Esta­dos Uni­dos. Assa­ta Sha­kur: la pan­te­ra más negra

Por Lau­ta­ro Riva­ra, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 23 de octu­bre de 2021.

Bus­ca­da por el FBI y la CIA. Eva­di­da de una cár­cel de máxi­ma segu­ri­dad en Nue­va Jer­sey. Per­se­gui­da por mer­ce­na­rios y caza­rre­com­pen­sas. Exi­lia­da y aco­gi­da en Cuba como una heroí­na. Reque­ri­da a Fidel Cas­tro por el Papa Juan Pablo II. Esta es la his­to­ria de Assa­ta Sha­kur, la Pan­te­ra más negra y la mujer más bus­ca­da de los Esta­dos Unidos.

Se bus­ca

Es el día miér­co­les 2 de mayo del año 1973. Tres jóve­nes negros via­jan en un Pon­tiac blan­co des­de Nue­va Jer­sey hacia el sur de los Esta­dos Uni­dos. Son los tiem­pos duros de “la ley y el orden” de Richard Nixon, y los pro­to­co­los del pro­gra­ma de con­tra­in­te­li­gen­cia del FBI exi­gen dete­ner por fal­tas meno­res a los mili­tan­tes o a los sos­pe­cho­sos de ser­lo. Negros, lati­nos, indí­ge­nas, paci­fis­tas, socia­lis­tas, femi­nis­tas. Da igual: todos son rotu­la­dos ‑y tra­ta­dos- como cri­mi­na­les, terro­ris­tas y enemi­gos del Estado. 

Las fuen­tes ofi­cia­les dicen que el auto­mó­vil tenía daña­das las luces tra­se­ras. Los ofi­cia­les Wer­ner Foers­ter y James Har­per deci­den dete­ner­lo, qui­zás infor­ma­dos ya de la pre­sen­cia en el vehícu­lo de tres mili­tan­tes clan­des­ti­nos del movi­mien­to negro radi­cal, o qui­zás sólo por que estos “con­du­cían en esta­do de negri­tud”, según la ocu­rren­te expre­sión de Mumia Abu-Jamal. En el vehícu­lo via­jan Zayd Malik Sha­kur, Sun­dia­ta Aco­li y Assa­ta Sha­kur, ex miem­bros del Par­ti­do Pan­te­ra Negra y por ese enton­ces inte­gran­tes del Ejér­ci­to Negro de Libe­ra­ción. Orga­ni­za­cio­nes sin­di­ca­das como “gru­pos de odio nacio­na­lis­tas negros”, eti­que­ta que es apli­ca­da de for­ma indis­cri­mi­na­da a agru­pa­mien­tos de pro­pó­si­tos diver­sos como la Nación Musul­ma­na, la Repú­bli­ca de la Nue­va Afri­ka o el Comi­té Coor­di­na­dor de Estu­dian­tes No Violentos. 

Pedi­do inter­es­ta­tal de cap­tu­ra del FBI por “ase­si­na­to”.

La esce­na, a par­tir de enton­ces, es rápi­da, con­fu­sa, trá­gi­ca. La secuen­cia exac­ta de voces y movi­mien­tos es difí­cil de recons­truir, pero lo que sabe­mos es que ante los gri­tos de los poli­cías Assa­ta levan­ta ins­tin­ti­va­men­te sus dos manos en el aire, cuan­do un dis­pa­ro le des­tro­za la cla­ví­cu­la. Sólo Zayd ati­na a defen­der­se y tomar una de las armas que están en el asien­to tra­se­ro del Pon­tiac. Cae aba­ti­do y con él tam­bién uno de los ofi­cia­les de poli­cía. Assa­ta recuer­da: “había luces y sire­nas. Zayd esta­ba muer­to. Mi men­te sabía que él esta­ba muer­to. El aire era como cris­tal frío. Se alza­ban enor­mes bur­bu­jas y esta­lla­ban. Cada una pare­cía una explo­sión en mi pecho. Me sabía la boca a san­gre y a tierra”. 

