Pales­ti­na. Tex­to de Gabriel Gar­cía Már­quez a pro­pó­si­to de la inva­sión israe­lí al Líbano en 1982: Beguin y Sha­ron, pre­mios ‘Nobel de la Muerte’

Resu­men Medio Orien­te /​17 de sep­tiem­bre de 2021 – Lo más increí­ble de todo es que Mená­jem Beguin sea pre­mio Nobel de la Paz. Pero lo es sin reme­dio ‑aun­que aho­ra cues­te tra­ba­jo creer­lo- des­de que le fue con­ce­di­do en 1978, al mis­mo tiem­po que a Anuar el Sadat, enton­ces pre­si­den­te de Egip­to, por haber sus­cri­to un acuer­do de paz sepa­ra­da en Camp David.

Aque­lla deter­mi­na­ción espec­ta­cu­lar le cos­tó a Sadat el repu­dio inme­dia­to de la comu­ni­dad ára­be, y más tar­de le cos­tó la vida. A Beguin, en cam­bio, le ha per­mi­ti­do la eje­cu­ción metó­di­ca de un pro­yec­to estra­té­gi­co que aún no ha cul­mi­na­do. Pero que hace pocos días pro­pi­ció la masa­cre bár­ba­ra de más de un millar de refu­gia­dos pales­ti­nos en un cam­pa­men­to de Bei­rut. Si exis­tie­ra el Pre­mio Nobel de la Muer­te, este año lo ten­drían ase­gu­ra­do sin riva­les el mis­mo Mená­jem Beguin y su ase­sino pro­fe­sio­nal Ariel Sharon.En efec­to, vis­tos aho­ra, los acuer­dos de Camp David no ten­drían para Beguin otra fina­li­dad que la de cubrir­se las espal­das para exter­mi­nar, pri­me­ro, a la Orga­ni­za­ción para la Libe­ra­ción de Pales­ti­na (OLP), y esta­ble­cer lue­go nue­vos asen­ta­mien­tos israe­líes en Sama­ria y Judea. Para quie­nes tene­mos una edad que nos per­mi­te recor­dar las con­sig­nas de los nazis, estos dos pro­pó­si­tos de Beguin sus­ci­tan remi­nis­cen­cias espan­to­sas: la teo­ría del espa­cio vital, con la que Hitler se pro­pu­so exten­der su impe­rio a medio mun­do, y lo que él mis­mo lla­mó la solu­ción final del pro­ble­ma judío, que con­du­jo a los cam­pos de exter­mi­nio a más de seis millo­nes de seres huma­nos inocentes.

La amplia­ción del espa­cio vital del Esta­do de Israel y la solu­ción final del pro­ble­ma pales­tino ‑tal como las con­ci­be hoy el pre­mio Nobel de la Paz de 1978- se ini­cia­ron, en la noche del 5 de junio pasa­do, con la inva­sión de Líbano por fuer­zas mili­ta­res israe­líes espe­cia­li­za­das en la cien­cia de la demo­li­ción y el exter­mi­nio. Mená­jem Beguin tra­tó de jus­ti­fi­car esta expe­di­ción san­grien­ta con dos argu­men­tos fal­sos. El pri­me­ro fue la ten­ta­ti­va de ase­si­na­to del emba­ja­dor de Israel en Lon­dres, Shlo­mo Argov, a fina­les de mayo. El segun­do fue el supues­to bom­bar­deo de Gali­lea por la OLP, refu­gia­da en Líbano. Beguin acu­só del aten­ta­do de Lon­dres a la resis­ten­cia pales­ti­na y ame­na­zó con repre­sa­lias inme­dia­tas. Pero Scotland Yard reve­ló más tar­de que los ver­da­de­ros auto­res habían sido miem­bros de la orga­ni­za­ción disi­den­te de Abou Nidal, que en los meses ante­rio­res había ase­si­na­do inclu­si­ve a varios diri­gen­tes de la OLP. En cuan­to al segun­do argu­men­to, se com­pro­bó muy pron­to que los pales­ti­nos sólo dis­pa­ra­ron dos o tres veces con­tra Gali­lea y cau­sa­ron un muer­to. Los dis­pa­ros fue­ron hechos como repre­sa­lia por los bom­bar­deos de Israel con­tra los cam­pos de refu­gia­dos pales­ti­nos, que die­ron muer­te a varios cen­te­na­res de civiles.

