Nues­tra­mé­ri­ca. Móni­ka Ertl: la mujer que hizo justicia

Por Ricar­do Ragen­dor­fer. Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 6 de noviem­bre de 2021.

El 9 de octu­bre de 1967, el Che Gue­va­ra fue ase­si­na­do en la Que­bra­da del Yuro, Boli­via. Tres años y medio más tar­de, a diez mil kiló­me­tros de dis­tan­cia, el coro­nel Rober­to Quin­ta­ni­lla ‑uno de los res­pon­sa­bles de la muer­te del míti­co gue­rri­lle­ro y enton­ces cón­sul boli­viano en Ham­bur­go, Ale­ma­nia- caía bajo las balas de una ven­ga­do­ra, Móni­ka Ertl.

Duran­te el medio­día del 1º de abril de 1971, el cón­sul de Boli­via en la ciu­dad ale­ma­na de Ham­bur­go se encon­tra­ba en su des­pa­cho, situa­do en el pri­mer piso de un anti­guo edi­fi­cio cén­tri­co. Con un dedo cla­va­do en el inter­co­mu­ni­ca­dor, oía la voz del recepcionista:

–Lle­gó la seño­ri­ta aus­tra­lia­na que vie­ne por su visado.

–Hága­la pasar.

Enton­ces se ali­só el bigo­te negro mien­tras se ponía de pie. Tras entrar, la mujer cerró len­ta­men­te la puer­ta. Su cabe­lle­ra rubia lucía un labo­rio­so pei­na­do y unas gafas de sol le enmas­ca­ra­ban el ros­tro. El cón­sul la reci­bió con una son­ri­sa que se esfor­za­ba en resul­tar ama­ble, mien­tras exten­día la mano izquier­da hacia una silla. Y dijo:

–Tome asien­to, señorita.

Ella no obe­de­ció. Esta­ba como para­li­za­da. La esce­na mis­ma se paralizó.

El cón­sul, algo incó­mo­do, repi­tió la fra­se con un tono más enér­gi­co. Y cla­vó los ojos sobre la recién lle­ga­da, ya sin esfor­zar­se en resul­tar agra­da­ble. De pron­to, enar­có las cejas, como sor­pren­di­do. En ese ins­tan­te se escu­chó el incon­fun­di­ble soni­do de un disparo.

Coro­nel Rober­to Quintanilla

La mujer, con un Colt Cobra cali­bre 38 entre las manos, gati­lló otros dos tiros. Recién enton­ces, el cón­sul se des­plo­mó sobre la alfombra.

A con­ti­nua­ción hubo un pesa­do silen­cio. La vic­ti­ma­ria, con rapi­dez, puso los pies en polvorosa.

En el des­pa­cho que­dó su pelu­ca, los ante­ojos negros y, sobre el cuer­po del cón­sul, un papel en el que sim­ple­men­te se leía: “Vic­to­ria o muer­te /​ELN”.

Eran las siglas del Ejér­ci­to de Libe­ra­ción Nacio­nal. Así se deno­mi­na­ba la mili­cia gue­rri­lle­ra coman­da­da por Ernes­to “Che” Gue­va­ra en Boli­via. Y el hom­bre ajus­ti­cia­do no era, por cier­to, un diplo­má­ti­co común sino el coro­nel Rober­to Quin­ta­ni­lla, uno de los res­pon­sa­bles de su ase­si­na­to, lue­go de haber sido cap­tu­ra­do en la Que­bra­da del Yuro el 9 de octu­bre de 1967​.De modo que la eje­cu­ción del mili­tar fue obra de una ven­gan­za polí­ti­ca. Pero tam­bién es la bisa­gra de otra tra­ma que mere­ce ser contada.

En este pun­to, es nece­sa­rio retro­ce­der en el tiempo.

El cie­lo por asalto

Trans­cu­rría la pri­ma­ve­ra de 1953 cuan­do el mon­ta­ñis­ta y cama­ró­gra­fo ale­mán, Hans Ertl, de 45 años, lle­gó a Boli­via para esta­ble­cer­se con su fami­lia en una hacien­da sel­vá­ti­ca ubi­ca­da al este de San­ta Cruz.

En Ale­ma­nia, aquel hom­bre había sido ami­go, aman­te y cola­bo­ra­dor de Leni Rie­fens­tahl, la cineas­ta favo­ri­ta de Hitler, cuyas pelí­cu­las fue­ron un hito de la pro­pa­gan­da nazi. Ertl solía jac­tar­se de su inter­ven­ción en al menos dos: Triumph des Willens (El triun­fo de la volun­tad /​1935) y Olym­pia (1936), un docu­men­tal sobre los Jue­gos Olím­pi­cos de Berlín.

