Argentina. La Noche Mala del 24

Argen­ti­na. La Noche Mala del 24

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Mar­ce­lo Val­ko, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 22 de diciem­bre de 2021. 

El Maes­tro nos había acos­tum­bra­do a seguir suman­do años como su que­ri­da tía Gise­la que había lle­ga­do a los cien. Era habi­tual escu­char­lo en repor­ta­jes, en infi­ni­dad de con­fe­ren­cias y ente­rar­nos que en la mis­ma sema­na habla­ba en Cafa­ya­te y lue­go en Cala­fa­te como él mis­mo iro­ni­za­ba. Nos fami­lia­ri­zó a sen­tir­lo como un siem­pre enfren­tan­do a la des­me­mo­ria des­de El Tugu­rio. Está­ba­mos pre­dis­pues­tos a su pala­bra, a sus escri­tos y su pre­sen­cia. Pero al final “la vida des­aten­ta o la muer­te ena­mo­ra­da” apa­re­ció para con­tra­de­cir tan­tas cer­te­zas. Y si… Se nace y se mue­re en cual­quier día. A todos nos aguar­da una últi­ma fecha y lo que va a suce­der será en un día arbi­tra­rio, al azar, ele­gi­do por la cru­da deri­va del des­tino. Le tocó par­tir un 24, en Noche Bue­na de 2018. Aquel día varias per­so­nas me dije­ron que no podía ser, que no era posi­ble. ¡Cómo no ser pro­pen­sos a la magia de disua­dir lo inevi­ta­ble!
Esa navi­dad infi­ni­dad de per­so­nas subie­ron fotos de cuan­do lo visi­ta­ron o lo vie­ron en una char­la o mos­tran­do la fir­ma y la dedi­ca­to­ria en alguno de sus libros. Osval­do era una mul­ti­tud de recuer­dos dife­ren­tes en la for­ma e idén­ti­cos en esen­cia. La gen­te ate­so­ra­ba esos momen­tos y le desea­ba des­can­so al lucha­dor de ace­ro que segui­rá vivo en su obra has­ta la vic­to­ria. Tam­bién hubo expre­sio­nes de des­pro­tec­ción, ni que hablar de la tris­te­za y la cons­ter­na­ción. Otros soli­ci­ta­ban apo­yo para poner­le Bayer a la calle Fal­cón o a la pla­ci­ta Alber­di. En gene­ral le desea­ban buen via­je. Su par­ti­da se per­ci­bía como un via­je. El voca­blo par­tir, hace refe­ren­cia a cor­tar, cer­ce­nar, sepa­rar a quie­nes están uni­dos. Para evi­tar­lo, me detu­ve a mirar nues­tras fotos con el áni­mo de rete­ner­lo. Son tan­tas imá­ge­nes como aque­llas del últi­mo asa­do que vino a mi casa antes de nues­tra mudan­za a Villa Urqui­za.
Pocos días des­pués de la asun­ción de Macri como pre­si­den­te, que­da­mos en que ven­dría a almor­zar. Él pre­fe­ría el hora­rio del medio­día en lugar de la noche así lue­go se tira­ba a dis­fru­tar de “las her­mo­sas sies­tas san­ta­fe­ci­nas del Tugu­rio”. La ciu­dad atra­ve­sa­ba una segui­di­lla de jor­na­das abra­sa­do­ras, esas horri­bles olas de calor que aplas­tan a los por­te­ños con­tra el asfal­to derre­ti­do y no corre una gota de vien­to. Por las dudas, aten­to a la tem­pe­ra­tu­ra lo lla­mé tem­prano por si desea­ba pos­po­ner­lo para una jor­na­da menos ago­bian­te.
-Un asa­do con ami­gos deja atrás cual­quier calor –res­pon­dió sin vaci­lar. Así de sim­ple, con­tun­den­te y fra­terno.