Lue­go es saca­da a ras­tras del vehícu­lo. Pare­ce no haber ras­tros de Sun­dia­ta. ‑Qui­zás haya logra­do esca­par- pien­sa, pero Sun­dia­ta será arres­ta­do poco tiem­po des­pués. Mien­tras tan­to más poli­cías se aglo­me­ran a su alre­de­dor para dar­le una pali­za. Uno de ellos le apo­ya el cañón de un arma regla­men­ta­ria en la sien. La acu­san de haber dis­pa­ra­do pero sus dedos, libres de pól­vo­ra según el test de acti­va­ción de neu­tro­nes que le hacen en el acto, no dejan lugar a dudas. Su mano cuel­ga iner­te, casi muer­ta. Assa­ta no dis­pa­ró. No pudo haber dis­pa­ra­do con esa tira de car­ne flá­ci­da que le cuel­ga del cuer­po y supo ser su mano dies­tra. Ha reci­bi­do, en cam­bio, tres dis­pa­ros: tie­ne un pul­món heri­do, una bala alo­ja­da en el pecho y un bra­zo com­ple­ta­men­te para­li­za­do. Las ráfa­gas de dolor y una nue­va tan­da de gol­pes aca­ban por desvanecerla. 

Una edu­ca­ción hostil

Antes de ele­gir el nom­bre de Assa­ta Olug­ba­la Sha­kur, su nom­bre de com­ba­tien­te, fue bau­ti­za­da como JoAn­ne Debo­rah Byron. Ape­lli­do que en nup­cias cam­bió por el de su pri­mer espo­so Louis Che­si­mard, un acti­vis­ta del que sepa­ra­ría por exi­gir que ella se amol­da­ra a los pre­cep­tos de lo que se supo­nía debía ser una mujer: la “san­tí­si­ma tri­ni­dad” de espo­sa-madre-ama de casa. Con el tiem­po Assa­ta con­si­de­ra­ría a sus ape­lli­dos como “sus nom­bres de escla­va”. Era fre­cuen­te en las déca­das del ‘60 y ‘70 que los acti­vis­tas negros se rebau­ti­za­ran con nom­bres de ins­pi­ra­ción afri­ca­na y ára­be, influi­dos por la reva­lo­ri­za­ción del ver­da­de­ro “vie­jo con­ti­nen­te” pro­du­ci­da por el pode­ro­so movi­mien­to musul­mán negro y por el Black Power, aun­que la hue­lla del orgu­llo afri­cano fue­ra visi­ble des­de los tiem­pos del movi­mien­to Back to Áfri­ca y las teo­rías cari­be­ñas de la negri­tud. Assa­ta, como tan­tas y tan­tos otros, rene­gó de los ape­lli­dos lega­dos a sus ante­pa­sa­dos por sus due­ños escla­vis­tas, que en este caso se remon­ta­ban en la his­to­ria has­ta la colo­nia fran­ce­sa de Mar­ti­ni­ca. Otros ex escla­vos, en cam­bio, reci­bie­ron o se adju­di­ca­ron un ape­la­ti­vo gené­ri­co, el casi uni­ver­sal ape­lli­do free­man ‑hom­bre libre‑, con el que sus abue­los insis­tían en lla­mar a la pla­ya en que se empla­za­ba su nego­cio fami­liar en Wilmington.

Assa­ta nació en Jamai­ca, pero no en la isla cari­be­ña, sino en la Jamai­ca del dis­tri­to de Queens en Nue­va York. Curio­so sitio, y con extra­ños veci­nos. Ape­nas un año antes había naci­do allí, a pocas cua­dras de su casa, el nie­to de un deser­tor y migran­te ile­gal lle­ga­do de Kalls­tadt, en la actual Ale­ma­nia. Un tal Donald John Trump ‑o Trumpf, por­que tal era el ape­lli­do fami­liar original‑, quién sería a la pos­tre pre­si­den­te de los Esta­dos Uni­dos. Es difí­cil ima­gi­nar tra­yec­to­rias más diver­gen­tes que la de aque­llos dos niños neoyorquinos.

Por lo demás Assa­ta tuvo una infan­cia que lla­ma­ría­mos nor­mal si nor­ma­les fue­ran las socie­da­des racis­tas y la edu­ca­ción segre­ga­da del tiem­po de las leyes Jim Crow. Su niñez en el esta­do sure­ño de Caro­li­na del Nor­te estu­vo mar­ca­da por una edu­ca­ción fami­liar que bus­ca­ba incul­car­le un fuer­te sen­ti­do de la dig­ni­dad per­so­nal. Así lo recuer­da en su auto­bio­gra­fía: “Mis abue­los me prohi­bie­ron estric­ta­men­te que con­tes­ta­ra «Sí, seño­ra» y «Sí, señor», o que me mira­ra los zapa­tos e hicie­ra ges­tos ser­vi­les al hablar con los blan­cos. «Cuan­do hables con ellos, míra­les a los ojos», me decían. «Y habla en voz alta para demos­trar que no eres tonta»”. 

