Por Luis Vega González, Resumen Latinoamericano, 29 de noviembre de 2021.
En la foto: Luis Vega González y Marco Illich Riquelme García
Me nos tomaron esa foto en la cárcel de La Serena, también eran tiempos electorales como hoy. “Cuando ganemos, al otro día, saldrán libres todos los presos políticos”, nos decían. Muchos lo creyeron.
Bueno, la historia es sabida, al otro día de la borrachera electoral las promesas se olvidan, vuelve la cruda realidad, las excusas son infinitas, como hoy. “Los que han cometido delitos quedarán presos” dice el candidato de turno. A nosotros nos dijeron hace 32 años atrás “ hay que ver cuales son los presos de conciencia y los de sangre”, “hay que lograr estabilidad democrática primero”, “no podemos hacer mucho por los que están en fiscalías militares”.
Para los “necios” como Marco y muchos de nosotros, la libertad es un asunto de de principios, es permanente, las promesas son promesas y se cumplen, nuestro deber en esos tiempos era conseguir la libertad sin permiso.
Al entrar a la cárcel y ya en las celdas de incomunicación, uno de los primeros pensamientos es cómo saldré de aquí. Obvio no estás pensando en jueces y abogados, solo queda lo más pronto posible enviar un informe de tu situación a los compañeros que quedaron luchando afuera.
Estar en un lugar desconocido, en el rincón de una celda de 2×2 es extraño. Lo peor ha pasado, la tortura, los interrogatorios. La mano de tus verdugos está lejos por ahora y es cambiada por la de tus carceleros. Pero ese pequeño espacio te reconforta a pesar de las pulgas y la cobija que te pasan por las noches, las heridas empiezan a curar en silencio, mientras repasas las fallas de seguridad y el impacto que tuvo tu detención en la organización. Respiro profundo. En fin, somos tres las bajas o presos. Yo soy la llave y no lograron quebrarme, he ganado otra batalla, nunca sabrán por mi boca de mis compañeros.
Mi primera noche dormí tranquilo, los días pasarían lentos, con un par de salidas a fiscalía militar con mi respuesta escueta “soy combatiente del Frente Patriótico Manuel Rodríguez y no voy hacer ninguna declaración”. Así salía de fiscalía, flanqueado por gendarmes y su dispositivo de seguridad, caminando lleno de orgullo a seguir con la incomunicación. A las pocas semanas llegaría el fiscal militar Fernando Torres, delegado especial del dictador, a interrogarme y de paso a mis compañeros. En fiscalía nos vimos de frente, él de pie, yo esposado por la espalda a una silla giratoria. “No voy a declarar”, lo desafié, sabía quién era, lo había visto por la tv muchas veces. Sus primeras palabras, mientras pateaba la silla, fueron “¿porqué lo dejaron vivo?”, “te voy a llevar en un avión y veremos si no hablas, desaparecerás como tus compañeros”. “Lo quiero en Santiago” sentenció y dejó el salón.
Al otro día saldría en comisión especial con gendarmería rumbo a Santiago, custodiado por gendarmes de civil, con todas la medidas de seguridad llegaría a la Penitenciaria de Santiago, lugar de reclusión de cientos de presos políticos y comunes.
En el segundo piso estaban la celdas de castigo y mi lugar de incomunicación era un poco más elegante que el piso de madera de La Serena, aquí tenía un camarote y un colchón, claro, con muchas más pulgas que mi frazada anterior.
Aún no podía comunicarme con mis compañeros y los presos comunes que se encontraban en ese lugar no me daban confianza para mandar ningún recado. Ya sabían que era preso político, a lo lejos me decían “hay muchos compañero tuyos acá ¿quieres mandarle algún recado?. No, les decía. “¿Tenís cuchara pa’ mandarte un correo?” Sí, les respondí. “Saca la mano fuera de la celda con la cuchara y mantenla allí”. Sentí un cordel que atrapé con un pequeño bulto, eran un par de cigarros y unos fósforos. Así logré fumar mis primeros puchos.
Entre el sonido metálico de la celdas y los murmullos de los presos, ya mi barba había crecido, mi pelo era una masa de tierra y cabello, seguía la incomunicación.
La cárcel es un mundo surrealista. A pesar de la rutina, lo inusual aparece como un rayo de luz. Siento que se abre la reja del pasillo y un gendarme grita “dos voluntarios para ir a buscar la comida”. Me ofrezco desde mi celda y junto a un preso común, salimos con un fondo a buscar la comida del medio día. Bajamos una estrecha escalera y llegamos a un patio de palmeras. En la espera de que llenaran el fondo con el menú del día, miro alrededor y con sorpresa veo una puerta entre abierta, un gendarme afuera, se veía la calle. La inercia me hace girar todo el cuerpo hacia esa puerta, cuando escucho un grito “¿quién es ese de barba?”y los gendarmes se abalanzan sobre mi. “es un preso político incomunicado ¿qué hace aquí?”. Vine a buscar el almuerzo, respondo.
Ya de vuelta a la celda custodiado por una tropa de gendarmes, subiendo por la escalera que daba al patio 5, el de los presos políticos; grito con todas mis fuerzas “soy preso político y no he entregado a nadie, estoy bien”. Fue el primer contacto con mis compañeros, los vi, me vieron.
Así pasaría mis días en Santiago, entre fiscalía y mi lugar de incomunicación, meditando con la certeza de que los servicios de seguridad casi no conocían de mi. Nunca sabré si lo del patio de las palmeras fue una trampa o si realmente llegué a un par de pasos de la calle estando incomunicado en la Penitenciaria de Santiago. Mis sueños de fuga comienzan con esa imagen hasta hacerla realidad.
Ese día de la foto con Marco, él ya tenía su plan de fuga con nuestros compañeros de la Cárcel Pública, solo estaba de paso por La Serena. A las pocas semanas regresaría a Santiago para fugarse un día 30 de enero de 1990, por un túnel de 80 metros de largo junto a 49 combatientes.
En La Serena, 42 días después, alcanzaríamos la libertad dos presos políticos: una compañera, Luisa, y yo saldríamos por la puerta principal en las mismas narices de los gendarmes, apoyados por las visitas y todos los que nos acompañaron en esa gesta.