En reali­dad, la gue­rra sin cora­zón des­ata­da por Beguin con base en aque­llos dos pre­tex­tos no era nada nue­vo para los lec­to­res del sema­na­rio israe­lí Haclam Haze, que había anun­cia­do con todos sus por­me­no­res des­de sep­tiem­bre de 1981. Es decir, nue­ve meses antes. Con­tra el refrán según el cual una gue­rra avi­sa­da no mata a nadie, las tro­pas israe­líes ‑que se con­si­de­ran entre las más efi­ca­ces y las más pre­pa­ra­das del mun­do- mata­ron en las pri­me­ras dos sema­nas a casi 30.000 civi­les pales­ti­nos y liba­ne­ses y con­vir­tie­ron en escom­bros a media ciu­dad. Sus pér­di­das en el mis­mo perío­do no habían pasa­do de trescientas.

Aho­ra la estra­te­gia de Beguin es muy cla­ra. Al des­truir a la OLP ha tra­ta­do de eli­mi­nar al úni­co inter­lo­cu­tor pales­tino que pare­cía capaz de nego­ciar una paz fun­da­da sobre la base de la ins­ta­la­ción de un Esta­do pales­tino inde­pen­dien­te en Cis­jor­da­nia y Gaza, que el pro­pio Beguin ha pro­cla­ma­do como terri­to­rios ances­tra­les del pue­blo judío. Ese acuer­do esta­ba al alcan­ce de la mano des­de el 4 de julio pasa­do, cuan­do Yasir Ara­fat, pre­si­den­te de la OLP, acep­tó el prin­ci­pio de un reco­no­ci­mien­to recí­pro­co de los pue­blos de Israel y Pales­ti­na, en una entre­vis­ta publi­ca­da por Le Mon­de, de París, en aque­lla fecha. Pero Beguin igno­ró esa decla­ra­ción, que entor­pe­cia sus pro­yec­tos expan­sio­nis­tas ya en pleno desa­rro­llo, y pro­si­guió con el esta­ble­ci­mien­to de un cin­tu­rón de segu­ri­dad en torno de Israel. Un cam­bio de Gobierno en Siria podría ser el paso inme­dia­to, con la exten­sión con­si­guien­te de una gue­rra des­igual y sin cuar­tel, cuyas con­se­cuen­cias fina­les son imprevisibles.

Yo esta­ba en París en junio pasa­do, cuan­do las tro­pas de Israel inva­die­ron Líbano. Por casua­li­dad esta­ba tam­bién el año ante­rior, cuan­do el gene­ral Jaru­zelsky implan­tó el poder mili­tar en Polo­nia con­tra la volun­tad evi­den­te de la mayo­ría del pue­blo pola­co. Y tam­bién por casua­li­dad me encon­tra­ba allí cuan­do las tro­pas argen­ti­nas des­em­bar­ca­ron en las islas Mal­vi­nas. Las reac­cio­nes de los medios de comu­ni­ca­ción ante esos tres acon­te­ci­mien­tos, así como las de los inte­lec­tua­les y, la de la opi­nión públi­ca en gene­ral, fue­ron para mí una lec­ción inquie­tan­te. La cri­sis de Polo­nia pro­du­jo en Euro­pa una espe­cie de con­mo­ción social. Yo tuve la bue­na oca­sión de agre­gar mi fir­ma a la de los muy esco­gi­dos y muy nota­bles inte­lec­tua­les y artis­tas que sus­cri­bie­ron la invi­ta­ción para un home­na­je al heroís­mo del pue­blo pola­co, que se cele­bró en el tea­tro de la Ope­ra de París, patro­ci­na­do por el Minis­te­rio de Cul­tu­ra de Fran­cia. Sin embar­go, algu­nos anti­co­mu­nis­tas pro­fe­sio­na­les me acu­sa­ron en públi­co de que mil pro­tes­ta no fue­ra tan his­tó­ri­ca como la de ellos. En aquel cli­ma pasio­nal, toda acti­tud que no fue­ra mani­queís­ta se con­si­de­ra­ba ambigua.