Entra­da segre­ga­da para “per­so­nas de color” en un cine duran­te la vigen­cia de las leyes Jim Crow.

Pero la edu­ca­ción para la vida ruda que debían enfren­tar las pobla­cio­nes afro­nor­te­ame­ri­ca­nas tam­bién esta­ba mez­cla­da con fuer­tes dosis de meri­to­cra­cia, valo­res pro­pios de la peque­ña y alta bur­gue­sía negras edu­ca­das “a la Boo­ker T. Washing­ton”, una suer­te de “Sar­mien­to negro”. Sus abue­los que­rían que su nie­ta fue­ra una per­so­na labo­rio­sa, que se inte­gra­ra al selec­to gru­po de lo que lla­ma­ban “el diez por cien­to con talen­to”, que se jun­ta­ra “con niños decen­tes” y que no uti­li­za­ra los idio­lec­tos pro­pios del inglés popu­lar y sure­ño. Afor­tu­na­da­men­te, Assa­ta no tar­dó en encon­trar­se con el esla­bón más rebel­de de su genea­lo­gía fami­liar: su tío “Willie el sal­va­je”, un zam­bo de negra e indio Che­ro­kee, una suer­te de leyen­da que en las pri­me­ras déca­das del siglo denun­cia­ba la explo­ta­ción de las “per­so­nas de color” y desa­fia­ba a boca de jarro las nor­mas de la socie­dad segregada.

En la escue­la en el sur todo era de segun­da mano: la edu­ca­ción, los suel­dos de los pro­fe­so­res y has­ta los libros, que lle­ga­ban usa­dos y rotos des­pués de ser des­car­ta­dos en las escue­las para niños blan­cos. Pero aún más com­ple­jo que el racis­mo ins­ti­tu­cio­na­li­za­do, era el racis­mo auto-infli­gi­do por una edu­ca­ción que esti­mu­la­ba prác­ti­cas auto-deni­gra­to­rias que indi­ca­ban que lo negro era sucio, feo, malo y estú­pi­do. Para­dó­ji­ca­men­te, Assa­ta recor­da­ría sin­sa­bo­res equi­va­len­tes en la edu­ca­ción pater­na­lis­ta de las “escue­las inte­gra­das” de Nue­va York en don­de, sien­do la úni­ca niña negra de la cla­se, era vis­ta y tra­ta­da como una suer­te de chim­pan­cé par­lan­te al que se le pro­di­ga­ban con­des­cen­dien­tes “son­ri­si­tas para negritos”. 

Una re-edu­ca­ción política

Años más tar­de, el pro­ce­so de re-edu­ca­ción en el movi­mien­to negro le lle­va­ría a des­an­dar todas las mito­lo­gías esta­ta­les de la his­to­ria nor­te­ame­ri­ca­na, des­de la Gue­rra de Inde­pen­den­cia has­ta la Gue­rra de Sece­sión, des­de la Con­quis­ta de Amé­ri­ca has­ta la Gue­rra de Viet­nam, en un país que se ha pasa­do gue­rrean­do 223 de sus 244 años de exis­ten­cia. Una Assa­ta urti­can­te con­clui­ría, por ejem­plo, que el pro­ce­so por el que las Tre­ce Colo­nias con­quis­ta­ron su inde­pen­den­cia res­pec­to de los bri­tá­ni­cos fue una “mal lla­ma­da revo­lu­ción” y que fue “lide­ra­da por unos cuan­tos niños ricos blan­cos que se can­sa­ron de pagar impues­tos ele­va­dos al rey”. 

Tam­bién sus ído­los de la infan­cia fue­ron demo­li­dos uno a uno, des­de el patriar­ca Abraham Lin­coln, par­ti­da­rio de la depor­ta­ción masi­va de negros a Libe­ria, Hai­tí o cual­quier otro des­tino de Áfri­ca o el Cari­be, has­ta Elvis Pres­ley, quién se refi­rió a que lo úni­co que los negros podían hacer por él era com­prar sus dis­cos y lus­trar­le los zapa­tos, y que en 1970 se ofre­ció como soplón volun­ta­rio para el FBI. 

