Femi­nis­mos. ¿Por qué el patriar­ca­do nos roba el pla­cer y los orgasmos?

Por Coral Herre­ra Gómez, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 3 de noviem­bre de 2021.

El pla­cer de las muje­res es el epi­cen­tro del patriar­ca­do. Un cuer­po que goza por sí mis­mo, que no se ofre­ce a las nece­si­da­des sexua­les y repro­duc­ti­vas de los hom­bres, es un cuer­po rebelde.


Cuan­do empe­za­mos a cul­ti­var la tie­rra, los hom­bres la con­vir­tie­ron en pro­pie­dad pri­va­da para poder explo­tar­la y trans­mi­tir­la en heren­cia a las nue­vas gene­ra­cio­nes. Des­pués le tocó el turno a los ani­ma­les: domes­ti­ca­ron a unas cuan­tas espe­cies, empe­za­ron a explo­tar­las, a hacer nego­cio con ellos y, sobre todo, con ellas. Las hem­bras que podían mul­ti­pli­car las cabe­zas de ganado. 

Des­pués nos tocó a noso­tras: las muje­res fui­mos ence­rra­das en el espa­cio domés­ti­co, per­di­mos nues­tro dere­cho a con­tro­lar nues­tra sexua­li­dad y nues­tra repro­duc­ción. Fui­mos obli­ga­das a ser monó­ga­mas de por vida.

Los hom­bres patriar­ca­les nos roba­ron el pla­cer: nues­tros cuer­pos solo debían ser­vir para hacer nego­cios entre ellos y para la explo­ta­ción sexual, repro­duc­ti­va, domés­ti­ca y labo­ral. Has­ta el hom­bre más pobre de la Tie­rra tie­ne una cria­da per­so­nal que le cui­da y le cubre sus nece­si­da­des sexuales. 

A noso­tras nos matan por tener sexo antes del matri­mo­nio y por ser infie­les den­tro del matri­mo­nio, inclu­so en los paí­ses en los que ya no es legal ase­si­nar a tu espo­sa bajo nin­gún concepto. 

Pero antes de matar­nos, sufri­mos otro tipo de castigos. 

A las niñas, en la infan­cia y la ado­les­cen­cia, nos ofre­cen tone­la­das de roman­ti­cis­mo, pero no nos hablan de sexo. La pri­me­ra vez que me habla­ron de sexo en la escue­la fue para adver­tir­me de lo peli­gro­so que era: podías que­dar­te emba­ra­za­da y enfer­mar gravemente.

Nadie me expli­có que el sexo, cuan­do estás lle­na de deseo y eres corres­pon­di­da, es uno de los mayo­res pla­ce­res de la vida. 

Nadie me expli­có que el sexo, cuan­do no odias tu cuer­po y no estás en gue­rra con­tra él, es una de las pasio­nes más gran­dio­sas y diver­ti­das del mundo. 

A mí no me habla­ron de las deli­cias del sexo, pero al menos no me macha­ca­ron psi­co­ló­gi­ca­men­te como a mis abue­las, que estu­vie­ron some­ti­das al sadis­mo de la reli­gión cató­li­ca que las ame­na­za­ba con que­dar­se cie­gas o sor­das por mas­tur­bar­se, que les habla­ba de su cuer­po como un antro de peca­do, que les metían mie­do con la posi­bi­li­dad de ir al infierno por tocar­se y por tocar a otras muje­res y hombres.

Nues­tras madres tam­bién sufrie­ron esta pesa­di­lla, pero tuvie­ron la suer­te de poder vivir la revo­lu­ción sexual de los 70 del siglo XX. No solo se des­li­gó el sexo de la repro­duc­ción con la comer­cia­li­za­ción de los pre­ser­va­ti­vos y las píl­do­ras, sino que tam­bién pudi­mos libe­rar­nos de la cul­pa y del pecado. 