En cam­bio, cuan­do las tro­pas de Israel inva­die­ron y ensan­gren­ta­ron Líbano, el silen­cio fue casi uná­ni­me aun entre los más exal­ta­dos Jere­mías de Polo­nia, a pesar de que ni el núme­ro de muer­tos ni el tama­ño de los estra­gos admi­tían nin­gún posi­bi­li­dad de com­pa­ra­ción entre la tra­ge­dia de los dos paí­ses. Más aún: por esas mis­mas fechas, los argen­ti­nos habían recu­pe­ra­do las islas Mal­vi­nas, y el Con­se­jo de Segu­ri­dad de las Nacio­nes Uni­das no espe­ró 48 horas para orde­nar el reti­ro de las tro­pas ni la Comu­ni­dad Eco­nó­mi­ca Euro­pea lo pen­só dema­sia­do para impo­ner san­cio­nes comer­cia­les a Argen­ti­na. En cam­bio, ni ese mis­mo orga­nis­mo ni nin­gún otro de su enver­ga­du­ra orde­nó el reti­ro de las tro­pas israe­líes de Líbano en aque­lla oca­sión. El Gobierno del pre­si­den­te Reagan, por supues­to, fue el cóm­pli­ce más ser­vi­cial de la pan­di­lla sio­nis­ta. Por últi­mo, la pru­den­cia casi incon­ce­bi­ble de la Unión Sovié­ti­ca, y la frag­men­ta­ción fra­ter­nal del mun­do ára­be aca­ba­ron de com­ple­tar las con­di­cio­nes pro­pi­cias para el mesa­nis­mo demen­te de Beguin y la bar­ba­rie gue­rre­ra del gene­ral Sha­ron. Ten­go muchos ami­gos, cuyas voces fuer­tes podrían escu­char­se en medio mun­do, que hubie­ran que­ri­do y sin duda siguen que­rien­do expre­sar su indig­na­ción por este fes­ti­val de san­gre, pero algu­nos de ellos con­fie­san en voz baja que no se atre­ven por temor de ser seña­la­dos de anti­se­mi­tas. No sé si serán cons­cien­tes de que están cedien­do ‑al pre­cio de su alma- ante un chan­ta­je inadmisible.

La ver­dad es que nadie ha esta­do tan solo como el pue­blo judío y el pue­blo pales­tino en medio de tan­to horror. Des­de el prin­ci­pio de la inva­sión a Líbano empe­za­ron en Tel Aviv y otras ciu­da­des las mani­fes­ta­cio­nes popu­la­res de pro­tes­ta que aún no han ter­mi­na­do, y que en el pasa­do fin de sema­na habían alcan­za­do una fuer­za emo­cio­nan­te. Eran más de 400.000 israe­líes pro­cla­man­do en las calles que aque­lla gue­rra sucia no es la suya por­que está muy lejos de ser la de su dios, que duran­te tan­tos y tan­tos siglos se había com­pla­ci­do con la con­vi­ven­cia de pales­ti­nos y judíos bajo el mis­mo cie­lo. En un país de tres millo­nes de habi­tan­tes, una mani­fes­ta­ción de 400.000 per­so­nas equi­val­drían en tér­mi­nos pro­por­cio­na­les a una de casi trein­ta millo­nes en Washington.

Es con esa pro­tes­ta inter­na con la que me sien­to iden­ti­fi­ca­do cada vez que conoz­co las noti­cias de las hos­ti­li­da­des de los Begui­nes y los Sha­ro­nes en Líbano, y en cual­quier par­te del mun­do, y a ella quie­ro sumar mi voz de escri­tor soli­ta­rio por el gran cari­ño y la admi­ra­ción inmen­sa que sien­to por un pue­blo que no cono­cí en los perió­di­cos de hoy, sino en la lec­tu­ra asom­bra­da de la Biblia. No le temo al chan­ta­je del anti­se­mi­tis­mo, no le he temi­do nun­ca al chan­ta­je del anti­co­mu­nis­mo pro­fe­sio­nal, que andan jun­tos y a veces revuel­tos, y siem­pre hacien­do estra­gos seme­jan­tes en este mun­do desdichado.

1982. Gabriel Gar­cia Már­quez – ACI.

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