Por Alberto Adrianzén M., Resumen Latinoamericano, 28 de septiembre de 2021
Hace unos días en una entrevista de Fernando Vivas al excanciller del fujimorismo, Francisco Tudela, éste dijo que el actual gobierno busca imprimir o desarrollar una nueva política exterior que no sería otra que: “un alineamiento con el Foro de Sao Paulo, la política exterior de Bolivia, Venezuela, la confluencia de Cuba y México. Esa confluencia implica la adopción de la tesis del multilateralismo y la multipolaridad que esgrime Rusia. Se ve en varios hechos” (El Comercio: 25/09/21)
El reciente restablecimiento de relaciones diplomáticas con la República Democrática Saharaui, para Tudela, es una “señal” de este viraje que nos estaría llevando a estar ahora “con los insurgentes negadores del sistema internacional como está establecido’. Es decir, con aquellos que proponen una política exterior basada en el multilateralismo y el no alineamiento, y que se expresa, entre otros agrupamientos de naciones, en el Movimiento de Países no alineados.
Sin embargo lo más importante de las declaraciones del excanciller del fujimorismo es su afirmación de que esta política nos llevaría no solo a acércanos a Rusia y China sino, sobre todo, a alejarnos de los Estados Unidos: “Por más poderosos que sean, juntos (se refiere a Rusia y China) no igualan el poder de EE.UU.; entonces es una estrategia para contrarrestar a los EE.UU. Invocar las teorías de Carlos García Bedoya en un contexto en el que la guerra fría ya no existe, cuando las potencias ya no se enfrentan por posiciones ideológicas sino por mercados; no se aplica en este contexto. Ya no hay primer y tercer mundo, eso se acabó. Ahora o se está con uno o se está con el otro”.
Aceptar la tesis de que no hay guerra fría, es decir que no hay una disputa ideológica, ni primer ni tercer mundo y que la lucha ahora es “por mercados”, nos llevaría a aceptar que existe un solo sistema internacional globalizado, cuya hegemonía la tiene EEUU, y también que existe una sola economía en el mundo: la capitalista. Las tesis de Tudela reivindican, por un lado, la vieja y equivocada idea del “fin de la historia” de Francis Fukuyama, y por otro, la también vieja prédica de la defensa del occidente cristiano frente a la amenaza de la llamada “cultura marxista”. En realidad, la tesis de Tudela se puede resumir en el rol de “perrito faldero que mueve la cola” que enunciara PPK a América Latina en su primer viaje a EEUU no bien comenzó su corto gobierno.
No es extraño que Tudela afirme con la misma retórica de los años de la guerra fría: “ahora o se está con uno o se está con el otro” y que al mismo tiempo plantee abandonar las ideas del embajador y canciller Carlos García-Bedoya fundador de la política exterior moderna de nuestro país. García-Bedoya sostenía que era inevitable para países como los nuestros “tomar distancia frente a los Estados Unidos”, y al mismo tiempo “reforzar nuestra capacidad de negociación económica, de presencia internacional y de identidad nacional”. También planteaba que un bilateralismo activo tiene sentido si viene acompañado de una política que esté al servicio de la unidad regional o, como él mismo decía, de un “nacionalismo latinoamericano”, es decir, de una integración regional. No es por ello extraño que afirmará que es “evidente que la forma suprema de integración y que constituye la culminación del proceso integratorio es la integración política. La esencia de la integración es la independencia y su objetivo final es la creación de un sistema que constituya una entidad distinta a sus componentes”.
Como es obvio la propuesta de Francisco Tudela de política exterior se ubica en las antípodas del pensamiento del embajador Carlos García-Bedoya. Mientras que el segundo busca la independencia y soberanía del país, así como la integración regional mediante un “nacionalismo latinoamericano” para convertir a la región en un actor internacional, Tudela nos propone alinearnos con la política exterior que hoy tienen Brasil, Paraguay, Colombia y otros gobiernos de derecha de la región. Esta suerte de eje del anticomunismo que se está organizando en América Latina.