De esta revo­lu­ción sexual pudie­ron bene­fi­ciar­se unas pocas muje­res en el mun­do: muje­res de paí­ses desa­rro­lla­dos que vivían en las ciu­da­des, mayo­ri­ta­ria­men­te. La gran mayo­ría de las muje­res del mun­do viven aún bajo el yugo de obis­pos, curas y pas­to­res misó­gi­nos que las bom­bar­dean con los mis­mos men­sa­jes que a nues­tras abue­las. Para muchas niñas y ado­les­cen­tes, su pri­me­ra expe­rien­cia sexual sigue sien­do una vio­la­ción, gene­ral­men­te per­pe­tra­das por sus padres, padras­tros, abue­los, her­ma­nos, tíos y pri­mos. No solo las vio­lan con diez años de vida: las obli­gan a casar­se con sus vio­la­do­res y las obli­gan a parir. Si no mue­ren en el par­to, las tor­tu­ran a sufrir una mater­ni­dad no desea­da para toda su vida.

Millo­nes de muje­res jóve­nes en el mun­do siguen sin reci­bir edu­ca­ción sexual y emo­cio­nal en las escue­las, y no tie­nen acce­so a anti­con­cep­ti­vos. Siguen murien­do todos los días muje­res por abor­tos clan­des­ti­nos. Sus cuer­pos no son suyos: lo úni­co que pue­den hacer con ellos es cedér­se­lo a hom­bres para que hagan nego­cios entre ellos. El cuer­po de las muje­res pobres es una mer­can­cía que los hom­bres uti­li­zan para ganar dine­ro. Tra­fi­car con los cuer­pos de muje­res pobres y con sus bebés es uno de los nego­cios más lucra­ti­vos del mundo. 

Por eso, un cuer­po de mujer que no está al ser­vi­cio del pla­cer del hom­bre, es un lugar de resis­ten­cia a la vio­len­cia del patriar­ca­do y el capi­ta­lis­mo. El cuer­po que no se ven­de, el cuer­po que no se pue­de usar y tirar, el cuer­po que no se ofre­ce a la mira­da y al deseo del hom­bre, es un cuer­po subversivo.

Y por eso el pla­cer de las muje­res es el epi­cen­tro del patriar­ca­do. Un cuer­po que goza por sí mis­mo, que no se ofre­ce a las nece­si­da­des sexua­les y repro­duc­ti­vas de los hom­bres, es un cuer­po rebel­de, y pone en peli­gro todo el sis­te­ma de domi­na­ción masculina. 

¿Cuán­tas muje­res en el mun­do pode­mos gozar de nues­tro ero­tis­mo y sexua­li­dad sin mie­do?, ¿cuán­tas pode­mos ele­gir nues­tra mater­ni­dad?, ¿cuán­tas pode­mos ele­gir a nues­tras com­pa­ñe­ras y com­pa­ñe­ros sexua­les? Somos muy pocas. 

Nues­tros cuer­pos no son para noso­tras: son para el mari­do, para el pute­ro, para el pro­xe­ne­ta, para el adic­to al porno, para los due­ños de las clí­ni­cas repro­duc­ti­vas o de iden­ti­dad de géne­ro, para los due­ños de las clí­ni­cas de belle­za, pero no son para nosotras. 

Nos dis­ci­pli­nan para que nos tor­tu­re­mos a noso­tras mis­mas pasan­do ham­bre con die­tas extre­mas, entran­do en los qui­ró­fa­nos para qui­tar­nos tro­zos de car­ne y de piel, entre­nan­do duran­te horas el cuer­po para que luz­ca fir­me, muscu­loso y bello. 

Nos ame­na­zan con la idea de que, si nues­tros cuer­pos no gus­tan a los machos, no vamos a con­se­guir mari­do, ni tra­ba­jo, ni fami­lia feliz y, por tan­to, vamos a que­dar­nos exclui­das, en los már­ge­nes del sis­te­ma y solas. 