Le avi­se a mi her­mano Ale­jan­dro que se puso a lim­piar la parri­lla, acom­pa­ñe a Oli a la casa de una ami­gui­ta y lue­go pase por la fiam­bre­ría para armar una pica­da. En la esqui­na de Mon­roe y Arcos lo veo a Osval­do. Esta­ba ves­ti­do con una cami­sa celes­te, un pan­ta­lón bei­ge y sus eter­nos moca­si­nes antes de su sal­to a los crocs. Nos salu­da­mos, me retie­ne del bra­zo y escu­cho par­te de la con­ver­sa­ción con una vie­ja veci­na. Habla­ban de lo que ya no está…
-¿Que tema ver­dad? Ahí don­de aho­ra está la pes­ca­de­ría esta­ba la jugue­te­ría de Don Car­los –Los tres mira­mos la vitri­na del comer­cio- ¡Como cam­bió el barrio! Acá en Arcos jugá­ba­mos a la pelo­ta con los pibes…-no per­ci­be la calle ates­ta­da de autos, sino aquel empe­dra­do don­de esos chi­cos entre los que está él corren tras la pelo­ta. La mujer que lo empa­re­ja en edad asien­te. Osval­do no solo era un vecino cele­bre de Bel­grano, sino por sobre todo era un vecino del barrio. Había hecho la pri­ma­ria a pocas cua­dras en la escue­la Cas­to Muni­ta de Cuba y Eche­ve­rría, fren­te a la pla­za. Y como cual­quier per­so­na de edad le encan­ta­ba pala­dear esos chis­pa­zos que lo retor­na­ban a la infan­cia, ese terri­to­rio siem­pre lumi­no­so.
La seño­ra se des­pi­de con un auf Wie­der­sehen y una leve incli­na­ción de cabe­za. Gen­te de la vie­ja guar­dia. Así como en La Boca se asen­ta­ron inmi­gran­tes ita­lia­nos en Bel­grano fue el lugar que muchos ale­ma­nes e inclu­so eslo­va­cos como mi abue­lo opta­ron para vivir. Me pide que lo acom­pa­ñe al “Chino” que está a mitad de cua­dra sobre Mon­roe.
-Ten­go que com­prar dos cosas, una es para el asa­do… ya sabes para que es… –dice son­rien­do- y ya que estas, te la lle­vas. La otra es para mí.
En esa maña­na húme­da y pega­jo­sa esta­ba visi­ble­men­te aca­lo­ra­do. Con len­ti­tud tran­si­ta­mos la media cua­dra has­ta el súper. Cuan­do entra­mos, se acer­ca la ver­du­le­ra a salu­dar­lo. Se cono­cen hace años. La mujer es todo un per­so­na­je. Faná­ti­ca de River Pla­te, su pues­to está enga­la­na­do con fotos auto­gra­fia­das con todos los juga­do­res del plan­tel. De hecho, los domin­gos atien­de su pues­to enfun­da­da en la cami­se­ta del club. Bayer le pide naran­jas. Ella lo ubi­ca de haber­lo vis­to algu­na vez por tele­vi­sión. Por la for­ma en que eli­ge las naran­jas es evi­den­te que lo admi­ra. Lo mis­mo suce­de con Rober­to el car­ni­ce­ro de la esqui­na, o ese piz­ze­ro a quien lo escu­ché jurar que había leí­do todos sus libros, pero cuan­do le pre­gun­ta­mos cuál le había resul­ta­do más intere­san­te, el hom­bre no supo citar un títu­lo ni por apro­xi­ma­ción. Pero no impor­ta­ba, el Maes­tro lo daba por bueno. A veces algu­nas cosas hay que acep­tar­las como vie­nen, por­que vie­nen bien y es absur­do bus­car vuel­tas y siem­pre que pedía­mos una de muz­za era “al piz­ze­ro que leyó todos mis libros”.
Reco­rri­mos la gón­do­la de bebi­das. Eli­gió un tin­to para el asa­do y un cham­pag­ne “para más tar­de”. Sali­mos y lo acom­pa­ñe con las bol­sas has­ta El Tugu­rio. En la puer­ta, como siem­pre, me invi­to a cum­plir con el ritual de rigor. Un ritual al que éste endia­bla­do ácra­ta me había ini­cia­do hace años y que extra­ña­ré horro­res has­ta el día de mi muer­te. Ingre­sa­mos por la sua­ve penum­bra del pasi­llo al silen­cio de esa casa de su niñez. Un silen­cio ama­ble, aco­ge­dor. Fui­mos has­ta el fon­do don­de está la mesi­ta del patio jun­to a la coci­na que enfren­ta al cor­ti­na­do de potus que todo lo obser­van y que lo cono­cen mejor que nadie. El ritual, como todo rito que se pre­cie es inexo­ra­ble e idén­ti­co a sí mis­mo. Me pidió que bus­que las copas y trai­ga la bote­lla que aguar­da­ba en la mesa­da. Nos sen­ta­mos en las mece­do­ras de lona. Habla­mos de pava­das y brin­da­mos por el asa­do que com­par­ti­ría­mos en un par de horas. Antes de irme, le dije que lo bus­ca­ría en taxi para no fati­gar esas cua­dras en pleno medio­día. Se mos­tró con­tra­ria­do:
-Esta­mos a tres cua­dras… menos… Esta­mos a dos y media… qué ver­güen­za m´hijo… un taxi por eso. Enci­ma, ten­drá que dar una vuel­ta bár­ba­ra por­que Ugar­te es con­tra­mano…
-No cues­ta nada, hace mucho calor… ven­go con el taxi.