Lue­go, ya des­ata­da la gue­rra, pasó a ser el fotó­gra­fo del maris­cal Erwin Rom­mel duran­te su cam­pa­ña en el nor­te de Áfri­ca. El tipo tam­bién solía dar­se dique de su amis­tad con él. Y pues­to que el “Zorro del Desier­to” –como se lo lla­ma­ba a Rom­mel– fue fusi­la­do por orden del Füh­rer por su víncu­lo con los ofi­cia­les que aten­ta­ron con­tra su vida el 20 de julio de 1944, tal cir­cuns­tan­cia, tras la caí­da del Ter­cer Reich, le per­mi­tió a Ertl repe­tir una suer­te de des­car­go ideo­ló­gi­co a tra­vés del tiem­po: “Yo nun­ca fui nazi”. Por lo pron­to, en Boli­via, nadie lo moles­tó por ello.

Los días se suce­dían para él plá­ci­da­men­te repar­ti­dos entre su pro­pie­dad rural, bau­ti­za­da “La Dolo­ri­da”, sus tareas como docu­men­ta­lis­ta y sus exten­sas esta­días en la ciu­dad de La Paz. Allí fre­cuen­ta­ba la comu­ni­dad ale­ma­na. En aquel con­tex­to hizo amis­tad con un com­pa­trio­ta, al cual inclu­so le con­si­guió empleo en un ase­rra­de­ro de Las Yun­gas explo­ta­do por tres judíos aus­tría­cos que habían lle­ga­do a ese país huyen­do del Holocausto.

El nue­vo ami­go se con­vir­tió en un asi­duo visi­tan­te en el hogar pace­ño de Ertl, al pun­to de que sus hijas lo lla­ma­ban “Tío Klaus”. Tal era su nom­bre de pila. Su ape­lli­do: Altmann.

La fami­lia de Ertl –com­pues­ta por su espo­sa, Aure­lia, y las ado­les­cen­tes Moni­ka, Hei­di y Bea­trix– lo acom­pa­ña­ban en un sitio y otro. De las hijas, su favo­ri­ta era Moni­ka, de 16 años. Ella lo asis­tía en las tareas cine­ma­to­grá­fi­cas, ade­más de com­par­tir su pasión por la prác­ti­ca de esquí y el alpinismo.

Aure­lia murió en 1958. Moni­ka, enton­ces, fijo su resi­den­cia per­ma­nen­te en La Paz, al ampa­ro de los Har­jes, una acau­da­la­da fami­lia ger­mano-boli­via­na de cuyos hijos ella era ami­ga, espe­cial­men­te del mayor, lla­ma­do Hans. Ellos no tar­da­ron en ena­mo­rar­se. Y la boda fue en la Navi­dad de aquel año.

Por un tiem­po la pare­ja resi­dió en el nor­te de Chi­le, pues­to que Hans era inge­nie­ro en las minas de cobre. Ya de regre­so en La Paz, la pare­ja se vol­có a una inten­sa vida social: par­ti­das de golf, de brid­ge y ese tipo de cosas.Pero la inti­mi­dad de ellos no era idí­li­ca. Por­que Hans en reali­dad era un celó­pa­ta con­tro­la­dor. Aún así, la cri­sis entre ellos demo­ró en esta­llar: recién se divor­cia­ron en 1966.

Fal­ta­ban meses para que Boli­via con­ci­ta­ra la aten­ción inter­na­cio­nal por la muer­te del Ché Gue­va­ra. En ese momen­to, Moni­ka asi­mi­ló esa noti­cia con cier­ta indi­fe­ren­cia. En eso tuvo que ver su des­po­li­ti­za­ción. Y el hecho de estar muy imbui­da en los pre­pa­ra­ti­vos de un via­je a Europa.

Al año siguien­te, estan­do en Ale­ma­nia, se encon­tró de casua­li­dad con Reinhardt, el menor de los Har­jes. Y regre­sa­ron jun­tos a Boli​via​.Su ex cuña­do, un estu­dian­te de Medi­ci­na con ideas de izquier­da, supo intro­du­cir­la en los círcu­los revo­lu­cio­na­rios de La Paz. Moni­ka, enton­ces, tomó con­tac­to con sobre­vi­vien­tes del foco gue­va­ris­ta, agru­pa­dos en lo que que­da­ba del ELN. Y se unió a ellos. Sus nue­vos com­pa­ñe­ros la lla­ma­ban “Imi­lla”.