Entre la vena­li­dad de los arri­bis­tas negros y la bana­li­dad del res­trin­gi­do y racia­li­za­do Ame­ri­can Way of Life, la joven Assa­ta irá bus­can­do a tien­tas un camino. Un hito impor­tan­te será su encuen­tro con estu­dian­tes afri­ca­nos en la uni­ver­si­dad, los cua­les le reve­la­rán un mun­do más allá de los este­reo­ti­pos en boga: el de los comu­nis­tas que en las tiras cómi­cas se ves­tían todos igua­les y tra­ba­ja­ban inva­ria­ble­men­te en las minas de sal, el de los afri­ca­nos cali­ba­nes­cos que comían car­ne huma­na y anda­ban con tapa­rra­bos, o el del evan­ge­lio demo­cra­ti­za­dor que se supo­nía que los mari­nes nor­te­ame­ri­ca­nos ‑blan­cos y negros- esta­ban lle­van­do a Viet­nam. Se tra­ta­ba de cepi­llar a con­tra­pe­lo una edu­ca­ción ple­na de este­reo­ti­pos y fan­ta­sías sobre el Ter­cer Mun­do en un país que, como nin­guno, igno­ra pro­fun­da­men­te el mun­do que domi­na. Assa­ta con­clui­rá en aquel perío­do como estu­dian­te: “Todo es men­ti­ra en amé­ri­ka [sic] y lo que lo man­tie­ne en mar­cha es que dema­sia­da gen­te se lo cree”. 

“El lugar de las muje­res es en la lucha”. Mural dedi­ca­do a Assa­ta Sha­kur y otras “lucha­do­ras por la libertad”.

Como muchos jóve­nes, Assa­ta lle­gó al movi­mien­to negro radi­cal des­pués de un pro­ce­so de des­en­can­ta­mien­to con los lími­tes de la pré­di­ca no-vio­len­ta y del pro­yec­to inte­gra­cio­nis­ta del movi­mien­to por los dere­chos civi­les. Inte­grar­se, sí. ¿Pero inte­grar­se a qué? ¿Cuán­tos y quié­nes podrían hacer­lo? ¿Qué pasa­ba con el “noven­ta por cien­to sin talen­to”? ¿Cuál era el cos­to ‑polí­ti­co, ideo­ló­gi­co, éti­co- de dicha inte­gra­ción? ¿Inte­grar­se no impli­ca­ba negar­se? ¿Era posi­ble inte­grar­se sin usu­fruc­tuar par­te de los divi­den­dos de la polí­ti­ca colo­nial? ¿No se ase­me­ja­ban aca­so las polí­ti­cas que el Esta­do nor­te­ame­ri­cano implan­ta­ba en lo gue­tos de negros con la que expor­ta­ba a los paí­ses del Ter­cer Mundo? 

Assa­ta evo­ca las reunio­nes de la NAACP (la Aso­cia­ción Nacio­nal para el Pro­gre­so de las Gen­tes de Color), una vete­ra­na orga­ni­za­ción de la peque­ña bur­gue­sía negra que pre­di­ca­ba la no-vio­len­cia y el “poner la otra meji­lla”. Pero la vio­len­cia esta­tal con­ti­nuó devo­ran­do por igual a paci­fis­tas y beli­ge­ran­tes, mien­tras la lis­ta de már­ti­res se engro­sa­ba por aque­llos años: Vio­la Liuz­zo, Ima­ri Oba­de­le, Med­gar Evers, Mar­tin Luther King, Mal­colm X, Fred Ham­pton, Emmet Till, Geor­ge Jack­son, Nat Tur­ner, James Cha­ney y un lar­go etcé­te­ra. Assa­ta lle­ga­rá a la con­clu­sión de que “nadie en el mun­do, nadie en la his­to­ria, ha con­se­gui­do nun­ca su liber­tad ape­lan­do al sen­ti­do moral de la gen­te que los opri­mía” y que “el movi­mien­to de los dere­chos civi­les nun­ca tuvo ni la más míni­ma posi­bi­li­dad de triunfar”. 

El nacio­na­lis­mo negro esta­ba enton­ces en pleno auge, y duran­te su esta­día en el Manhat­tan Com­mu­nity Colle­ge, Assa­ta no tar­da­rá en par­ti­ci­par en reunio­nes de la Repú­bli­ca de la Nue­va Afri­ka, un movi­mien­to que pre­ten­día el esta­ble­ci­mien­to de una nación negra inde­pen­dien­te en los esta­dos sure­ños de Caro­li­na del Sur, Geor­gia, Ala­ba­ma, Mis­sis­sip­pi y Loui­sia­na. Lo que antes se cono­cía como el Black Belt o “cin­tu­rón negro”, una vie­ja pro­pues­ta que ya habían defen­di­do comu­nis­tas como Harry Hay­wood. Sin embar­go, Assa­ta pres­cin­di­rá de una par­ti­ci­pa­ción acti­va hallan­do la idea suge­ren­te pero inviable. 

