muchas optarían por abandonar el frente e incorporarse a servicios sanitarios, administrativos, a conducir tranvías, a cuidar huérfanos de la guerra o a trabajar en fábricas de armamento. Y no solo fue presión social. También se publicaron opiniones de periodistas, políticos y jefes militares totalmente contrarios a la presencia de la mujer en el ejército. Es muy conocido el caso del socialista Indalecio Prieto. Pero especialmente lacerante fue lo que se publicaba en la revista El Combate, órgano de la 2ª Columna de la FAI en Caspe (Zaragoza) los días 9 y 11 de octubre de 1936 en su columna «La mujer ante la guerra». ¿El autor era un simple miliciano? Nada de eso. Lo firmaba nada menos que el dirigente libertario y mando militar de la Columna Francisco Carrasquer Launed. No quiero reproducir sus palabras porque son muy ofensivas, solo resumirlas en su mensaje: las mujeres eran inferiores a los hombres para las tareas guerreras, y aquél que facilitara su permanencia en el ejercito, sencillamente estaba «saboteando» la revolución al «sabotear» la economía y la guerra. Opiniones como esta no serían compartidas por otros jefes milicianos, pero sí se fueron extendiendo, sobre todo cuando llegaron las derrotas militares y los fascistas asediaron Madrid. Y las pocas mujeres que aún permanecían en los frentes debieron ser muy valientes, conscientes de su misión histórica e impermeables a esta corriente de opinión para continuar su lucha militar.
La historia de Anita Carrillo nos ofrece un documento sorprendente que demuestra otra forma de «invitar» a las combatientes a que abandonasen el Ejército Popular: el aspecto económico. No fue necesario que se decretase su expulsión, pero sí se ordenó que solo podían percibir sus pagas los «varones» encuadrados en las unidades de combate. Las mujeres lucharían de forma gratuita, como así debieron hacerlo las más de trescientas que, según se ha documentado (6), continuaron enroladas en el Ejército Popular regular republicano casi hasta el final de la guerra.
El coronel Antonio Ortega Gutiérrez, que había sido designado por el presidente Negrín en mayo de 1937 nuevo director de la Dirección General de Seguridad con sede en Valencia, le remitía al Ministro de la Gobernación, el socialista Julián Zugazagoitia, una carta del Subsecretario del Ministerio de Defensa Nacional donde se manifestaba que la capitana Ana Carrillo Domínguez y la teniente Carmen Cano Falla «por su sexo no pueden devengar haberes como tales oficiales», y lamentaba que «estas compañeras», que en los primeros momentos acudieron a la lucha «bravamente y llenas de entusiasmo», quedasen ahora «desamparadas y sin recursos». Por este motivo le pedía que si fuera posible se las empleara como «agentes femeninos para el servicio de espionaje» o empleadas en el nuevo Departamento de Información del Estado (DEDIDE) creado por el ministro. No se sabe si fue así o no, pero sí que abandonaron la carrera militar y que una espesa capa de olvido las hizo invisibles para la Historia durante varias décadas.
Esta es la prueba evidente, que ha pasado desapercibida, de la falacia de la expulsión gubernativa de las mujeres del Ejército Popular de la Segunda República. No fueron expulsadas, solo fueron «invitadas», de muchas y variadas maneras, a quedarse en la retaguardia ejerciendo tareas «más propias» de mujeres. La dinámica de la guerra donde el bando franquista fue sólida y definitivamente respaldado por los ejércitos alemanes e italianos, ayudado por el silencio cómplice de las potencias británica y estadounidense, supuso que la revolución fracasara. Pero la labor de la investigación histórica y la recuperación de la memoria colectiva han conseguido que por encima del grito de «¡la mujer a la retaguardia!» haya prevalecido la figura de la miliciana combatiente empuñando un fusil y la sonrisa de la capitana Anita Carrillo Domínguez que nos mira orgullosa desde las páginas de la revista Estampa.
Notas:
(1) Excepción hecha de los Batallones de Mujeres en Petrogrado durante la Revolución de Febrero de 1917. Entre otras fuentes, puede consultarse el capítulo «Mujeres soldados» del libro de Louise Bryant «Seis meses rojos en Rusia» (1918).
(2) Artículo «La primera miliciana» (2018), de Manuel Almisas Albéndiz. Disponible en: https://kaosenlared.net/la-primera-miliciana/
(3) Idea expuesta por primera vez en la obra de Lisa Lines «Female Combatants in the Spanish Civil War: Milicianas on the Front Lines and in the Rearguard» publicada en la revista Journal of International Women’s Studies (Vol. 10 de Mayo de 2009).
(4) Datos biográficos tomados de «Capitana Anita Carrillo, ejemplo de mujer republicana», de Manuel Almisas Albéndiz (Editorial Suroeste-El Puerto, 2020).
(5) Estoy del todo de acuerdo con esta misma idea expresada en «Mujeres combatientes en el ejército popular de la República (1936−1939)», por Sara Hernández y Luis A. Ruiz (en «El pasado que no pasa: la Guerra Civil española a los ochenta años de su finalización», de Eduardo Higueras Castañeda, Ángel Luis López Villaverde y Sergio Nieves Chaves (Coordinadores). Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha (Cuenca, 2020).
(6) Estoy del todo de acuerdo con esta misma idea expresada en «Mujeres combatientes en el ejército popular de la República (1936−1939)», por Sara Hernández y Luis A. Ruiz (en «El pasado que no pasa: la Guerra Civil española a los ochenta años de su finalización», de Eduardo Higueras Castañeda, Ángel Luis López Villaverde y Sergio Nieves Chaves (Coordinadores). Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha (Cuenca, 2020).
Fuente: Kaoselanred.