Por Orlando Oramas Leon, Resumen Latinoamericano, 9 de diciembre de 2021.
El bloqueo que por más de 60 años impone Estados Unidos a Cuba afecta hoy a los cubanos sin distinguir edades, género, estado de salud o postura ideológica.
Esta política hostil crea una sensación de plaza sitiada que resulta tan cotidiana como si los ciudadanos estuvieran condenados a pasar necesidades.
No es raro cuando el objetivo expreso del cerco económico, financiero y comercial de Washington es precisamente causar el mayor daño posible a los de la vecina isla.
Y lo peor es que está escrito. Lo estampó el subsecretario asistente para Asuntos Interamericanos Lester D. Mallory, en memorando secreto del Departamento de Estado, con fecha 6 de abril de 1960
“La mayoría de los cubanos apoyan a Castro… el único modo previsible de restarle apoyo interno es mediante el desencanto y la insatisfacción que surjan del malestar económico y las dificultades materiales… hay que emplear rápidamente todos los medios posibles para debilitar la vida económica de Cuba»
Y añadió: «… una línea de acción que, siendo lo más habilidosa y discreta posible, logre los mayores avances en la privación a Cuba de dinero y suministros, para reducirle sus recursos financieros y los salarios reales, provocar hambre, desesperación y el derrocamiento del Gobierno”.
Alguien pudiera preguntarse hasta dónde puede incidir el proceder de un país a lo interno de otro, incluso cuestionarse si el bloqueado puede con fuerzas propias resolver sus problemas.
La pregunta pudiera ser pretexto para argumentar en ocasión del Día Internacional de los Derechos Humanos, a celebrarse mañana, que la política de bloqueo estadounidense resulta el mayor obstáculo para el disfrute de tales derechos de los cubanos.
Debido a tal proceder, la mayor potencia del planeta utiliza su fuerza para negarle a su vecino el financiamiento que cualquier otra nación del planeta puede aspirar por parte de los organismos internacionales, dígase Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional.
El bloqueo mata, dice Cuba, y no le falta razón cuando se le impidieron los recursos, insumos y medicamentos para afrontar la pandemia de la Covid-19.
No es solo cuestión de dinero. A los cubanos le están proscritos desde el acceso a tecnologías de punta que salvan vidas hasta una simple aspirina. Tal proceder es mucho más pérfido cuando de niños enfermos se trata.
En estos tiempos en que Cuba lucha por la vida de sus ciudadanos y apoya la batalla internacional contra la terrible enfermedad, el cerco se muestra en toda su crueldad.
Así lo demostró la prohibición a una empresa transportista encargada de traer a La Habana medios de protección, insumos médicos y pruebas diagnósticas desde China.
Washington no esconde sus esfuerzos por cortar el suministro de combustible a la ínsula antillana y con ello paralizar los servicios esenciales a la población.
Y si pudiera también le privaría del oxígeno, como ocurrió cuando en medio de un fuerte rebrote de la Covid-19 faltó en los hospitales el oxígeno medicinal tras una rotura en la planta generadora.
Por ello y más la denuncia ante la Asamblea General de la ONU y otras tribunas internacionales de que el bloqueo económico, comercial y financiero de Estados Unidos continúa siendo una violación masiva, flagrante y sistemática de los derechos humanos de todos los cubanos.
También por eso y más la acusación de que se trata de una política cruel e inhumana que califica como acto de genocidio a tenor de la Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio de 1948.
El mundo celebra y reconoce por estos días la Declaración Universal de Derechos Humanos.
Su segundo artículo establece que “toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”.
El bloqueo contra Cuba no hace tales distinciones.
Fuente: Prensa Latina