Don­bass. Repor­te des­de el fren­te sur

Por Denis Gri­go­riuk. Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 31 de octu­bre de 2021.

Al acer­car­se al fren­te, la carre­te­ra está lle­na de agu­je­ros. Se podría decir que no que­da carre­te­ra. Lle­gó un pun­to en el que todos los coches des­apa­re­cie­ron. Solo que­dó el jeep con dos volun­ta­rios en los asien­tos delan­te­ros y tres perio­dis­tas en los asien­tos tra­se­ros avan­zan­do hacia Komin­ter­no­vo. Sal­tá­ba­mos con cada bache, como las cajas de sumi­nis­tros médi­cos que lle­vá­ba­mos en el maletero.

De camino, com­pro­ba­mos cuál era la situa­ción en el sur de la RPD leyen­do los infor­mes de Tele­gram. La situa­ción mili­tar ha esca­la­do sig­ni­fi­ca­ti­va­men­te en los últi­mos días. Ucra­nia ha vuel­to a recu­rrir a su tác­ti­ca favo­ri­ta: la ofen­si­va de peque­ños pasos. Las Fuer­zas Arma­das de Ucra­nia ocu­pa­ron un pue­blo que, según los docu­men­tos fir­ma­dos, per­te­ne­ce a la RPD. Inter­net se lle­nó de infor­ma­ción con­tra­dic­to­ria. Algu­nos afir­ma­ban que el Ejér­ci­to Ucra­niano había aban­do­na­do Sta­ro­ma­riev­ka. Otros aña­dían deta­lles o nega­ban esos mensajes.

“Lo pode­mos com­pro­bar. Pero solo ten­dre­mos un inten­to”, bromeo Andrey Sed­lov, uno de los volun­ta­rios, des­de el asien­to del con­duc­tor miran­do de refi­lón por el espe­jo retro­vi­sor para ver nues­tra reac­ción. Son­reí­mos. Com­pren­di­mos que, si fué­ra­mos cap­tu­ra­dos por el Ejér­ci­to Ucra­niano, no evi­ta­ría­mos el des­tino que ha teni­do el obser­va­dor de Lugansk en el JCCC Andrey Kos­yak: aca­ba­ría­mos lle­nan­do el fon­do de inter­cam­bio para Ucra­nia. La situa­ción no es una bro­ma. Las tro­pas ucra­nia­nas han vuel­to a cap­tu­rar un pue­blo de la RPD que, por algún moti­vo, apa­re­ce en los medios como zona neu­tral. Per­so­nas con pasa­por­tes rusos viven allí y, por lo tan­to, tie­nen tam­bién docu­men­ta­ción repu­bli­ca­na, ya que sin ella los resi­den­tes de la RPD no pue­den obte­ner la ciu­da­da­nía rusa.

Pero, antes de lle­gar a la zona de Sta­ro­ma­riev­ka, tuvi­mos que hacer una para­da en otro pue­blo “calien­te”: Komin­ter­no­vo. La carre­te­ra que lle­va a la loca­li­dad del fren­te está cubier­ta de hojas ama­ri­llas con la pin­to­res­ca este­pa de Don­bass a ambos lados. Nubes dis­per­sas com­ple­ta­ban el cie­lo azul. Los rayos del sol de octu­bre perió­di­ca­men­te atra­ve­sa­ban las nubes. Comen­za­ron a apa­re­cer los famo­sos moli­nos. Solo un par de ellos daban seña­les de vida. Los demás esta­ban dete­ni­dos. La ima­gen es increí­ble. La habría­mos dis­fru­ta­do, pero la zona roja no per­mi­te un momen­to de relajación.

Nues­tro vie­jo jeep endu­re­ci­do por la gue­rra lucha­ba por avan­zar entre los agu­je­ros en el asfal­to. Tuvi­mos que seguir por la tie­rra. Es peli­gro­so con­du­cir al lado de la carre­te­ra, siem­pre pue­des encon­trar­te con algo des­agra­da­ble. Al lado, en la hier­ba, des­can­sa­ban los res­tos de un tan­que des­trui­do. Es una de las “atrac­cio­nes” de Komin­ter­no­vo. El eco de bata­llas pasa­das. Los perio­dis­tas qui­si­mos parar para sacar unas fotos.

Deja­mos atrás la tiro­tea­da señal de Komin­ter­no­vo. Los resi­den­tes no reco­no­cen el des­co­mu­ni­za­do nom­bre ucra­niano, así que siguen lla­man­do a su pue­blo como siem­pre lo han lla­ma­do, sin tener en cuen­ta las ten­den­cias polí­ti­cas. Komin­ter­no­vo es nues­tro pri­mer des­tino. Los volun­ta­rios traen las medi­ci­nas que nece­si­ta la pobla­ción local. A la entra­da del pue­blo hay una barre­ra con con­cer­ti­nas y una señal en la que se pue­de leer: “Cui­da­do. Muni­ci­pa­li­dad de Komin­ter­no­vo. Están entran­do en una zona de gue­rra. Via­jar y tran­si­tar de noche está prohibido”.

