Por Mario Ramos. Resumen Latinoamericano, 19 diciembre 2021.
Chile viene arrastrando una profunda y extensiva crisis política, social, económica y de valores, entrampada en sí misma, que se ha traducido en la instalación y conformación de un estadio neoliberal al servicio de una ínfima minoría*, destructora de nuestros pueblos y con niveles de corrupción nunca antes vistos. Laberinto sin salida nos dicen, de hecho, pareciera ser que cada salida se transforma en una nueva pared, y que eso es parte de este modelo de muerte, instalado por las elites políticas y empresariales, que sigue atrapando y resignificando todas las dimensiones de nuestras vidas, para su propio mantenimiento.
Sistema depredador, centrado en el despojo, el lucro, consumismo, competencia, individualismo, mercado y dinero, expoliador de nuestros recursos, y antagónico a la reproducción de las especies y los ciclos transformadores de la naturaleza, disparador de una cultura mediática y violenta, inoculada por profesionales de la comunicación a través de publicidades, destellos televisivos, redes virtuales y montajes sistemáticos que reemplazan la realidad.
La realidad es que Chile ha devenido en una anquilosada franja donde yacen millones de seres humanos marginados, condenados a subsistir en desoladas periferias sobrantes de las urbes, comprando y revendiendo productos chinos, indios producidos por otros coleros de la miseria, en un entorno de control y vigilancia, donde la felicidad, ha sido transformada en un slogan, como la zanahoria delante de los ojos del burro.
Ese es el Chile que nos estalló en la cara el 18 de octubre, desparramo de una procesión que venía de lejos y por dentro, llave de agua comunitaria que se abrió en la posibilidad de una otra felicidad, no desechable, que evidenciaba la intuición de que un giro radical a la sociedad del lucro y el poder era posible si volvíamos a andar en colectivo… Pero los miedos, se activaron y otra vez nos recordaron que esto es un laberinto y que el control es ajeno: de los partidos, del mercado, del relato impuesto por el administrador de turno. Así es que las millones de diversidades, que decretaron su existencia pese a tanto, nuevamente se replegaron, pero dejaron de manifiesto que allá en los subterráneos donde las raíces se encuentran con las gotas reservadas, y los microorganismos convierten la mierda en abono, se teje incontenible el mundo que siempre estuvo disponible pero que no logramos ver, volcada toda nuestra atención en ganarle al laberinto y encontrar salida a siglos de abuso, ninguneo, violencia y patriarcado.
Así hoy, en este fin de año 2021, entramos en un punto de definición clave para el futuro, entre la adaptación y el cambio, entre el colapso o la barrera de la vida contra el neoliberalismo mortífero. Nuestras vidas y naturaleza dependen de seguir una ruta con una radicalidad profunda de vida, lejos de los maquillajes verdes o progresistas, transformación que nos situé, de verdad, al lado de la recuperación y reconstrucción de los ciclos de vida y su ecosistema, de ensanchamiento de la creación y el pensamiento crítico, para salirnos del capitalismo y su sociedad utilitaria con pasillos de desperdicio y sufrimiento y evidenciar la potencia vivificadora de presentes posibles que sostenemos y nos sostienen.
Es ahora el momento de las redes orgánicas, campesinas, artesanas, anti patriarcales, feministas, anticoloniales, ecológicas, sociales, creadoras y rebeldes, hijas de nuestra memoria colectiva que subsiste, portavoz de nuestros ancestros desaparecidos como nosotros pero siempre presentes.
Es un desafío múltiple y hermoso, que se entrelaza con la naturaleza como una placenta de vida, agua, viento y materia, abrazando otra sociedad prójima y próxima, porque todos y todas somos un solo cuerpo territorio, único, desde nuestras pisadas enanas, hasta nuestras miradas a los oestes. Retejernos, anudarnos, y ser un tejido que se piense a sí mismo, que se extienda en flexibilidad y recupere al hacerse nuestra piel multicolor y nuestro horizonte abierto. Fluir en la dispersión tremenda que somos, celebrarla no más estandarizarla, despertarla, para que se cuele por todos los entornos y rendijas, asilvestrando la barbarie, lo roto, los patipelaos, la turba, las huachas, las capuchas, el conversarse la tarde y embriagar el baile hasta al goce urgente, los mariguaneros, los extremistas, las ambulantes, los indios, les upelientes (de la UP de Allende), las putas, las negras, las chinas, los poetas y las locas.
Ahora que sabemos que el laberinto es una trampa para morirnos de tristeza y abandono, tendida desde la llegada de los dioses coloniales, no nos perdamos, no caigamos rendidos ante sus ofertas, leyes y cálculos, el laberinto es fantasía, falsedad y promesa de dominio, fronteras que nos impusieron, con sus dogmas y uniformes. Del laberinto no se sale, se nace, que sea nuestro caballo troyano y nuestro escampado, y así cuando nos vean florecer y extendernos por la pradera, comprenderán que el caos que alimentaron eran nada más que los dolores de parto, que seguirán.
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