Nos crían para que nues­tro obje­ti­vo en la vida sea des­per­tar el deseo y subir la libi­do de los machos, y nos dan a ele­gir: pode­mos ofre­cer­nos a un solo macho para for­mar pare­ja o a varios. Lo impor­tan­te es que gus­te­mos, que nos arre­gle­mos, que invir­ta­mos tone­la­das de dine­ro, de ener­gía y de tiem­po en estar bellas, y que nos ocu­pe­mos y nos preo­cu­pe­mos del pla­cer masculino. 

¿Y qué pasa cuan­do rei­vin­di­ca­mos nues­tro dere­cho al pla­cer? Que somos unas dege­ne­ra­das, y unas putas. Es el insul­to pre­fe­ri­do para cas­ti­gar a las muje­res libres: nos reba­jan a la cate­go­ría de mujer mala, mujer de usar y tirar, mujer que no mere­ce res­pe­to, para cas­ti­gar­nos a todas.

Es un meca­nis­mo muy efi­caz para que las muje­res nos olvi­de­mos de nues­tro pla­cer, renun­cie­mos a nues­tros orgas­mos, nos repri­ma­mos a noso­tras mis­mas, y nos entre­gue­mos de por vida a satis­fa­cer las nece­si­da­des sexua­les de los hombres. 

Hace poco un estu­dio de LELO, mar­ca sue­ca de jugue­tes eró­ti­cos, decla­ra­ba que el 46% de las muje­res con­sul­ta­das lle­ga­ba al orgas­mo en la pare­ja hete­ro­se­xual. Las que no logran alcan­zar­lo cuan­do están en pare­ja, el 29%, dije­ron que no se rela­ja­ba lo sufi­cien­te como para poder dis­fru­tar del sexo; un tan­to por cien­to de las muje­res no lle­ga­ba por cul­pa de la fal­ta de esti­mu­la­ción cli­to­ria­na, y un 40% de las muje­res con­fe­sa­ron fin­gir sus orgas­mos para no herir al macho. 

¿Por qué las muje­res hete­ro­se­xua­les nos preo­cu­pa­mos más por el ego frá­gil de nues­tros com­pa­ñe­ros que por nues­tro pro­pio pla­cer?, ¿por qué renun­cia­mos a correr­nos a gus­to y le damos más impor­tan­cia a los orgas­mos mas­cu­li­nos que a los nuestros?

A los hom­bres les cues­ta dis­fru­tar del sexo y del amor por­que no saben cómo hablar del tema. Están acos­tum­bra­dos a hablar de sexo con otros hom­bres, gene­ral­men­te para alar­dear de sus con­quis­tas, no para inter­cam­biar cono­ci­mien­tos en las artes del amor. 

Con sus pare­jas feme­ni­nas les cues­ta aún más por­que no están acos­tum­bra­dos a escu­char a una mujer hablar de su pla­cer, de su deseo, de sus fan­ta­sías, de sus olea­das, de sus orgas­mos múltiples. 

Noso­tras habla­mos mucho de sexo con nues­tras ami­gas. Con los hom­bres no pode­mos hablar por­que la mayo­ría de ellos se asus­tan y sus penes se hacen peque­ños cuan­do se ven fren­te a una mujer libre. Así que tene­mos que tener cui­da­do por­que si creen que somos muje­res para follar, no se van a ena­mo­rar de noso­tras: la mayo­ría de los hom­bres siguen cre­yen­do que hay muje­res bue­nas y malas, y que las malas son de usar y tirar. 

La mas­cu­li­ni­dad patriar­cal es muy frá­gil y a los hom­bres les cues­ta dis­fru­tar del sexo por­que creen que su obli­ga­ción como macho es eya­cu­lar para demos­trar su hom­bría. Les fal­ta humil­dad, curio­si­dad y gene­ro­si­dad: no pre­gun­tan a las muje­res qué es lo que les gus­ta en el sexo por mie­do a no dar la talla, y aun­que se aver­güen­zan de su igno­ran­cia, les cues­ta pre­gun­tar y pre­fie­ren apa­ren­tar que son machos poten­tes que saben com­pla­cer per­fec­ta­men­te a sus parejas. 

