Por Carlos Torres | Resumen Latinoamericano, 5 de octubre de 2021.
47 años han transcurrido de la caída en combate de Miguel Enríquez quienes lo perseguían y finalmente asesinaron no podían imaginar que, mientras ellos yacen consumidos de olvido y estigma, el Secretario General del MIR sigue siendo recordado como un ejemplo que dedicó su vida y la entregó por los oprimido de nuestro país. Esas particularidades se encuentran en muchos hombres y mujeres de América Latina, Miguel no fue una excepción ni es un caso aislado, su compromiso no representaba la búsqueda innecesaria del martirio ni la gloria efímera si no que representaba la síntesis de un proceso social que lo llevó a enfrentar las contradicciones de un periodo trágico de la historia de Chile.
Los seres humanos nos moveremos en la vida a causa de muchas motivaciones e interpelaciones, si observamos retrospectivamente los hechos políticos de heterogénea talente podemos concluir siempre hubo quienes pusieron su vida a disposición de causas emancipadoras. En el territorio invadido por los españoles que hoy habitamos bajo el nombre Chile, el pueblo Mapuche hizo sacrificios inmolatorios para defenderse y resistir por cientos de años a más de un imperio que brutalmente buscó apropiarse del Wallmapu.
Podemos revisar la larga secuela de mártires, hombres y mujeres de trabajadores que dispusieron sus vidas en la lucha por sus derechos. ¿Qué interpeló al Secretario General del MIR a la rebeldía y a comprometerse sin vacilación, sin aprobación y sin ambivalencias en la lucha contra el capitalismo y su expresión más brutal, la dictadura cívico-militar que devasto a Chile en la década del 70 y 80? ¿Por qué se impulsó la política de No al asilo? ¿Por qué Miguel y cientos de militantes del MIR, hombres y mujeres, comprometen toda la trascendencia de la vida para derrocar al régimen cívico encabezado por Pinochet?
En los fatales días del golpe de Estado, Salvador Allende y Víctor Jara tributaron con sus vidas la lealtad del pueblo como sentenció en más de una ocasión el Presidente Allende. Las consecuencias de la mano criminal que se precipitoó sobre el pueblo de Chile se extendieron a muchos hombres y mujeres en todo el país. Roberto Guzmán Santa Cruz en la Serena, José Gregorio Liendo, Fernando Krauss en el complejo maderero de Panguipulli, junto a un gran número de militantes del MIR y del MCR.
En Santiago caería abatido protegiendo la retirada de miembros de la Dirección, Eduardo Ojeda, “León”, en Indumet. En esos días el MIR no se disponía enterrar su vida ni a quemar libros ni documentos, había que salvar todo lo que fuese posible, documentos, armas y la vida de hombres y mujeres que militaban en el MIR, había que salvar la vida. Miguel fue, quizás en ese contexto, el más elocuente al respecto; fraterno, solidario, y dispuesto a jugarse la vida por la revolución, ello incluía a sus compañeros y compañeras. No obstante, como recuerda Carmen Castillo, “Cada acción de nuestros días, el menor gesto en ese lugar, realizado como si fuera el último. Ni una componenda, ninguna ligereza, ninguna flaqueza que hubiera que reparar al día siguiente. No teníamos tiempo para eso. La belleza de la vida”.
El ejemplo que irradiaban los caídos durante el golpe de Estado y los que enfrentaron con dignidad la furia golpista nos cubría de un manto ético y moral que no podíamos eludir, menos aún quienes llamaban a pueblo a la revolución y a resistir con las armas en la mano. Para la Dirección del MIR, escapar a las embajadas como lo hicieron los cobardes de Patria y Libertad durante el tanquetazo en junio de 1973, no era una opción. Así lo expresa el llamado de la Comisión Política encabezada por Miguel. La política de no al asilo no fue una consigna ni un slogan, era lo que había que hacer desafiados por una coyuntura crucial en la que Miguel y el MIR convocaba unos meses antes en el Teatro Caupolicán, a la clase trabajadora a marchar hacia adelante “Con todas las fuerzas de la historia”. Retrotraer la historia es un ejercicio ficticio que puede llevar a abandonar la idea misma de la lucha revolucionaria si llegamos a la conclusión de renegar de nuestras responsabilidades como entes políticos comprometidos con las luchas del pueblo. Ello no implica esquivar la evaluación crítica del desempeño del MIR y especialmente su dirección en la derrota de septiembre de 1973 y la división de fines de los años 80, pero debe mediar un análisis serio y colectivo al respecto tal como lo esbozó la Dirección de ese partido en enero de 1984[1]. “La Dirección tomo la decisión de mantenerse en Chile y pasar al conjunto del partido a la clandestinidad. El rechazo al exilio se levantó como una política de principios.
Esta política del MIR tuvo gran importancia por la fuerza moral que significó en un momento de desbande de la izquierda el que los revolucionarios se propusieran aferrarse a su pueblo y luchar junto a él. También apuntaba a la necesidad de un repliegue ordenado. Sin embargo cometimos el error de extremar esta política y levantar a la calidad de principio una medida de manejo táctico. Con el tiempo aparece como más correcto el haber implementado una táctica más selectiva: haber replegado a la retaguardia exterior una parte de la Dirección, y haber mantenido otra parte en Chile; haber replegado una parte de los cuadros y militantes perseguidos, manteniendo a aquellos que podían vivir legalmente en el país y un núcleo de cuadros ilegales de modo de no sobrecargar el Partido con cuadros perseguidos”. Nos distanciábamos de ese modo del “asilo contra la opresión”, evidentemente la clase obrera y el pueblo y los pobres del campo y la ciudad no podían correr a las embajadas para evadir la persecución, pudo el MIR hacer algo diferente enfrentado a esa candente coyuntura?
Miguel estaría seguramente hoy inmerso en las luchas del presente; y lo está, bregando por la ruptura con el modelo neoliberal y sus secuelas en materia educacional, laboral, pensiones, salud, vivienda, ambiental, contra la impunidad y reivindicando la dignidad y territorialidad del pueblo mapuche y los derechos de la mujer, rescatando el rol del Estado y la democratización de las fuerzas armadas y la asamblea constituyente.
En todas esas luchas reencontramos nuevamente a Miguel; tenaz, leal, consecuente, astuto y lúcido. Sin embargo Miguel trasciende al MIR y es hoy parte del patrimonio político de la rebeldía de nuevas generaciones que irrumpe para romper con el pasado de derrotas y el sistema político que nos domina. Para impulsar los cambios del presente y del futuro es necesaria la misma audacia, coraje político, creatividad cultural y visión estratégica que tuvo Miguel y la generación de hombres y mujeres que fundó al MIR. Dicho de otro modo estamos forzados a que la revolución a la cual postulamos la debemos empezar por revolucionarnos nosotros mismo primero, parafraseando un concepto esgrimido por la historia. Y quizás recoger el emplazamiento contemporáneo que nos interpela la juventud cubana en palabras de Rosario Alfonso Parodi[2]. “Nosotros, los cubanos, que no podemos asistir, ni lo haremos, al fracaso de la izquierda, del socialismo o de la revolución, le decimos a Miguel Enríquez, que su turno es verdaderamente hoy; que sus ideas y su proyecto contra el imperialismo y todas sus representaciones materiales y mentales, contra el dogmatismo y todas sus representaciones materiales y mentales, tienen la fortaleza y el vigor de la vida, tienen la vivencia íntima del hombre que lucha por la libertad del hombre.Por eso, Miguel Enríquez, ahora que es nuestro turno también, acompáñanos”.