Unas 70 per­so­nas siguen vivien­do en Komin­ter­no­vo, fun­da­men­tal­men­te per­so­nas mayo­res. No hay far­ma­cia ni ser­vi­cios médi­cos en la loca­li­dad. Les sal­va la tra­ba­ja­do­ra social Liu­bov Iva­nov­na. Es quien lle­va a las per­so­nas mayo­res las medi­ci­nas que nece­si­tan y todo lo que piden los resi­den­tes. Lle­va un lla­ma­ti­vo abri­go rojo. Nos reci­be en la úni­ca tien­da del pue­blo. Las ven­ta­nas están con­tra­cha­pa­das y hay mar­cas de pro­yec­ti­les en las pare­des. Liu­bov Iva­nov­na lle­ga en un modes­to Lada Zhi­gu­li que apar­ca jun­to a la tien­da. La tra­ba­ja­do­ra social vive en los már­ge­nes del pue­blo. Nos advier­te de no ir allí, es peligroso.

“Hay dos casos con­fir­ma­dos de coro­na­vi­rus y otros 15 por con­fir­mar. Hubo dos muje­res muy enfer­mas, pero se nie­gan a ser hos­pi­ta­li­za­das. Pen­sé que iban a morir, pero ambas se recu­pe­ra­ron. Hemos sufri­do duran­te más de dos sema­nas, pero nos las hemos arre­gla­do”, explicó.

Liu­bov Iva­nov­na nos guía por Komin­ter­no­vo. Avan­za­mos por la calle Ana Ajma­do­va paran­do por las des­trui­das casas. Algu­nos edi­fi­cios no tie­nen teja­do. En otros no hay cris­ta­les, que han sido sus­ti­tui­dos por plás­ti­co oscu­ro. No tie­ne sen­ti­do vol­ver a poner ven­ta­nas. Los bom­bar­deos no han des­apa­re­ci­do y los pro­yec­ti­les lle­gan a dia­rio, así que el plás­ti­co es más prác­ti­co. Algu­nos edi­fi­cios son com­ple­ta­men­te inha­bi­ta­bles: sin teja­do, ven­ta­nas o puer­tas. Están vacíos. Las huer­tas están lle­nas de arbustos.

Las vivien­das en las zonas del fren­te habi­tual­men­te están oxi­da­das y tie­nen agu­je­ros a cau­sa de la metra­lla. Perió­di­ca­men­te empie­za a haber sig­nos de perros ham­brien­tos. Ladran al ver extra­ños, se ganan la comi­da. Hay gen­te vivien­do allí. Tam­bién hay gatos por todas par­tes, pero ellos no res­pon­den a los extra­ños. Van de casa en casa, movién­do­se esti­lo­sa­men­te por la cre­ci­da hierba.

Liu­bov Iva­nov­na va lla­man­do a los habi­tan­tes de estas casas en rui­nas. Poco a poco, los resi­den­tes se reúnen cer­ca del Zhi­gu­li blan­co de la tra­ba­ja­do­ra social. Los volun­ta­rios empie­zan a sacar las cajas de medi­ci­nas y las van distribuyendo.

Una mujer mayor se que­da al mar­gen. Está fren­te a una valla agu­je­rea­da. Su nom­bre es Evge­nia Ili­nishi­na. Tie­ne 80 años. Detrás de ella se pue­de ver la gol­pea­da casa. Nos acom­pa­ña a su jar­dín y nos cuen­ta que la pobla­ción local sobre­vi­ve gra­cias a la ayu­da de la tra­ba­ja­do­ra social y los volun­ta­rios. “Liu­bov Iva­nov­na nos ayu­da con todo. Apo­yo moral y físi­co. Le pedi­mos todo lo que nece­si­ta­mos, fun­da­men­tal­men­te medi­ci­nas, cla­ro. Nos trae lo que nece­si­ta­mos. Qué ayuda”.

Un hom­bre mayor sale de la siguien­te casa. Es Niko­lay Ser­ge­ye­vich, de 83 años. Lle­va vivien­do en Komin­ter­no­vo des­de 1963. Está solo, vive con sus dos perros, que no dejan de hablar. Ladran a los extra­ños que apa­re­cen en su jar­dín. El pen­sio­nis­ta pre­gun­ta varias veces cómo tomar las medi­ci­nas que le lle­va­mos. La memo­ria le está fallan­do. “¿Quién nos va a ayu­dar? Todo el mun­do tie­ne mie­do de venir aquí”, dice Niko­lay Ser­ge­ye­vich con un ges­to de deses­pe­ra­ción. “Ir al hos­pi­tal es un pro­ble­ma. La úni­ca espe­ran­za son los voluntarios”.