-Sino que­da otra… ‑dijo resig­na­do. Que­da­mos lo pasa­ría a bus­car a las 13.
Como era pre­vi­si­ble, y pun­tual como es, cuan­do esta­cio­na­mos Osval­do esta­ba espe­ran­do en el umbral con­sul­tan­do su reloj. Subimos y lle­ga­mos a casa en dos minu­tos.
-Ves… ‑dijo y me miró como dicien­do: “que bolu­dez…”. Entra­mos. Había­mos arma­do la mesa bajo el nís­pe­ro y la pla­ta que se la habían inge­nia­do para erguir­se altos des­de un espa­cio de tie­rra de dos por dos. Bajo esa som­bra se esta­ba más fres­co que aden­tro, igual pusi­mos un ven­ti­la­dor gran­de. Mi her­mano Ale­jan­dro que ofi­cia­ba de asa­dor tenia lis­ta la pica­da. La char­la se dejó venir. Aun­que comen­za­mos hablan­do de bue­yes per­di­dos como siem­pre sur­gió la polí­ti­ca, y obvia­men­te habla­mos del buey que lle­ga­ba. Macri había gana­do la pre­si­den­cia hacia unos días. Sea por con­vic­ción, por irri­ta­ción ante la ges­tión kirch­ne­ris­ta, por la influen­cia mediá­ti­ca, por los pero­nis­tas Mas­sa y Ran­daz­zo que le res­ta­ron votos, o por la flo­ja can­di­da­tu­ra de Scio­li a quien el gobierno había abo­fe­tea­do has­ta el penúl­ti­mo día, el expre­si­den­te de Boca triun­fó con tre­ce millo­nes de votos.
-Por pri­me­ra vez en la his­to­ria nacio­nal, lo más ran­cio de la dere­cha se adue­ñó del poder polí­ti­co en for­ma demo­crá­ti­ca. Es un hecho incues­tio­na­ble y es muy decep­cio­nan­te. Qué país este… pare­ce no tener reme­dio –dijo Bayer- Votar a un due­ño de la Argen­ti­na para que se apro­pie de lo poco que que­da… como pudie­ron votar eso… La fies­ta que se van a armar los tipos gra­cias a estos bolu­dos… ¡Qué país! Ese resul­ta­do nie­ga mi tra­ba­jo… Es como si todo lo hecho en mi vida no tuvie­ra sen­ti­do… ‑Esa últi­ma fra­se que pro­nun­ció con gran resig­na­ción lue­go se la escu­ché en nume­ro­sos repor­ta­jes.
Qui­zás debi­do a la tem­pe­ra­tu­ra, sur­gió el tema de sus once via­jes como mari­ne­ro en un bar­co de ELMA que hacía el tra­yec­to Bue­nos Aires – Asun­ción tocan­do algu­nos puer­tos inter­me­dios como Rosa­rio, Corrien­tes, For­mo­sa en una tra­ve­sía de 26 días. Sus ojos bri­lla­ban hablan­do del ver­dor de las ribe­ras, los can­tos de los pája­ros y sobre todo del cie­lo del atar­de­cer.
-¡Que pai­sa­jes! Cada día era dife­ren­te… eran pin­tu­ras, pin­ce­la­das en el horizonte…Excepto cuan­do tocá­ba­mos puer­to había una abso­lu­ta quie­tud a bor­do. El bar­co avan­za­ba en silen­cio, nada se movía. Me dije­ron que en el mar es dife­ren­te, la nave se agi­ta por el olea­je y el vien­to. En este caso no…. Pare­cía que la cos­ta avan­za­ba hacia atrás y noso­tros nos man­te­nía­mos inmó­vi­les. Los mari­ne­ros nos entre­te­nía­mos jugan­do a las car­tas.
-Me ima­gino las muje­res, vien­do des­cen­der a un marino rubio, de ojos cla­ros… ‑le digo con mali­cia.
-De esos temas no hablo ni una pala­bra…
-¡Los cora­zo­nes que habrá roto!
-No me saca ni una palabra…-y las risas fes­te­jan­do su sali­da.
