Resumen Latinoamericano, 12 de septiembre de 2021.
La defensa legal de Abimael Guzmán, Sebastián Chávez, señaló que el cuerpo del líder senderista debería ser entregado a la familia más cercana del occiso, en este caso a su esposa Elena Iparraguirre.
«Van a hacer las diligencias del caso, la necropsia y luego veremos (…) Por ley, tienen que entregárselo a su esposa, que es su familia más directa, o quien ella decida», dijo el abogado a la prensa a su salida de la morgue en el Callao.
«Lo que haga el gobierno o el Estado no me compete», manifestó la defensa legal de Guzmán al ser preguntado sobre la posibilidad de que los restos sean incinerados tal como recomendó el ministro de Justicia, Aníbal Torres.
Inmediatamente conocida la noticia de la muerte de Guzmán, todos los sectores políticos, desde la derecha a la izquierda institucional, se atropellaron para emitir una declaración más dura que la otra, masacrando al fallecido, Desde expresiones tales como que murió “un terrorista sanguinario”, “un genocida” y otros dichos similares de festejo y alborozo, hasta el intentar hacer desaparecer el cadáver como sugiriera el ministro de Interior. Enseguida se abrió un debate sobre qué hacer con su cuerpo. Así lo describió en una nota el periodista Carlos Noriega: «hubo propuestas de cremar su cadáver y arrojar sus cenizas al mar, recordando lo ocurrido con Osama Bin Laden, para evitar que su tumba se pueda convertir en un lugar de peregrinación de seguidores del senderismo. El ministro de Justicia, Aníbal Torres, señaló que esa posibilidad se estaba evaluando. El único familiar de Guzmán es su esposa, Elena Iparraguirre, que está en prisión, también con una condena a cadena perpetua».
Por supuesto, no faltaron las cifras de muertos que le endilgan a Sendero, y en ese sentido se llegó a manipular los números de tal manera que algunos medios, citando a políticos o funcionarios y organismos policiales, oscilaban que eran entre 60 y 80 mil, cuando las investigaciones que se hicieron sobre esos años arrojan el resultado que esos eran las cifras (y muchos más) que correspondían a los crímenes de Estado, del ejército y las fuerzas policiales. Por supuesto no faltaron las declaraciones del presidente Pedro Castillo, al que la derecha vive presionando sobre sus vinculaciones en el pasado con grupos senderistas, o la de casi la totalidad de sus ministros y de gran parte de los diputados, repitiendo el consabido discurso de condena al fallecido y deslindando cualquier posibilidad de que se los vincule personalmente con el «terrorismo».
Capítulo aparte ha sido por estas horas la difusión ‑por millonésima vez- del video sobre el infame «espectáculo» urdido por el genocida Alberto Fujimori cuando mostró a Abimael Guzmán vestido con un traje a rayas y encerrado en una jaula, como si fuera un animal salvaje. De hecho se anticipaba a escenas que multiplicaron tiempo después las fuerzas militares de EE.UU en Guantánamo, encerrando en decenas de jaulas a prisioneros que lucían uniforme naranja.
Conclusión: la muerte de Guzmán, después de estar encerrado 29 años (lo mismo que ocurre con el líder del MRTA, Víctor Polay y numerosas presas y presos políticos), ha servido para que la clase política haga catarsis y se ensañen hasta con su cadáver. Solo Vladimir Cerrón y el ministro de Salud, Cevallos Flores trataron de desentonar tibiamente con la euforia sanguinolienta de sus pares. El primero señaló que por más que se condene al terrorismo, si no se extirpan la pobreza ni las carencias integrales para los de abajo, seguirán dándose episodios de violencia política. Cevallos, por su parte, señaló: «Nadie desea el fallecimiento de nadie, por más delitos que haya cometido, sino que efectivamente la justicia se imponga en la gente que ha cometido algún tipo de infracción penal o genocidio (para que), efectivamente, cumpla la condena que le impone el Poder Judicial. Si fallece, es lamentable como cualquier persona que fallece en cualquier circunstancia”, declaró.
Este domingo, el linchamiento mediático y de la politicracia continuaba. El diario La República titulaba: «Murió derrotado! ¡Que Viva el Perú! Fallece el más grande genocida de nuestra historia», mientras los integrantes del Equipo de élite de la Dirección contra el Terrorismo que se encontraba en los preparativos para la conmemoración de los 29 años de la captura de Guzmán, cuando fueron anoticiados de su muerte, festejaron por todo lo alto.
A esta altura de la situación, la pregunta que surge, más allá de las coincidencias o de las pequeñas, grandes o enormes diferencias que cada quien pudo haber tenido con Sendero Luminoso durante los años que existió como organización, está claro que se ha convertido a ese grupo armado y por ende a su anterior liderazgo en los monstruos de los que toda la clase política quieren diferenciarse. Cuando muera el genocida Alberto Fujimori ¿habrán de hacer similar catarsis? O como suele ocurrir en estos casos, guardarán silencio y pasarán la página de una época donde el Terrorismo de Estado funcionó como una aceitada máquina de generar crímenes horrorosos, matanzas indiscriminadas de campesinos y estudiantes, esterilización de mujeres, etc, etc. Sin embargo la putrefacta democracia peruana de las últimas décadas mete sus complicidades debajo de la alfombra y cree que lavará su cara escupiendo los restos de un hombre de 86 años que lideró a miles de campesinos, estudiantes y obreros, que fue derrotado, que incluso optó por la reconciliación con sus enemigos (lo que le significó recibir muchas críticas por izquierda), que pasó 29 encerrado en las peores circunstancias y que ahora acaba de fallecer. Para más detalles escabrosos, los que se dicen demócratas y muy distintos al muerto, ni siquiera están dispuestos a entregar su cadáver, para que nadie se tiente a homenajearlo. ¿No era que estaba derrotado?.