Veo otro Zhi­gu­li, este con un remol­que lleno de leña. El coche, como el nues­tro, para en cada vivien­da habi­ta­da. Los hom­bres lle­van leña a las per­so­nas mayo­res. Obvia­men­te, en un lugar como Komin­ter­no­vo, no hay gas. Las tube­rías fue­ron des­trui­das duran­te la bata­lla, así que es nece­sa­rio calen­tar­se al esti­lo tradicional.

“No sal­gáis de la carre­te­ra, os dis­pa­ra­rán. Se pue­de ver todo cla­ra­men­te ahí”, advier­te una mujer seña­lan­do las posi­cio­nes ucra­nia­nas. Están muy, muy cer­ca. El con­se­jo es bueno. Detrás de cada comen­ta­rio de adver­ten­cia hay un tris­te inci­den­te. En las loca­li­da­des del fren­te, hay que con­fiar siem­pre en la expe­rien­cia de sus resi­den­tes. En los últi­mos sie­te años, han adqui­ri­do una expe­rien­cia que nin­gún sol­da­do tie­ne des­pués de déca­das de ser­vi­cio mili­tar en un país en paz.

Mien­tras saca­mos fotos, dos muje­res se las arre­glan para ir a su casa y sacar una bol­sa lle­na de peras, man­za­nas y mem­bri­llo. La bol­sa prác­ti­ca­men­te se rom­pe de lo lle­na que está de fru­tas de Komin­ter­no­vo. Solo el olor a papel que­ma­do eclip­sa el olor a fru­ta. Por un momen­to, me sen­tí segu­ro. No que­ría vol­ver a correr bajo el fue­go de los fran­co­ti­ra­do­res ucra­nia­nos. “Es para voso­tros. Gra­cias por las medi­ci­nas”, nos dicen las muje­res a entre­gar el paque­te como agra­de­ci­mien­to a los voluntarios.

Antes de salir, los resi­den­tes nos desean feliz via­je, pero antes se inte­rrum­pen unos a otros com­par­tien­do infor­ma­ción sobre la vida en el pueblo.

“Ha habi­do muchos bom­bar­deos últi­ma­men­te. Y con armas pesa­das. Muni­ción de 120 mm en mi opi­nión, inclu­so algu­na de 150 mm. Las casas tiem­blan como si hubie­ra un terremoto”.

“No hay ven­ta­nas, no hay puer­tas. Todo está roto. Por suer­te, han arre­gla­do las puer­tas, pero las ven­ta­nas se rom­pen una y otra vez”.

“He traí­do pega­men­to, lo usa­ré para pegar la par­te de aba­jo. Aho­ra hay mate­rial, pero mire, los teja­dos dan miedo”.

“Los teja­dos están des­tro­za­dos. Las puer­tas están rotas. No fun­cio­na el fri­go­rí­fi­co. La lava­do­ra está rota. No hay cazue­las, no hay cubos. Todo es así”.

En la zona de Staromarievka

Duran­te nues­tra estan­cia en el pue­blo, solo escu­cha­mos el soni­do de un úni­co cañón. El tea­tro de ope­ra­cio­nes se ha tras­la­da­do a Sta­ro­ma­riev­ka, don­de entra­ron los mili­ta­res ucra­nia­nos infrin­gien­do el acuer­do de alto el fue­go, por no hablar de los acuer­dos de Minsk. Aun­que tam­bién hay infor­ma­ción de bom­bar­deos sobre Komin­ter­no­vo, la pobla­ción está pen­dien­te de qué pasa en la zona de Tel­ma­no­vo. Es la par­te que aho­ra atrae la aten­ción de todo Don­bass en Tele­gram. La situa­ción es sig­ni­fi­ca­ti­va tam­bién por el hecho de que Ucra­nia haya admi­ti­do el uso de dro­nes tur­cos Bay­rak­tar, que juga­ron un papel impor­tan­te en la vic­to­ria de Azer­bai­yán en Nagorno Kara­baj hace un año. Aho­ra Kiev tie­nen la espe­ran­za de usar­los para cam­biar la situa­ción en Donbass.