Duran­te estos años de nues­tra amis­tad, más de una vez escu­che las mis­mas anéc­do­tas pero siem­pre le encon­tra­ba un nue­vo deta­lle que la redon­dea­ba. Lo del bar­co siem­pre lo rema­ta­ba con la huel­ga del Sin­di­ca­to Marí­ti­mo.
-Cuan­do le comu­ni­que mi deci­sión al capi­tán de ple­gar­me al paro me miro fijo con cara de no enten­der. Des­pués de estar en silen­cio me dijo:
-¿Usted va a hacer huel­ga en mi bar­co?
El joven Bayer asin­tió con la cabe­za. En ese enton­ces tenía 25 años, pero en muchos aspec­tos ya era el mis­mo que todos cono­ce­ría­mos des­pués, ya era “ese hue­so duro de roer” como lo defi­nió su gran ami­go Soriano. Fue el úni­co tri­pu­lan­te que aca­tó el paro y eso agra­vó la situa­ción.
-Está bien, haga su huel­ga, ya verá… ‑y escu­pió al piso como toda res­pues­ta.
Osval­do imi­tó la supues­ta cara de des­pre­cio del capi­tán e hizo un impas­se, bebió un sor­bo de tin­to. Era de esos narra­do­res que dis­fru­tan sus pro­pias his­to­rias. Con mi her­mano nos mira­mos, está­ba­mos en la pri­me­ra fila de ese ínti­mo espec­tácu­lo. Y aun­que él sabía que cono­cía­mos el final, igual dejó correr la intri­ga, un Maes­tro en todo el sen­ti­do de la pala­bra…
-Al tocar el pri­mer puer­to, me des­em­bar­có. Me dejó en Rosa­rio. Nun­ca más subiría a un buque de la mari­na de la Patria. Era 1952 y esta­ba el que te jedi…
Más allá del que te jedi, el ver­da­de­ro pro­ble­ma sur­gió des­pués, en Bue­nos Aires. Cuan­do su her­mano Franz que lo había hecho ingre­sar en ELMA se ente­ró, no podía creer lo de la huel­ga. Para col­mo sus supe­rio­res se lo habían echa­do en cara por haber­lo reco­men­da­do.
-No podes hacer­me esto…- le dijo cuan­do se encon­tra­ron- No pue­de ser… ¡El úni­co infe­liz huel­guis­ta de ese bar­co es mi her­mano! Qué ver­güen­za… ‑repe­tía Franz que era muy dis­tin­to a Osval­do- No tenes reme­dio…
Tenía razón. Nin­guno de esos her­ma­nos tenía reme­dio. Más de una vez Osval­do se pre­gun­tó cómo era posi­ble que dos hijos de una mis­ma madre pudie­ran ser tan dife­ren­tes. Eran el día y la noche pero en el fon­do eran tal para cual. Por eso siem­pre estu­vie­ron jun­tos y era nota­ble el afec­to que se pro­fe­sa­ban deba­jo de las bro­mas y chi­ca­nas que se hacían ambos. Franz vivía en el depar­ta­men­to arri­ba del Tugu­rio y tuve la for­tu­na de com­par­tir algu­nos almuer­zos desopi­lan­tes con ambos don­de Franz me decía “como pue­de ser ami­go de un tipo como este que aho­ra anda con eso de sacar pró­ce­res”. Osval­do con­tra­ata­ca­ba: “¿Mar­ce­lo sabe cuál es el rega­lo más pre­cia­do para Franz cuan­do regre­so de Ale­ma­nia? Comi­da para gatos. ¡Lo pue­de creer! Le trai­go comi­da para gatos y este se pone cho­cho. En un momen­to lle­gó a tener 18 gatos sal­tán­do­me por el techo del patio”. Yo me diver­tía tan­to. Algu­nas per­so­nas se sor­pren­den cuan­do les comen­to acer­ca de su gran sen­ti­do del humor. Cier­ta vez lo acom­pa­ñe a visi­tar a una anti­gua cono­ci­da. El mari­do había arma­do con los años un peque­ño museo de arte sacro. Era un espe­cia­lis­ta en el tema. La mayor par­te de las pie­zas pro­ve­nías de capi­llas en desuso de estan­cias que se frac­cio­na­ban. Tenía sagra­rios, cáli­ces, algún reta­blo e inclu­so tallas de algún san­to. Ya no recuer­do exac­ta­men­te como fue, pero mien­tras ambos reco­rría­mos las habi­ta­cio­nes admi­ran­do las pie­zas, para asom­bro de quie­nes nos acom­pa­ña­ban deci­di­mos apro­ve­char ese con­tex­to y hacer una repre­sen­ta­ción. Él hizo del Papa Ratzin­ger y yo de un mona­gui­llo alzan­do un cus­to­dio. La foto que lus­tra el epi­so­dio es elo­cuen­te. De nin­gu­na mane­ra que­ría­mos ofen­der a nadie, de hecho la ima­gen la toma el due­ño de casa encan­ta­do ante la ocu­rren­cia.