EL “INCIDENTE” VENEZOLANO
Desde hace varios días diversos medios de comunicación, el Congreso y sectores de la derecha están interesados en saber qué conversaron los presidentes Castillo y Maduro. Y si bien ello puede ser interesante, más importante es saber qué es lo que quiere la derecha al armar sobre este hecho un incidente arbitrario. Aquí les propongo varias posibilidades.
1.- La derecha quiere impedir el reconocimiento del gobierno de Nicolás Maduro. Para la derecha este tema es tan importante que sus representantes en el Congreso amenazan con interpelar al primer ministro y hasta censurar al gabinete con ese motivo. No hay que olvidarse que quien dirige la política exterior y las relaciones diplomáticas, como señala la Constitución, es el mismo presidente y que cualquier cuestionamiento al respecto es también un cuestionamiento al propio mandatario.
2.- La derecha pretende además alinear al Perú con los gobiernos más reaccionarios de la región que no aceptan que el llamado Grupo de Lima ya dejó de existir, es decir, que ya murió políticamente, aunque hasta ahora ningún gobierno de este grupo, entre ellos el Perú, se atreva a decir que es un cadáver insepulto o una surte de zombi. El silencio a medias del actual gobierno ha llevado a la cancillería a publicar un comunicado ambiguo en el que si bien dice que: «El Perú nunca ha roto las relaciones diplomáticas con Venezuela” no dice quién representa hoy al Estado y gobierno venezolanos en nuestro país. Ello ha llevado a que algunos medios sigan diciendo que el señor Carlos Scull es el representante diplomático “del gobierno” de Juan Guaidó que, dicho sea de paso, ya no existe. Varios países, incluso los miembros de la Unión Europea, ya no lo reconocen como “presidente encargado” de Venezuela.
3.- La derecha busca que las negociaciones que hoy tienen lugar en México, gracias a la intermediación del llamado Grupo de Contacto que encabeza Noruega, entre el gobierno de Maduro y la mayoría de la oposición venezolana, (incluido el partido de Guaidó), fracasen. No es nada casual que el presidente colombiano Iván Duque en su discurso ante las Naciones Unidad haya dicho: “Y aquí me detengo para decirlo claramente: los diálogos entre el gobierno interino de Venezuela, que encarna la resistencia democrática y la narcodictadura, si bien dan alguna esperanza, no nos permiten ser ingenuos, pues el único desenlace efectivo de ese encuentro es la convocatoria cuanto antes de una elección presidencial, libre, transparente y con una minuciosa observación internacional. Cualquier salida que perpetúe el oprobio dictatorial y le permita al régimen ganar tiempo, agudizará el mayor desastre humanitario que conozca nuestro continente. El fin de la dictadura es el único camino viable para el bienestar del pueblo venezolano, y debe ser el propósito de la acción internacional” (Portafolio: 21/09/21)). Hay que tener en cuenta que las próximas elecciones regionales y locales en Venezuela serán en noviembre y que en ellas participarán tanto el partido oficialista como los opositores al gobierno.
Hace unos días el periodista Andrés Oppenheimer se preguntaba (El Comercio:20/09/21) si existía un “bloque regional de izquierda en la región”. Y si bien era escéptico al respecto debido la debilidad del liderazgo de México, de López Obrador y la de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y el Caribe (CELAC) (“institución que existe principalmente en el papel”, según Oppenheimer) lo cierto es que estamos frente al nacimiento de nuevos bloques. En marzo pasado, según el propio Oppenheimer (¿Lidera Biden un cambio en Venezuela?: El Comercio 15/03/21) EEUU estaba interesado, frente al fracaso del Grupo de Lima, en conformar un nuevo grupo para enfrentar la cuestión venezolana integrado por EEUU, Canadá, Brasil, Colombia, Alemania, Francia, Reino Unido y Holanda. Y si bien no lo logró ello no quita que la creación de nuevos bloques en la región sea posiblemente el hecho que definirá la política exterior de los países de América Latina.
FUENTE: Otra Mirada