Atra­ve­sa­mos Tel­ma­no­vo, una ciu­dad que inten­ta vivir una vida lo más cer­ca­na posi­ble a la nor­ma­li­dad pese a la cer­ca­nía a la línea de con­tac­to. No se pue­de hablar de páni­co. Correos fun­cio­na, el mer­ca­do fun­cio­na. La pobla­ción cami­na tran­qui­la­men­te por la loca­li­dad. La poli­cía con­tro­la el trá­fi­co en la carre­te­ra. Nada indi­ca que haya pro­yec­ti­les ucra­nia­nos volan­do por aquí. Los perio­dis­tas pue­den cir­cu­lar tran­qui­la­men­te por la ciu­dad. Se pue­de ir a la gaso­li­ne­ra y des­pués vol­ver al fren­te para con­se­guir infor­ma­ción de pri­me­ra mano des­de el lugar en el que empeo­ra el conflicto.

Mien­tras nos acer­ca­mos a Sta­ro­ma­riev­ka, espe­rá­ba­mos escu­char bata­lla en cual­quier momen­to, pero no hubo nin­gu­na. Por una par­te, era recon­for­tan­te, pero, por otra, éra­mos cons­cien­tes de que el silen­cio podía aca­bar en cual­quier momen­to y escu­cha­ría­mos la ruti­na de las bom­bas y explo­sio­nes. Con­du­ji­mos has­ta el últi­mo pues­to de con­trol. Des­de ahí se pue­de ver Sta­ro­ma­riev­ka, pero el pue­blo está lejos. Peque­ñas casas dise­mi­na­das por el habi­tual pai­sa­je de Don­bass con chi­me­neas humean­tes. Ahí, en algún lugar, la pobla­ción local está en medio de la guerra.

El pun­to está muy cer­ca de Novo­ma­riev­ka, un pue­blo aún más peque­ño de Komin­ter­no­vo. Hay menos resi­den­tes, pero están ahí. Per­so­nas pací­fi­cas y des­ar­ma­das. Arma­do has­ta los dien­tes, el Ejér­ci­to Ucra­niano está fren­te a ellos. Des­de ahí pue­den bom­bar­dear no solo Novo­ma­riev­ka sino Telmanovo.

Nos cuen­tan miem­bros de la mili­cia popu­lar de la RPD que varios pro­yec­ti­les han explo­ta­do en el jar­dín de un resi­den­te. La valla roja es el pun­to de refe­ren­cia. La encon­tra­mos fácil­men­te. Es igual que las que hemos vis­to en Komin­ter­no­vo, la úni­ca dife­ren­cia es que los agu­je­ros son más recien­tes. En la Carre­te­ra que lle­va a la casa se pue­de ver el lugar exac­to en el que caye­ron los pro­yec­ti­les. Otro cayó en el terri­to­rio de la casa.

En un jar­dín bien cui­da­do, con una boni­ta coci­na de verano y una casa bien equi­pa­da cono­ce­mos a una inte­li­gen­te mujer con gafas. Se pre­sen­ta, es Eka­te­ri­na Vasi­liev­na. Nos lle­va al lugar de la explo­sión. Ya ha reti­ra­do la metra­lla, pero encon­tra­mos un par de tro­zos de metal en la tie­rra. El cober­ti­zo y unos blo­ques de cemen­to del edi­fi­cio han que­da­do des­trui­dos. “Fue a las 11 de la noche. Mi mari­do aca­bó en el hos­pi­tal por cul­pa de esto”.

El mari­do de Eka­te­ri­na Vasi­liev­na tie­ne pro­ble­mas de cora­zón. Fue tras­la­da­do al hos­pi­tal. Aho­ra está sien­do tra­ta­do en Tel­ma­no­vo. Mien­tras la mujer cuen­ta la his­to­ria, su peque­ño perro Tobik sal­ta enci­ma. Se lame la pata, don­de hay res­tos de san­gre seca. Noto los mis­mos sig­nos en el rabo y en la ore­ja dere­cha. La bom­ba no cayó lejos de don­de dor­mía el perro. Tobik tam­bién sufrió por la metra­lla. El volun­ta­rio Andrey Lysen­ko le mira las heri­das y pro­me­te traer ayu­da médi­ca para el perro la pró­xi­ma vez.

Su mari­do está en el hos­pi­tal, así que Eka­te­ri­na Vasi­liev­na se ha que­da­do sola en el fren­te. La situa­ción es muy ten­sa. Duran­te nues­tra estan­cia en los alre­de­do­res de Sta­ro­ma­riev­ka no escu­cha­mos bata­lla, pero el volun­ta­rio Andrey Lysen­ko, al que nos hemos encon­tra­do en la carre­te­ra de Novo­ma­riev­ka, cuen­ta que ha habi­do bata­lla hace no mucho y no a mucha distancia.

Fuen­te: Slavyangrad

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