Noso­tras hace­mos como que nos com­pla­cen para que no se sien­tan mal. 

Pero lo cier­to es que estas men­ti­ras pia­do­sas solo sir­ven para que los machos man­ten­gan su ego y no apren­dan jamás a dar pla­cer a una mujer. 

¿Qué ocu­rre cuan­do nos atre­ve­mos a decir­le a nues­tra pare­ja lo que nos gus­ta y lo que no, cuá­les son nues­tras fan­ta­sías y dón­de están nues­tros lími­tes? Que los hom­bres se sien­ten incó­mo­dos por­que tie­nen mie­do a la mujer libre que cono­ce y ama su cuerpo. 

Cuan­do noso­tras rei­vin­di­ca­mos que somos algo más que agu­je­ros, esta­mos pidien­do un tra­to humano, y eso a muchos hom­bres les pare­ce humillante. 

Nues­tros orgas­mos no son nues­tros por­que su fin es hacer­le creer al macho que es poten­te y gran­dio­so. El macho gene­ral­men­te dis­fru­ta solo cuan­do la mujer se some­te, se pone de rodi­llas, y se olvi­da de sí mis­ma. El macho no dis­fru­ta con el sexo, dis­fru­ta con el poder que sien­te tenien­do fren­te a sí a una mujer some­ti­da y humillada. 

Los hom­bres con mucho ape­ti­to sexual son hombres. 

Las muje­res con mucho ape­ti­to sexual somos ninfómanas. 

No solo nos eti­que­tan como enfer­mas, tam­bién como locas, his­té­ri­cas, bru­jas, zorras, putas, dege­ne­ra­das. Por eso des­de que somos peque­ñas apren­de­mos a repri­mir­nos y a silen­ciar­nos, y a poner el cuer­po al ser­vi­cio de los demás. 

No solo nos repri­men los hom­bres: la voz del Señor patriar­cal que habi­ta en nues­tro inte­rior tam­bién nos rega­ña cuan­do esta­mos dema­sia­do calien­tes, cuan­do esta­mos dema­sia­do ardien­tes, cuan­do nos corre­mos como pose­sas, y cuan­do nos pone­mos reivindicativas. 

Los abu­sos sexua­les y las vio­la­cio­nes que sufri­mos en nues­tra infan­cia sir­ven para que las muje­res enten­da­mos que nues­tros cuer­pos no son nues­tros, que en ellos man­da el médi­co, el cura, el pro­fe­sor, el padre, el abue­lo, el vecino y el mari­do, y que son ellos los que nos qui­tan la ino­cen­cia y la virginidad.

Otra for­ma de dis­ci­pli­na­mien­to y tor­tu­ra que sufri­mos las muje­res es la vio­len­cia obs­té­tri­ca: el emba­ra­zo y el par­to son expe­rien­cias sexua­les que siguen estan­do con­tro­la­das por los hom­bres. Gine­có­lo­gos, enfer­me­ros y per­so­nal sani­ta­rio ejer­cen esta vio­len­cia con­tra nues­tros cuer­pos para que ten­ga­mos cla­ro que quie­nes man­dan son ellos. Cuan­do nos qui­tan a los bebés recién naci­dos lo hacen para que ten­ga­mos cla­ro quién man­da sobre nues­tros cuer­pos y nues­tras vidas, y para que los bebés sufran des­de el pri­mer minu­to el poder del Esta­do y del Patriarcado. 

El obje­ti­vo final es que viva­mos en gue­rra con nues­tros cuer­pos y renun­cie­mos a nues­tro dere­cho al pla­cer, para dedi­car­nos a com­pla­cer a los machos. Por eso nos tor­tu­ran y nos macha­can: no hay nada más ame­na­zan­te para el Patriar­ca­do que las muje­res que gozan.


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