Por Isaac Bigio, Resumen Latinoamericano, 19 de octubre de 2021.
El Presidente Pedro Castillo cumple su 52 aniversario de vida casi al mismo tiempo que en Chile se recuerda el segundo aniversario de su gran levantamiento popular. Gracias a las masivas protestas mapochinas contra el aumento de los pasajes es que se abrió paso a unas elecciones constituyentes, las mismas que le dieron la victoria a fuerzas que quieren desterrar al neoliberalismo, justo en la patria de lo que ha sido este modelo para el continente.Chile no solo que está echando abajo a la carta magna y al monetarismo de Pinochet, sino que se ha convertido en el primer país del mundo en haber puesto como Presidenta de su convención constituyente a una mujer representante de su mayor nación amerindia (en este caso, los mapuches).
Pese a que el Presidente sigue siendo la principal figura que ha tenido la derecha chilena después de la dictadura (y el único que provenga de dicho sector en haber llegado a tener dos mandatos), hoy la popularidad de Piñera está en picota. De cada 10 chilenos 7 le rechaza, y ese sentimiento va a ir creciendo a medida que se vayan rebelando los escándalos de la abierta caja de los papeles de Pandora.
Lo que en Chile ha permitido el avance del movimiento social y del proceso constituyente ha sido, precisamente, la movilización de los jóvenes, los trabajadores y el pueblo.
El caso peruano es aún más inusual. Se trata de la primera vez en la historia sudamericana en la cual un maestro, rondero, campesino pobre y sindicalista que proviene de una recóndita aldea rural llega de un plumazo a la Presidencia, y todo ello sin haber tenido experiencia en el aparato estatal, aunque sea como concejal y enfrentándose a todo el gran poder económico y mediático de los poderosos.
Castillo debe darse cuenta de que su victoria electoral es un subproducto de todas esas movilizaciones que se dieron el 10 – 15 de noviembre que terminaron echando al cogobierno entre el fujimorismo y AP, y luego de todas esas concentraciones multitudinarias que querían evitar que Keiko llegue a Palacio y que se acabe con tanta pobreza e injusticia social.
Hoy el Presidente peruano parece un castillo sitiado, donde todas las fuerzas del centro y la derecha quieren obligarlo a que vaya abandonando todas sus promesas electorales para poderlo convertir en una nueva variante de lo que fue Ollanta Humala o Alejandro Toledo (en cuyo partido él antes militó).
Mientras exista un Congreso dominado en un 70% por este sector, el cual se dedica a permanentemente cuestionar uno u otro ministro y desafilar cualquier propuesta radical, a Castillo no le va a ser posible gobernar. Él tiene 2 alternativas:
1) Ir progresivamente creando una especie de concertación o cogobierno directo o encubierto con la derecha «moderada», lo que eventualmente puede dar paso a una alianza PLAPS (Perú Libre – Acción Popular – Somos Perú) para lograr una leve mayoría absoluta parlamentaria. Esto le daría cierta estabilidad, pero le haría perder popularidad. Castillo a la postre no contentaría a la derecha (la cual prefiere poner a uno de los suyos en el poder) ni tampoco a sus votantes, quienes verían que él tendría que haber sacrificado muchas de sus «palabras de maestro».
2) Tratar de aplicar el programa por el cual él fue electo, pero, para eso, debe arrinconar y neutralizar al Congreso (el cual cada vez es más impopular). Esto último solamente se puede lograr siguiendo el ejemplo chileno (o del que él hizo en su campaña electoral) movilizando a grandes sectores, e ir pronto a una nueva Asamblea Constituyente. Para eso Castillo debe apasionar a los trabajadores y a los más humildes con ejecutar algunas medidas como aumentar los sueldos (el mínimo vital ya no permite vivir, sigue congelado desde hace 40 meses y en términos de dólar y capacidad adquisitiva se ha desplomado): entregar paquetes de víveres y productos esenciales a millones de los más pobres estudiando los ejemplos de la Bolsa de Familia de Brasil o las de los Comité Local de Abastecimiento y Producción (CLAP) de Venezuela, algo que le permitiría ir al «hambre cero» y crear comités de distribución con asambleas de base generando una vasta corriente popular de apoyo; reducir drásticamente los precios del gas, la luz, la telefonía y el agua, incluso planteando la posibilidad de nacionalizar recursos estratégicos; controlar precios básicos; y otras acciones que reactiven la economía levantando el poder adquisitivo de la población y con ello incrementando la demanda y el mercado interno.
Esta última salida tiene sus riesgos pues puede llevar a muchas protestas de uno u otro lado en las calles, pero puede que sea la única alternativa que tiene Castillo para viabilizarse en el poder.