Entra­rá en con­tac­to tam­bién con los Boi­nas Cafés, una orga­ni­za­ción revo­lu­cio­na­ria de chi­ca­nos; con los maoís­tas chino-esta­dou­ni­den­ses de la Guar­dia Roja en Chi­na­town; y visi­ta­rá repe­ti­das veces a los indí­ge­nas esta­dou­ni­den­ses y cana­dien­ses que habían ocu­pa­do la Isla de Alca­traz en pro­tes­ta por la des­po­se­sión de sus tie­rras. Y, final­men­te, en ese her­vi­de­ro que eran los Esta­dos Uni­dos de fina­les de los ‘60 y prin­ci­pios de los ‘70, cono­ce­rá en Oakland al Par­ti­do Pan­te­ra Negra, con lo que su con­cep­ción polí­ti­ca dará un giro inter­na­cio­na­lis­ta. A tra­vés del estu­dio de los pro­ce­sos de libe­ra­ción afri­ca­nos lle­ga­rá, inde­fec­ti­ble­men­te, a iden­ti­fi­car­se con el mar­xis­mo y el comu­nis­mo, en par­ti­cu­lar con los pro­ce­sos y líde­res del Ter­cer Mun­do: Fidel Cas­tro, Ho Chi Minh, Agos­tinho Neto, Car­los Marighe­lla, Ernes­to Che Gue­va­ra, etc. 

Pan­te­ra

Su fas­ci­na­ción con las Pan­te­ras Negras, una orga­ni­za­ción fun­da­da en 1966, había sido inme­dia­ta, aun­que su incor­po­ra­ción a la orga­ni­za­ción ellas se hubie­ra demo­ra­do. En par­ti­cu­lar, le atraía el hecho de que sus mili­tan­tes “no tra­ta­ban de pare­cer inte­lec­tua­les hablan­do de la bur­gue­sía nacio­nal, del com­ple­jo indus­trial (…) Sim­ple­men­te lla­man cer­dos a los cer­dos. (…) Habla­ban de los cer­dos polí­ti­cas racis­tas y de los perros racis­tas”. En par­ti­cu­lar, vio en la orga­ni­za­ción una estra­te­gia cohe­ren­te de auto­de­fen­sa por par­te de las pro­pias comu­ni­da­des, y un acei­ta­do ejer­ci­cio de soli­da­ri­dad con los movi­mien­tos y pro­ce­sos de libe­ra­ción del Asia, Áfri­ca y Amé­ri­ca Lati­na y el Caribe. 

Pese a refle­xio­nar en ese enton­ces en torno a la insu­fi­cien­cia de las luchas estu­dian­ti­les, Assa­ta con­ti­nuó desa­rro­llan­do labo­res en el medio uni­ver­si­ta­rio para el Par­ti­do. Tam­bién se desem­pe­ñó en el equi­po médi­co de la orga­ni­za­ción y en el Pro­gra­ma de Desa­yu­nos que la orga­ni­za­ción brin­da­ba gra­tui­ta­men­te a más de 10 mil niños, reba­san­do las tra­di­cio­nes prác­ti­cas de cari­dad ecle­siás­ti­ca y ensa­yan­do des­de allí la orga­ni­za­ción polí­ti­ca de las comu­ni­da­des. Por ese enton­ces tra­ba­jó en la cam­pa­ña para recau­dar fon­dos por la libe­ra­ción de las 21 pan­te­ras que habían sido encar­ce­la­das por el FBI. 

Muje­res del Par­ti­do Pan­te­ra Negra en el Free Huey New­ton Rally en 1968.

Eran tiem­pos fre­né­ti­cos, apa­bu­llan­tes, con muchos nom­bres y muchos ros­tros que cir­cu­la­ban pro­fu­sa­men­te. Pron­to el Par­ti­do y otras orga­ni­za­cio­nes entra­rían en un espi­ral des­cen­den­te en el que se con­fun­di­rían y ampli­fi­ca­rían los erro­res pro­pios y las intri­gas del COINTELPRO, el pro­gra­ma crea­do por el FBI para infil­trar y des­truir los movi­mien­tos radi­ca­les. La cam­pa­ña sis­te­má­ti­ca y masi­va del pro­gra­ma incluía intri­gas, rumo­res, coop­ta­ción, espio­na­je, infil­tra­cio­nes, repre­sión, tor­tu­ra, ase­si­na­to y otros méto­dos non sanc­tos. Su resul­ta­do sería el des­ba­ra­ta­mien­to de orga­ni­za­cio­nes ente­ras, el encar­ce­la­mien­to masi­vo de disi­den­tes y el vuel­co pre­ca­rio de miles de mili­tan­tes a la clandestinidad. 