Des­pués del pos­tre hela­do, Osval­do comen­tó que ya era la hora de su sies­ta. Y otra vez empe­za­mos la puja del taxi que si que no.
-De nin­gu­na mane­ra. Son tres cua­dras, menos de tres… ‑Lo afir­mó en for­ma rotun­da mirán­do­me con la cara del capi­tán que no me dejó alter­na­ti­va. Ale­jan­dro nos acom­pa­ñó a la vere­da y apro­ve­chó para tomar una secuen­cia de fotos que hoy me pro­du­cen una nos­tal­gia tre­men­da. Comen­za­mos a avan­zar hacia la esqui­na, el Maes­tro des­car­ga­ba par­te de su peso en mí. Cru­za­mos O´Higgins y enfi­la­mos en dia­go­nal por la pla­za Alber­ti. Des­pués de un buen asa­do, unas cua­dras a pleno rayo de sol del verano pue­den ser una ver­da­de­ra tra­ve­sía. Era con­ve­nien­te hacer un alto. El ban­co más pró­xi­mo esta­ba roto. Unos diez metros ade­lan­te, una pare­ja toma­ba mate en el siguien­te. Pedí que nos deja­ran un espa­cio, se corrie­ron de bue­na gana. Él se sen­tó len­ta­men­te. Hubo un silen­cio pesa­do, había­mos inte­rrum­pi­do su inti­mi­dad. Lo mira­ron. Con su bar­ba blan­ca tupi­da, los ojos cla­ros y fir­mes irra­dia­ban el res­pe­to de un patriar­ca.
– Esta­mos un momen­to, solo para un des­can­si­to ‑dije.
-No hay pro­ble­ma. Es bueno andar, usted debe­ría cami­nar. Ten­dría que dar varias vuel­tas a la pla­za. No hay que que­dar­se quie­to… ‑dijo el hom­bre para alen­tar­lo.
¡Qué iro­nía! Hacía poco que Bayer andu­vo tra­que­tean­do el país de acá para allá con la obra tea­tral Las Putas de San Julián hacien­do de sí mis­mo. Le encan­ta­ba esa acti­vi­dad. Lo había­mos ido a ver en el tea­tro Cer­van­tes y era mag­ni­fi­ca su des­en­vol­tu­ra como el mejor de los acto­res. Esa ver­sión libre de Rubén Mos­que­ra de un epi­so­dio de su obra lo ani­ma­ba, lo embria­ga­ba ver­se como otro sien­do el de siem­pre. El tra­to con el elen­co. El con­tac­to con el públi­co al final, esos aplau­sos, los gri­tos, los puños en alto. La gira que hizo en Pata­go­nia le insu­fló vida, lo reju­ve­ne­ció, eran mimos para el alma. Obvia­men­te la apo­teo­sis fue en San Julián.
Segui­mos el tra­yec­to y final­men­te lle­ga­mos a la esqui­na de Mon­roe, una de las pana­de­ras que esta­ba en la puer­ta lo salu­dó. Cru­za­mos. Bus­co la lla­ve y su Tugu­rio le abrió los bra­zos.
-¡Lle­gué cara­jo! ‑dijo en tono triun­fal.
El epi­so­dio lo des­cri­be tal cual. Alguien de una volun­tad inque­bran­ta­ble que luchó en bus­ca de una Patria Gran­de inclu­si­va y fra­ter­na y se esfor­zó has­ta ese últi­mo alien­to de esa Noche Mala del 24 don­de la muer­te lo visi­tó mien­tras dor­mía. ¿Qué habrá esta­do soñan­do cuan­do su cora­zón dijo bas­ta? ¿Cuál habrá sido el últi­mo sue­ño de ese tre­men­do soña­dor de reali­da­des?
Real­men­te igno­ro si sal­drá una edi­ción amplia­da del Anec­do­ta­rio como él mis­mo me sugi­rió en aquel asa­do. Lo igno­ro, pero lo que ten­go cla­ro es que algu­nos de esos momen­tos nun­ca se irán de mí.

Itu­rria /​Fuen­te

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