En esa épo­ca ini­ció un apa­sio­na­do roman­ce con el anti­guo lugar­te­nien­te del Che y líder de esa orga­ni­za­ción: Gui­do Pere­do Lei­gue (a) “Inti”. Como era de supo­ner, la mili­tan­cia de Móni­ca no fue vis­ta con bue­nos aojos por su familia.

Por aque­llos días, Hans con­ti­nua­ba admi­nis­tran­do su cam­po, sin dejar de lado la rea­li­za­ción de docu­men­ta­les. Tam­bién fre­cuen­ta­ba con asi­dui­dad a sus amis­ta­des ale­ma­nas en La Paz.Entre ellos seguía estan­do Alt­mann, cuya vida había dado un pro­mi­so­rio sal­to: ya ale­ja­do del ase­rra­de­ro de Las Yun­gas, por enton­ces hacía nego­cios en socie­dad con el pre­si­den­te mili­tar de Boli­via, René Barrientos.

En mar­zo 1969, Moni­ka visi­tó a su padre en La Dolo­ri­da. Ella tenía un pro­pó­si­to pre­ci­so: ins­ta­lar allí una base de entre­na­mien­to del ELN. Pero Hans se negó con vehe­men­cia en medio de una ten­sa discusión.Fue la últi­ma vez que se vieron.

El 9 de sep­tiem­bre, Inti Pere­do cayó acri­bi­lla­do en La Paz duran­te una embos­ca­da del ejército.El coro­nel Quin­ta­ni­lla enca­be­za­ba el operativo.

El calle­jón sin salida

En la maña­na del jue­ves 1º de abril de 1971, las calles de la zona cén­tri­ca de Ham­bur­go esta­ban ates­ta­das de pea­to­nes. Qui­zás algu­nos hayan repa­ra­do en la silue­ta feme­ni­na que salía del anti­guo edi­fi­cio ubi­ca­do en el núme­ro 125 de la Heil­wigs­traße. Pero sin supo­ner que aque­lla mujer aca­ba­ba de car­gar­se a un repre­sor boliviano.

Ella no era otra que Moni­ka, y se per­dió entre el gen­tío sin dejar rastros.

Ese acto extre­mo cau­só el inte­rés de la pren­sa mun­dial, que ilus­tró sus cober­tu­ras al res­pec­to con imá­ge­nes del fina­do: aquel hom­bre con uni­for­me de gala en un acto cas­tren­se; aquel hom­bre con uni­for­me de com­ba­te en una zona sel­vá­ti­ca, y aquel hom­bre jun­to al cuer­po sin vida del Che, seña­lan­do una de sus heri­das con el dedo índice.

Al día siguien­te, en La Dolo­ri­da, Hans Ertl escru­ta­ba aque­llas mis­mas foto­gra­fías en la tapa del dia­rio san­ta­cru­ce­ño El Deber. Duran­te la maña­na se había ente­ra­do del asun­to por radio. Y lo asal­tó un pre­sen­ti­mien­to: ¿aca­so la eje­cu­to­ra de habría sido nada menos que su hija?

Ya al ano­che­cer, con­fir­mó esa sos­pe­cha con la lle­ga­da a la hacien­da de cua­tro poli­cías. Pero se reti­ra­ron sin dar con él. Hans esta­ba ocul­to en la copa de un árbol con una cara­bi­na, dis­pues­to a todo.Lo cier­to es que Inter­pol había iden­ti­fi­ca­do a Moni­ka como la eje­cu­to­ra del coro­nel Quin­ta­ni­lla. Y ella era ya bus­ca­da en medio mundo.

Para Ertl empe­zó una eta­pa de de insom­nio y deses­pe­ra­ción. No intuía en el des­tino de Moni­ka nada bueno.Ella pare­cía tra­ga­da por la tie­rra. En rigor, se había refu­gia­do por unos meses en Chi­le –allí gobier­na Sal­va­dor Allen­de– y lue­go via­jó a Cuba, dado que el ELN no con­si­de­ra­ba pru­den­te su regre­so a Bolivia.Allí ya esta­ba ins­tau­ra­da la dic­ta­du­ra del gene­ral Hugo Banzer.

En enero de 1972 la sor­pren­dió en La Haba­na una noti­cia publi­ca­da en el dia­rio Gran­ma: la iden­ti­fi­ca­ción en Boli­via por dos caza­do­res fran­ce­ses de nazis, Ser­ge y Bea­te Klars­feld, del cri­mi­nal de gue­rra ale­mán Klaus Bar­bie, apo­da­do el “Car­ni­ce­ro de Lyon” debi­do a sus tareas como jefe de la Ges­ta­po en dicha ciu­dad fran­ce­sa. Entre sus “haza­ñas” resal­ta la cap­tu­ra y depor­ta­ción de 44 niños judíos ocul­tos en la villa de Izieu, y el ase­si­na­to de Jean Mou­lin, el cua­dro de la Resis­ten­cia fran­ce­sa de más alto ran­go atra­pa­do por los nazis. En el plano cuan­ti­ta­ti­vo, se le atri­buía el envío a los cam­pos de con­cen­tra­ción de 7.500 per­so­nas y 4.432 asesinatos.

Bar­bie no era otro que el “Tío Klaus”. Pero salió indem­ne del pro­ble­ma, gra­cias a la pro­tec­ción del régi­men de Ban­zer, al que ya por enton­ces ase­so­ra­ba en la orga­ni­za­ción y fun­cio­na­mien­to de su apa­ra­to represivo.

Moni­ka comen­tó el asun­to con Regis Debray, quien tam­bién esta­ba en La Haba­na. Se tra­ta­ba del inte­lec­tual fran­cés que había esta­do en con­tac­to con el Ché en Boli­via. Cap­tu­ra­do por esa razón, salió en liber­tad a fines de 1970, duran­te el gobierno del gene­ral Juan José Torres.

Un plan para secues­trar a Barbie

Sema­nas des­pués, tal ope­ra­ción se orga­ni­zó des­de el nor­te chi­leno con la venia de ELN. Jun­to a Moni­ka y Debray, par­ti­ci­pa el matri­mo­nio Klars­feld y el perio­dis­ta boli­viano Gus­ta­vo Sán­chez Sala­zar. El pri­mer paso era ingre­sar clan­des­ti­na­men­te a Boli­via des­de el desier­to de Ata­ca­ma. Pero, final­men­te, un acci­den­te vial malo­gró la acción.

A media­dos de ese año se cele­bró una reu­nión de urgen­cia con­vo­ca­da por el minis­tro del Inte­rior boli­viano, gene­ral Juan Pere­da Asbún, en la sede cen­tral de la temi­ble Direc­ción de Inte­li­gen­cia del Esta­do (DIE). El moti­vo: la posi­ble pre­sen­cia de Moni­ka en el país. Entre los asis­ten­tes esta­ba Barbie.

No se equi­vo­ca­ban. Ella vivía clan­des­ti­na­men­te en un barrio popu­lar del muni­ci­pio de El Alto. Y con sus com­pa­ñe­ros tra­ta­ba de reor­ga­ni­zar al ELN, diez­ma­do por la repre­sión. Su cap­tu­ra era un obje­ti­vo pri­mor­dial del régimen.

En seme­jan­tes cir­cuns­tan­cias, ella logró hacer­le lle­gar una car­ta a Hans y pudo reci­bir su res­pues­ta: él le ofre­cía refu­gio y pro­tec­ción en La Dolo​ri​da​.No habrá otro con­tac­to entre ellos.

Duran­te la maña­na del 12 de mayo de 1973, Moni­ka salió de su refu­gio para reu­nir­se con dos militantes.A ella le lla­mó la aten­ción que las calles del barrio estu­vie­ran desier­tas. Y que flo­ta­ra un espe­so silen​cio​.De pron­to, se des­ató el infierno.

Des­de las esqui­nas, des­de los árbo­les y des­de los autos esta­cio­na­dos, incon­ta­bles silue­tas gati­lla­ban al unísono.Ella murió atra­ve­sa­da por los pri­me­ros dis​pa​ros​.Al cesar el repi­que­teo de las balas, Klaus Bar­bie se acer­có a reco­no­cer el cuerpo.

Ocho años des­pués, tras la dic­ta­du­ra del gene­ral Luis Gar­cía Meza, ese suje­to fue depor­ta­do a Fran­cia. Allí se lo juz­gó por sus crí­me­nes duran­te la Segun­da Gue­rra Mun­dial y fue con­de­na­do a pri­sión perpetua.

Bar­bie murió en una pri­sión de Lyon el 25 de sep­tiem­bre de 1991, a los 78 años.

Hans Ertl exha­ló su últi­mo sus­pi­ro en San­ta Cruz de la Sie­rra el 23 de octu­bre de 2000. Tenía 92 años.

Fuen­te: socom​pa​.info

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