Assa­ta pro­po­ne, en su auto­bio­gra­fía, un ejem­plar ejer­ci­cio de crí­ti­ca y auto­crí­ti­ca que inclu­ye, entre varios ele­men­tos: el seña­la­mien­to del feti­chis­mo arma­do de cier­tos miem­bros del par­ti­do; la insu­fi­cien­cia de los pla­nes de for­ma­ción polí­ti­ca, en par­ti­cu­lar en lo que a orga­ni­za­ción y movi­li­za­ción refie­re; un inter­na­cio­na­lis­mo a veces algo abs­trac­to que pres­cin­día del aná­li­sis y la com­pren­sión de la pro­pia reali­dad nacio­nal; un méto­do de tra­ba­jo que en su ver­sión más tos­ca se resu­mía en la fór­mu­la por­ta­ción de armas más asis­ten­cia social; el auto­ma­tis­mo y la fal­ta de peda­go­gía de cier­tos pro­ce­sos; el sexis­mo y el “cul­to al macho” refor­za­do por la pro­pia lógi­ca mili­ta­ris­ta; las difi­cul­ta­des para dis­tin­guir entre la lucha polí­ti­ca legal y la lucha mili­tar clan­des­ti­na; el dog­ma­tis­mo y las pur­gas de diri­gen­tes y mili­tan­tes valio­sos; y, final­men­te, el mili­ta­ris­mo y la sus­ti­tu­ción del tra­ba­jo polí­ti­co. Como resul­tan­te Assa­ta y otros mili­tan­tes aban­do­na­rían un par­ti­do ya casi redu­ci­do a su míni­ma expre­sión, y se inte­gra­rían a una orga­ni­za­ción más fle­xi­ble y des­cen­tra­li­za­da: el Ejér­ci­to Negro de Liberación. 

Pre­sa

“Her­ma­nos y her­ma­nas Negras, quie­ro que sepan que les amo y que espe­ro que en algún lugar de su cora­zón ten­gan amor para mí. Me lla­mo Assa­ta Sha­kur (…) y soy una revo­lu­cio­na­ria. Una revo­lu­cio­na­ria Negra. Con eso quie­ro decir que he decla­ra­do la gue­rra a todas las fuer­zas que han vio­la­do a nues­tras muje­res, han cas­tra­do a nues­tros hom­bres y han man­te­ni­do a nues­tros bebés en la mise­ria. (…) Soy una revo­lu­cio­na­ria Negra y, como tal, soy una víc­ti­ma de toda la ira, el odio y la male­di­cen­cia de la que ameŕi­ka [sic] es capaz. Como a todos los otros revo­lu­cio­na­rios Negros, amé­ri­ka inten­ta lin­char­me”. Así comien­za una cin­ta gra­ba­da el 4 de julio de 1973.

Los poli­cías que la cus­to­dian en el hos­pi­tal se salu­dan alter­na­ti­va­men­te con la venia mili­tar o con el salu­do nazi-fas­cis­ta. Assa­ta ase­gu­ra que siem­pre los lla­mó nazis o “cer­dos fas­cis­tas” en un sen­ti­do figu­ra­do, pero aho­ra se enfren­ta a la dura cons­ta­ta­ción de la retó­ri­ca. A par­tir de allí comen­za­rá un lar­go peri­plo de seis años y medio por hos­pi­ta­les, tri­bu­na­les, cár­ce­les de alta segu­ri­dad y cel­das de ais­la­mien­to. Será encon­tra­da ino­cen­te en la inmen­sa mayo­ría de los car­gos que se le impu­tan ‑por­ta­ción ile­gal de armas, asal­to, secues­tro, ase­si­na­to- inclu­so de aque­llos por los que huía la noche de su captura.

A par­tir de allí será some­ti­da a toda suer­te de pri­va­cio­nes. A la liber­tad, pri­me­ro, pero será muy cla­ra sobre sus limi­ta­cio­nes his­tó­ri­cas para las pobla­cio­nes negras de los Esta­dos Uni­dos: “La úni­ca dife­ren­cia entre esto [la cár­cel] y la calle es que una es de máxi­ma segu­ri­dad y la otra es de míni­ma. La poli­cía patru­lla nues­tras comu­ni­da­des jus­to como aquí patru­llan los guar­dias. No ten­go ni la más remo­ta de lo que se sien­te ser libre”. Será reclui­da en cár­ce­les de hom­bres. Se le dene­ga­rá el repo­so y has­ta la oscu­ri­dad, some­ti­da a 24 hs dia­rias de vigi­lan­cia. Le será reta­cea­da una aten­ción médi­ca ade­cua­da, inclu­so duran­te su emba­ra­zo y su par­to en el Hos­pi­tal Elmhurts, en el que dará a luz ata­da a una cama y cus­to­dia­da por poli­cías arma­dos. Duran­te nue­ve meses no deja­rá de pre­gun­tar­se: “¿Cuán­tos lobos se ocul­tan en la male­za para comer­se a mi hijo?”.

