Por Haneen Harara, Resumen Medio Oriente, 6 de noviembre de 2021-.
Son las 9 de la mañana y los rayos de la luz del sol iluminan a los niños y niñas en el jardín de infancia mientras juegan. Un narrador se prepara con ropa tradicional, gafas y un fez en su cabeza. Los ojos atentos de los pequeños se clavan en él. Se hace el silencio. Y comienza el espectáculo.
La narración es un antiguo patrimonio cultural y una producción artística, sencilla y espontánea que durante generaciones se ha practicado en Palestina para transmitir conocimientos.
Faedaa Alledawi, de 37 años, es refugiado de Palestina cuya familia proviene de Al-Na’ani, una aldea árabe ocupada en el distrito de Ramleh, que fue despoblada durante la guerra Árabe-Israelí de 1948. Está casado y tiene dos hijos, con los que vive en el campamento de refugiados de Nusairat, al sur de la ciudad de Gaza. Su profesión y pasión: ser cuentacuentos.
Alledawi se especializó en contar historias. Una profesión que nació en los hogares, tiendas, cafés y carreteras de Palestina, donde la gente solía reunirse alrededor del narrador, sentado, sosteniendo un libro. La calma y la buena escucha eran los protagonistas. Las reacciones del público tenían su lugar y se expresaban con total libertad, un coro que acompañaba a la alegría, la sátira o la tristeza con las que el narrador interpretaba las historias.
Faedaa eligió esta profesión por vocación, solía escuchar a su madre contando con pasión historias reales, algunas inventadas y muchas leyendas. Es un arte al que lleva entregado desde hace más de 20 años. Con este ánimo deambula por los campamentos de refugiados contando historias infantiles entre sus callejones: «Convertí mi motocicleta en un teatro móvil para atraer aún más a los niños».
La llegada de la pandemia paralizó su profesión, su vida y la de los niños y. niñas que le buscaban a conciencia entre las callejuelas. «No fue fácil para mí sentarme de brazos cruzados mientras estaba encerrado y aislado de los pequeños por la cuarentena». Su ingenio, como el de millones de personas que sufrimos al mismo tiempo la privación de libertad, afloró en el momento oportuno y creó “Windows”. Un altavoz y mucha pasión fueron los ingredientes que le empujaron a seguir contando fábulas y produciendo espectáculos con títeres desde la ventana de su hogar en el campamento de Nuseirat.
Su intención no era otra que sacar a los más pequeños del agotamiento mental, aburrimiento y fatiga psicológica a la que estaban sometidos durante el encierro domiciliario. «Es por eso que también decidí compartir las historias y actuaciones en vídeo en redes sociales”. El bloqueo de Israel y las múltiples ofensivas en Gaza han llevado a una proliferación de trastorno de estrés postraumático, trastornos en el estado de ánimo y otras afecciones relacionadas con el estrés.
La ausencia de esperanza para la juventud de Gaza, la pobreza, la incapacidad para viajar, el coronavirus y un sistema de salud mal equipado se han sumado al coste de la salud mental en Gaza.
Los cortes de luz, a los que la población de Palestina del enclave costero está sometida, incluso durante la pandemia, dificultó el trabajo de Faedaa. La conexión a internet fluctuaba al mismo tiempo que lo hacía su altavoz. Durante la cuarentena contaban con una media de 14 horas de luz diarias, pero no de forma continuada.
Lo solventó programando los espectáculos de acuerdo al horario de electricidad disponible y con el apoyo de algunos amigos. «Como narrador, me encantaría tener un canal infantil que mostrara la forma de desarrollar la creatividad y habilidades de los más pequeños”.
El regreso a la vida y la reapertura de guarderías y colegios devolvió a la nueva normalidad a Faedaa que comenzó a impartir actuaciones teatrales: «Empecé con 240 representaciones que realizaba como voluntario. Hoy trabajo con un equipo de 10 personas. Tenemos por objetivo educar a los niños y niñas y llevarles sonrisas a sus corazones».
«Continuaré mi carrera como voluntario porque amo este arte y quien ama lo que hace no lo abandona. Es lo que me da fuerzas. La pasión no se agota, ya sea financiada o no. Nuestra fuerza es para nuestros hijos e hijas, no debemos abandonarles”.
Contar historias es un arte muy importante en la sociedad gazatí. El lenguaje rítmico, incrustado en poesía, y narrado por un cuentacuentos, de forma educativa y entretenida, es el tipo de teatro que disfrutamos. «Amamos la vida. A nuestros hijos les encanta vivir en un ambiente de seguridad y paz. Les encanta jugar y divertirse y vivir libremente. Espero que en algún momento consigamos espacios teatrales que permitan a los pequeños asistir a espectáculos gratuitos. O una biblioteca pública en cada campamento que les proporcione cuentos y libros”.
Fuente: Palestinalibre.org