Lue­go será obli­ga­da a tra­ba­jar de for­ma gra­tui­ta en pri­sio­nes fede­ra­les, una prác­ti­ca ruti­na­ria y “legal” a res­guar­do de la fatí­di­ca Deci­mo­ter­ce­ra Enmien­da de la Cons­ti­tu­ción. Se le con­fi­na­rá en ais­la­mien­to duran­te lar­gos perío­dos has­ta el pun­to de lle­gar a per­der de for­ma tem­po­ral y par­cial la capa­ci­dad del habla. Será agre­di­da sexual­men­te y ame­na­za­da per­ma­nen­te con ser vio­la­da. Sufri­rá jui­cios de carác­ter neta­men­te polí­ti­co, con pro­ce­sos inve­ro­sí­mi­les, jura­dos casi exclu­si­va­men­te blan­cos y jue­ces vena­les, pero no se le per­mi­ti­rá una defen­sa polí­ti­ca de su vida y de su cau­sa. Será lin­cha­da mediá­ti­ca­men­te, y el jui­cio que final­men­te la encon­tra­rá cul­pa­ble de homi­ci­dio tan sólo rubri­ca­rá la cul­pa­bi­li­dad ya sen­ten­cia­da por la pren­sa. Sufri­rá todas las for­mas de tor­tu­ra con­ce­bi­bles para al fin afir­mar indo­ble­ga­ble: “yo ten­go que ver con la vida”.

Foto­gra­fía toma­da por el NY Daily News.

A esta altu­ra de la peque­ña saga con­for­ma­da por nues­tras bitá­co­ras, es inevi­ta­ble que la his­to­ria de los y las inter­na­cio­na­lis­tas se atrai­gan, se acer­quen, se rocen y en oca­sio­nes has­ta se abra­cen. En la cár­cel de muje­res de máxi­ma segu­ri­dad de Alder­son, en Vir­gi­nia Occi­den­tal, dise­ña­da para “las muje­res más peli­gro­sas del país”, Assa­ta se topa­rá con una mujer blan­ca entra­da en años, con cabe­llo entre­cano, “de aspec­to digno, de maes­tra de escue­la”. Inme­dia­ta­men­te reco­no­ce­rá en ella a Loli­ta Lebrón, la heroi­ca inde­pen­den­tis­ta puer­to­rri­que­ña. Nun­ca la soro­ri­dad tuvo un sen­ti­do más pleno que entre esas dos muje­res que paga­ban con hol­gu­ra el pre­cio de su deter­mi­na­ción. Loli­ta, valien­te, inque­bran­ta­ble, mís­ti­ca, lle­va­ba ya un cuar­to de siglo pri­va­da de su liber­tad, ale­ja­da de su patria y sus afec­tos y polí­ti­ca­men­te ais­la­da, sos­te­ni­da tan sólo por su fe y su pasión por la cau­sa inde­pen­den­tis­ta bori­cua. Loli­ta mar­ca­ría tam­bién otro hito en el pro­ce­so de for­ma­ción de Assa­ta, al lle­var­la a recon­si­de­rar aspec­tos como la reli­gio­si­dad popu­lar, los víncu­los entre cris­tia­nis­mo y socia­lis­mo, y a cono­cer la corrien­te lati­no­ame­ri­ca­na de la teo­lo­gía de la liberación.

Libre y sin color

“«Vas a vol­ver pron­to a casa (…) No sé cuán­do, pero vas a vol­ver a casa. Vas a salir de aquí.», le había dicho su abue­la tras un sue­ño que sería un pre­sa­gio. De esta vida lle­na de hia­tos, clan­des­ti­ni­dad y fal­sas iden­ti­da­des ‑Assa­ta lle­ga­ría a tener más de 20 alias- nada resul­ta tan mis­te­rio­so como su fuga, el 2 de noviem­bre de 1979, del penal de máxi­ma segu­ri­dad del con­da­do de Clin­ton. Lo poco que sabe­mos es que tres hom­bres negros arma­dos irrum­pie­ron en la pri­sión toman­do a dos guar­dias de rehén, libe­rán­do­la en una ope­ra­ción de pre­ci­sión qui­rúr­gi­ca, sin bajas ni heri­dos. Se pre­su­me que se habría tra­ta­do de una acción de sus com­pa­ñe­ros del Ejér­ci­to Negro de Libe­ra­ción lar­ga­men­te pla­ni­fi­ca­da. Des­pués de cin­co nue­vos años de vida clan­des­ti­na bajo las nari­ces de la CIA y el FBI, Assa­ta con­se­gui­ría pegar un sal­to de gace­la hacia Cuba.

Allí verá, mate­ria­li­za­das en aquel peque­ño labo­ra­to­rio insu­lar, las ten­ta­ti­vas de igual­dad radi­cal por las que siem­pre había lucha­do: “Aun­que saben del racis­mo y del ku klux klan y del des­em­pleo, ese tipo de cosas no entran en su con­cep­ción de la reali­dad. Cuba es un país de espe­ran­za. Su reali­dad es tan dife­ren­te. Me impre­sio­na cuán­to han con­se­gui­do los cuba­nos en tan poco tiem­po de Revo­lu­ción”. En par­ti­cu­lar, le sor­pren­de­ría la reali­dad y el tra­ta­mien­to de la cues­tión racial: “Se veía a Negros y blan­cos jun­tos por todas par­tes: en coches y pasean­do por las calles. Niños de todas las razas juga­ban jun­tos.” “Un ami­go cubano Negro me ayu­dó a enten­der­lo mejor. Me expli­có que los cuba­nos daban por hecho su heren­cia afri­ca­na. (…) Me dijo que Fidel, en un dis­cur­so, le había dicho a la gen­te: ‑Todos somos Afro-Cuba­nos, de los más pali­du­chos a los más more­nos. (…) Aun­que esta­ba de acuer­do con­mi­go, me dijo ense­gui­da que él mis­mo no se veía a sí mis­mo como Afri­cano: ‑Yo soy cubano”. 

Aún más, aquel ami­go suyo se refi­rió a un com­pa­trio­ta des­em­bo­za­da­men­te racis­ta que se había opues­to, ori­gi­nal­men­te, al matri­mo­nio de una de sus hijas con un negro cubano. Su razo­na­mien­to, ante el hecho, será inape­la­ble: “Mien­tras apo­ye la Revo­lu­ción, no me impor­ta lo que pien­se. Me impor­ta más lo que hace. Si real­men­te apo­ya la Revo­lu­ción, cam­bia­rá. E inclu­so si no cam­bia, sus hijos van a cam­biar. Y sus nie­tos cam­bia­rán toda­vía más.” ¿Es qué aca­so se ha esta­ble­ci­do mejor defi­ni­ción de lo que es una revolución?

En otra oca­sión Assa­ta fue lla­ma­da “mula­ta” y lle­gó a sen­tir­se pro­fun­da­men­te ofen­di­da: “-Yo no soy mula­ta. Yo soy una mujer Negra, y estoy orgu­llo­sa de ser Negra ‑le decía a la gen­te (…) Algu­nas per­so­nas enten­dían lo que que­ría decir, pero otros pen­sa­ban que esta­ba dema­sia­do obse­sio­na­da con el tema racial. Para ellos, mula­to era sim­ple­men­te un color, como rojo, ver­de o azul. Pero para mí repre­sen­ta­ba una rela­ción his­tó­ri­ca.” De pron­to, en aque­lla lati­tud cari­be­ña, Assa­ta Sha­kur, “la pan­te­ra más negra”, negra en lo que negro tenía de car­ga racis­ta y estig­ma­ti­zan­te, pero tam­bién de orgu­llo racial y auto­es­ti­ma com­ba­tien­te, se encon­tra­ba en Cuba sin color. Qui­zás algu­na vez se haya topa­do con aquel poe­ma de Nico­lás Gui­llén que reza­ba: Aquí hay blan­cos y negros y chi­nos y mula­tos. /​Des­de lue­go, se tra­ta de colo­res bara­tos /​pues a tra­vés de tra­tos y con­tra­tos /​se han corri­do los tin­tes y no hay un tono esta­ble. /​(El que pien­se otra cosa que avan­ce un paso y hable.)

Itu­rria /​Fuen­te

Artikulua gustoko al duzu? / ¿Te ha gustado este artículo?

Twitter
Facebook
Telegram

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *